jueves, 26 de diciembre de 2019

Un día como hoy... 26 de diciembre


En la Casa Madre del Instituto, desde los brazos de la última postulante admitida por ella al Instituto, exhaló Santa Vicenta María el último suspiro de su vida terrena. La postulante, Ana Marqués y Puig, redactoó en una notas su vivencia de aquella muerte, ajena a lo que la Providencia divina reservaba para ella, que con el nombre de M. María de la Concepción Marqués, se convertiría en la segunda sucesora de la Madre en el gobierno del Instituto y volvería a vivir momentos de grandísimo dolor y consuelo junto a aquellos restos mortales: unos días más tarde, el 1 de enero vería salir el cortejo fúnebre que conducía aquel venerado cadáver hasta el nicho nº 1.607 del patio de San Millán del Cementerio de San Isidro. Dos años más tarde, mientas se celebra el segundo Capítulo General que nombra Consejera General y Suoeriora de la Casa Madre a la recién profesa, M. María de la Concepción Marqués, vive e inconmesurable gozo de recibir de regreso a casa los restos mortales de la Madre Fundadora que quedan depositados en la pared de la Capilla de la planta baja. En el mes de agosto de 1898, el traslado de aquellos restos a la nueva Capilla en la primera planta de un pabellón construído en el jardín de la calle de Fuencarral. En 1925, cuando gobernaba el Instituto como Vicaria, en la Solemnidad de la Asunción de nuestra Señora, un nuevo traslado al que se creyó sepulcro definitivo para los restos mortales de Santa Vicenta María en la nueva Iglesia de la Casa Madre con acceso directo desde la calle en el ángulo formado por la de Fuencarral y Divino Pastor. M. María de la Concepción admiró por última vez, a través del cristal del féretro, el cuerpo incorrupto de Santa Vicenta María antes de que lo introdujeran en valioso sacrcófago de madera obra de los talleres Granda.
El arcón que conservó los restos de Santa Vicenta María convertido en altar 
M. María de la Concepción debió sentir un gozo y una paz indescriptibles al final de aquella ceremonia sin sospechar que aquella tranquilidad no iba a ser tampoco definitiva. En marzo de 1931 se llevó a cabo la primera exhumación para el reconocimiento del cadáver de la Madre Fundadora con la sorpresa de ver el deterioro de  aquel cuerpo que seis años antes ella misma había contemplado incorrupto. Dos meses más tarde, el giro que iba tomando la nueva situación social y política, tras la proclamación de la II República, hizo que M. María de la Concepción decidiera poner a salvo los restos mortales de Santa Vicenta María y los hizo trasladar al domicilio de la Condesa de Vigo en la cercana calle de Génova.
Seguramente eso fue lo último que supo M. María de la Concepción y aunque no tengamos noticias explícitas de ello, no será muy aventurado pensar que la Madre General, antes de abandonar Madrid,

se acercaría más de una vez a rezar en el oratorio de la Condesa en el piso principal de la casa número 21 en la calle de Génova.
De lo que ocurrió en agosto de 1936, cuando la caja que contenía los restos acabó en el Museo del Prado no debió tener noticia la Madre General y para cuando D. José Arte Pérez y las Madres María de San Luis de Caso, María Enriqueta Contreras y María de la Natividad Ballester recogieron en el Museo del Prado la caja que contenía los restos mortales de la Madre Fundadora, M. María de la Concepción había fallecido siete meses antes en San Sebastián.
Por iniciativa personal o por indicación de M. María Teresa Orti, la aún postulante Ana Marqués, entre lágrimas y junto al cadáver de la Madre, puso por escrito algunos de sus sentimientos el día 28 de diciembre. En esas notas nos cuenta las últimas horas de la vida de Santa Vicenta María:

