viernes, 16 de junio de 2023

16 de junio...


 No todos los días son iguales… o sí… vete a saber. Lo cierto es que cada día es una nueva oportunidad para agradecer, para crecer, para enmendar, para vivir y dar un paso más hacia la Vida… Cada día es una gracia, un don un regalo… Pero a mí… vete a saber por qué… el día 16 se me antoja especial… tengo motivos personales, familiares y de amistad para agradecer cada 16 de calendario y los tengo muy particulares como Religiosa de María Inmaculada.

Hoy. Este 16 de junio me invita particularmente a la gratitud… a dejarme conducir por Quien cada día me invita a seguirle más de cerca… 

Un domingo 16 de junio de 1844, el hogar de los López-Vicuña en la ciudad de Cascante se inundaba de vida, de alegría y de gratitud por el nacimiento de su primera hija… fallecida antes de cumplir los tres años, el 8 de marzo de 1847.

Otro 16 de junio, no domingo sino martes, la segunda hija del matri-monio, Santa Vicenta María López y Vicuña, escribía no sé si más con el corazón que con la pluma, una carta que a ella la liberaba de ese ra-ro peso que oprime el corazón cuando no sabemos cómo dejar volar nuestros “secretos mejor guardados” … Corría el año de 1868 y aún a sabiendas de que sus palabras iban a provocar sufrimiento, Santa Vicenta María defiende con el mayor ardor, defiende su vocación ante la desazón de su padre que considera descabellado el proyecto al que su hija quiere dedicarse. 

Convencer a D. José María López, no resultó fácil, pero a los diez años exactos de aquella carta, el mismo día en que su primera hija hubiera cumplido 34 años, el 16 de junio de 1878, domingo y Solemnidad de la Santísima Trinidad, Santa Vicenta María pronunció sus primeros votos públicos en la congregación religiosa fundada por ella misma dos años antes. Tal vez ese sea el motivo por el que la M. Fundadora en el ejer-cicio piadoso para el mes de junio en honor al Sagrado Corazón de Je-sús, nos pide renovar los votos en la Misa del día 16.

En este año del Señor de 2023, el 16 de junio señala la Solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús y la Madre General, manteniendo viva una tradición que se remonta a la Madre Fundadora ha renovado la consa-gración del Instituto al Sagrado Corazón de Jesús. 

Yo no sé si en el año de 1939 se renovó esa consagración con la misma fórmula que siempre se hace… porque aquel año, la Solemnidad del Sagrado Corazón también cayó el 16 de junio y es este mismo día, el X Capítulo General, reunido en Salamanca, eligió a M. María de San Luis de Caso, superiora general, para suceder a M. María de la Concepción Marqués fallecida el 13 de enero anterior en San Sebastián.

domingo, 4 de junio de 2023

Solemnidad de la Santísima Trinidad

 

 

Capilla del Instituto de las Religiosas de María Inmaculada

En muchas de nuestras capillas podemos descubrir referencias al misterio de la Santísima Trinidad, pero tal vez, en ninguna es tan explícito como en la de "Villa Santa María". La Solemnidad de la Santísima Trinidad ha marcado hitos importantes en la historia de la Obra apostólica confiada al Instituto y en la Congregación desde su mismo nacimiento.
En la solemnidad de la Santísima Trinidad:
* el 7 de junio de 1868 fue inaugurado el primer Oratorio en el Asilo de Sirvientas, en Madrid, calle Cañizares 16. A partir de entonces, en esta solemnidad se celebraba 'Misa de comunión general' para las chicas (el 26 de mayo de 1872 comulgaron162).
* el 11 de junio de 1876, a las 4 y media de la tarde, el beato Ciriaco María Sancha y Hervás impuso el hábito religioso a Santa Vicenta María y sus dos primeras compañeras.
* el 22 de mayo de 1921, el Santo Padre, Benedicto XV recibió en audiencia a M. María Teresa Orti, el primer encuentro de la Congregación con el Vicario de Cristo.
* el 25 de mayo de 1975, San Pablo VI, proclamó la santidad de la Madre Fundadora.
La Solemnidad de la Santísima Trinidad marcó la renovación canónica de los votos a las primeras generaciones de Hermanas y quedó señalada como un día para la renovación devocional de los votos para todos los miembros del Instituto.
Desde 1966, la capilla de "Villa Santa María" en vía Cassia, ha sido testigo de la renovación de votos de muchos miembros del Instituto, escenario de la profesión perpetua de casi seiscentas Religiosas de María Inmaculada, de la apertura y clausura de ocho capítulos generales, de un Te Deum en acción de gracias por la elección de seis de nuestras superioras generales; ante su altar, dieciocho de nuestras Hermanas sellaron su fidelidad al Señor y dieron el paso definitivo del tiempo a la eternidad donde su vida es ya alabanza, gloria y honor a la Santísima Trinidad.


