sábado, 22 de mayo de 2021

Importancia de la «fraternidad» en la historia de la Congregación

 

    Cuando me pidieron que preparara el tema no supe qué responder, cuando quise prepararlo no supe por dónde empezar, a medida que fui leyendo no supe por dónde seguir, luego no supe cómo terminar y, sinceramente hoy… no sé qué decir. Idealizar la vivencia de la fraternidad a lo largo de la historia del Instituto me parece un error y pienso que no podemos caer en la ingenuidad de creer que cualquiera tiempo pasado fue mejor, porque cualquiera pasado fue sencillamente anterior y estuvo, como cualquier momento, también el nuestro, sujeto a connotaciones históricas, geográficas y ambientales que influyen en los comportamientos humanos cuando no los deciden y condicionan.
    Antes de entrar en el tema quiero confesar que tengo alergia congénita a los tópicos, al desgaste que hacemos a veces de palabras y expresiones con una riqueza de significado que nos desborda. Quizás tenía que habérmelo hecho mirar antes de alcanzar la tercera edad; ahora ya, lo ofrezco al Señor y pongo mi confianza en la oración y la caridad de quienes tienen que sufrirme y que me quede el consuelo de daros una ocasión más de vivir la caridad fraterna. ¡Perdonadme por ello! 

    Desde hace algún tiempo el término «fraternidad» ha sentado plaza en nuestro lenguaje y me da miedo pensar que podamos correr el peligro de hablar, escribir y reflexionar… hasta llegar a olvidarnos de su verdadero significado, me da miedo que el “año de la fraternidad” se quede simplemente en uno más.
     De las definiciones que me ofrece el Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española, para el término fraternidad me llama la atención la primera acepción: 

1. f. Amistad o afecto entre hermanos o entre quienes se tratan como tales

     El diccionario admite esa relación sin que haya vínculos de sangre; no dice que la fraternidad es la relación de quienes ‘se saben’, ‘reconocen’ o ‘profesan’ hermanos sino entre quienes se “tratan” como tales. 

    Y cuando busco el significado del término «hermandad» que la RAE me ofrece como segunda acepción de «fraternidad» me encuentro con que eso significa en primer lugar: 

1. f. Relación de parentesco que hay entre hermanos. 

    Y en segundo lugar

2. f. Amistad íntima, unión de voluntades

    En cada una de nosotras, a la llamada del Señor a vivir en comunidad nuestra consagración, le siguió un acto de la voluntad que traduce en la respuesta dada al sentirnos llamadas y renovada cada día. 

    La fraternidad -independientemente del número de veces que aparezca el término como tal en los escritos que conservamos- no sólo está presente en el núcleo mismo del carisma, sino que creo poder afirmar que es la razón de ser del carisma desde su primer origen: el acercamiento de las clases sociales que se pretende con la promoción del servicio doméstico nace del mandato de la caridad. 


“Amaos los unos a los otros como Yo os he amado […] en esto conocerán todos que sois discípulos míos” (cf. Jn 13, 34.45) 

“No os llamo ya siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su amo; a vosotros os he llamado amigos […] no me habéis elegido vosotros a mí, sino que yo os he elegido a vosotros y os he destinado para que vayáis y deis fruto, y que vuestro fruto permanezca” (cf. Jn 15, 15-16) 

“[…] vosotros sois todos hermanos. Ni llaméis a nadie ‘Padre vuestro en la tierra’, porque uno solo es vuestro Padre: el del cielo” (Mt 23,8-9) 

    Manuel María y María Eulalia Vicuña se sintieron urgidos por este mandato del Señor, no a la lucha social entendida como enfrentamiento de clases, pero sí a hacer de las ‘sirvientas’ mujeres libres con la libertad de los hijos de Dios, ni por debajo ni por encima de ninguna otra clase social, y Santa Vicenta María pone los medios para que las chicas, recuperada su dignidad y su libertad, puedan reconocerse llamadas a la santidad en Jesucristo. 

    El primer medio para lograr el objetivo es el ‘ejemplo’, el testimonio de vida, algo que Santa Vicenta María aprendió y comprendió en la contemplación de los misterios y la vida de Cristo: 

Toda la vida del Señor fue un continuo ejemplo de humillaciones y vida escondida […] (Ap.EjSVM 1876, 1, 2ª) 

Deseo, Señor mío, imitaros […] en procurar ganar a todos para Vos, con buen ejemplo y los demás medios que están a mi alcance. (ApEjSVM 1971, 6º, 2ª) 

    M. María Teresa Orti, que representa la línea de continuidad sin fisuras con la Madre Fundadora en el estilo de vida y desarrollo de la misión de la Congregación, prácticamente define a la Superiora General del Instituto como una “imitadora” de la Madre Fundadora y desde su primera carta circular pide oraciones a las Hermanas, para la que más adelante sea designada como sucesora de Santa Vicenta María: 

pidan de continuo a Ntro. Señor que prevenga con su gracia a la que más tarde haya de ser elegida, a fin de que, al ocupar el lugar de nuestra santa y amadísima Madre, sea para honrarla con su imitación y ser, con su ejemplo, el modelo de las demás, como aquella lo fue, llevando adelante esta obra tan amada suya, por la cual dio hasta el último aliento de su vida. (CarMTO, A todo el Instituto. Madrid, 26.07.1891) 

    A las superioras les pide «que vayan adelante con el ejemplo» (Ib.) y a todas las religiosas les recordaba que «nuestra santa inolvidable y queridísima Madre, se consideró más y más obligada a ser tan del todo y de solo Dios que en la práctica de todas las virtudes dejó ejemplo de lo que deben ser las que forman el Instituto de María Inmaculada para el servicio doméstico. Han de ser como ella, conocedoras hasta donde alcancen sus talentos de la excelencia y aprecio que merece el Instituto; han de procurar honrarle con sus prácticas y sólidas virtudes; de sacrificarse por él y por sus queridas Colegialas acordándose que si por este doble amor y aprecio consumió y abrevió la vida nuestra santa Madre Fundadora, no será mucho la consumamos por lo mismo nosotras sus hijas, pues esto y más vale el honor y buen nombre de la Congregación; las alabanzas del Pontífice; el ejemplo de nuestra Madre querida; la santificación de las almas» (CarMTO, A todo el Instituto. Madrid, 26.07.1896) 

    En 1911, al entregar al Instituto las Reglas impresas, M. María Teresa se muestra satisfecha de la vida de las Hermanas y las anima a no bajar la guardia «pues el buen ejemplo estimula, -y añade- puedo decirles con verdad que de las casi quinientas de que hoy, por la misericordia de Dios, se compone el Instituto, quizás no pudiera señalarse una docena que no trabaje “con todo empeño en el Señor” por guardar la santa observancia» (CarMTO a la Comunidad de Oviedo. Madrid, diciembre de 1911). 