Pidió al Señor que le conservara la vida hasta pasada aquella fiesta, diciendo: «Sería para mi Comunidad muy triste tenerme de cuerpo presente el día de Navidad».
Durante la noche del 25 al 26, fueron tantos sus sufrimientos, que la obligaban a cambiar de postura a cada momento, y esto con el ahogo le producía un dolor y fatiga grande; mas como era tanto su afán de padecer, aceptando de la mano del Señor cuanto quisiere enviarle, tuvo un momento de verdadera aflicción creyendo que no sabía conformarse con el divino beneplácito puesto que buscaba en el cambio de postura lo que más la aliviaba.
Pidió varias veces y con más vehemencia, la Comunión, más, como quiera que había sido ya Viaticada y la recibía diariamente, no pudieron dársela hasta cerca de las 5. Después de ella puede decirse que fueron aumentando sus padecimientos. Una de las Madres se acercó a ella y le dijo: «Madre mía, ahora voy yo a comulgar y le pediré a Ntro. Señor que mitigue un poco sus dolores». «Oh, no, no -contestó con viveza la enferma-, no, no, pídale que me dé su gracia para sufrirlos bien; ¿qué importa esto? Tengo a Dios dentro de mí ¿qué otra cosa mejor puedo desear?».
A las 7 de la mañana le dijo la misma Madre: «Madre mía, es la hora de guardia» y entendiendo ella que la Madre se refería a la suya propia, señalándose a sí con el dedo, y con una cara muy alegre dijo, con la expresión mejor que con las palabras, pues apenas se le entendía: «¡la mía! la mía!». Le acercó la Madre una imagen del S. Corazón de Jesús y empezó su última hora de guardia, después de la cual recomendó a la misma que extendiese esta devoción y cuantas prácticas contribuyen al mayor conocimiento y amor del Corazón de Jesús.
Lo restante de aquella mañana la pasó dando a cuantas nos acercamos a ella, muestras de su dulce caridad y amor, y haciendo que aproximásemos el oído a sus labios, depositaba en nuestro corazón las últimas palabras que del suyo salían, inflamadas en el amor de Dios, y en el ardiente deseo del bien de nuestras almas.
A las 11 dijo a sus dos Consiliarias [M. María Teresa Orti y Muñoz y M. María Isabel Méndez Casariego] que estaban a su lado haciendo vanos esfuerzos para contener sus lágrimas: «Me van a encoger el corazón... ¿Creen que yo no siento el separarme? pero, Dios lo quiere! y ya saben lo que yo deseo que queden alegres y dispuestas a todo». Una de ellas dijo entonces suspirando: «Ay, Madre mía! ¡alegres!». La otra, más para consolarla que por pensar en aquel momento que pudiera volver a tener alegría, le dijo: «Sí, Madre mía, vamos a estar muy alegres en Dios!». La enferma no contestó de pronto, mas prosiguió al cabo de un rato: «¡Qué consuelo tan grande me ha dado con lo que me ha dicho! ¡sí! tienen que estar muy alegritas y dar sus premios, hacer sus funcioncitas, pues estos ayuda para conservar y atraer nuestras pobres chicas».
Poco a poco fueron acabando sus fuerzas. A la 1 ½ de la tarde, debió comprender que era llegada la hora; movió la mano como para bendecirnos, y al mismo tiempo despedirse de nosotras con un gesto tan expresivo, que dijo mejor que con palabras, que era terminada su carrera en aquel momento. Tomó en sus trémulas manos el crucifijo y una fotografía de la Virgen que tenía siempre sobre su cama, las acercó a su pecho, inclinó su cabeza sonriendo y dicha la jaculatoria: «Jesús, María y José estad conmigo los tres», voló su alma al Cielo por el que tanto había suspirado.
Sólo bendecir a Dios en medio de nuestra pena, y vuestro santo recurso, Madre mía, pueden en estos momentos confortarnos y sostenernos.
Vos desde la gloria nos veis a todas alrededor de vuestro venerable cadáver derramando amargas lágrimas porque al deciros: ¡Madre! ya no nos respondéis como solíais. Esperamos que vos nos alcanzaréis el aliento enviándonos una gota de consuelo y nos levantaremos de ahí para proseguir vuestra obra, y así como vos sacrificasteis por ella hasta el último instante de vuestra existencia así queremos nosotras dar gloria a Dios y al Instituto santificándonos en él, y sabiendo amar a costa de nuestra vida, las sirvientas que el Señor nos encomiende, que son todas las que quieren pertenecer a sus Colegios; así probaremos, madre mía, que somos vuestras hijas si seguimos vuestras huellas.

