M. María Cruz
Gil regaló a la Congregación, en cada uno de los años de su gobierno como
superiora general, una carta con motivo de la solemnidad de la Inmaculada. Sus
sucesoras, con gozo por parte de todas las que componemos el Instituto, han mantenido
fielmente la iniciativa. En los años anteriores, la Madre General acostumbraba
dirigirse a todas con motivo de la Navidad.
Sin embargo fue M. María Teresa Orti, la primera que sintió «como necesidad de comunicarme con todas y
cada una de V.V. C.C. para que en tan solemne fiesta el lazo que nos une dentro
de nuestro amadísimo Instituto se estreche más y más pudiendo regocijarnos como
si en él un solo corazón palpitase de amor y entusiasmo por la Stma. Virgen,
nuestra Patrona y Madre amantísima, Madre que, en su inmenso amor por el
Instituto ha querido darnos su nombre glorioso de un modo providencial que no
deja duda de que Ella así lo ha querido».
La Madre escribía el 3 de diciembre de 1904, «al acercarse la fiesta de nuestra Purísima
Madre en el año jubilar del Dogma de su Concepción Inmaculada». Con el paso
del tiempo las instituciones crecen, se expanden y como insensiblemente se empieza
a entibiar el calor del fervor primero… algo de eso pudo percibir M. María Teresa
Orti cuando escribió a la Congregación la primera carta de la Inmaculada,
haciendo a las Hermanas una doble llamada: a la vida y virtud de la observancia
religiosa y al trabajo y celo apostólico. La Madre con meridiana claridad llama
la atención sobre un aspecto primordial: «Esforcémonos
pues, en trabajar con todas nuestras fuerzas y con una exactitud y fidelidad
que den el valor que deseamos a todas nuestras acciones. El trabajo, su nombre
lo indica, es trabajo y cuesta a la naturaleza doblegarse a él, pero sepámoslo
bien claro, nuestro Instituto es de trabajo y abnegación y si queremos cumplir
con nuestro deber, henos de abrazarnos estrechamente con el trabajo».
Y les infunde mucho ánimo convencida de que «si queremos podemos llevar el Instituto muy
adelante con la gracia de Dios, que ésta no nos falta. Esforcémonos, pues, y
cada cual en su puesto cumpla exactamente su cometido, que esta unión y orden
son las ruedas, o mejor dicho, las alas que la han de hacer subir muy alto en
la presencia de Dios para honra y gloria suya y de la Virgen Inmaculada».
Cuando han pasado más de ciento diez años, cuando casi todo
ha cambiado tanto, se me antoja tremendamente válida y actual la invitación de
M. María Teresa: «Seamos santas, Hermanas
más, sean nuestras miras elevadas, pisemos continuamente nuestras miserias que
ellas no han de faltarnos mientras estemos en el mundo. Fijémonos en las
virtudes de nuestras Hermanas para amarlas y respetarlas, apartemos los ojos de
sus defectos disimulándolos siempre y seamos verdaderas religiosas, verdaderas
Esposas de Jesús e Hijas de su Inmaculada Madre».
Salvando todas las distancias, y casi con temor siento hoy
los mismos deseos que rebosaron en el corazón de M. María Teresa Orti, y esto
pido para mí y para cada una de las que formamos esta familia a la que el Señor
nos trajo…
Muy feliz solemnidad de la Inmaculada 2016.
María Digna Díaz
RMI
Roma, 7 de diciembre de 2016
Nota.- El texto íntegro de la carta de M. María Teresa lo
tenemos impreso en 100 Años de animación
congregaciónal, tomo I, páginas 49-52.