Tanto las vidrieras, de Romeo Guarnieri, como el mosaico de Hajnal nos ofrecen, de forma magistral, un claro mensaje de fe cristiana: el triunfo de la gracia santificante sobre el pecado y sobre la muerte. En las vidrieras, los colores más claros emanados de la mano creadora del Padre, del aliento de vida nueva del Espíritu Santo y de la pureza de María permiten el paso de una luz clara y diáfana que resulta más opaca en la zona de las vidrieras que se mantienen al margen de ese influjo de gracia. Así entendemos bien por qué es negro el mármol que sirve de marco al Sagrario de plata, para llamar nuestra atención sobre la presencia de Cristo en las especies eucarísticas contenidas en el Sagrario.

 


En nuestro mosaico, de las figuras centrales de la escena: la Santísima Virgen y Santa Vicenta María, emana una luz capaz de vencer a las tinieblas circundantes.



 

Las vidrieras

 


Desde la entrada a la capilla destacan las vidrieras del presbiterio que flanquean el Crucifijo, completando una singular representación de la Santísima Trinidad, misterio al que se vinculan momentos especialmente significativos en la realización de la labor apostólica encomendada a la Congregación.

No es casualidad que la orientación de la capilla sea la elegida por la Iglesia desde la antigüedad para ubicar el Sagrario y el altar mayor en la pared este del edificio con el fin de que los fieles miren hacia el punto donde amanece para adorar y alabar a Dios, el sol naciente que viene de lo alto.



En el muro norte a la derecha del presbiterio, dos vidrieras nos remontan a María Inmaculada (azucena), reina del universo (corona) que, asumida y glorificada, reina junto al Hijo a la diestra de Dios el Padre y como tal es invocada y venerada.






En el muro sur de la capilla, otra vidriera muestra el carácter y la identidad de la congregación religiosa. Por encima de la compleja realidad del mundo representada por colores más cálidos, si no oscuros, se encuentra la Virgen María, representada aquí por los símbolos del anagrama dominado por la corona de la reina y la corona de doce estrellas en un campo de luz capaz de iluminar toda la realidad subyacente, que en este caso se produce a partir de un canal de luz que desciende a lo más bajo y se identifica con el emblema de nuestro Instituto, no como algo diferente sino como prolongación de la misma y única misión de salvación que le ha sido encomendada a la Iglesia.


En el muro oeste o entrada a la capilla, otras dos vidrieras flanquean la puerta principal. De estas, aunque no tienen un simbolismo particular y sus colores son más suaves porque su propósito principal es dejar pasar la luz al interior de la capilla, no podemos pasar por alto sus matices y diseños sencillos como para invitar a los fieles, creyentes o no, a atravesar la puerta que les introducirá en un ambiente de serenidad, paz y silencio propicio a la meditación personal, a la alabanza y adoración de Dios presente en el Santísimo Sacramento y representado en el magnífico Crucifijo que preside la Capilla.

 


El mosaico: Santa Vicenta María López y Vicuña

Sobre una superficie de 16 m2 representa Hajnal en este mosaico una síntesis magistral de la historia de la salvación a través de cinco personajes. Cuatro de ellos iluminan el tenebroso y oscuro mundo del mal. Dos ángeles: uno, el arcángel San Gabriel, para anunciarnos la Buena Nueva y el otro para exhortarnos a dar gloria a Dios. En el centro dominando toda la escena aparece la Santísima Virgen que conduce, guía y protege a Santa Vicenta y ambas, aplastan bajo sus pies al quinto personaje de la escena: la serpiente, como personificación de Satanás. Toda la representación aparece a nuestros ojos como un dibujo realizado sobre un fondo negro que se ilumina en torno a las figuras centrales, casi como queriendo traer a nuestra memoria aquellas palabras del libro del Génesis al comienzo del relato de la creación: “La tierra era casos y confusión y oscuridad por encima del abismo y el Espíritu de Dios aleteaba sobre las aguas” (Gén 1,2).

 

La vida y el carisma de Santa Vicenta María en la historia de la salvación

 

“Dijo Dios: “Haya luz”… y apartó Dios la luz de la oscuridad.” (Gen. 1, 3)

En el primer día de la creación, según el relato del Génesis, Dios creó la luz, pero no "eliminó" la oscuridad, solamente la apartó de la luz. El bien y el mal, como la luz y la oscuridad, son dos realidades que se excluyen, y que nosotros reconocemos por referencia uno del otro. La salud es más fácilmente reconocible cuando se hace presente la enfermedad. La luz adquiere mayor valor en medio de la oscuridad. De manera semejante la gracia santificante cobra su mayor significado cuando reconocemos la presencia y la amenaza del pecado en nosotros mismos, en nuestro entorno y en el mundo.

