martes, 27 de octubre de 2020

27 de octubre - hace 60 años...

1960: Era jueves aquel día, y la cronista de la Comunidad de Vía Palestro anota: ¡Inolvidable 27 de octubre del 60! 

Religiosas de María Inmaculada
Via Palestro 23 - Roma
a las 5 de la tarde, nueve campanadas convocaron a veinticuatro Religiosas de María Inmaculada que constituían el XVI Capítulo General de los celebrados en la Congregación: el primero que se celebraba en Roma y el primero presidido por el Cardenal Protector, que a su vez era también Vicario de la Diócesis de Roma, Dr. Clemente Micara. Era el primero, y único hasta hoy, celebrado en la casa de Vía Palestro. Deberían haber sido veintiséis las capitulares pero M. Enriqueta María Contreras, Secretaria General, estaba enferma en Valladolid y M. Victoria María Duarte, Superiora Provincial de Santa Teresa, se quedó retenida en París también por falta de salud. 
La víspera, el día 26, habían terminado las capitulares sus Ejercicios y M. María de la Redención dirigió palabras entrañables a las Hermanas pero no les dejó hacer celebraciones porque lo que iba a ocurrir en las jornadas siguientes requería penitencia, oración y sacrificio. 
Y no se equivocaba M. María de la Redención, el XVI Capítulo General marcó un singular hito en la historia de la Congregación que vivía en aquellos años su mayor cima demográfica en cuanto a número de miembros. 
Las capitulares decidieron: 
• establecer dos nuevas Provincias: Nuestra Señora de Guadalupe y Nuestra Señora de Fátima 
 • abrir un nuevo noviciado en Colombia, que se añadía al de México para las vocaciones de latinoamérica 
• determina la formación del juniorado y un periodo de prepostulantado para las candidatas a Hermanas Coadjutoras 
• que los miembros del Instituto, pudieran visitar a sus padres en peligro de muerte si residían en la misma población 
• igualar los hábitos a todos los miembros del Instituto 
• establecer escuelas profesionales y laborales 
• solicitar de la Sagrada Congregación, permiso para tener el Santísimo expuesto en todas las casas de la Congregación la noche precedentes al primer viernes de cada mes, sin que esta vigilia tuviera carácter obligatorio para las religiosas. 
• realizar el traslado a la iglesia de la Casa Madre de los restos mortales de Doña María Eulalia Vicuña y M. María Teresa Orti y Muñoz. 

M.María de la Redención Navas 
V Superiora General

 El día 27 de octubre de 1960, M. María de la Redención Navas fue confirmada, por última vez, en su cargo al frente del Instituto.

jueves, 15 de octubre de 2020

15 de octubre: Santa Teresa de Jesús

 

Conservado en la
Comunidad de Sevilla

La Comunidad de Sevilla conserva un dibujo de Santa Teresa de Jesús que Santa Vicenta María dedicó a su tía, doña María Eulalia. No deja de sorprender que la dedicatoria esté fechada en el mes de febrero y no en diciembre, cuando su tía celebraba el onomástico. En el mismo dibujo Santa María escribió:

Dedicado a mi tía Eulalia

16 de Febrero de 1865

Vicenta Ma López

 

Conservado en la
Comunidad de Milán
Lo cual no deja margen de error, pero tal vez encontremos una justificación a esa fecha nada significativa, en otro dibujo original que conserva la Comunidad de Milán, sin dedicatoria y con unas manchas que dejó en él algún líquido caído sobre el mismo. A sus 17 años, Vicenta María pudo considerar que no se merecía su tía, en el día de su santo, un trabajo defectuoso y dibujó otro que no pudo completar hasta el mes de febrero

Sea como fuere, que la Madre Fundadora tenía especial devoción y admiración a Santa Teresa no deja lugar a dudas.

En sus viajes lamenta no imitar la austeridad de Santa Teresa «cuando iba a hacer sus fundaciones»[1].

Si el futuro aparece incierto anima a prescindir de todo y repetir «aquello de Santa Teresa: Vuestra soy, para Vos nací, haced lo que queráis de mí. Aleje la tristeza cuanto pueda»[2].

Mientras descansaba en Torre del Campillo (Daroca), disfrutaba escuchando la lectura de las obras de Santa Teresa que doña Antonia Ponz de Campillo leía «con muy buen sentido»[3].