    Cuando se empezaron a percibir cambios reales y significativos en el perfil social de la mujer, algunas Hermanas empezaron a temer que nuestra misión perdiera su razón de ser; entonces M. María Teresa indica que el camino es el ejemplo de vida que estamos llamadas a ofrecer: 


Decimos que son pocas las [chicas] que se quieren dedicar a servir y que las que se prestan a ello son exigentes, independientes... y me preguntarán: ¿Si no vienen, cerramos los Colegios? ¿Si vienen y son levantiscas podemos colocarlas? ¿Cómo las recomendaremos?
 

Vendrán menos, pero vendrán, no todas sirven para mecanógrafas. Modo de sostenerlas…, modo de no espantarlas..., la caridad cristiana, el celo de la gloria de Dios, el amor a las almas redimidas con la sangre preciosa de Cristo, nos sugerirán ideas y medios para atraerlas al Colegio y conservarlas. Por el Señor no faltarán gracias, por nosotras... Si somos buenas, si procuramos dar buen ejemplo, si las llevamos por el camino trillado de las Reglas, (las que para ellas atañen) tampoco faltarán. Que encuentren en el Colegio bienestar, interés por todas las cosas, instrucción la que quiera aprovecharla, ¡cariño! […]. No es cariño de amiga lo que hace bien a sus almas, cariño que dé confianza para todo, […]. El cariño que han de encontrarse es: en las Superioras y Prefectas muestras de interés por todas sus cosas, que las encaminen y aconsejen y que vean en ellas, más que una madre natural, una santa religiosa. El cariño con las Madres y Hermanas con quienes trabajan es no ver nunca en ellas un mal modo ni la más mínima acción desedificante, que las enseñen paciente e ingeniosamente, sin mostrarles malos modos, aunque tuviesen que advertirlas. […]. Este es el cariño santo, haciendo todo eso con verdadero espíritu de Dios. Un mal modo, una palabra dura dicha por las religiosas cuánto daña a un alma sencilla que creyó ver en ellas, santas de los altares que han tomado vida... En un colegio en que todas las religiosas se esmeran de esta manera, no viendo en las chicas otra cosa que almas a las que están obligadas, cada cual, según su cargo, a llevarlas al cielo, no les faltarán colegialas. (CarMTO, A todo el Instituto. Madrid, 15 de agosto de 1922) 

    Siendo esto así, la primera exigencia apostólica de una Religiosa de María Inmaculada tiene su fundamento en la fraternidad vivida, testimoniada y contagiada; porque nadie da lo que no tiene y nadie tiene lo que no vive. La fraternidad, el espíritu de fraternidad, la caridad fraterna. 

    Santa Vicenta María lo refleja con meridiana claridad en las Reglas que van a marcar la vida de la Congregación: 



Siendo esta virtud [de la caridad fraterna] tan esencial para la vida religiosa procurarán […] vivir tan unánimes que vengan a ser un solo corazón y una sola alma para cumplir aquel dulcísimo precepto del Divino maestro en el sermón de la cena: “amaos los unos a los otros como yo os amé” y con este modelo de caridad a la vista no solamente se unirán entre sí sino que movidas por las llamas de amor con que se abrasa por ellas el corazón de Jesucristo, vendrán a ser en cierta manera un solo corazón con el de su Celestial Esposo. (AGRMI, 8; Xeroc. 4,21) 

    La vida y el apostolado de las Religiosas de María Inmaculada -con sus límites y sus sombras, pero también con sus virtudes y logros- se desarrolla dentro del marco que señalan sus Constituciones y Reglas. 

    Y si hemos venido a la Congregación -volviendo a la definición del diccionario-, a crear fraternidad como una relación de parentesco, en unión de voluntades, nada tiene de extraño que las Reglas afirmen que 

Conviene ante todo que se amen mutuamente con aquella verdad e interés que corresponde a los que son parte o miembros de un mismo cuerpo y a las que, como dice S. Agustín, se han reunido para morar unánimes y no tener sino un alma y un corazón en Dios. (Reglas Generales, 409 [297]).

    Y puesto que el vínculo no es de sangre, pero sí de voluntades, las Reglas no imponen ni exigen, sino que presentan el camino a seguir no sólo con total claridad, sino incluso descendiendo a detalles muy concretos de la vida cotidiana para ayudar a elevar la vida comunitaria y el trabajo ordinario a los más altos niveles de la santidad cristiana, de tal manera que el cimiento no puede ser otro que el de la caridad cristiana. En este punto las Reglas, más que un código de normas, son como la expresión de los más íntimos deseos que animaban el corazón de la Madre Fundadora cuando redactó las dos primeras cartas circulares de todas bien conocidas. 

Para fomentar este mutuo amor y caridad fraterna, han de tener grande aprecio unas de otras considerando todo lo bueno que ven en sus Hermanas y suponiendo siempre que hay en ellas mucha más virtud de lo que por de fuera se conoce. 

 
En el trato de unas con otras han de ser muy sencillas, dulces y afables sin faltar a la gravedad que pide la vida que profesan y ninguna porfíe pero si en algo hay diversos pareceres y se juzga que se debe manifestar tráiganse razones con modestia y caridad con deseo de que se entienda la verdad y no de llevar la suya adelante.
 
Todas hablarán siempre bien de todas sus Hermanas y mostrarán hacer mucha estima […] 

Mucho es de desear que ninguna dé ocasión a sus hermanas ni en obras ni en palabras del menor disgusto del mundo, pero también es de desear que estén dispuestas a sobrellevar con dulzura los defectos propios de todos los hijos de Adán […] (Cf. AGRMI, 8; Xeroc. 4,52ss.)