La religión es algo connatural al ser humano. Cuando una persona reconoce su propio límite surge en ella la certeza de la existencia de un “ser” superior: desconocido, ignorado, rechazado o aceptado. Pero “alguien” que está ahí y que es infinitamente mayor y más poderoso que la propia indigencia. Ese reconocimiento provoca que la necesidad de orar se convierta en el más fuerte imperativo del ser humano.

El reconocimiento de la propia esclavitud y de la propia oscuridad nos abre a la esperanza de la luz y de la libertad.

Los seres humanos caminamos a oscuras cuando lo único que buscamos es la realización de nuestros vanos proyectos, cuando nuestra mirada se dirige únicamente hacia nosotros mismos y nuestros limitados intereses…

Pero cuando alzamos la mirada descubrimos que la luz es más poderosa que nuestra oscuridad; que el gozo de la renuncia es infinitamente mayor que nuestra avidez por una falsa libertad; que la presencia de los otros y sobre todo de Dios en nuestra vida es manantial de alegría y de una riqueza interior que necesitamos compartir… la apertura del alma a Dios provoca la necesidad de poner y ponerse al servicio de los más desfavorecidos.

En el Madrid decimonónico Santa Vicenta María conoció un mundo de caos, oscuridad y confusión; un mundo destrozado por el pecado de los hombres y su lejanía de Dios. Un mundo de esclavitud, humillación y sometimiento para un elevadísimo número de mujeres jóvenes, adolescentes y niñas que perseguían el sueño de una vida digna.

La adolescente y joven Vicenta María, se dejó inundar por la gracia y supo contemplar esa realidad desde la luz que brillaba en su propio corazón. Una luz que no nacía de ella, pero vivía y brillaba en ella y le permitía ver la realidad sin deformaciones

Su fe y la conciencia de haber sido salvada por Jesucristo le permitió a Santa Vicenta María entender que las pequeñas luces del bienestar, de la posición social, del consumismo… son luces que, al fin y al cabo, hablan de crepúsculo más que de aurora. El ser humano, si vive de espaldas a Dios está abocado a la oscuridad, al placer pasajero, a la felicidad efímera, a experiencias que conducen más a la muerte que a la vida y nos hacen renunciar a lo que es más propio del ser humano: su ser criatura y su filiación divina (nadie se engendra ni se nace a sí mismo)

La persona alejada de Dios, centrada sobre sí misma y sobre sus propios intereses, acaba siendo un ser para la destrucción, porque el pecado no construye, sino que destruye; y el egoísmo, el individualismo, el narcisismo, el orgullo, la vanidad, el ansia de poder, tener y placer nos alejan, cuando no nos enfrentan a Dios y eso tiene un solo nombre: pecado.

Santa Vicenta María, que vivió anclada en un don de la gracia que la mantuvo apartada del pecado, diluyó su voluntad en la voluntad de Dios, y por eso su vida no se perdió en el anonimato de un mundo en tinieblas.

Desde su reconocimiento de mujer salvada y liberada en Jesucristo, no crea distancias de egoísmo, temor o recelo con el mundo en el que vive… no ignora el dolor, el sufrimiento, la pobreza, la humillación de muchas personas, particularmente de jóvenes, coetáneas suyas sin más culpa que la de haber nacido pobres, por eso

Su vida actualiza la realización de la profecía de Isaías.

“El pueblo que andaba en tinieblas vio una luz grande.

Una luz brilló sobre los que vivían en tierra de sombras.”


El nacimiento de Santa Vicenta María ocurre en vísperas de la Encarnación (22 de marzo) y su muerte al día siguiente de la Navidad (26 de diciembre). Ese es el significado de los ángeles de la Anunciación y de la Natividad con rasgos típicamente hajnalianos.  El saludo del arcángel Gabriel: “Ave Maria, gratia plena” en este caso parece dirigido no solamente a la Virgen María sino también a Santa Vicenta María, casi como un anuncio de la misión que el cielo le confía. 

El ángel de la Natividad exhortando a la alabanza en el anuncio a los pastores “Gloria in excelsis Deo” es una invitación a la alegría por el favor que Dios concede a los que Él ama.


