miércoles, 24 de mayo de 2017

Triduo en honor de santa Vicenta María - día tercero

Himno a Santa Vicenta María (III)



Llenen los aires nuestros cantares,
himno grandioso eleve la voz
a la Madre mil veces bendita
ejemplo excelso de fe y de amor.

Tu corazón sediento se moría
de la sed que Jesús tuvo en la Cruz,
sed de llevar al mundo en su agonía
los dulces resplandores de la luz.
Haz que esta sed la sienta el alma mía,
para llevar las almas a Jesús,
y como premio logre yo algún día
subir al cielo donde moras tú.

Siguiendo los senderos de tu vida
que florecen en lirios de virtud;
el ejército amante de tus hijas
va ascendiendo a las sombra de la cruz.

Extiéndeles tu mano protectora
y rebosando en dulce gratitud
rendirán a tus plantas virginales
el rico don de eterna gratitud.

Hemos escuchado los “cantares” con los cuales las Hermanas han sostenido, sostienen y lanzan al futuro la heredad que recibimos de nuestra santa Madre Fundadora.
Hemos soñado con poder también nosotras morir de sed, de la sed que Jesús tuvo en la Cruz, de la sed que experimentó santa Vicenta María, de la sed que han sentido tantas Hermanas nuestras…
Hoy pedimos a santa Vicenta María que nos alcance la gracia de caminar por el sendero de vida que ella misma nos trazó, porque necesitamos y queremos que nos enseñe y nos ayude a cultivar, a recoger y a ofrecer, con alegre generosidad, los lirios de virtud que adornan el camino por el que discurre nuestro estilo propio…
Desde los comienzos del Instituto, santa Vicenta María aprovechó cualquier ocasión para imprimir en el corazón de las Hermanas el sello de la sencillez y humildad que debía caracterizarnos siempre. Cuando M. María Teresa Orti, convertida ya en novicia, pasó unos días con su familia en Marmolejo, de camino para la fundación en Jerez de la Frontera, parece que le preocupaba la imagen que podía dar a los suyos y santa Vicenta María le advierte:
No se ocupe de sí ni de lo que pensarán los otros, sino obre en todo con sencillez y tenga presente lo que dice el Padre Rodríguez: que al malo no le hace bueno ser alabado. Manténgase en humildad, reconociendo que nada, nada tiene, ni puede de sí y no pierda el tiempo en pensar que los demás la tengan por más o menos buena; nunca será más que lo que sea delante de Dios.
No sé si porque alguna se lo preguntó abiertamente, o porque ella comprendió el bien que nos haría saberlo, la Madre Fundadora explicó a la comunidad de la Casa Madre cuál es la señal inequívoca de que adelantamos por el camino de la perfección a la que Cristo nos llama y nos invita:
Se conocerá que [una Religiosa de María Inmaculada] adelanta [por el camino de la perfección], si va venciendo sus pasiones y, si no contentándose con tener dominio sobre sí misma, da un paso más, procurando hacerlo todo con perfección, y si en este hacer todo con perfección no busca más que a Dios, su amor y su mayor gloria, olvidándose completamente de sí misma, de sus inclinaciones, gustos y comodidades, en fin, perdiéndose en la inmensidad del amor del Corazón de Jesús, entonces habrá no solo adelantado sino llegado al colmo de la perfección y si quiere ser despreciada y gusta de ser humillada y abatida, teniéndolo por gloria y por más imitar a Jesús crucificado, ya es mártir y santa
Hoy queremos mirarnos en el espejo de las que han sido y son fieles reflejos de lo que el Señor nos pide y espera de cada una. Consuela poder leer algunos necrologios.
A la muerte de M. María Javiera Elgorriaga, escribía M. María Teresa Orti:
[…] las que la conocimos, impresa llevamos en el gratísimo recuerdo de su exterior, aquella igualdad de ánimo en todas las cosas, aquella paz y dulzura que cautivaba el aprecio de cuantos la miraban y trataban, aquella modestia angelical, espejo clarísimo donde se reflejaba el candor y la inocencia de su alma, y no menos la limpieza de corazón que la hacía acreedora a vivir siempre en la presencia de su Dios y disfrutar las delicias de su amor; aquel interés por el Instituto; aquella veneración y santo respeto con que apreciaba todas sus cosas aun las más insignificantes y pequeñas, aquel gozo con que como buena hija, vivía segura en él, cual vive el niño en el regazo de la más tierna y cariñosa madre; aquella paz con que aceptó gustosa la muerte, manifestando que moría muy contenta por haberle concedido el Señor sin merecerlo, la gracia de morir en la Congregación, escala segura para ella, para subir a la gloria, como es de esperar subiría en la hora de su preciosa muerte. Dichosa ella que supo copiar en sí tan al vivo el retrato de su Madre y nuestra, la Rma. M. Fundadora.
M. María Teresa Orti, ante las dificultades y los sinsabores que nuestras tareas apostólicas traen consigo, nos invita a mirarnos:
… en el espejo que nos dejó nuestra venerable Madre: mira en sus apuntes, aquella humildad siempre temerosa pero siempre confiada y siempre amante, porque el amor humilde es el que hace contrapeso en el alma de quien ha de emplear su trabajo, y trabajo activo, en procurar la santificación de sus prójimos.
Confiase más en Dios cuanto más se desconfía de si propia, y trabájase con más éxito en las almas cuando el amor hacia ellas nace más directamente del amor que tenemos a Cristo.
Señor sé que de mí, nada soy, que nada puedo, más si Vos encendéis mi corazón en vuestro amor ¿de qué no seré capaz?
Hoy queremos rebosar de gratitud hacia aquella que el Señor nos regala como Madre y modelo, hoy queremos releer aquellas palabras que ella escribió a las Hermanas como salvaguarda de la vocación y la fidelidad a la consagración religiosa:
Para que pensemos en Dios y en sus beneficios, nos dio el Señor, mis amadísimas Hermanas, nuestro entendi-miento; para acordarnos de Él nos dio la memoria, y para amarle, la voluntad. Y, prescindiendo por un momento, del uso que de nuestras potencias hiciéramos mientras vivimos en el siglo, ¿cuál ha sido durante la vida religiosa? Dándonos nuestra Madre la Religión tanto tiempo para ejercicios espirituales, ¿cuál ha sido en ellos nuestro ejercicio de las potencias? ¿Qué conocimiento hemos adquirido de Dios, después de tantas horas de oración y trato con él? Y si esto va nivelado con el amor, ¿cuánto ha crecido en nosotras el amor de Dios?
¿De qué se ocupa nuestra memoria? ¿Se empeña ella en recordar el grandísimo beneficio de haber sido llamadas a vivir en la vida religiosa? Midamos esto por el afecto; que, si como grande beneficio lo tuviéramos, como en realidad es, grandemente lo apreciaríamos. No tenga-mos en vano nuestras almas; no dejemos de trabajar con todas nuestras fuerzas en nuestra santificación, que, si tuviésemos ociosas nuestras potencias, no seríamos dignas de habitar la casa de Dios.

Santa Vicenta María:
Extiéndenos tu mano protectora
y rebosando en dulce gratitud
rendiremos a tus plantas virginales

el rico don de eterna gratitud.

Triduo en honor de santa Vicenta María - día segundo

Himno a Santa Vicenta María (II)


Llenen los aires nuestros cantares,
himno grandioso eleve la voz
a la Madre mil veces bendita
ejemplo excelso de fe y de amor.

Tu corazón sediento se moría
de la sed que Jesús tuvo en la Cruz,
sed de llevar al mundo en su agonía
los dulces resplandores de la luz.