domingo, 15 de diciembre de 2019

Un día como hoy... 14 de diciembre




CAPILLA DE SANTA VICENTA MARÍA LÓPEZ Y VICUÑA


Entre las iniciativas que surgieron con motivo de la Beatificación de la Madre Fundadora que tuvo lugar en Roma el 19 de febrero de 1950, nació el proyecto de construir una capilla dedicada a ella y que guardara el precioso tesoro de sus restos, en el pequeño jardín anexo a la iglesia de la Casa Madre en línea con la calle del Divino Pastor. En el mes de abril, el Consejo General presidido por M. María de la Redención Navas, dio luz verde al proyecto y al presupuesto.
En la fiesta de Nuestra Señora del Pilar, 12 de octubre de 1950, fue colocada la primera piedra para y comenzaron los trabajos para la construcción de la pequeña capilla. En diciembre de 1951 la obra estaba terminada y el día 14, en una urna de cristal, los restos mortales de la entonces Beata Vicenta María López y Vicuña fueron colocados en la nueva capilla.
Cuatro días más tarde, el 18 de diciembre, salió de Madrid una crónica, lamentablemente sin firma, de lo acontecido desde el día 10 en que el arcón que contenía los restos fue sacado del lugar que ocupaba en la pared de la misma iglesia hasta que el día 14, fue bendecida la nueva capilla, consagrado su altar y celebrada la primera Eucaristía.
El texto que reproducimos a continuación sigue las crónicas conservadas en los Archivos de las Comunidades de Almería y Buenos Aires. El primero, aunque está completo, presenta serias dificultades para su lectura por el deterioro sufrido con el paso del tiempo. Sin embargo, ofrece la particularidad de contener una felicitación de puño y letra de la Madre General por la proximidad de la Navidad. El ejemplar de Buenos Aires se conserva perfectamente legible pero está incompleto.
Al texto original le añadimos los apellidos de las religiosas y algunas notas.

Roma, 14 de diciembre de 2019
LXVIII aniversario de la Bendición de
la Capilla y de la primera Misa celebrada
en el altar donde reposan los restos
mortales de Santa Vicenta María.

María Digna Díaz rmi


  
El día 12 de octubre de 1950 se celebró en la Casa Madre del Instituto la ceremonia de la colocación de la primera piedra para la construcción de la capilla de Santa Vicenta María.



V.J.