Jesús nació en Belén… Lo supieron María, José y un grupito de pastores…

Vicenta María en Cascante… Lo supieron sus familiares y vecinos más cercanos…

La mayor parte de los años que Jesús vivió en esta tierra los denominamos ‘vida oculta’ porque no fue un niño prodigio, ni un adolescente tuitero, ni un joven youtubero… Más allá de sus parientes cercanos y sus vecinos nadie supo de la existencia de quien era el Hijo de Dios.

La hagiografía se encarga de engrandecer vidas que generalmente han transcurrido en la más sencilla cotidianeidad, en un círculo de familiares y conocidos que no va más allá del estrecho ambiente en el que se mueve y así fue la vida de Santa Vicenta María.

La grandeza de la vida de Santa Vicenta María fue su fe inquebrantable, la solidez de su esperanza, la generosidad inconmensurable con que vivió, enseño y practicó el mandato del amor, la entrega sin reservas de toda su vida a la misión que el Señor le confió y que hoy reconocemos como una prolongación de la Encarnación, como una gestación de Jesús hasta hacerlo nacer en las vidas de quienes lo ignoraban o le volvían la espalda. Pero una misión tan alta es inconcebible con las solas fuerzas o capacidades personales. Una realidad que Hajnal pone de manifiesto a nuestros ojos en las dos figuras centrales del mosaico. La Santísima Virgen y Santa Vicenta María forman casi una unidad sin que se oculte aquello que las distingue.


La Virgen, detrás de Santa Vicenta María no desaparece, pero le cede el protagonismo de la escena; guía y conduce a la Santa con la suavidad de quien no abandona, tampoco fuerza ni condiciona la respuesta a la llamada de Dios y la opción de dar cumplimiento a la misión recibida. Santa Vicenta María se sabe y se siente protegida y acompañada pero solamente cuando tome su propia decisión, cuando al anuncio del ángel pronuncia su propio FIAT a la voluntad de Dios entonces sí, podrá pisar también ella, junto a la Virgen, la cabeza de la serpiente para poner de manifiesto el triunfo de la gracia sobre el pecado, de la Vida en Cristo sobre la muerte.


El fruto fecundo de la vida terrena de Santa Vicenta María se traduce en un nuevo alumbramiento de Jesús que nace en los corazones e ilumina la vida de cada una de las jóvenes que el Señor ha confiado a sus cuidados y le sigue confiando en las personas de sus hijas.

La vida terrena de Santa Vicenta María no necesitó ser más larga: cuando Jesús ya ha nacido y ella ha abierto una senda reconocible para llegar hasta Él en cada uno de los Sagrarios de las casas del Instituto, puede dar por concluida su misión y morir gozosa. Mientras los ángeles invitan al canto de alabanza por el nacimiento del Hijo de Dios, Santa Vicenta María se despide de sus hijas, recomendándoles que no se supriman las fiestas para las chicas.

El autor remata el mosaico en sus laterales con una cita de San Agustín que define la identidad de Santa Vicenta María:

“Unas veces blanda y otras severa; para nadie enemiga; madre para todos” San Agustín.

Y una sentencia de la Santa en la que pone de manifiesto que ningún amor puede haber por encima del amor de Dios, que genera un incondicional ‘amor de madre’ hacia todos aquellas que le han sido confiadas:

 

“Deseo que améis a las jóvenes a quienes, después de Dios, he mamado con el amor de la más tierna madre” Santa Vicenta María

 

A.M.D.G. et M.I.

 María Digna Díaz Pérez RMI

Roma, 4 de junio de 2023

Solemnidad de la Santísimas Trinidad

lunes, 29 de mayo de 2023

31 de mayo de 1963

 


Un estudio, aún no realizado, seguramente arrojará luz sobre lo que para nosotros hoy es todavía un interrogante. Sabemos que el cuerpo de doña María Eulalia Vicuña de Riega recibió sepultura en el nicho número 103 del Patio de la Soledad en el Cementerio General del Sur, Puerta de Toledo, en Madrid, el día 2 de diciembre de 1877, dos días después de su fallecimiento, ocurrido el 30 de noviembre en su domicilio de la calle de la Bola número 7. También sabemos que el Cementerio General del Sur se clausuró en 1884 y dejó de ser definitivamente lugar de enterramiento en 1905. Y nos preguntamos: ¿dónde estuvo mientras tanto el cuerpo de doña María Eulalia Vicuña y García?