    Las Reglas, que señalan el camino a las Religiosas de María Inmaculada, tienen como telón de fondo -y no podía ser de otra manera- el campo apostólico que la Iglesia confía al Instituto. No siempre fue fácil traducir en apostolado la experiencia espiritual y la vivencia comunitaria, tal vez por eso las Reglas señalan siempre -casi como si de una brújula se tratara- “el Norte único”: la voluntad de Dios y su mayor gloria: 

Se esmerarán muy particularmente en que resplandezca tanto el espíritu de fraternidad y caridad que debe unirlas para que así las personas de casa como las de fuera queden siempre edificadas alabando a Dios Nuestro Señor que es todo caridad y quiere que mutuamente nos amemos con el amor que la caridad ordenada requiere dejándonos de ellos repetidos y sublimes ejemplos. (Reglas comunes 33 [126]). 

    M. María Teresa Orti, expuso con meridiana claridad en muy pocas palabras el alcance de la “fraternidad” con motivo de la aprobación pontificia del Instituto: 

Sirva la aprobación de nuestro Instituto para que resplandezca en nuestras Comunidades el espíritu de caridad acendrada, amando vivamente a Dios, amándonos mutuamente con aquella caridad fraterna que forme de todos nuestros espíritus una sola alma y corazón, y amando a nuestras acogidas con un amor puro, nacido del mismo amor de Dios. (CarMTO, circular, .03.1899). 

    La segunda carta circular de Santa Vicenta María Al Instituto, especialmente en sus párrafos segundo y tercero vale por un tratado de “caridad y unión fraterna”; afirma la Madre Fundadora, siguiendo la doctrina del P. Rodríguez, que «una de las señales de que ama Dios mucho una Congregación, y de un modo especial, es concederle una gran unión y hermandad de unos con otros» y su convicción de que «necesitamos que el Señor nos mire con un amor especial y para merecerle es preciso que tengamos un grande empeño en que llegue a reinar una perfecta caridad entre nosotras, si nos esforzamos a ello el Señor con su gracia hará que aquella se consolide y podrá consolidarse y prosperar la Congregación»

    Casi cincuenta años más tarde, M. María Teresa Orti podía despedirse de los miembros del Instituto llamándoles la atención particularmente en 



un punto de grandísimo interés para el Instituto, y es que hasta el presente, por la infinita misericordia de Dios, se ha conservado en él una paz y unión inalterable entre las que hemos constituido el Consejo General, y de parte del local yo no tengo motivo más que para dar gracias a Dios por la docilidad, sumisión y respeto de todas las Superioras. ¡Qué inmenso beneficio es este para un Instituto religioso! Ténganlo en cuenta Hermanas mías, y cada cual por su parte esfuércese para que así continúe siempre, siempre, siempre. Yo con toda el alma pido a Dios Ntro. Señor, a nuestra amantísima Patrona, a nuestros protectores San José y San Ignacio sin olvidar a nuestra edificantísima, humildísima y observantísima Fundadora, que se conserve este espíritu que ella nos legó de unión de caridad.
(CarMTO, a todas las religiosas del Instituto. María, 26.02.1925) 

    Sin esa vivencia de la caridad fraterna, creo sería impensable el testimonio de religiosas y colegialas en situaciones de extrema adversidad como las que se vivieron, durante el gobierno de M. María de la Concepción Marqués, en México y en España. 

    Que la vivencia de la fraternidad y el testimonio ha sido, en la vivencia comunitaria y en el campo apostólico, un camino con tropiezos es evidente y queda de manifiesto en las mismas recomendaciones de las Madres Generales. 

    M. María de San Luis de Caso afirma que “la verdadera caridad sabe sufrir y callar; soporta, disimula y olvida porque ama mucho y en Dios” e invita a las Hermanas a ser “almas de vida interior para que la heredad que el Señor nos ha dado a cultivar produzca frutos de santidad. No nos contentemos con poco -escribe-, pues para el auténtico celo no existen fronteras ni nacionalidades”. Frente a la debilidad de quienes puedan ser propensas a la murmuración, a la suspicacia o a la imprudencia, la Madre recuerda que: «La caridad es la sal de las comunidades: ella es la única que puede conservar las personas que viven en continuo e íntimo trato en paz y unión fraterna, entre la diversidad de caracteres y educación.» 

    Sin culpa ni mérito por mi parte me considero privilegiada porque el Señor quiso servirse del testimonio de la caridad de la comunidad de la Casa Madre y del testimonio de fraternidad de las colegialas para traerme a donde Él me quería. Haberme podido acercar -como el mayor de los regalos- al testimonio de muchas de las Hermanas que nos han precedido, a las crónicas de las comunidades, a los documentos que han señalado el camino de la vida en el Instituto a lo largo de su historia, me ha llevado a la convicción de que hay tres puntales imprescindibles sobre los que se han apoyado siempre nuestras relaciones fraternas como Religiosas de María Inmaculada, y nuestra misión apostólica, que no son originalidad y mucho menos exclusividad del Instituto, pero tienen para nosotras una importancia muy particular: la fe trinitaria, la identidad mariana y la Eucaristía

* La fe trinitaria porque no es posible hablar de fraternidad sin el nexo común de la «paternidad» y las que hemos sido llamadas a convivir con personas de muy diferente edad, procedencia, condición, con las que, en algunos casos más allá de la fe, no teníamos nada en común, de pronto nos convertimos en 

“hermanas” porque somos y nos reconocemos hijas de un Padre común, participantes de la filiación divina en el Hijo único y Primogénito y capaces de amar y sentirnos amadas en esa relación por la gracia del Espíritu Santo que infunde su amor en nuestros corazones. 

“madres” porque nuestra fe trinitaria crea y consolida particulares lazos de fraternidad no solamente dentro nuestras comunidades y entre las distintas casas que componen la Congregación, sino también con las jóvenes que el Señor confía a nuestros cuidados a las que reconocemos como hijas suyas, 

* Es impensable un hogar sin referencia materna, sería inconcebible la Congregación sin la figura de María, sería inexplicable nuestra identidad, nuestra vida en común y nuestra proyección apostólica sin la presencia constante de la Virgen en su misterio de Inmaculada Concepción y en las más variadas advocaciones desde las que ha animado y anima nuestro ser y nuestra misión como Religiosas de María Inmaculada. 

* La Eucaristía, porque la vida que no se nutre muere… y el principal e indispensable alimento de la caridad fraterna es la Eucaristía.
 