Muy amadas Madres y Hermanas
La gran fiesta de  nuestra Madre Inmaculada ya de por sí hubiera pedido comunicación con todas nuestras Casas para manifestarles nuestra íntima satisfacción ante el fervor con que ha transcurrido; las nutridísimas Comuniones generales de todas las ramas en que el Instituto trabaja, la concurrencia extraordinaria de chicas por la tarde, llenando el salón de arriba y la dominical, todo nos hubiera llevado a escribirles, si otras fiestas más excepcionales no reclamaran nuestra atención.
Ojalá que el deseo de complacer a nuestra Rvdma. y amada Madre[1] que quiere compensar con una crónica extensa la pena de no haberlas podido tener a todas en torno suyo en estos inolvidables días, preste a la pluma el don de reproducir con sus rasgos las escenas plenas de gozo y emoción que hemos tenido la dicha de vivir. Las sabemos tan unidas a nosotras en su pensar y sentir que confiamos no será demasiado difícil lograrlo. ¡Cuántas veces las hemos recordado a lo largo de estas jornadas de gloria! Muchas no nos conocemos, quizás nos separan centenares y centenares de kilómetros[2], pero las almas no están sometidas a estas limitaciones de espacio de la materia y a todas las que el Señor ha elegido para formar la gran familia religiosa enlazada y vivificada por el gran espíritu de Vicenta María, cuya gloria estamos saboreando, las hemos sentido aquí, muy cerquita, gozando con las puras y sublimes alegrías de la Madre venerada y agradeciendo a Dios las gracias que en ella derramó y el don singular de haber sido llamadas a continuar su obra.
Paso a paso, como mojones de esta marcha triunfal, hemos visto en estos últimos años el afán del Señor en levantar y honrar a la que en su vida tanto supo abatirse y, cual fue profundo el cimiento de humildad, tal se alza el edificio de gloria que en su honor se levanta. Grandeza inigualada la de la santidad que así trasciende triunfante el olvido, compañero inevitable de la muerte…
Apreciaciones diversas las de Dios y las de los hombres. Valora Él el anonadamiento y lo premia con el honor eterno; valoramos nosotros el encumbramientpo ante las cristuras y su consecuencia es el olvido sin fin. ¡Dichosa la Madre que así supo asimilarse los sentires de Dios!
Con razón nos decía nuestra Rvdma. Madre repetidas veces en los días que precedieron, que las cenizas que iban a removerse no eran cenizas muertas, sino restos calientes, con el calor que les comunicó la unión con Dios en que el alma bendita que un día las animara supo vivir; restos y cenizas santos llamados a gozar de la visión del Señor. De aquí el amor y confianza con que a ellos nos hemos acercado, de aquí el calorcillo santo que a su lado se sentía cada vez que se nos daba la oportunidad de poder contemplarla.
Y vamos a empezar la narración.
Para encabezarla no se nos ocurre nada más oportuno que glosar las palabras de la Stma. Virgen al reconocer las bondades de Dios: «Engrandecen nuestras almas al Señor porque miró la humildad de su sierva Vicenta María». La miró y quedó complacido y no dudó en levantarla y ponerla por modelo y guía de almas generosas; la miró y vio en ella su imagen reproducida con nitidez y no dudó en que todos la llamaran bienaventurada pues al ensalzarla a ella, ensalzarían al Artista divino que supo modelarla.
[3]Comencemos por la llegada de la Rvdas. Madres Provincial de Santa Teresa[4] y M. Herminia de Jesús [Rodríguez de Armas], portadoras de las manos y mascarilla que había de cubrir la cara para exponerla en la urna. Horas de misterioso encierro en el oratorio para prepararla, comentarios sobre el acierto de la obra hasta que al fin fuimos admitidas a contemplarla con el mismo hábito y velo que ella había usado; coincidió con el día en que en el refectorio se nos habían leído los últimos momentos de nuestra venerada Fundadora por el Rdo. Padre Hidalgo, que cada vez que se oyen parece que descubren nuevos matices de la grandeza de alma de aquella santa que más que consumida por la enfermedad física se deshacía por los anhelos de ver ya a su Dios. Todas a una convinimos que el artista había sabido plasmar en la cera la suavidad de rasgos que reflejaba la dulzura de aquella muerte en la que más fuerza que la separación del alma y del cuerpo tenía la unión de Dios con la que tanto le había amado.
Placidamente inclinada hacia la derecha, dibujando una atrayente sonrisa cautivaba con su paz a cuantos la veíamos de modo que nos costaba separarnos de ella. ¡Cómo hubiera sido el dolor de las que tuvieron que ver salir de casa aquel santo cadáver si su amor de Madre no es hubiera atraído del cielo la gracia de aquel consuelo sobrenatural que todas experimentaron! y todavía lo que veíamos no era más que la obra de cera…
