martes, 4 de mayo de 2021

Un día como hoy... 3 de mayo... llegamos a La Habana...

 

M. María Magdalena de Pazzis Álvarez y Montesinos, que viajó como superiora en la casa de la Habana, al frente de la primera expedición, inspirada por los sentimientos de entrega generosa que compartía con sus hermanas resumió en unos sencillos versos las impresiones de las despedidas:


La fe en tu providencia

Aumente cada día,

Que todo lo veamos

Al prisma de su luz

Entonces triunfaremos

En lides victoriosas

Será lecho de rosas

El leño de la cruz…


El deseo de partir y la certeza de que aquella nave era Dios quien la conducía no les ahorró ese no sé qué de tristeza que tienen siempre las despedidas. Tal vez fue esa mezcla de sentimientos lo que le trajo al pensamiento y a su pluma unos versos de Augusto Ferrán,

Los que quedan en el puerto

Cuando la nave se va

Dicen al ver que se aleja

¡Quién sabe si volverán!...

Y los que van en la nave

Dicen mirando hacia atrás

¡Quién sabe cuando volvamos

Si se habrán marchado ya!

 

Fue un martes y trece, del mes de abril de 1915 cuando cuatro religiosas de María Inmaculada, María Magdalena de Pazzis Álvarez, María de la Nieves Sandoica, María Benita Bazán y María de Santa Teresa Bolado, embarcaron en Málaga a bordo del vapor «Montevideo» en el que llegaron al puerto de la Habana el día 3 de mayo.

Por entonces se cumplían casi dos años desde M. María de la Blanca Echeverría describiera en su diario de viaje a México la admiración que causó en ella y sus compañeras el panorama que pudieron contemplar al acercarse por vez primera la isla caribeña: «Día hermosísimo, ya nos vamos acercando a Cuba; a eso de las 5 de la tarde comenzamos a divisar tierra, de nuevo contemplamos la puesta del sol, aún más ideal que otras veces, disfrutamos mucho considerando el gran poder de su Creador: ¡si en este destierro admiramos cosas tan grandiosas que llenan el alma de júbilo, qué será el Cielo nuestra Patria!»

M. María de la Blanca iba, en julio de 1913, destinada a formar parte de la primera comunidad en la ciudad de México. El tiempo, el devenir de la política y la decisión de sus superioras, se encargarían más pronto que tarde de fijar las raíces de su entrega al Señor, no en México sino en aquel paisaje de ensueño que ofrecía a la vista la isla de Cuba.

Es verdad que M. María Teresa Orti, había dado largas a la fundación en México hasta tener alguna garantía de estabilidad en el país. La tranquilidad, sin embargo, duró poco. En 1914, la guerra creó de nuevo una situación de inestabilidad que aconsejaba la retirada de las religiosas de México. Y fue precisamente esa inestabilidad sociopolítica la que hizo precipitar los preparativos para la fundación de una casa en la Habana; porque la Madre General quería evitar el regreso de las mexicanas a España, en el caso de que se vieran obligadas a dejar el país.

Así se explica que M. María Magdalena y sus compañeras viajaran sin saber ni siquiera dónde iban a vivir; una preocupación que distanciaron durante los días de navegación, en la certeza de que el Señor las llevaría a puerto y cuidaría de ellas. Cuando llegaron los interrogatorios y trámites previos al desembarque, los jesuitas que hacían el mismo viaje, las sacaron del primer apuro dándoles la dirección de las monjas de Jesús María para que pudieran declarar un domicilio. Al ser interrogada sobre el tiempo que pensaban permanecer en Cuba, M. María Magdalena respondió sin vacilar: «Hasta que nos llame la Superiora».

El día 3 de mayo fueron recibidas en la Habana por el P. Cirilo Villegas SJ y la señorita Sara María Xiqués Valdés, que las acompañaron hasta la casa de las Reparadoras, donde se hospedaron los primeros, días mientras hacían diligencias para encontrar una casa.

La Providencia divina hizo realidad el sueño y «en la Habana, - dirá M. María Teresa Orti - encontró el Instituto acogida y protección por medio de los Padres de la Compañía de Jesús, y campo abundante en donde trabajar, cuya mies hállase harto necesitada del riego fecundo de caridad abnegada». La riqueza de Cuba era foco de atracción para la emigración, entre la que se contaba un crecido número de jóvenes españolas que llegaban a la Isla en busca de una fortuna que se les ofrecía, con demasiada frecuencia, a costa de su honradez o su integridad moral.

La primera comunidad estableció su domicilio temporal en la Calzada de Jesús del Monte y, más tarde en la Calzada del Cerro. Allí desplegó alas el apostolado hasta convertir al colegio de la Habana en uno de los más florecientes del Instituto.








  

1 comentario:

  1. Gracias Ma. Digna. Revivi toda la riqueza que supuso preparar ese centenario...con tu ayuda también

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