Tal vez no es muy aventurado suponer que la solicitud cursada por M. María de la Concepción Marqués al Ministerio de Gobernación con fecha 16 de noviembre de 1897 para trasladar el cuerpo de doña María Eulalia Vicuña García desde el cementerio al panteón del Convento sito en la calle de Fuencarral n. 113, responda, al menos en parte, al temor fundado del destino que pudieran tener aquellos restos dado el estado ruinoso del cementerio. Ignoramos, hoy en día, cuál fue la respuesta del Ministerio y en qué momento los restos mortales fueron exhumados del Cementerio General del Sur y trasladados, al parecer, al Cementerio de San Isidro.

Lo que sí sabemos en que el día 31 de mayo de 1963, viernes después de la Ascensión y fiesta de la Realeza de María, las campanas de la Casa Madre sonaron a júbilo para recibir dos preciadas reliquias: los restos mortales de doña María Eulalia Vicuña y García y los de M. María Teresa Orti y Muñoz para ser depositados en el mismo sepulcro donde había descansado el cuerpo de Santa Vicenta María López y Vicuña desde 1925 hasta 1931 y desde 1939 hasta 1951.

Desde hace sesenta años, los restos mortales de la fundadora de la Obra en favor de las sirvientas, tía y educadora de la Madre Fundadora y, sin duda, uno de sus referentes en el camino hacia santidad, y los de la sucesora inmediata de Santa Vicenta María en el gobierno del Instituto, descansan justo en frente del sepulcro que ofrece a la veneración de fieles y devotos los restos mortales de Santa Vicenta María.



Las crónicas de las comunidades de Sevilla, Córdoba y la Casa Madre nos permiten saber que el día 29 de mayo de 1963 a las 9 y media de la mañana salió de Sevilla M. María de la Luz Orti y Belmonte, que en Córdoba se le unió su hermana, M. María Angelina y las dos viajaron a Madrid para asistir al traslado, desde el cementerio a la Casa Madre del Instituto, de los restos mortales de su tía carnal y segunda superiora del Instituto, M. María Teresa Orti y los de Doña María Eulalia Vicuña y García[1].

Dos días más tarde, el viernes después de la Ascensión, se llevó a cabo el traslado desde el Cementerio de San Isidro, tal y como lo narra la cronista de la Casa Madre:

31.05: (Viernes después de la Ascensión). Fiesta de la Realeza de María. Como siempre, ofrecen la flor a la Santísima Virgen las Celadoras y Comunión Reparadora.

A las 8, Misa con cánticos. Desayuno extra, todas juntas. Ofrecimiento del trabajo con cántico a la Virgen.

A las 10 se toca para recibir los sagrados restos de nuestra amadísimas Dª María Eulalia Vicuña y Rvma. M. María Teresa Orti. Las R.R. M.M. del Consejo[2], Superiora[3] y Superiora y Maestra de Ríos Rosas[4] con M. Asistente[5] y las dos Madres Orti[6] esperan en el jardín la llegada de los féretros; las demás, en la iglesia. A eso de las 10 ½ llegan los coches, en el de nuestra Revma. Madre vienen las dos Hermanas que han ido al cementerio y conocen el sitio, nicho y cajas: H. María Pasión[7] y H. María Paz de S. José[8].

Detrás viene el camión mortuorio. Llevan la caja de nuestra M. María Teresa sus dos sobrinas, M. María Antonia de Jesús[9] y M. María de San Esteban[10] o sea las que la conocieron y vivieron con ella en esta Casa Madre; la de Dª Eulalia: Superiora[11], Maestra[12], Santa Catalina[13] y Antonia María.

Pasamos rosarios y besamos las cajas. D. José mete las cajas en el sepulcro, ayudado de los obreros; las cajas son negras, forradas de tela y llevan un letrero para distinguirlas; miden como unos 70x40 en forma de ataúd.

En tanto salen 4 sacerdotes en la iglesia los tres altares primeros y capilla de la Beata.

En el altar mayor, dice la Misa D. Juan José [García Failde]: las Elevaciones son casi simultáneas.

Se encienden las lámparas durante la ceremonia.

Ya tenemos en casa a nuestras queridas difuntas q.e.g.e.

H. María de San Vicente[14] que actuó de enfermera con nuestra M. María Teresa, se emociona.

Terminado todo, la Comunidad sube a clausura.

Como todas las puertas estaban cerradas y todo el mundo estaba en la iglesia, no se ve a nadie en el trayecto.

Las junioras y M. María de Santa Catalina[15] también vienen de Ríos Rosas.

Nos leen en el refectorio, después de “María Reina” la preciosa carta póstuma de nuestra Rvma. Madre María Teresa Orti. Recreo al postre.

Idem en la merienda con tarta helada que nos regalan[16].

               La Casa Madre sigue siendo el corazón de la Congregación y, si bien es cierto que doña María Eulalia no conoció en vida la sede actual en la calle de Fuencarral, no lo es menos que su presencia se deja sentir en la vida de la comunidad y entre los muros de aquella iglesia, testigo silencioso de 98 años de la historia del Instituto.