Siguió la llegada de las Rdas. Madres Provinciales de Jesús[5], María[6] y S. Ignacio[7] acompañadas de las Rdas. Madres María Angustias del S.C. [Marín Ramos], M. María de San Miguel [Hischsfeld Bernal], Madres María Remedios del N. J. [Usera Orozco], María Luisa del S.C. [Rasa Estrada], María Soledad [Rodríguez Bescansa], María Juana de la Cruz [Ortiz Ortiz], destinada al Brasil; Hermana María Luisa del Salvador [Carnelos], elegida para Bombay, María Maximina [Zurrutuza Telleirante] para el Brasil, que unidas a la ya numerosa Comunidad de la Casa Madre, representarían a todo el Instituto en los actos solemnes ya tan próximos. 
Urgía descubrir los restos porque el martes 10[8] salía una expedición para Argentina, formada por las Madres Susana María de la Eucaristía [Aramburu] y María del Pilar [Díaz] que hace un año vinieron de América para el Terceronado y se llevan a las doble hermanas María Máxima y Piedad de María Des. El miércoles debían marchar al Brasil la Rda. M. María Juana de la C., M. Gloria de María [Belfort Barbosa] que vino también al Terceronado y H. María Maximina, y ya que se veían privadas de asistir a las fiestas de la consagración de la capilla, quería nuestra Rvdma. Madre  que tuvieran el consuelo de ver los santos restos y llevar a las Hermanas lejanas la bendición de Madre que en el lenguaje mudo del espíritu sin duda les daría a su paso para todas aquellas que en otras latitudes trabajan y gastan sus fuerzas por la gran empresa a la que ella se consagró en primer término, al ideal noble de infundir pureza con el amor a la Inmaculada en esta juventud de nuestros días a quien el fango amenaza agostar su principal belleza.
Con este fin el 10 a las cuatro de la tarde, la Comunidad, a la que se unieron las Madres del Noviciado y Terceronado[9], descendía en dos filas por la escalera de mármol hasta la portería del 97 a la que daba la parte posterior del antiguo sepulcro, quedando así formada desde este por las salas del Rosario y San Ginés.
En presencia de los Rvdos. Sres. Notario y Fiscal eclesiásticos se sacó el arcón que fue llevado a hombros de las Rvdas. Madres Provinciales, seguidas de las Rdas. Madres del Consejo, Sacerdotes, entre los que se contaban, además de los citados, D. Manuel Rubio y Cercas, que tan estrecha relación tiene con todo lo que se refiere a nuestra Beata Madre, los Sres. Capellanes, el confesor, Rdo. Padre Beláustegui y Sánchez de León S.J., etc.
A continuación la Comunidad con velas encendidas entonando los salmos de Laudes en que el alma con todo fervor bendecía y alababa al Señor por tantas gracias como está derramendo sobre el amado Instituto, pues al glorificar a la Fundadora, pone un sello de aprobación y honor en su Obra y en las que en ella se afanan.
El arcón pasó después a hombros de Hermanas y de las viajeras, otra providencia del Señor para con ellas.
Ya en Santa Teresa se procedió a la apertura de la caja y tras los minuciosos requisitos que impone la Iglesia, se inició el desfile silencioso, embargado de emoción de los afortunados miembros de la Comunidad que iban depositando un beso en el pie de la Madre, beso largo y profundo compendio de súplicas en que cada cual ponía sus afanes y esperanzas avivando la fe al suave contacto de la que sabemos tan grata a su Dios. No faltó el recuerdo para las ausentes a las que sin duda la Madre bendita compensaría la privación de este consuelo.
Siguieron las internas, sus amadas chicas, seguidas de señoras y pensionistas y aunque todo fue privado no faltaron tampoco personas de fuera a las que vimos recurrir con gran confianza a implorar la ayuda de la que lleva ya fama de milagrosa Beata.
Se tocaron innumerables rosarios, estampas, etc. pues todas anhelábamos tener algo que de ella nos hablara, algo que ella hubiera tocado, pues su cuerpo, templo tan puro de tu Dios en vida, parece que aún transfunde aquella virtud del Divino Maestro, cuyo solo contacto sanaba los cuerpos y regeneraba las almas.
Una vez que terminó el desfile, mejor dicho, que tuvimos que terminarlo, cerraron la puerta, sellándola; detrás quedaba el tesoro y ante ella se improvisó un altar con un cuadro y unos reclinatorios pues estaba tan cerca que invitaba a ir allí a volcar el corazón en el de la Madre que tan bien comprende.
Todo giraba en torno al mismo tema, todo hablaba y llevaba a la santa Madre por cuya intercesión hacía nuestra Revma. Madre todo los días la novena a la Stma. Trinidad, implorando su pronta canonización, pidiendo milagros y para sus hijas, ¿qué mejor petición que la de su espíritu?
Al día siguiente, recreo en el refectorio y largo en Jesús para despedir a nuestras amadas Hermanas americanas durante el cual un repique reunió de nuevo a la Comunidad en Santa Teresa, para que ellas pudieran volver a contemplar los restos, viniendo exclusivamen­te a este fin, a romper los sellos, el Sr. Notario eclesiástico.
Por la tarde a las 5 llegó el Excmo. Sr. Obispo Auxiliar de Madrid-Alcalá, D. José María Lahiguera que con el Notario y Fiscal eclesiásticos procedió a examinar y descubrir los restos, con el Rvdo. P. Capellán, dos médicos y las dos Madres que han seguido los cursos de la Escuela de Medicina (María Esther Aramayo Asensio y María de la Eucaristía Colodrón), se comenzó la preparación de éstos, labor minuciona en la que se invirtieron tres días y en la que nos hemos podido dar cuenta del aprecio con que la Santa Iglesia trata las sagradas reliquias de sus hijos más predilectos, los santos y de que ella los considera como un tesoro moral y sentimental de inapreciable valor.
