El 24
de noviembre señala en el calendario del Instituto fechas entrañables, como el
viaje de Santa Vicenta María a Madrid con el fin de completar su formación y un
viaje triste de regreso a Cascante con motivo de la muerte de su madre[1].
Un 24 de
noviembre, en Granada, la sierva de Dios María Stella Iglesias Fidalgo recibió
la última llamada del Señor que la había escogido para sí[2].
Antes de esos acontecimientos, un 24 de
noviembre, hace hoy 200 años nació una niña que entrará a formar parte de esta
historia de salvación a la que el Señor quiso incoporarla.
M. María Josefa Orti y Lara
Doña Juana de la Cruz Orti y Lara, nació en Marmolejo (Jaén) el 24 de noviembre de 1823. Era hermana del filósofo Juan Manuel Orti y Lara, a través del cual conoció a la familia Riega-Vicuña en Madrid. En junio de 1871 entró a formar parte del grupo de señoras residentes en el Asilo de Sirvientas. Al año siguiente hubo de abandonar temporalmente Madrid por motivos familiares, de regreso a la Corte ingresó en la Congregación el 15 de abril de 1880 y dos meses más tarde, el 11 de junio, cuarto aniversario de la fundación del Instituto recibió el hábito religioso con el nombre de María Josefa. Hizo los primeros votos en Madrid el 24 de septiembre de 1882. En la que fuera primera ceremonia de profesión perpetua en la Congregación y única en vida de Santa Vicenta María, pronunció M. María Josefa Orti sus votos perpetuos junto con la Madre Fundadora y otras ocho compañeras, entre ellas su sobrina carnal M. María Teresa Orti y Muñoz, el 31 de julio de 1890. Murió en la Casa Madre, casi a punto de alcanzar los 80 años de edad el 21 de noviembre de 1903[3].
M. María Josefa Orti, admitida cuando había cumplido ya 56 años, fue la única ‘anciana’ que Santa Vicenta María conoció en el Instituto.
La persecución religiosa conocida en la tercera década del siglo XX en España hizo desaparecer la mayor parte del archivo histórico de la Congregación de las Religiosas de María Inmaculada. Fue así como desaparecieron las biografías de las primeras generaciones de los miembros del Instituto. Terminada la Guerra, M. María de San Luis de Caso quiso que se recogieran testimonios de las que habían convivido con las más antiguas. Entre esos papeles han llegado hasta nosotras unas notas biográficas que nos permiten conocer algo de la vida de M. María Josefa Orti y que reproducimos en homenaje de gratitud en el segundo centenario de su nacimiento.
Jesucristo en sus divinas predicaciones
hizo brotar de sus dulcísimos labios una parábola tierna y consoladora como todas
las suyas: la parábola del Padre de familias que escoge obreros para su Viña[4].
Consoladora es sobre
todo para aquellas almas que se ven retratadas en los últimos obreros escogidos,
que acuden a la viña a última hora, trabajan poco y reciben el mismo galardón que
los que soportan el peso del día y del calor.
Ciertamente que tratándose
de la Viña del Padre Celestial han de sentirse orgullosos los primeros en trabajar
a su lado y por su gloria desde las primeras horas del día, es decir, desde los
primeros años de su vida que les debe parecer corta para emplearla en servicio de
tan digno Dueño; por eso es encantadora la misericordia del Señor que sabe hacerse
cargo de nuestra humana miseria y reserva un consuelo para cada circunstancia de
la vida.
Juana de la Cruz[5] va a ser el obrero llamado a la hora undécima
para recibir un inmenso galardón de su Divino Dueño. Vamos a verla trabajar con
denuedo su santificación en los últimos años de su vida, ejercitándose en las virtudes
más heroicas, ocultas y abnegadas. Pero antes, permítasenos detallar brevemente
sus primeros pasos en la vida.
Era D. Vicente Orti, médico director del Balneario de Marmolejo, en donde residía con su dignísima y cristiana esposa, Dª Marina Lara, de la que obtuvo del Señor 7 hijos que fueron, como sus padres, modelos de virtud cristiana.
Pero si todos emularon
las virtudes de sus cristianos antecesores, entre ellos descollaba por su piedad
y caridad, la niña Juana.
Había nacido en Marmolejo
y allí paso sus primeros años en compañía de sus padres; pero muertos estos, la
reclamó a su lado su hermano Juan Manuel que residía entonces en Madrid; así pasó
con él largas temporadas sin abandonar del todo el suelo natal donde quedaba parte
de su familia.