Con una comunión empezó todo… y no podía ser de otra manera. El día que doña María Eulalia Vicuña decidió abrir la puerta de una casa y de su vida a la acogida de las jóvenes, comenzó su jornada con una comunión eucarística. Desde aquel día la Eucaristía es el núcleo alrededor del cual giran la vida y el quehacer del Asilo de sirvientas. A las jóvenes se las recibe en la casa para librarlas de un sinfín de peligros, se les brinda capacitación para el trabajo y formación cultural; pero por encima de eso y con mayor empeño se les prepara para los sacramentos; cual otros “Juan Bautista” les señalamos al Cordero de Dios, para que vayan en pos de Él, para que aprendan dónde vive, para que se alimentan de su Palabra y de su Cuerpo; para que ellas, a su vez, como hicieron los primeros discípulos o la Samaritana, también puedan decir a sus compañeras: “hemos encontrado al Señor”

¡Cuántas comuniones sacramentales, cuántas horas de adoración, cuántos actos de desagravio a Jesús Sacramentado (por ejemplo, en los triduos de carnaval) cuánto derroche de devoción en torno a la Solemnidad del Corpus Christi y otras, cuántas amistades mantenidas en la distancia a través de las ‘citas en el Sagrario’ siguiendo una costumbre iniciada por Santa Vicenta María! 

En los comienzos del Instituto las fundaciones se contaron por “nuevos Sagrarios”. Actualmente dudo mucho que alguien sepa decirnos con exactitud en cuántos Sagrarios el Señor nos espera para que le hablemos de nuestras comunidades y de nuestras obras apostólicas, para decirnos que 

 

            Nos amemos como Él nos ama 
            No nos llama siervos sino amigo
            Nos ha elegido para que vayamos y demos fruto 

Y que, en Él 
            Somos todos hermanos.

María Digna Díaz Pérez, RMI  

martes, 4 de mayo de 2021

Un día como hoy... 3 de mayo... llegamos a La Habana...

 

M. María Magdalena de Pazzis Álvarez y Montesinos, que viajó como superiora en la casa de la Habana, al frente de la primera expedición, inspirada por los sentimientos de entrega generosa que compartía con sus hermanas resumió en unos sencillos versos las impresiones de las despedidas:


La fe en tu providencia

Aumente cada día,

Que todo lo veamos

Al prisma de su luz

Entonces triunfaremos

En lides victoriosas

Será lecho de rosas

El leño de la cruz…


El deseo de partir y la certeza de que aquella nave era Dios quien la conducía no les ahorró ese no sé qué de tristeza que tienen siempre las despedidas. Tal vez fue esa mezcla de sentimientos lo que le trajo al pensamiento y a su pluma unos versos de Augusto Ferrán,

Los que quedan en el puerto

Cuando la nave se va

Dicen al ver que se aleja

¡Quién sabe si volverán!...

Y los que van en la nave

Dicen mirando hacia atrás

¡Quién sabe cuando volvamos

Si se habrán marchado ya!

 

Fue un martes y trece, del mes de abril de 1915 cuando cuatro religiosas de María Inmaculada, María Magdalena de Pazzis Álvarez, María de la Nieves Sandoica, María Benita Bazán y María de Santa Teresa Bolado, embarcaron en Málaga a bordo del vapor «Montevideo» en el que llegaron al puerto de la Habana el día 3 de mayo.

Por entonces se cumplían casi dos años desde M. María de la Blanca Echeverría describiera en su diario de viaje a México la admiración que causó en ella y sus compañeras el panorama que pudieron contemplar al acercarse por vez primera la isla caribeña: «Día hermosísimo, ya nos vamos acercando a Cuba; a eso de las 5 de la tarde comenzamos a divisar tierra, de nuevo contemplamos la puesta del sol, aún más ideal que otras veces, disfrutamos mucho considerando el gran poder de su Creador: ¡si en este destierro admiramos cosas tan grandiosas que llenan el alma de júbilo, qué será el Cielo nuestra Patria!»

M. María de la Blanca iba, en julio de 1913, destinada a formar parte de la primera comunidad en la ciudad de México. El tiempo, el devenir de la política y la decisión de sus superioras, se encargarían más pronto que tarde de fijar las raíces de su entrega al Señor, no en México sino en aquel paisaje de ensueño que ofrecía a la vista la isla de Cuba.

Es verdad que M. María Teresa Orti, había dado largas a la fundación en México hasta tener alguna garantía de estabilidad en el país. La tranquilidad, sin embargo, duró poco. En 1914, la guerra creó de nuevo una situación de inestabilidad que aconsejaba la retirada de las religiosas de México. Y fue precisamente esa inestabilidad sociopolítica la que hizo precipitar los preparativos para la fundación de una casa en la Habana; porque la Madre General quería evitar el regreso de las mexicanas a España, en el caso de que se vieran obligadas a dejar el país.

Así se explica que M. María Magdalena y sus compañeras viajaran sin saber ni siquiera dónde iban a vivir; una preocupación que distanciaron durante los días de navegación, en la certeza de que el Señor las llevaría a puerto y cuidaría de ellas. Cuando llegaron los interrogatorios y trámites previos al desembarque, los jesuitas que hacían el mismo viaje, las sacaron del primer apuro dándoles la dirección de las monjas de Jesús María para que pudieran declarar un domicilio. Al ser interrogada sobre el tiempo que pensaban permanecer en Cuba, M. María Magdalena respondió sin vacilar: «Hasta que nos llame la Superiora».

El día 3 de mayo fueron recibidas en la Habana por el P. Cirilo Villegas SJ y la señorita Sara María Xiqués Valdés, que las acompañaron hasta la casa de las Reparadoras, donde se hospedaron los primeros, días mientras hacían diligencias para encontrar una casa.

La Providencia divina hizo realidad el sueño y «en la Habana, - dirá M. María Teresa Orti - encontró el Instituto acogida y protección por medio de los Padres de la Compañía de Jesús, y campo abundante en donde trabajar, cuya mies hállase harto necesitada del riego fecundo de caridad abnegada». La riqueza de Cuba era foco de atracción para la emigración, entre la que se contaba un crecido número de jóvenes españolas que llegaban a la Isla en busca de una fortuna que se les ofrecía, con demasiada frecuencia, a costa de su honradez o su integridad moral.

La primera comunidad estableció su domicilio temporal en la Calzada de Jesús del Monte y, más tarde en la Calzada del Cerro. Allí desplegó alas el apostolado hasta convertir al colegio de la Habana en uno de los más florecientes del Instituto.








  

lunes, 3 de mayo de 2021

1921 - mayo - 2021

  

Hace 100 años….