Haz que esta sed la sienta el alma mía,
para llevar las almas a Jesús,
y como premio logre yo algún día
subir al cielo donde moras tú.

Cuando yo era niña, si ocurría la muerte de un menor, de un adolescente o de una persona joven aún, oí muchas veces una expresión que me sorprendía: Si es que se tenía que morir; era tan bueno que no era para este mundo.
Cuando empecé a conocer algo la Congregación y supe que Santa Vicenta María había vivido solamente 43 años, 9 meses y cuatro días… resonó la frase en mi interior; cuando luego fui leyendo y releo algunos de los testimonios de personas contemporáneas suyas, vuelve siempre a mi memoria el recuerdo de aquella expresión de mis paisanos y pienso… “si es que se tenía que morir…”. Santa Vicenta María murió ahogada por la disnea; pero, tengo para mí que la verdadera causa fue otra… la santa Madre murió ahogada por la misma sed que la mantuvo en vida y activa durante los años que sufrió la tuberculosis.
Cuesta entender que sufriendo esa enfermedad en una época en la que los paliativos servían de poco, fuera capaz de hacer tanto viaje, de soportar tanta responsabilidad, de sacar adelante tanto negocio, de superar situaciones tan adversas, de no perderse de ánimo cuando los problemas la superaban y no encontraba soluciones…
No sabemos quién le contagió la tisis, aunque podamos sospecharlo, pero nunca pasará de una sospecha. Sí sabemos, en cambio, quién le contagió esa sed insaciable de almas y de cielo, que la inflamaba en amor, que la urgía al servicio, que le hacía olvidarse de sí, también en medio de sus dolencias, para pensar en los otros: en la Iglesia, en sus hijas, en las chicas, en los bienhechores del Instituto…
Cuando santa Vicenta María era una niña, cuentan que lloraba ante la imagen del Cristo de la Columna en su Cascante natal. Aquella imagen puede emocianar hasta las lágrimas incluso a un adulto… pero no quiero vanalizar lo que el Señor pudo comunicar al corazón de aquella niña. Cuando nos acercamos a sus apuntes espirituales, en muchos momentos, se tiene la impresión de que la Madre Fundadora hacía aquellas contemplaciones ante la Imagen de su Cristo atado a la Columna, y le dolía… y se dolía…
Viendo a Jesús azotado, despedazado, coronado de espinas, crucificado, ¿quién querrá regalos y gustos? Viva yo crucificada con Vos. Vos ultrajado por los sacerdotes, soldados y toda clase de gentes, con todo género de ignominias, ¡y pretenderé yo estimación! ¿Ha de ser el siervo más que su Señor? Preciso es estar dispuesto a sufrir desprecios en vista de los de Jesús; pero, Dios mío, ¡qué repugnante es a la naturaleza! En fin, si trabajo por adquirir humildad, me será más fácil. El Señor me enseña en el huerto, a sufrir las penas interiores, pues tan terribles las sufrió; ¿y yo no querré padecer una pequeña desolación?
Jesús, clavado en una cruz, todo hecho una llaga por mí: ¿y yo no me sacrificaré en correspondencia justísima? Renuncie a todos mis gustos y abráceme con la cruz.
Pero santa Vicenta María no era una mujer plañidera de nostalgias o recuerdos del pasado… Su encuentro con Cristo es un prolongado presente que le permite reconocerle allí donde Él sufre, allí donde Él espera alivio porque  «cuanto hicisteis a unos de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis».
Santa Vicenta María sabía bien dónde y cómo se prolongaba ante sus ojos la pasión de Cristo y en qué manera podía ella colaborar para que tanto sufrimiento no fuera en vano:
…, Vos, Señor, despedazado con los azotes, traspasada vuestra augusta cabeza con las espinas: ¿y por quién? Por mis pecados. ¿Y no será esto bastante para comprender su gravedad y obligarme a sacrificarme con Vos, siendo yo el culpable? Ya que parece que no tengo en mi mano mortificar este cuerpo, conozco que me debo aplicar intensamente a la mortificación interior, reprimiendo mis impaciencias, sujetando la arrogancia y apego que tengo a mi propio juicio, ocultando cualquier cosa buena que haga, y no dando oídos a las alabanzas. Todo lo conseguiré, si no aparto la vista de mis pecados, del infierno que tengo merecido, de lo que a Vos os han costado, del conocimiento de que nada bueno puedo tener de mí misma; pues, en todas las cosas, lo que a mí me pertenece, son las faltas e imperfecciones. Dios mío, me esforzaré a trabajar para que estas criaturas os sirvan, y así sean para ellas también útiles vuestros intensísimos tormentos.
… …
Lo que sí quiero hacer, Dios mío, es trabajar sin descanso en procurar que estas pobres criaturas vivan bien y se salven.
Santa Vicenta María vive en su misma carne la Pasión, porque el Señor quiso asociarla a ella… y responde a esa gracia con dolor: dolor de una enfermedad que mina su cuerpo y agota sus fuerzas físicas; dolor porque no escapa a calumnias y malos entendidos; dolor porque el Señor le presenta una inmensa mies para cultivar pero no le envía operarias suficientes; dolor intensísimo porque no todas las chicas responden a la acción benéfica de la gracia como sería de esperar; dolor porque en el Instituto no reina la más perfecta caridad a la que ella y sus hermanas han sido llamadas; pero por encima de todos ellos, hay un dolor que neutraliza todos los demás: dolor de amor, que le permite superar cualquier otra pena y ofrecer todo su padecimiento en aras del más perfecto cumplimiento de la voluntad de Dios para ella y para cada una de las personas que el Señor le confía; dolor de amor que la lleva a identificarse con el mismo amor que llevó a Jesús a la Pasión y  la muerte:
¡Con cuánto amor ha padecido mi Señor su Pasión y muerte por mí! Bien decía el apóstol: la caridad de Cristo nos apremia a que vivamos sólo para Aquel que murió por nosotros. Sí, Dios mío, al ver en Vos tanta generosidad, quiero yo tenerla para hacer y padecer cuanto Vos queráis; pero, con prontitud, con alegría y con afán de corresponder a tal bondad y cooperar a la obra de la Redención.