Entre la selecta sociedad
madrileña que frecuentaba la casa del erudito escritor Orti y Lara de gloriosa memoria,
eran de los más asiduos los Sres. de Vicuña, tíos de nuestra Madre Fundadora.
Juana era algo más joven
que Dª María Eulalia[6], pero sus almas gemelas simpatizaban hondamente,
tanto que al cabo de algún tiempo que siguieron tratándose, Juana atraída por la
caridad y celo de la heróica iniciadora de las Sirvientas, resolvió secundarla en
su difícil tarea ayudándola cuanto le fuere posible.
Para mejor entregarse
a obra de celo tan grande y trascendental, resolvió despedirse de los suyos a quienes
quería entrañablemente y de quienes era muy bien correspondida, pues Juana se hacía
amar de todos por su bondadosa caridad y amable trato.
Duro fue el golpe para
unos y otros y ya creyendo sus deudos no volver a disfrutar más de las caricias
y ternuras de tan piadosa hermana, prima y tía.
También Dª María Eulalia
se congratulaba con tenerla a su lado, según sus planes, para siempre, siéndole
su compañía utilísima y agradable. Pero otros era, sin embargo, los designios del
Señor.
Pasado algún tiempo en
que Juana con santa alegría se entregaba a la Obra de las sirvientas, enviudó su
hermano Alfonso, quedando siete niños en triste orfandad, la mayor de 15 años y
la más pequeña contando sólo algunos días.
Desolado el pobre viudo
en tan angustiosa situación, acordóse de su buena hermana, y reconociendo las altas
dotes de su espíritu elevado y los nobles sentimiento de su piadoso corazón, resolvió
rogarle hiciera las veces de madre para con sus hijos huérfanos animándola a dejar
la santa vida de caridad y celo que tenía emprendida en favor de los pobres, por
otra no menos abnegada y caritativa de cuidar a sus sobrinitos huérfanos.
Tomó consejo de personas
discretas y prudentes, sobre todo de su hermano Juan a quien amaba y estimaba como
a un santo y a un sabio y decidido que hubieron entre todos que Juana se quedase
al cargo de los pequeños, tomó aquel cuidado que la Providencia le deparaba con
todo el ardor de su corazón, entregándose por entero con alma y vida a las educación
y amparo de sus amados sobrinos.
No quedaron frustradas
las esperanzas de tan buen padre y cristiano caballero, pues la piadosa y esmerada
educación que recibieron los niños al lado de su virtuosa y ejemplar tía Juana dio
los resultados que eran de esperar. Dos de los varones fueron escogidos por el Señor
para pertenecer a la ínclita Compañía de Jesús, llamándose los Padre José María
y Luis Orti; la más pequeña de las hermanas entró religiosa en las Esclavas del
Sagrado Corazón y los demás fueron cristianos, padres y madres de familia que dieron
al Señor varios de sus hijos.
Así pasaron unos nueve
o diez años; transcurrido el cual tiempo, el viudo contrajo segundas nupcias con
una señora muy virtuosa que pertenecía también a la familia; entonces Juana, reconociendo
que no era necesaria su presencia en casa de su hermano, resolvió dedicarse toda
a Dios y entrar como Religiosa en el ya fundador Instituto de María Inmaculada.
Aunque poseía Juana cuantiosas
rentas, mientras vivió en el mundo, en casa de su hermano Alfonso vistió pobrísimamente,
empleando todos sus haberes en obras de caridad y celo. Los pobres la amaban con
delirio y la llamada su madre ¡cuánto sintieron su marcha! aunque si bien se mira
nada perdieron, pues Juana entraba en una Instituto dedicado todo él en beneficio
de los pobres.
Tomó la toquilla el 15
de Abril de 1880, y bien sea por su avanzada edad, 52 años, o por sus relevantes
virtudes o por ya haber trabajado en la Obra de las sirvientas anteriormente, le
concedió nuestra santa Madre el Hábito a los dos meses, haciendo su profesión temporal
a los dos años y sus votos perpetuos el 31 de Julio de 1890, el mismo día que los
hizo nuestra Madre Fundadora.