 

En el mes de junio de 1914, M. María Teresa Orti aprovechó su carta de felicitación al Cardenal Antonio Vico, primer cardenal protector de Instituto, para intentar agilizar la Causa para la canonización de la Madre Fundadora y evitar que los trámites burocráticos la retrasaran ya en sus comienzos. El Cardenal Guisasola, “amante de nuestro Instituto y celoso de su bien” le pidió a M. María Teresa  que usara su nombre para activar el envío de interrogatorios y el nombramiento de Vice Postulador en España porque en Roma parece que no tenían mucha prisa, y “en el tiempo que hace principiamos a tratar de este asunto, -escribe M. María Teresa al Cardenal Vico- han fallecido personas de gran prestigio que hubiesen prestado valioso testimonio a la causa, entre ellas, el Padre Isidro Hidalgo S.J. director casi 20 años de nuestra Fundadora; el último Confesor ordinario que la trató casi desde su niñez, el Padre Cadenas que también la trató mucho y otros varios que no menciono por no alargar esta carta. De los que quedan que son pocos, está entre ellos el R. P. Fidel Fita, el Muy Iltre. Sr. D. José Fernández Montaña, el Sr. Visitador D. Carlos Díaz Guijarro y otros que, como los citados, se acercan o pasan de los 80 años, cuya vida no puede esperarse se alargue. También una tía de la Madre de 92 años de quien nos dicen está grave, ya no podrá dar su informe con las formalidades necesarias.”[1]

Cardenal Antonio Vico

Amigos es buenos tener y conservarlos en todas partes, y como Don Antonio Vico lo era y mucho, el 19 de julio M. María Teresa Orti escribe de nuevo a Roma llena de satisfacción, [por] la llegada de los deseados interrogatorios y nombramiento de Vice Postulador para la Causa de nuestra venerada Madre Fundadora, gracias a Dios y a la valiosa recomendación de V. Emcia. Rma., por lo que le reiteramos nuestro agradecimiento.”[2]

El 20 de agosto del mismo año 1914, la Iglesia vistió de luto por la muerte del Papa Sarto, pero la vida sigue y “quando muore un Papa se ne fa un’altro” (cuando muere un Papa se nombra otro). San Pío X fue un gran papa y para sucederle nombró el cónclave el día 3 de septiembre a un cardenal desconocido para muchos pero entrañablemente cercano a la Madre Vicenta María y a su Congregación: don Santiago Della Chiesa había trató personalmente a Santa Vicenta María y a sus hijas en los años 1883-1887, cuando prestó sus servicios de Secretario del Nuncio Apóstolico, Cardenal Mariano Rampolla del Tindaro, y visitó la Casa Madre del Instituto en su definitiva sede de la calle de Fuencarral.

M. María Teresa fechó el día de la Inmaculada, la primera carta que dirigió al Santo Padre, para manifestarle sus sentimientos personales y los de la Congregación:

V.J. / Madrid 8 de Diciembre de 1914

 A nuestro Smo. Padre el Papa Benedicto XV

 Smo. Padre: Las Hijas de María Inmaculada para el servicio doméstico, ansían vivamente postrarse a los sagrados Pies de V.S. desde el momento que tuvieron la dicha de saber que Dios nuestro Señor la designaba a V.S. su Vicario en la tierra; más confiadas en que la terminación de tan terrible guerra no se haría esperar, defirieron para entonces mostrar a V.S. su amor y adhesión, pero como esta esperanza se retrasa con la venia de S. Emcia. Rma. el Cardenal Primado de España, nos resolvemos a escribir a V.S. con la misma sencillez que los hijos lo hacen a sus Padres.

Grande ha sido, Smo. Padre, el consuelo que hemos experimentado y la gratitud que debemos a Dios nuestro Señor por habernos concedido a V.S. por nuestro Padre y Pontífice acrecentando con ello todo el amor y veneración que de tanto tiempo atrás debemos a V.S. Recordamos con efusión la bondad de V.S. para con nuestro pequeño Instituto allá en sus principios y más aún, el afecto y aprecio que dispensó V.S. a su preclara y angelical Fundadora, nuestra Madre inolvidable, Vicenta María López y Vicuña, cuya causa de beatificación se está incoando ahora. Conservamos varias cartas de S.S. y en algunas de ellas se digna V.S. encomiar su virtud; estas cartas las hemos considerado como un tesoro y hoy con doblado motivo nos gloriamos de ellas.

Santísimo Padre, postradas en espíritu ante V.S. las que tenemos la dicha de formar este humilde Instituto hoy día de nuestra Excelsa Patrona y Madre amantísima a quien rogamos conceda a V.S. un Reinado largo, de paz y bendición en los intereses católicos, besan con efusión devotísima vuestros Sagrados Pies y pídenle una paternal bendición, en tanto llega el día de encontrarse en presencia de V.S. en nombre de todas, la última del Instituto, pero fiel hija de la Iglesia y amantísima de V.S.

María Teresa Orti

Superiora General

Hija de M. I.[3]

 

S.S. Benedicto XV

La Madre se sirvió el Cardenal Vico para hacer llegar su carta a manos del Santo Padre y de paso manifestar sus sentimientos ante la lentidud con la que arrancaba el Proceso:

10 de Diciembre 1914

 Emmo. y Rmo. Sr. Cardenal Vico

Mi venerado Prelado y muy amado Protector. Seguras siempre de su benevolencia y bondad para nosotras, confiadamente acudimos una vez más a V. Emcia. Rma. suplicándole nueva gracia. Esta es que habiendo tenido S.S. Benedicto XV, nuestro Soberano Pontífice y Padre venerado, bastante parte en la formación de nuestro humilde Instituto, hemos creído un deber de gratitud demostrarle nuestro recuerdo gratísimo y adhesión filial a su Sagrada Persona. Como la guerra nos priva por hoy de hacerlo personalmente, suplicamos a V. Emcia. Rma. que se digne presentar a Su Santidad nuestro humilde Instituto, por medio de la adjunta carta, y si esta no le pareciese digna de Su Santidad lo haga V. Emcia. Rma. verbalmente, y en el alma se lo agradeceremos.

