Desde la Casa Madre, en Madrid, nos vamos hoy a Zaragoza, al Pilar. A rezar ante una imagen por la que Santa Vicenta María sintió particular devoción.
En 1867, desde Cascante, la visitó por primera vez y se sintió cautivada por ella.
Bajo el manto de la Virgen de Pilar estableció la segunda casa de la Congregación y, cuando determinó que sus religiosas no podían salir de casa para visitar lugares, ni siquiera de culto, dejó abierta una sola puerta: la Basílica de Nuestra Señora del Pilar en Zaragoza.
Andando el tiempo, sus hijas, ofrecieron a la Virgen un manto con el escudo de la Congregación como un gesto de gratitud por todo lo que hemo recibido de Ella y como una súplica para que su protección nos acompañe siempre.
El piadoso ejercicio del 'Mes de María' nos invita hoy a ofrecer un gladiolo a la Virgen venerada y con él ofrecer actos de bondad a lo largo de la jornada, en reparación por aquellos que han dejado que el odio anide en sus corazones.
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