Mucho la quería y estimaba
tan sana Madre y en sus cartas tiene para ella párrafos de mucho elogio y cariño,
aparte de las que le dirigía particularmente con todo el amor de una Madre como
lo era suya según Dios, y toda la ternura filial de una hija como por su edad podía
considerarse. Por amor a Madre María Josefa (que este fue el nombre que recibió
Juana en su toma de hábito) había conocido y amado también a su sobrina Marina Orti
que tanto había de trabajar por el Instituto, siendo su segunda Superiora General;
y siguiendo la estela luminosa de estas dos almas santas, iban a seguir iluminando
el firmamento del Instituto otras y otras Religiosas de la familia Orti que siempre
conservó su sello de piedad y de virtud[7].
Por aquellos años perdía
el Instituto con gran dolor de nuestra Madre Fundadora casi todos sus haberes pecuniarios,
quedando reducido a la indigencia. No fue de poco alivio al corazón de nuestra Madre
Fundadora la generosidad de su Hija María Juana que al hacer su profesión dejaba
por casi exclusivo heredero de sus cuantiosos bienes al naciente Instituto.
No necesitaban ciertamente
de este lazo aquellos corazones que tan unidos habían vivido siempre; no obstante,
jamás la Madre Santa pudo olvidar el desinterés y afecto demostrado por su abnegada
hija. Unidísimas vivieron las dos hasta la muerte de nuestra venerada Fundadora.
Según testimonio de M.
María Josefa[8], era nuestra biografiada «Un alma de Dios». No
pensaba más que en Él y en nuestra santa Madre, ni tenía otros afectos vivos ni
otras conversaciones. Fue Superiora de Burgos[9] y murió de un ataque cerebral.
Fue siempre un modelo
de piedad y de laboriosidad. Cuando ya con los años había perdido casi por completo
la vista, pedía que le comprasen lana gorda y con ella hacía refajos a toda la comunidad.
También un catarro crónico invadió sus bronquios los últimos años de su vida. Las
superioras procuraban no faltara fuego en su habitación durante el invierno, pero
para que el cambio de temperatura no le perjudicara no la dejaban salir de ella
y allí le llevaban todas las mañanas la Sagrada Comunión. Gran sacrificio para su
fervor tener que omitir las visitas a Jesús Sacramentado, y así con frecuencia solicitaba
a su enfermera a que pidiera a la Madre Superiora la gracia de hacer alguna de estas
visitas. La Madre accedía alguna vez diciéndole «sólo dos minutos». La llevaba
del brazo la enfermera a hacer la deseada visita. Ya en la puerta de la capilla
empezaba a hacer sus coloquios y al poco rato decía: «Jesús mío te tengo que
dejar por no desobedecer pero Tú sabes cuando me cuesta» y seguían os coloquios
acompañados del don de lágrimas.
Cuando ya no pudo ni
hacer refajos, pedía que le subieran guisantes para desgranar o judías verdes o
cualquiera de estas cosas en que pudiera ayudar. Su conversación siempre de cosas
santas o de nuestra venerable M. Fundadora.
[3] Cf. María Digna Díaz
Pérez, Historia de la Congregación de Religiosas de María Inmaculada,
t. I.1, Madrid 2000, p. 207.
[4] Cf.
Mt 20, 1-16.
[5] El
manuscrito la menciona unas veces por su nombre de pila: “Juana de la Cruz”, incluso
anteponiendo ‘María’ y otras por el religioso: “María Josefa”. Con el fin de evitar confusión unificamos, llamándola
por su nombre de bautizo hasta la toma de hábito y por el religioso a continuación.
[6] Doña María
Eulalia Vicuña nació el 10 de diciembre de 1805, la diferencia de edad era, por
tanto, de dieciocho años.
[7] Además
de M. María Teresa Orti y Muñoz, entraron en la Congregación su primera M. María
de la Cruz Alcalá y Orti; sus dos hermanas M. María de los Dolores y M. María del
Inmaculado Corazón Orti y Muñoz; y sus dos sobrinas M. María Angelina y M. María
de la Luz Orti y Belmonte.
[8] M.
Josefa María Sálegui Illarzamendi entró en la Congregación el 15 de diciembre
de 1887 y falleció en Pamplona el 23 de junio de 1946.
[9] El 31
de junio de 1893 fue nombrada M. María Josefa Orti superiora para la casa de
Burgos; el 29 de agosto de 1894 fue elegida cuarta consejera general para
sustituir en el equipo de gobierno, a la recién fallecida M. María Javiera
Elgorriaga; en junio de 1895 fue por enviada como superiora interina en Sevilla
y regresó a Madrid en marzo de 1897.
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