¡Cuántas veces nos ha venido estos días al pensamiento lo que después tan bellamente expuso el predicador en el sermón del primer día del Triduo: «Custodit Dominus casaoses justorum», palabras que parecen escritas para nuestra Beata Madre, «Guarda el Señor los huesos de sus santos» y los guarda con un amor y providencia singulares, porque allí los veíamos sin faltar ni uno solo, a excepción de los que se dieron de reliquia, a pesar de las vicisitudes a que se han visto expuestos durante los períodos difíciles que hemos atravesado y de los numerosos traslados.
El día 13 llegó de Cascante el Prelado doméstico de S.S. fervoroso devoto de nuestra B. Madre, Monseñor D. Juan de Dios Pardo, que nos hizo una plática sobre ella, trazando el retrato de sus excelsas virtudes y señalándonos como consigna para llegar a lo que ella llegó, la norma que se trazó a sí misma y con que nos da la clave de su santidad: Yo hago siempre las cosas que agradan a Dios, consigna que nos legó en aquella frase tan suya: «¿Lo queréis Vos, Dios mío? Pues yo también lo quiero», programa qu se trazó y ejecutó sin titubear y sin detenerse en lo agradable o penoso.
Todo seguía hablándonos de ella, todo continuaba disponiendo las almas para el gran día que se acercaba y al que, según manda la Iglesia nos preparamos con ayuno.
Una vez terminada la preparación pasó nuevamente la Comundiad para contemplar el venerado cráneo, aquella cabeza en la que cabía un mundo para amarlo y otro para gobernarlo, la que había abrigado tan nobles pensamiento e ideales santos, y en la que se conserva todavía bastante bien el cabello.
A las 8 ½ llegó el Excmo. Sr. Obispo para presenciar el cierre de la caja en que debían ir los restos, una caja de plata que va en la urna debajo del cuerpo, en tanto que el cráneo queda encerrado dentro de la mascarilla, completada con plata en la parte posterior y también sellada.
Una vez cumplidas todas estas disposiciones y firmada el acta, que se selló también se colocó en la urna donde quedíó preparada en Santa Teresa para bajarla al día siguiente a la capilla.
La urna en la sala de Santa Teresa dispuesta para su traslado a la nueva capilla.
La urna es de bronce y plata con cristales en todos sus lados, y bien podemos decir que es una obra de arte, toda dorada y cincelada con hermosos dibujos y esmaltes. 
Y llegamos al gran día 14 en que había de tener lugar la inauguración de la capilla que se ha levantado en honor de nuestra amada Beata.
Misa de Comunidad a las siete pues todas hemos de estar preparadas para las ocho y media en que tendrán lugar las hermosas ceremonias. Vienen Madres y Hermanas del Noviciado, así como las Madres Terceronas. A la hora fijada llega el Sr. Obispo, que toma asiento en el altar mayor donde procede a la lectura de los salmos determinados para la consagración de la capilla. La Iglesia aparece profusamente iluminada, en el altar doce velas encendidas, flores y luces en torno a la Inmaculada y alí, al lado del Evangelio se alza ahora un arco de luz que tanto tiempo hemos visto velado: es la capillita, verdadero joyero, obra de arte en sus menores detalles, trabajo de orfebre que, no sé por qué, pero parece en consonancia con la santidad de la Madre a quien se dedica. Alma bella en sus menores rasgos, detallista en su virtud heroica, delicada en su fidelidad, pedía algo como lo que se ha hecho; mármoles de blancura nítida, filigranas de cincel y luz que entra sonriente por las graciosas ventanas de los lados.
Se abre a la iglesia por uno de los arcos entre dos columnas del muro y se ha podido construir aprovechando el jardincillo. Para facilitar las visitas de las religiosas sin tener que pasar por la iglesia pública, se ha construído un pasillo desde la sacristía que se ensancha en forma de pequeña tribuna al lado de la epístola.
Hay en el altar un tríptico; en el centro una imagen de talla de nuestra Beata Madre con las Reglas en la mano izquierda; a los lados en relieves dorados, cuatro escenas hermosamente trabajadas y escogidas con acierto: abajo los actos más salientes de su vida, haciendo sus primeros y sus últimos votos; arriba su encuentro con la Inmaculada y una escena que recuerda la gloria de Bernini.
Bajo el altar sostenido a los lados por lindas columnitas de mármol, parecidas a las que sostienen el arco que encuadra la imagen, va la urna que se descubrirá en días determinados, quedando los demás oculta por puertas de bronce, también con relieves y con los escudos de la Congregación y de la familia de nuestra Beata Madre.
Completan los artísticos adornos cuatro ánforas de plata y a los lados otras dos de alabastro. En fin, un conjunto lindísimo, que ha de hablar de la veneración y amor de las hijas hacia la Madre santa que las ha llevado a reunir en este relicario lo mejor y más bello que na podido acumular.