               M. María Teresa Orti deseó ardientemente poder dejar a la Casa Madre dotada de una iglesia grande, y lo consiguió. D. Félix Granda se encargó personalmente de que la Madre pudiera ver, antes de morir, la iglesia ya terminada aunque no alcanzó a verla inaugurada.

               Allí descansan los restos mortales de las dos y se me antoja que escuchan complacidas las oraciones que se dirigen a Santa Vicenta María y con la misma caridad y humildad que las caracterizó en vida, asumirán el oficio de intercesoras silenciosas ante la Santísima Trinidad y ante su Madre Inmaculada, de cada una de las peticiones que se formulan ante el sepulcro de la Madre Fundadora.

 

 

María Digna Díaz Pérez RMI

Roma, 29 de mayo de 2023



[1] Cf. LD-Sevilla 1963-1970, p. 17; LD-Córdoba 1960-1963, p.172; cf. LD-Casa Madre 1962-1964, p. 158.1

[2] El consejo General estaba compuesto por: M. María de la Redención Navas, superiora General; M. María de la Caridad Villota, M. María Asunción Jaén, M. Visitación de María Martín y M. Antonia María Orbegozo, consejeras generales; M. María Caridad Brugel, secretaria general; M. María Teresa Canós, ecónoma general, pero la cronista no específica quiénes estaban por entonces en Madrid.

[3] M. María Asunción Ferrer, superiora de la Casa Madre.

[4] M. María Antonia Castejón y M. María Mercedes Baruel.

[5] M. Antonia de Jesús Perales.

[6] M. María Angelina y M. María de la Luz Orti y Belmonte.

[7] H. María de la Pasión Muñoz Barrionuevo, ingresó en la Congregación el 30 de mayo de 1907.

[8] H. María Paz de San José Berroa Herrera, ingresó en la Congregación el 15 de octubre de 1938 y residió en la Casa Madre desde 1941 hasta su muerte el 1 de mayo de 1994.

[9] M. María Antonia de Jesús Perales, ingresó en el Instituto el 17 de junio de 1911.

[10] M. María de San Esteban de la Calle e Iturrino, ingresó en el Instituto el 9 de abril de 1917 y residió siempre en la Casa Madre.

[11] No especifica si fue la superiora de la Casa Madre, M. María Petra de Jesús Cadenas, o la de Ríos Rosas, M. María Antonia Castejón.

[12] M. María Mercedes Baruel.

[13] M. María de San Catalina Muñoz Maldonado, ingresó en el Instituto el 26 de junio de 1918.

[14] H. María de San Vicente Escartín, ingresó en el Instituto el 21 de diciembre de 1911 y falleció en Madrid, Ríos Rosas, el 17 de noviembre de 1979.

[15] M. María de Santa Catalina Muñoz Maldonado, entró en la Congregación el 26 de junio de 1918 y falleció en Madrid, Ríos Rosas, el 5 de abril de 1970.

[16] LD-Casa Madre 1962-1964, pp. 158-161.

miércoles, 22 de febrero de 2023

Un día como hoy... 22 de febrero, miércoles de Ceniza...

 




Fue el día 22 de febrero de 1871, miércoles de ceniza en aquel año... y en este de 2023… Hace ya 152 años, la semilla empezaba a mostrar el fruto... El grupo de señoras que compartían piso con la Sirvientas acogidas en el Asilo establecido para ellas en la madrileña plaza de San Miguel, empezaron a llevar un estilo de vida comunitaria según unas "Reglitas provisionales" elaboradas por santa Vicenta María. Formaron aquella primera comunidad apostólica, además de santa Vicenta María, doña María Eulalia Vicuña, doña Emerenciana de la Riva, doña Celedonia Palomar, doña Juana de la Cruz Orti y Lara, doña Leoncia Pérez, Dolores Mucha Velasco.....

Las «Reglitas Provisionales» marcaron el ritmo de su vida diaria y su plena dedicación al apostolado en favor de las jóvenes de Madrid y del mundo….

Reglas que deberán observarse por las Señoras reunidas con el fin de llevar a cabo la obra caritativa en favor de las jóvenes sirvientas mientras que llegue el caso de que formalmente se guarden las Constituciones.

Todas estarán subordinadas a la Señora fundadora de la Casa que por ahora es a quien corresponde hacer cabeza y en su ausencia ó imposibilidad a la persona que la misma designe.