Ya que molesto a V. Emcia. Rma. con esta carta, quiero añadirle el desconsuelo que sentimos al ver que aún no se ha reunido en Madrid el Tribunal que ha de recibir la declaración de las personas que conocieron a nuestra Madre Fundadora, y vamos viendo con pena desaparecer de esta vida muchos de los que podrían dar muy cumplido testimonio de sus obras y virtudes, de palabras, que vale mucho más que por escrito. A las oraciones y santos Sacrificios de V. Emcia. Rma. lo encomiendo con todo mi corazón.

También se encomienda con todo su pequeño Instituto, a las oraciones de V. Emcia. Rma. su humilde hija y sierva en Ntro. Señor que con la mayor reverencia y filial afecto besa su Sagrada Púrpura

M.T.O.[4]

 

M. María Teresa que conocía personalmente al Cardenal Vico por haber sido Nuncio en España de 1907 a 1911, podía entender que el Cardenal no contestara su carta a vuelta de correo pero como tampoco quería quedarse sin saber qué había ocurrido con su carta al Santo Padre,  volvió a escribir veinte días más tarde:

Mi venerable Prelado y muy amado Protector: Con toda la efusión de mi alma reitero a V. Emcia. Rma. y conmigo todo el Instituto, nuestros sentimientos de íntimo agradecimiento, afecto y veneración con motivo de estas fiestas de Pascua suplicando al Divino Niño otorgue a V. Emcia. sus más ricos dones y gracias para bien de la Iglesia y de este pequeño Instituto que se honra con su protección.

No dudo habrá recibido V. Emcia. la carta que le suplicábamos para nuestro Stmo. Padre, la que deseamos encontrara V. Emcia. digna de presentarla.

Vivamente deseamos cambien las circunstancias difíciles que atraviese Europa, y poder ir a postrarnos a los Pies de Su Santidad y de V. Emcia. Rma.

Dígnese, Emmo. Sr. enviar su paternal bendición a todo el Instituto y en especial a esta humilde hija y sierva en Cristo que con la mayor reverencia y afecto besa S.S.P.

M.T.O.

 

La verdad es que, la impaciencia de M. María Teresa, hizo que su misiva se cruzara con la respuesta que D. Antonio Vico no retrasó y fechó en Roma el día 29 de diciembre:

+ / Roma 29 Dic. 1914

Rma. M. María Teresa Orti Superiora General de las Hijas de María I.

Rma. Madre. Dispense si he tardado la contestación a su muy atenta del día 9 del corriente por causa de mis muchas ocupaciones. El día 21 ví a Su Santidad y hablamos de la Congregación de María Inmaculada para el servicio doméstico de la cual así como de la Superiora General Hermana del Sr. Orti y Lara[5] se acuerda muy bien. Así es que se ha enterado con muchísimo interés de la carta que por ahora le han enviado por mi conducto, reservándose V.R. de venir en persona cuando sea posible, y me ha dado el gratísimo encargo de comunicarle a V.R. y a todas sus Religiosas, así como a sus obras y jóvenes una Bendición muy especial y muy afectuosa.

Haga Dios N. S. que esta Bendición aumente, si es posible, el espíritu del Instituto y el fruto que con su fundación se propuso sacar la Sierva de Dios su Fundadora.

Supongo que en lugar de D. Luis Albert el Postulador de la causa será el nuevo Rector del Colegio Español; enteraré y veré si se puede hacer algo práctico.

Deseando que N. S. bendiga a V. R. y su Instituto para el 1915 se repite de V.R. muy atº S. S. que la bendice

+ A. Card. Vico[6]

 

Cuatro años y medio más tarde, en diciembre de 1918 cuando el proceso diocesano estaba ya para concluir, la Madre acariciaba ya la idea de un próximo viaje a Roma y escribe al Cardenal Vico:

La causa de nuestra venerada Madre Fundadora, Emmo. Sr., parece que está para terminar su primer proceso, y esto, unido a la terminación de la guerra, nos hace esperar que en breve tendremos la dicha de visitar a V. Emcia. y postrarnos a los S.S. Pies de nuestro amadísimo y Santo Padre, cuyo momento tanto anhela el Instituto entero, y a esta intención deseamos todas, que V. Emcia. se digne aplicar el día 26 del presente, u otro que a V. Emcia. le venga bien, el Santo Sacrificio de la Misa a fin de obtener la pronta realización de esta tan deseada como esperaba visita y por ella dejar introducida en Roma nuestra amada Causa de beatificación de nuestra Fundadora.[7]

 

A partir de entonces, cada año, M. María Teresa pedía al Cardenal que ofreciera la Misa del 26 de diciembre, aniversario de la muerte de la Madre Fundadora, por el feliz éxito de la Causa.

En octubre de 1920 ya empezó a poner fecha a su viaje y escribe al Cardenal el día 10:

La causa de nuestra Fundadora está terminándose y deseamos poder llevarla en Marzo o Abril. Cuánto lo deseo.[8]

 

En el mes de diciembre pidió la Madre al Cardenal una Bendición del Santo Padre para la Revista “Anales de Mi Colegio” de la que eran ya suscriptoras más de 12.000 sirvientas y obreras de nuestros colegios y le desea un felicísimo año 1921, y esperando tener en él la inmensa dicha de postrarme a los Sagrados pies de Su Santidad.”[9]

Por fin el sueño de M. María Teresa se hacía realidad. El día 2 de abril de 1921, en el Oratorio de la Casa Madre, D. Prudencia Melo y Alcalde, recibía el juramento que prestaba la Madre acerca de la veracidad de todo lo escrito en la Vida de la Madre Fundadora.

A partir de aquel día, mientras acariciaban la clausura del Proceso Diocesano de la Causa de Canonización de la Madre Fundadora, todas las que conocían la inminencia del viaje o tuvieron que ver algo en sus pormenores pusieron su mirada en Roma; había que preparar el viaje: decidir las acompañantes de la M. General, se buscar alojamientos en París y Roma; diseñar el itinerario…

Las compañeras de viaje serían M. María Francisca de Javier Roura y M. María Susana de Jesús Cárdenas porque las dos hablaban francés y M. María Susana también italiano.



El día 3 de mayo, el Tribunal cerró y selló la caja que contenía el Proceso, luego recibió el juramento de M. María Teresa Orti y puso en sus manos aquella caja que ella se comprometía a entregar intacta de la Sagrada Congregación de Ritos. Nunca había hecho M. María Teresa un viaje tan largo y nunca con equipaje tan valioso. Cuando se cumplen cien años de este viaje a Roma se me antoja que sólo el de su regreso a la Casa del Padre pudo superar a este y tal vez no es otro el significado de las palabras con que, en su lecho de muerte, quiso consolar las lágrimas de M. María de la Concepción: “No llore, que este es el mejor viaje que he hecho en mi vida.”