Y vamos a continuar… El Sr. Obispo revestido y con
capa pluvial se dirige procesionalmente, precedido de cruz alzada y asistido por el maestro de ceremonias, capellanes y otros a la capilla cuyo altar aparece desnudo y dispuesto para recibir la consagración. Se entonan las letanías de los Santos y siguen las ceremonias largas, pero tan preciosas y de hondo sentido que la Santa Iglesia prescribe para transformar un recinto en morada de Dios; bendiciones del agua, sal, etc. incensaciones, entre salmos y oraciones múltiples.

Terminada la consagración se prepara el altar para el santo sacrificio y el Sr. Obispo bendice el devoto sagrario y la imagen de nuestra Beata Madre. Seguidamente vuelve al altar mayor y a la sacristía adonde han bajado la urna con el venerado cuerpo y empieza lo que podemos llamar la apoteosis de nuestra Madre bendita. Como la urna pesa más de 100 kilogramos, en los cuatro ángulos de las andas se colocan sacerdotes, en el centro Rvdas. Madres, siguiendo nuestra Rvma. Madre, Madres Consiliarias, el Sr. Obispo con sus asistentes, Monseñor Pardo, etc. 
Pasan por el altar mayor ante la imagen de la Stma. Virgen que sin duda miró con complacencia a su hija amada que se afanó y sufrió con el ansia de extender su amor entre sus chicas. Siguió la procesión por el pasillo central, dando la vuelta por el final de la iglesia hasta volver a la capillita entre exclamaciones de admiración de la numerosa concurrencia, entre la cual unos pedían gracias, otros echaban besos y la mayoría lloraba de emoción. Al fin entraba en el nuevo lugar de su reposo mientras el coro interpretaba el Jesu corona Virginum. Las campanas han tocado a gloria; la impresión ha estremecido nuestro ser entero y no hay que dudar que desde el cielo la Madre derrama sus bendiciones a manos llenas.
Una vez colocasa la urna bajo el altar, el Sr. Obispo celebró la Santa Misa mientras el órgano y el coro dejaban oir sus más escogidas composiciones.
Y allí quedaba ya… 
Parece como que Jesús ha querido premiar aquel amor intenso de Vicenta María al Sacramento del Altar y no se ha conentando con tenerla próxima, en el muro de la misma iglesia, sino que la ha atraído aún más cerca, debajo mismo del Tabernáculo. Bajo él descansa como en un plácido y dulce sueño, inclinada hacia la derecha, coronada de rosas blancas y en sus manos entrelazadas una cruz y unas azucenas. Parece que duerme con la serenidad de quien supo cumplir con perfección lo que Dios había dispuesto de ella.
 De gloria para ella eran las horas que habíamos vivido y, sin embargo no fueron más que un comienzo. Cundió por Madrid la noticia y todo el día es un desfile ininterrumpido ante la capillita, que en muchos momentos nos hace recordar las visitas del Jueves Santo al Monumento.
Por la tarde dió comienzo el Triduo Solemne, concurridísimo en el que tanto han gozado nuestro corazones filiales.
Ha estado encargo de los sermones el Ilmo. Sr. Magistral del Toledo D. Filiberto Díez, en el que se han unido la elocuencia y el amor a la Congregación para dar por resultado tres magníficos sermones, de verbo cálido, ferviente en honor de la Beata y su Obra.
Trató preciosamente el primer día el tema a que antes hemos aludido: «Guarda Dios los huesos de sus santos», con figuras magníficas, cantando la providencia de Dios en la conservación del venerado cuerpo de la que tan abandonada vivió a esa divina Providencia.
El segundo día expuso el fundamento del culto de los santos con las cuatro razones del Concilio de Trento: por haber sido miembros vivos de Jesucristo, templos del Espírituo Santo, deben resucitar con sus almas, Dios se vale de ellos para conceder gracias, aplicando hermosamente cada una de estas razones a nuestra Beata Madre, conmoviendo hondamente a todos los asistentes y no tengo que decir nada de nosotras[10].
Durante estos días en Comunidad recreos largos en el refectorio, reuniones en Jesús aunque siempre para hablar de lo mismo; quedó la fiesta grande para el domingo 16. Por la mañana a las 10 los votos perpetuos de nuestra amada Hermana Sagrario de María [Nuñez Rufo], que tuvo la dicha de poder pronunciarlos en la capilla de nuestra Beata Madre, ante sus cinco madres, como alguien en un inspirado verso dijo: su Santa Fundadora, su Madre Inmaculada en primer término, nuestro Rvdma. Madre, su Madre Superiora y su madre natural.
En el refectorio todo de día grande y en Jesús velada con escenas, arcos y prosa cantando la gloria de la Madre y el hondo sentir de las hijas que arden en anhelos de imitar a la que aunque grande supo hacer la virtud tan amable e imitable. Por dos veces sonaron los ecos vibrantes de la Aurora de Cascante y vibrando también nuestros corazones marchamos con las chicas para dar fin a las gloriosas jornadas de cielo que hemos vivido.
Este día llegaron a su colmo las visitas a la urna y la concurrencia a los actos del Triduo pues a la numerosísima que llenaba la  iglesia, se unieron las chicas atraídas en número excepcional, a las que acomodamos como pudimos en las tribunas, que siguieron con interés el tema del sermón en que el orador preciosamente fue cantando la Obra providencial que realizó la Beata Vicenta María al crear su Instituto, ya extendido por cuatro partes del mundo, de forma que puede aplicarse las palabras de Tertuliano: «Somos de ayer y lo llenamos todo».
Como los días precedentes, se dio a venerar la reliquia mientras se cantaba el himno de la Beata, cuántas veces, no lo recordamos, pues aunque eran dos los Padres que la daban a besar, como nadie quería marchar sin contemplarla una vez más, tuvimos que organizar las filas de forma que pasaran por delante de la capillita y aunque no podían detenerse fueron cientos y cientos las personas que desfilaron y buen cuidado tuvimos que tener para que por lo menos esa tarde no repitieran la visita.
Así acabaron esos días grandes, magníficos para concluir los cuales, bien podemos traer aquí las palabras que anotábamos al principio: «Alaban nuestras almas al Señor porque miró la humildad de su sierva Vicenta María y quiso engrandecerla». Y así vemos cómo es posible que al cabo de más de 60 años de haber pasado con sencillez y oscuridad por el mundo pueda una humilde religiosa causar esta conmoción en la vida de la gran ciudad distraída.
Pero es que en esa vida oscura supo dar con la clave que pone ecos eternos en el deslizar de los días de la tierra. Supo vivir para Dios y por él para lo que más aprecia, las almas humildes de quienes se hizo Madre en un completo olvido de sus pequeños intereses humanos.
Nos legó el camino; la Regla bendita en la que ella vertió lo mejor de su espíritu y de sus anhelos; su trabajo íntimo y su obrar externo. En esas líneas ha quedado plasmado, esa es la fuente donde hemos de saciar los deseos de imitarla que estos días se han avivado y así lograremos alcanzar la gloria de que ella goza.