Vos, Señor, dais la vida por mí: pues yo quiero vivir solo para Vos, trabajando por aprovechar al prójimo, correspondiendo así, de algún modo, a vuestra infinita caridad.

Si he de ser la Esposa de Cristo Crucificado, he de conformarme con El.

Hoy, queremos pedirle que su enseñanza nos valga, que su ejemplo nos anime, que su dolor de amor se nos contagie, que como ella nos consideremos obligadas a ser tan del todo y de solo Dios, como debemos ser todas las que formamos el Instituto de Religiosas de María Inmaculada; porque también nosotras queremos «llevar las almas a Jesús», y porque esperamos y anelamos, un premio inmerecido: lograr «algún día subir al cielo donde» mora ella y con ella, todas las que nos han precedido.

Triduo en honor de santa Vicenta María - día primero

Himno a Santa Vicenta María (I)


Llenen los aires nuestros cantares,
himno grandioso eleve la voz
a la Madre mil veces bendita
ejemplo excelso de fe y de amor.

Yo quisiera hoy, dado que cantar no puedo, afinar el oído cuanto me sea posible para escuchar, desde el corazón, los “cantares” con los cuales a lo largo de la historia congregacional, han honrado y venerado a la Madre Fundadora las Hermanas que nos han precedido y las que en este presente son pilares que sostienen y dan proyección de futuro al Instituto.
Tengo para mí que, dando razón de ser a esos “cantares” de la Congregación está la alegría profunda y desbordante que cubre, como si de un arcoiris se tratara, toda la existencia humana de santa Vicenta María.
La vida y la vocación de la Madre Fundadora se enmarcan en un cuadro de alegría cristiana, que va más allá del sentimiento o de una sensación pasajera. Es fruto de una profunda vivencia «de fe y de amor», de la más genuina experiencia cristiana que evocamos con particular gozo dentro del tiempo pascual en el que celebramos, las más de las veces, la fiesta litúrgica de santa Vicenta María[1].