Deben hacer mucho aprecio de la virtud de la obediencia sujetándose con gusto a la voluntad de su Superiora con cuyo parecer contarán para salir de casa y para todo lo demás que ocurra fuera de las cosas ya establecidas y que siguen su marcha ordinaria.

Deberán guardar uniformidad en los ejercicios espirituales y se someterán a observar con exactitud la distribución del tiempo que se expresa a continuación.

Se levantarán hora y media antes de la misa haciendo enseguida de vestirse una hora de oración; después de misa podrán invertir hora y media para desayuno y arreglo de su persona y habitación.

Pasado este tiempo cada una se dedicará a la ocupación que se la tenga señalada hasta la una, que reunidas en el Oratorio harán el examen.

Comida y descanso hasta las tres, a cuya hora leerán en particular el P. Rodríguez u otro libro espiritual.

De las tres y media a la hora del Rosario que será ordinariamente de siete y media a ocho se ocuparán útilmente como por la mañana.

Después del Rosario, reunidas como para el examen tendrán media hora de oración; las consideraciones de que en ella ha de ocuparse quedan a la elección de cada una, pudiendo meditar la lectura que tuvieron por la tarde o bien llevar preparados algunos puntos a propósito.

Mas deben tener entendido que así como la oración de la mañana se endereza principalmente al aprovechamiento propio, el fruto de la de la tarde debe particularmente dirigirse al provecho del prójimo y así será muy útil que ocupen ese tiempo en reflexionar como cumplen con el cargo que se les tiene encomendado y tomen sus medidas para desempeñarlo cada vez con más perfección.

Examinen también detenidamente si con sus hermanas se portan con la caridad y unión que se requieren estudiando los medios de conllevar sus diferentes condiciones y genios.

Consulten con el Divino Maestro todas sus dudas y pídanle luz y auxilios eficaces para vencer todas las dificultades que se ofrezcan.

No olviden que la conversión y santificación de las almas es obra de Dios y así encomiéndenle ferventísimamente las de estas pobres criaturas exponiendo a S.D.M. sencillamente las necesidades particulares de cada una a fin de que el mismo Señor que a tan cara costa las redimió las prevenga con su gracia y dé a conocer los medios que deben ponerse en práctica para remediarlas. Si de este modo se hace cuán fructuosa será esta media horita de recogi­miento!

Concluida la oración, cena, examen, leer la meditación para el día siguiente y acostarse.

Después del examen guardarán silencio en cuanto se pueda y entre día tratarán de conservar el recogimiento propio de su estado.

Sus conversaciones serán útiles y edificantes procurando conservar siempre una santa alegría en lo cual se complace mucho al Señor a quien sirven.

Cuando salgan de casa mandadas o con el permiso correspondiente, volverán un cuarto de hora antes del examen siendo por la mañana y por la tarde antes de anochecer.

Se cuidará con la mayor escrupulosidad de que haya siempre una de las Señoras vigilando a las jóvenes acogidas para cuyo fin estarán distribuidas convenientemente las horas del día y en las horas de examen y oración alternarán por turno haciéndolo antes o después la que le toque este encargo; lo mismo se entiende por la mañana en la hora que la mayoría están ocupadas.

Cada mes tendrán un día de retiro cuyos ejercicios consistirán en que la hora ordinaria de meditación sea sobre materia que tiende a renovar el fervor del espíritu.

A las diez de la mañana media hora de minucioso examen del modo de obrar observado en el mes anterior y acto continuo media hora de lectura espiritual.

Por la tarde media hora de meditación y lectura antes de la plática.

Todas estas prácticas deben hacerse con la perfección posible y deseo de aprovechar para llenar el fin del Instituto que está encerrado en la propia santificación y provecho de las almas.

Para hacerse pues instrumentos útiles de la gloria de Dios ante todo procuren ser humildes. El P. Rodríguez en el cap. 5º de su tratado de la humildad se expresa así: "No está la humildad en palabras ni en cosas exteriores sino en lo interior del corazón, en un sentir bajísimamente de sí mismo, en tenerse en poco y en desear ser tenido de los otros en baja reputación que nazca de un profundísimo conocimiento propio" ¡qué definición tan exacta de la verdadera humildad! procuremos penetrar su sentido y conformarnos con ella.

Gran necesidad tienen las personas para quien se escribe esta instrucción de sólida y verdadera humildad pues no hay medio más eficaz para conservar la estima y amor de nuestros hermanos que acostumbrarse a mirar las faltas propias y disimular las ajenas ni por el contrario, nada conduce más directamente a perderla que el censurar su acción de lo cual proviene la discordia y desunión.