El miércoles 4 de mayo de 1921, víspera de la solemnidad de la Ascensión del Señor, la comunidad de la Casa Madre vivió una despedida que seguramente nunca olvidaron las que formaban parte de la comunidad: la Madre General, M. María de Javier y M.  Susana emprendían un viaje en el que la pena de la separación cedía su puesto a la esperanza y al consuelo. Cuando después de la despedida entraron en la capilla para encomendar del viaje tal vez no supieron si tenía más peso la oración de intercesión o la gratitud por las gracias que de aquel viaje se seguirían para toda la Congregación.

El primer alto en el camino lo hicieron antes de cruzar la frontera. En la estación de San Sebastián, adonde llegaron por la noche, las esperaba un automóvil que las condujo a Villa María Inmaculada y allí, saludaron a Jesús Sacramentado mientras la comunidad entonaba una Salve.

Dos días pasaron en San Sebastián, programados tal vez para aliviar a la M. General el inevitable cansancio de un viaje tan largo, pero las visitas y la velada que las chicas hicieron en su honor no le dejaron mucho tiempo libre.

El día 6, primer viernes del mes de mayo, salieron por la noche de San Sebastián con dirección a París.  Llegaron después del medio día del sábado a la ciudad del Sena y les impresionó la baraúnda de vehículos y el vaivén de gentes que pudieron ver en la capital francesa. Desde la estación se dirigieron al convento de las Benedictinas, donde pasaron otros dos días antes de afrontar la tercera y más larga etapa del viaje: treinta horas necesitaban para cubrir el trayecto París-Roma.

Por fin el miércoles 11 de mayo, exactamente una semana después de salir de la Casa Madre llegaron las viajeras a Roma. Desde la Estación se dirigieron a via dei Gracchi al convento de la Sagrada Familia, llamado de la Esperanza, donde residieron los 22 días que duró su estancia en la Ciudad Eterna.

M. María Susana escribió una crónica del viaje que se publicó en los “Anales de Mi Colegio”, cuando conmemoramos los 100 años de aquella experiencia, buscamos las cartas de M. María Teresa porque nos gusta saber de su pluma qué fue lo que ocurrió en aquellos días. El día 23, con la experiencia del primer encuentro con el Santo Padre muy a flor de piel, escribió a M. María de San Luis de Caso:

Empezaré por decir algo de nuestra vida. Las Madres se levantan a las 5; yo a las 6, Misa 6 ½; 7 ½ desayuno, 8 arreglo de habitación, de personas, etc.; 10 salir, 12 comer; 1 recreo las tres y escribir, estudiar la guía etc.; 4 merendar en nuestro cuarto de nuestras provisiones, a mí me traen leche y galletas; salir; 7 cenar, rezar Rosario, oración, examen; 9 ½ cama. Las monjitas son muy amables, tenemos unas habitaciones hermosas. Hasta ahora las salidas todas han sido de oficio: al Postulador de la Causa de nuestra Madre, a varios Padres Jesuitas para quienes traíamos cartas de recomendación; el P. General que nos recibió con afecto, y aunque no habla español, me entendía y contestaba en francés que las madres me decían; a otro P. Vidal, consultor de la Sagrada Congregación de Religiosos, a quien llevamos las Constituciones acomodadas al nuevo código, me las revisó y corrigió y luego volvimos por ellas y con ellas nos dio carta para la Sagrada Congregación para que las aprueben. Una tarde, 2 Hermanos españoles, nos enseñaron la iglesia del Jesús, los cuartos donde vivió y murió San Ignacio, San Carlos Borromeo, San Luis, San Estanislao; este santo está de tamaño natural en estatua de mármol y cama id, en el sitio en que murió, devotísimo, muchas reliquias vimos y otras cosas. Otra tarde fuimos a S. Pablo con el fin de visitar las 5 Basílicas, ¡qué iglesia tan hermosa! está a las afueras de Roma y hoy hemos visitado la de S. Pedro y creo que de cosas así no hemos visto nada más. Al Cardenal Protector lo hemos visitado dos veces, está en un magnífico palacio, vive en 6º piso, gracias al Ascensor, pero desde allí ¡qué vistas! Su Eminencia vino a pagarnos la 1ª visita bondadosísimo y cariñoso; y ahora voy a lo mejor, la audiencia del Santo Padre. La tuvimos ayer de 11 ½ a 12, pueden pensar la emoción que se siente. Conoció enseguida el hábito y dijo ¡las Hijas de la Madre Vicenta! se acordaba de nuestra Madre y habló de ella con cariño y devoción; dijo que su causa había de ir como una seda, que tendría sumo gusto en hacer durante su pontificado mucho por la causa. Dijo que era una santa; que no habría dificultades de otras causas de las que hay entre manos, porque su vida era tan sencilla, que se la veía siempre unida a Dios con una dulzura que podía muy bien aplicársele aquello de “su conversación era en los cielos”. Nos dijo que volviésemos a despedirnos y que pidiésemos también entrada para su Misa. Se tienen que hacer tres genuflexiones al entrar y al salir, pero al entrar, a la 1ª se acerca y me hizo levantar, yo le pedí que nos dejase hablar postradas, pero no accedió y me señaló un sillón a su lado y las Madres sillas enfrente; era su despacho y él en el sillón ante la mesa y estuvimos la media hora; le entregamos la vida de nuestra Madre, le dije que había cartas suyas, las buscó y leyó en alto, decía no se acordaba y asintió a todo lo que antes había dicho. También el promotor fiscal, que es el que llaman abogado del diablo, ha dicho que esta causa es muy sencilla, y también el Maestro de Cámara a quien hemos ido hoy a pedir la audiencia de despedida y lo de entrada a Misa, le dimos otra Vida y la recibió diciendo que el Santo Padre le había hablado de ella, de nuestra Madre, por lo que se ve más y más, que la tiene muy presente.

Nos hemos confesado con el P. Barrachina, Asistente general del P. General S.J., 2 veces y aún iremos otra.

Hoy en esta casa hemos saludado al nuevo Nuncio de España y también pienso saludar al que va de Nuncio a México. Ya ven que no perdemos el tiempo en pro del bien del Instituto al que tanto debemos amar y honrar con nuestras virtudes y observancia.