La alegría cristiana es una vivencia que puede convivir incluso con el dolor humano; la fe incondicional en la Resurección de nuestro Señor Jesucristo ilumina de tal manera el misterio de su Pasión y de su Muerte que nuestra participación en esos misterios se expresa en un anhelo de vivir el mandato del amor, como Él nos pide, como Él nos enseña, como la Santa Madre lo aprendió, lo vivió y nos lo enseñó.
La existencia terrena de santa Vicenta María podemos enmarcarla entre dos manifestaciones de alegría, de gozo, de gratitud que son tales cuando, desde la fe y el amor cristiano, pueden sobreponerse a situaciones de profundo dolor humano, de enfermedad y de muerte.
Cuando don José María comunicó a Madrid la noticia del segundo alumbramiento de su esposa, afirma que «Dios aflige y no desampara» y que, si bien era cierto que el 8 de marzo había sido un día de llanto para la familia, no lo era menos que el 22, recibían a la segundogénita «con toda felicidad» y con la misma celebran su bautizo unas horas más tarde. La tristeza, el vacío, el temor, la incertidumbre que en aquella casa había sembrado la muerte quedaba disipada como niebla mañanera por la alegría del nuevo nacimiento.
En el ocaso de la vida humana de la Madre Fundadora, brillan momentos de una alegría que impactaron profundamente a quienes fueron testigos presenciales de ellos. No esconde santa Vicenta María la tristeza que provoca la proximidad de la muerte, pero lejos de quedarse en ella exclama: «“Triste está mi alma hasta la muerte”[2], pero, Jesús mío, no, Vos teníais motivos muy grandes y yo no tengo más que motivos de alegría».
Aquel estado de alegría que la acompañó toda su vida, se hizo particularmente evidente para todos en la estapa final.  El 10 de diciembre recibió la Extreaunción, de manos del P. Hidalgo con una disposición de «paz y alegría interior» que dejó huella no solamente en las Hermanas sino también en las señoras seglares que pudieron presenciar el acto. Dos días más tarde, la fatiga era continua y la fiebra rayaba los 40º,
«y en medio de todo este sufrimiento verdaderamente horrible, [mantuvo] completa lucidez de inteligencia, inalterable paz y hasta dulce alegría, [y tuvo] rasgos de agudeza de ingenio, asombrosos en tal situación.
Animándola su piadoso Director llegó a decirle que para que el milagro por intercesión de S. José fuese más visible había de estar en la agonía y recobrar la salud. A lo que contestó con tanta viveza como gracia: "¡Ay! ¿y he de padecer dos agonías yo que tanto temo a una?".
Por la tarde vino el P. Hidalgo, rezó la novena que se está haciendo a la Inmaculada, con el Sagrario abierto y después de un precioso acto de consagración al Sagrado Corazón de Jesús dio la bendición con el Santísimo a la enferma.- "No hay monja más feliz que yo", decía con santa alegría, "¡cómo me paga Ntro. Señor lo poco que padezco!"»

