Himno a Santa Vicenta María (III)
Llenen los aires nuestros cantares,
himno grandioso eleve la voz
a la Madre mil veces bendita
ejemplo excelso de fe y de amor.
Tu corazón sediento se moría
de la sed que Jesús tuvo en
la Cruz,
sed de llevar al mundo en su
agonía
los dulces resplandores de
la luz.
Haz que esta sed la sienta
el alma mía,
para llevar las almas a
Jesús,
y como premio logre yo algún
día
subir al cielo donde moras
tú.
Siguiendo los
senderos de tu vida
que florecen
en lirios de virtud;
el ejército
amante de tus hijas
va ascendiendo
a las sombra de la cruz.
Extiéndeles tu
mano protectora
y rebosando en
dulce gratitud
rendirán a tus
plantas virginales
el rico don de
eterna gratitud.
Hemos escuchado los “cantares” con los cuales las Hermanas
han sostenido, sostienen y lanzan al futuro la heredad que recibimos de nuestra
santa Madre Fundadora.
Hemos soñado con poder también nosotras morir de sed, de la sed que Jesús tuvo en la Cruz, de la sed que
experimentó santa Vicenta María, de la sed que han sentido tantas Hermanas
nuestras…
Hoy pedimos a santa Vicenta María que nos alcance la gracia
de caminar por el sendero de vida que ella misma nos trazó, porque necesitamos
y queremos que nos enseñe y nos ayude a cultivar, a recoger y a ofrecer, con
alegre generosidad, los lirios de virtud que adornan el camino por el que
discurre nuestro estilo propio…
Desde los comienzos del Instituto, santa Vicenta María aprovechó
cualquier ocasión para imprimir en el corazón de las Hermanas el sello de la
sencillez y humildad que debía caracterizarnos siempre. Cuando M. María Teresa Orti,
convertida ya en novicia, pasó unos días con su familia en Marmolejo, de camino
para la fundación en Jerez de la Frontera, parece que le preocupaba la imagen
que podía dar a los suyos y santa Vicenta María le advierte:
No se ocupe de sí ni de lo que pensarán los otros, sino obre en todo
con sencillez y tenga presente lo que dice el Padre Rodríguez: que al malo no
le hace bueno ser alabado. Manténgase en humildad, reconociendo que nada, nada
tiene, ni puede de sí y no pierda el tiempo en pensar que los demás la tengan
por más o menos buena; nunca será más que lo que sea delante de Dios.
No sé si porque alguna se lo preguntó abiertamente, o porque
ella comprendió el bien que nos haría saberlo, la Madre Fundadora explicó a la
comunidad de la Casa Madre cuál es la señal inequívoca de que adelantamos por
el camino de la perfección a la que Cristo nos llama y nos invita:
Se conocerá que [una Religiosa de María Inmaculada] adelanta [por el camino de la
perfección], si va venciendo sus pasiones
y, si no contentándose con tener dominio sobre sí misma, da un paso más,
procurando hacerlo todo con perfección, y si en este hacer todo con perfección no busca más que a Dios, su amor y su mayor gloria, olvidándose completamente de sí misma, de sus
inclinaciones, gustos y comodidades, en fin, perdiéndose en la inmensidad del
amor del Corazón de Jesús, entonces habrá no solo adelantado sino llegado al
colmo de la perfección y si quiere ser despreciada y gusta de ser humillada y
abatida, teniéndolo por gloria y por más imitar a Jesús crucificado, ya es
mártir y santa
Hoy queremos mirarnos en el espejo de las que han sido y son
fieles reflejos de lo que el Señor nos pide y espera de cada una. Consuela
poder leer algunos necrologios.
A la muerte de M. María Javiera Elgorriaga, escribía M. María
Teresa Orti:
[…] las que la conocimos, impresa llevamos en el gratísimo recuerdo de
su exterior, aquella igualdad de ánimo
en todas las cosas, aquella paz y dulzura que cautivaba el aprecio de
cuantos la miraban y trataban, aquella modestia angelical, espejo clarísimo
donde se reflejaba el candor y la inocencia de su alma, y no menos la limpieza
de corazón que la hacía acreedora a vivir siempre en la presencia de su Dios y disfrutar las delicias de su amor; aquel interés por el Instituto; aquella
veneración y santo respeto con que apreciaba todas sus cosas aun las más
insignificantes y pequeñas, aquel gozo
con que como buena hija, vivía segura en él, cual vive el niño en el regazo de
la más tierna y cariñosa madre; aquella paz con que aceptó gustosa la muerte,
manifestando que moría muy contenta
por haberle concedido el Señor sin merecerlo, la gracia de morir en la Congregación, escala segura para ella, para subir a
la gloria, como es de esperar subiría en la hora de su preciosa muerte. Dichosa
ella que supo copiar en sí tan al vivo el retrato de su Madre y nuestra, la
Rma. M. Fundadora.
M. María Teresa Orti, ante las dificultades y los sinsabores
que nuestras tareas apostólicas traen consigo, nos invita a mirarnos:
… en el espejo que nos dejó nuestra venerable Madre: mira en sus
apuntes, aquella humildad siempre temerosa pero siempre confiada y siempre
amante, porque el amor humilde es el que hace contrapeso en el alma de quien ha
de emplear su trabajo, y trabajo activo, en procurar la santificación de sus
prójimos.
Confiase más en Dios cuanto más se desconfía de si propia, y trabájase
con más éxito en las almas cuando el amor hacia ellas nace más directamente del
amor que tenemos a Cristo.
Señor sé que de mí, nada soy, que nada puedo, más si Vos encendéis mi
corazón en vuestro amor ¿de qué no seré capaz?
Hoy queremos rebosar de gratitud hacia aquella que el Señor
nos regala como Madre y modelo, hoy queremos releer aquellas palabras que ella
escribió a las Hermanas como salvaguarda de la vocación y la fidelidad a la
consagración religiosa:
Para que pensemos en Dios y en sus beneficios, nos dio el Señor, mis
amadísimas Hermanas, nuestro entendi-miento; para acordarnos de Él nos dio la
memoria, y para amarle, la voluntad. Y,
prescindiendo por un momento, del uso que de nuestras potencias hiciéramos
mientras vivimos en el siglo, ¿cuál ha sido durante la vida religiosa? Dándonos
nuestra Madre la Religión tanto tiempo para ejercicios espirituales, ¿cuál ha
sido en ellos nuestro ejercicio de las potencias? ¿Qué conocimiento hemos
adquirido de Dios, después de tantas horas de oración y trato con él? Y si esto
va nivelado con el amor, ¿cuánto ha crecido en nosotras el amor de Dios?
¿De qué se ocupa nuestra memoria? ¿Se empeña ella en recordar el
grandísimo beneficio de haber sido llamadas a vivir en la vida religiosa?
Midamos esto por el afecto; que, si como grande beneficio lo tuviéramos, como
en realidad es, grandemente lo apreciaríamos. No tenga-mos en vano nuestras
almas; no dejemos de trabajar con todas nuestras fuerzas en nuestra santificación,
que, si tuviésemos ociosas nuestras potencias, no seríamos dignas de habitar la
casa de Dios.
Santa Vicenta María:
Extiéndenos
tu mano protectora
y rebosando
en dulce gratitud
rendiremos a
tus plantas virginales
el rico don de eterna gratitud.