Su madre en el Señor

Mª T / H de M I[10]

 

Pero no fue solo la audiencia del día 22, Benedicto XV quiso que volvieran para despedirse y que fueran un día a su Misa y que no se marcharan tan pronto porque “hay que ver muchas cosas santas en Roma.”  En lo del regreso no complacieron al Santo Padre, pero M. Javier y M. Susana aprovecharon los días que tuvieron más libres para poder visitar lugares. La quebrantada salud de la M. General ya no le permitía tantas correrías y jugó a nuestros favor, porque, cuando estaba ya muy próximo el regreso, una tarde que M. María Teresa, escribió a algunas casas contando lo ocurrido.

Secundando el deseo manifestado por el Papa, dice la Madre que pidieron

al Maestro de Cámara la entrada para la Misa que de vez en cuando celebra S.S. para los fieles que obtienen ese privilegio; más cuál no fue nuestra sorpresa al recibir invitación directamente del Santo padre por medio de su capellán secreto, para su misa privada; esta invitación era para el jueves, día del Corpus y también 26 a las 6 ¼ en punto, por los mismos pasos del domingo, llegamos al salón anterior a la capilla a la que nos introdujeron momentos antes de empezar a revestirse el Santo Padre, las tres solitas; nos señalaron nuestro sitio, a mí un reclinatorio a la línea del Santo Padre que estaba en el centro ante el altar, y como la capilla es pequeña, estaba yo a menos de dos metros del Santo Padre, las Madres detrás de mí; nos preguntaron si íbamos a comulgar y consagró las tres formas y otra para un leguito que con otro sacerdote le ayudó la Misa; terminada esta, la celebra el sacerdote mientras el Santo Padre da las gracias. Terminada se marchó por una puertecita y a nosotras nos condujeron por otra a su despacho privado en donde ya nos esperaba Su Santidad. De pie nos saludó, nos dijo que deseaba tuviésemos que volver pronto para asistir a la proclamación de las virtudes heroicas de nuestra Madre; también nos dijo que fuésemos santas como ella lo era; nos postramos, besamos el pie y el anillo y nos bendijo diciendo que llevábamos todas sus bendiciones para todo el I[nstituto]. Qué más podíamos desear el viaje a Roma ¿verdad? Pues aún no he acabado de visitas al Santo Padre. Pues recibimos invitación para hoy Domingo para oír la misa del Santo Padre. Claro, que esta invitación no era directamente del Santo Padre que es lo que dio valor a la otra. La misa a las 7 en la capilla de Santa Matilde. Cuando llegamos ya había mucha gente y todos esperaban en una galería: principiaron a pasar quedando nosotras detrás. La capilla mucho mayor que la otra, con bancos, de terciopelo rojo y reclinatorios igual y en las paredes, en lugar de cuadros, magníficos relicarios en unos estantes con puertas de cristales. Estábamos en la capilla de 80 a 100 personas, las señoras (con mantilla pues no se admiten de sombrero para ningún acto del Vaticano en que esté el Santo Padre) pero ¡qué mantillas tan desgarbadas! caballeros también bastantes, uno había a mi lado con gran número de cruces y medallas en la levita, tan devoto que me edificó. Creo que comulgamos todos dando la comunión el Santo Padre y con un orden que daba gusto. Terminada la Misa hubo otra y luego el Santo Padre volvió al altar, dio la bendición y salió por el centro de la capilla entre los bancos, todos arrodillados vueltos hacia Su Santidad. Salió la gente de la capilla bajando todos por la escalera, cuando un criado de librea nos dice, Ustedes por el ascensor. Se conoce que como en 8 días hemos estado tres y sobre todo la 2ª vez tan familiarmente con el Santo Padre, o quizás mis canas, que aunque no se ven se adivinan, movió a aquel buen hombre a compasión, y eso que la tarde anterior nos dijo el Sr. Cardenal Protector que a los 64 años se está en la flor de la vida; pero yo añado, de la flor deshojada.[11]

 

El día 2 de junio a las 2 de la tarde volvieron a subir al tres para cubrir en sentido inverso un trayeto de 30 horas de viaje que las  conducía a París y volvieron a alojarse en el covnento de las Benedictinas. El día dejaron París y llegaron a San Sebastián el día 7 a las 6 de la mañana; dos días más tarde hicieron la última etapa de su viaje desde San Sebastián a Madrid. Un viaje que a buen seguro no podremos comparar con ningún otro: en las estaciones de Vitoria, Miranda, Burgos y Valladolid había Hermanas para dar la bienvenida a la M. General, en nombre de sus comunidades.

Poco antes de las 10 de la noche abrazaron a la Comunidad de la Casa Madre.

Benedicto XV hubiera acelerado el Proceso de Canonización de Santa Vicenta María pero le sorprendió la muerte el 22 de febrero de 1922 y M. María Teresa Orti escribió para la revista “Anales de Mi Colegio”:

Hoy, pensando piadosamente, las Hijas de María Inmaculada, aunque lloran con amarga pena tal pérdida para la Santa Iglesia, e inmensa y de modo especial para su amado Instituto, adoran los designios divinos y confían, por la infinita misericordia del Señor, en que tendrán en Benedicto XV un intercesor más en el cielo, muy particularmente para obtener la pronta canonización de su venerada y amadísima Madre Fundadora.

El Instituto guardará imperecedera memoria de amor y gratitud al Sumo Pontífice Benedicto XV, considerando como preciadas reliquias el tesoro de sus cartas, enriquecidas hoy con expresivo autógrafo bendiciendo a todo el Instituto.[12]

 

 



[1] AGRMI-Roma 3-6-6.

[2] Ibid.

[3] AGRMI-Roma, 3-6-18.

[4] AGRMI-Roma, 3-6-6/07.

[5] Parece que en su conversación con Benedicto XV confundieron el parentesco de M. María Teresa con el filósofo Juan Manuel Orti y Lara, gran amigo de Monseñor Della Chiesa.

[6] AGRMI-Roma, 3-6-5.

[7] AGRMI-Roma, 3-6-6/27.

[8] AGRMI-Roma, 3-6-6/30.

[9] AGRMI-Roma, 3-6-6/33.

[10] AGRMI-Roma, 3-21-5/61.

[11] AGRMI-Roma, 3-21-5/63.

[12] AnMC IV/12 (1.04.1922) 5.