Súfranse mutuamente sus defectos y ámense unas a otras como se aman los miembros de nuestro cuerpo que, como dice muy bien S. Agustín si uno padece todos padecen y contribuyen a su alivio y cuando sana todos se regocijan.

Si por la fragilidad humana hubiese algún pequeño altercado se adelantará cada una de las partes ofendidas a reconciliarse con humildad sin conservar mal semblante ni muestra alguna de resentimiento.

La obediencia debe ser ciega y para que sea tal necesita de verdadera abnegación de la propia voluntad y juicio: para que se les haga más fácil este ejercicio deben mirar a Cristo N.S. en la persona que hace los oficios de superiora sujetando a ella con gusto no solo su voluntad sino en cuanto posible sea su entendimiento, para obedecer con más perfección. Todos los santos han tenido en mucho esta virtud y Santa Teresa decía que aunque todos los Ángeles le hubiesen dicho que hiciese alguna cosa, si su superiora le mandase lo contrario hubiera preferido la orden del Superior (Año Feliz 8 de Junio).

Deben desprenderse de todas las cosas de la tierra, considerando que el motivo que las movió a reunirse para esta santa obra debió ser el de poder más libremente servir a Dios N.S. y por lo tanto evitarán las visitas y amistades inútiles, el salir de casa sin justo motivo y todo cuanto pueda contribuir a distraerlas del santo fin que se han propuesto.

Han de poner toda su mira en cumplir con exactitud la distribución de horas, no faltando nunca a los actos de Comunidad y siguiendo el orden establecido en los ejercicios espirituales, persuadidas de que así agradan a Dios aunque su inclinación las lleve a otros por más laudables y santos que sean.

Si aman a Dios no podrán menos de amar a las almas que le costaron derramar toda su sangre y consiguientemente tendrán un vehemente deseo de su salvación.

Este celo de las almas deben fomentarlo considerando lo que es la ofensa de Dios, el valor de una sola alma y el premio prometido a las que se dedican a la santa empresa de salvarla.

Se han de sacrificar por aprovechar a las que Dios ha puesto bajo su cuidado.

Las tratarán con caridad afectuosa y no omitirán medio que esté a su alcance para enderezarlas por el camino de la virtud.

Deben poner mucho cuidado en tratarlas a todas con igualdad sin distinciones ni aficiones particulares que en toda Corporación son veneno.

Finalmente acudan todas a la oración fuente de donde manan todos los bienes para conseguir los auxilios especiales que se necesitan para llenar debidamente la misión que Dios les ha confiado y pidan frecuentemente a S.D.M. que se consolide esta obra de la cual tanta gloria puede redundarle y tanto provecho a las almas redimidas con su preciosísima sangre.

 

 La historia del desarrollo y puesta en práctica de las "Reglitas Provisionales" y el texto autógrafo puede consultarse en: María Herminia de Jesús RODRÍGUEZ DE ARMAS, Santa Vicenta María redacta las Constituciones de las Religiosas de María Inmaculada. Transcripción y génesis según los manuscritos originales, Roma 1979.

sábado, 4 de febrero de 2023

Un día como hoy... 4 de febrero

Hace 130 años...

 La habitación donde pasó Santa Vicenta María los últimos meses de su vida y donde las religiosas velaron su cadáver hasta que la gran afluencia de personas que querían verla obligó a trasladarla al “saloncito de columnas” más accesible a la gente de la calle, se convirtió casi por inercia en un lugar de oración, nadie pensó en la posibilidad de volver a ocupar aquel espacio para algo que no fuera rezar, y dejarse empapar del legado de santidad a la Congregación que la Madre Fundadora había sellado entre aquellas paredes.

Transformada la habitación en Oratorio privado, el día 4 de febrero de 1893, el Obispo de Madrid, D. José María Cos y Macho, concedió licencia para que pudiera celebrarse Misa en aquel altar. Tres años más tarde, el invierno fue duro y la salud de muchas hermanas se resintió seriamente. Por ese motivo, y “teniendo en cuenta el número de enfermas que existen en esa Congre­gación y mientras duren estas circuns­tancias” se concedió trasladar el Santísimo de la Capilla al Oratorio privado, convirtiendo así a la Casa Madre, el día 5 de febrero de 1896,  en la primera de las casas del Instituto que albergó dos Sagrarios con la presencia de Jesús Sacramentado entre sus muros.

Después de la Beatificación el recinto fue modernizado con un nuevo altar construído con el arcón de madera tallada, obra de los Talleres Granda, que conservó los restos mortales de la Madre Fundadora desde 1925 hasta 1931 y desde 1939 hasta 1951 cuando su cuerpo fue trasladado en la capilla adosada a la iglesia, donde descansan actualmente.