Casa Madre, 18 de Diciembre de 1951.


[11]De nuevo las felicita por sí y por la Rvdas. Madres del Consejo que se unen a mí en el anhelo de que la presente crónica satisfaga su interés por saber lo ocurrido en estos días de amoción y de gloria para nuestra Beata Madre y la tan amada Congregación.
Su p. M. in C.J.[12] que tan presentes las tiene y deseo lo “Mejor” del Portalico para cada una en particular
Mª de la Redención
FMI



[1] M. María de la Redención Navas quiso hacer partícipe a todo el Instituto de lo vivido en la Casa Madre con motivo de la bendición de la Capilla y traslado de los restos mortales de Santa Vicenta María cuando no se habían cumplido aún los dos años de su beatificación en Roma el 19 de febrero de 1950.
[2] En 1951, la Congregación tenía ya casas abiertas en Argentina, Brasil, Chile, Cuba, España, Francia, Inglaterra, Italia, México, Portugal, Uruguay; en ese mismo año se abrieron en Colombia e India.
[3] En la carta que conserva el Archivo de la Comunidad de Almería hay una anotación autógrafa cruzada sobre este párrafo: «Carta Crónica del traslado de los restos de nuestra Beata Madre. Diciembre 10 – 951».
[4] M. Victoria María Duarte.
[5] M. Visitación de María Marín.
[6] M. María de la Caridad Villota.
[7] M. Teresa María Bescansa.
[8] El 10 de diciembre de 1951 cayó en lunes.
[9] El Noviciado de Jesús y el Terceronado en la casa de Ríos Rosas.
[10] Aquí se interrumpe la carta conservada en el Archivo de la Comunidad de Buenos Aires.
[11] Lo que sigue en cursiva es un añadido autógrafo de M. María de la Redención Navas en el ejemplar de la carta enviada a la Comunidad de Almería.
[12] Su p. M. in C.J. = Su pobre Madre en el Corazón de Jesús.