La tranquilidad, la alegría y la dulzura con que santa Vicenta María escuchaba las oraciones que rezaban junto a ella, hace afirmar a la periodista Isabel Cheix que aquello no era «morir, sino pasar del destierro de la vida al gozo eterno del Señor, acabar la existencia animada por la fe, llena de esperanza, abrasada en el amor de Dios»
M. María de la Concepción Marqués, afirma que los continuos padecimientos de la enfermedad no bastaron para «hacerla perder ni un punto la conformidad, la paciencia, y hasta la alegría santa con que recibía de la mano amorosa del Señor los dolores, y los sufrimientos más intensos»
En 1868, al terminar los Ejercicios y ser interrogada por su tía Sor Dominica, acerca de la resolución que había tomado en orden a su vocación (a mí siempre me ha sorprendido la respuesta de la Santa Madre, cuando lo que va a comunicar sabe ella bien que no a todos les va a resultar agradable) tiene una respuesta que es como un eco del Magnificat: «Alegrémonos en Dios, que es quien así lo ha querido y por quien hemos de quererlo también nosotras: las chicas han triunfado».
Conocer la voluntad de Dios para ella, para sus Hijas, para las chicas… y reconocer la gracia del Señor para poder cumplirla es siempre un motivo de alegría en la vida de santa Vicenta María.
Las dificultades que ofrece el trabajo apostólico de la obra confiada por la Iglesia a la Congregación, las combatía la Madre Fundadora con el cultivo de esa alegría que es fruto de una vida de fe y de amor.
M. María Teresa Orti no se cansa de evocar esa característica tan propia nuestra, y escribe después de una de sus visitas a las casas: «¡Si viesen qué alegría da cuando como yo, se tiene que ir de una casa a otra (que ahora bien reciente lo tengo), y se encuentran a nuestras Hermanas todas alegres, todas deseando ser buenas, y contentas y más contentas con su vocación! Mucho me acuerdo ahora que somos tantas de nuestra santa Madre que gozaría mucho, pero ella desde el cielo nos verá y gozará más».
Cuando las situaciones son adversas, cuando el odio a la Iglesia amenaza también a la Congregación, M. María Teresa, haciéndose eco de aquella alegría que ella había aprendido de la Madre Fundadora, no duda en decir a las Hermanas, que los males que nos amenzan no deben «quitarles la alegría tan propia de este tiempo [de Navidad], al contrario, infundirles ánimo y alegría verdadera: motivo para ello lo tenemos, pues, quién puede tener mayor alegría que nosotras, a quienes cabe la dicha de conocer y amar al Divino Redentor».
El gozo que nos caracteriza no es ideal, teórico o desencarnado, es algo que conforma nuestro modo de ser, en las pequeñeces de cada día y en los momentos que exigen actos grande de genero-sidad; así se entiende que  «Llenas de alegría emprendieron su marcha» las primeras religiosas del Instituto destinadas a América.
M. María Teresa no se cansa de exhortar a la alegría a las comunidades porque, según ella «la alegría y la devoción son hermanas inseparables de las buenas religiosas».
Cuando, hace cien años, creyó que daba su último consejo a la Congregación como Superiora General, terminó formulando una invitación: «Seamos muy buenas, muy rectas y sinceras en todas nuestras obras, con la mirada puesta muy alta, que eso da grande alegría y paz al alma; compensación inmensa que el Señor concede a cambio de los pequeños, y a veces viles gustillos terrenos, que es fuerza sacrificar para obrar de manera digna de una buena Religiosa Hija de María Inmaculada y de su fiel sierva nuestra santa Madre Fundadora».
Porque creyó… porque amó… porque creemos… porque amamos, también nosotras queremos llenar los aires con nuestros cantares, entonando un himno grandioso de alegría, de fidelidad, de entrega generosa, de santidad recibida, luchada y ofrecida, a quien el Señor nos regaló por madre, que no deja ni dejará nunca de velar por cada una de nosotras.

Llenen los aires nuestros cantares,
himno grandioso eleve la voz
a la Madre mil veces bendita
ejemplo excelso de fe y de amor.



[1] Para que la fiesta de santa Vicenta María se celebre después de Pentecostés hace falta que la Pascua caiga entre el 22 de marzo y el 5 de abril y no es lo más frecuente, aunque ocurrirá en 2026.
[2] Mt. 26, 38.