Le tocó vivir un centenario Santa Teresa (1882), con pena de que en Madrid no se celebrara como merecía, con gozó al conocer las celebraciones que hubo en Cascante y dando especial realce a la fiesta en comunidad. Así lo contaba a su padre: «Mucho me alegro que mis paisanos se hayan movido a celebrar el centenario de Santa Teresa; en Madrid no es mucho lo que se ha celebrado para lo que la Santa merece. Aquí tuvimos por la tarde manifiesto y una hermosa plática sobre el asunto por un sacerdote a quien oímos por primera vez, y tanto me gustó, que pienso pedirle nos predique el sermón de la Purísima.»[4]

Si le asaltaba la duda acerca de lo que tenía que hacer, en Santa Teresa encontraba la manera de conocer la voluntad de Dios: «pensé hacer lo que hacía Santa Teresa cuando tenía dudas, ir al confesor del punto donde estaba y siempre dice que ponía Dios en sus labios lo que era su voluntad.»[5]

Cuando las circunstancias eran dolorosas, los versos de Santa Teresa valían para encontrar el verdadera sentido: «Los versos de Santa Teresa los mandé porque la monja que enviaba el pañito me los mandó, y como decía que la cruz es el camino del cielo, y estábamos al pie de ella, me parecieron oportunos.»[6]

El 15 de octubre, ha sido siempre un día grande en la Congregación y se celebró de una manera muy particular: por la gran devoción que le tuvo Santa Vicenta María, porque la nombró patrona de las religiosas profesas del Instituto, porque la consideró ‘maestra’ para sus religiosas.

En el primer proyecto de Constituciones, no duda en poner la doctrina de la Reformadora del Carmelo como referencia para alcanzar la perfección de la obediencia: «La obediencia debe ser ciega y para que sea tal necesita de verdadera abnegación de la propia voluntad y juicio: […] santa Teresa decía que aunque todos los Ángeles le hubiesen dicho que hiciese alguna cosa, si su superiora le mandase lo contrario hubiera preferido la orden del Superior»[7].

El primer nombre que Santa Vicenta María decidió para imponer a una novicia fue el de ‘Teresa’ y tan bien acertó con él que lo impuso a la que el Señor llamaba para ser su continuadora: M. María Teresa Orti gobernó el Instituto durante treinta y cuatro años largo.

Tal ve no es un caso que Santa Vicenta María eligiera el día de la fiesta de Santa Teresa para hacer la renuncia legal de todos sus bienes en favor del Instituto, el día 15 de octubre de 1888.


Las celebraciones de la fiesta de santa Teresa durante el largo generalato de M. María Teresa Orti pusieron una nota particular de honda fraternidad entre todas las comunidades del Instituto. Fue el de 1909, el de “la Semana Trágica” de Barcelona, un año de particular sufrimiento, al llegar el mes de octubre, entre los regalos ofrecidos a la Madre General, había una estampa con una oración impresa, para repartir a todos los miembros del Instituto, con el fin de aunar sus oraciones por M. María Teresa.

 El 15 de octubre de 1925, ya faltaba M. María Teresa Orti pero el Instituto celebró su santo de una manera muy especial: ese día se empezó a tener la Exposición diaria del Santísimo Sacramento en las casas de la Congregación[8].



[1] Cartas, n. 341.3; 367.2.

[2] Cartas, n. 366.2, a H. María Teresa Orti.

[3] Cartas, n. 555.1.

[4] Cartas, n. 663.2.

[5] Cartas, n. 717.2.

[6] Cartas, n. 730.3.

[7] Reglitas provicionales [27].

[8] AnMC VII (1925) 33-34, pp. 5-8.

lunes, 12 de octubre de 2020

12 de octubre: la Virgen del Pilar

 



El corazón de la Congregación vibra hoy junto al Pilar y guarda silencio, como el Ebro, para dejar que su alma agradecida vea pasar, como las aguas del río, un caudal de gracia y santidad que para esta familia brotó suave y silenciosamente un miércoles 24 de mayo de 1826, cuando dos jóvenes hermanos: Manuel María y María Eulalia Vicuña se arrodillan ante la Santísima Virgen del Pilar y allí dejaron… ¡qué sé yo! una semilla de amor filial y devoción que la Virgen regó y cuidó con mucho esmero.

Pasaron más de cuarenta años antes de que, en octubre de 1867, otra joven, sobrina de los hermanos Vicuña se arrodillara también ante la Virgen para hablarle de sus sueños y sus penas, de su fe y de su confianza, de su esperanza y de su certeza, porque le bullía ya en el alma un plan de Dios para ella y para muchas… porque su tío Manuel María, en Madrid reviviendo su primera visita al Pilar soñó con un ‘Asilo para sirvientas’ también en la ciudad de Zaragoza.

En la siguiente década empezó a cumplirse el sueño: en Madrid, el beato Ciriaco María Sancha impuso el nombre de ‘María del Pilar’ a una de las tres primeras que vistieron el hábito porque iba a ser la primera superiora de la casa en Zaragoza. En Zaragoza, mientras tanto, el entonces Obispo Auxiliar, D. Antonio María Cascajares, mueve todas las piezas del puzzle para que la primera fundación de la Congregación de Religiosas de María Inmaculada fuera de Madrid, se llevara a cabo en la Ciudad del Pilar, y tan bien lo hizo que Zaragoza será para siempre “la segunda Fundación del Instituto”, aunque la presencia de las Hermanas se interrumpiera durante seis años, de 1891 a 1897.

La Virgen del Pilar nos tardó en demostrar su predilección por el Instituto: aún no llevaban un año las Hermanas en Zaragoza cuando obtuvieron un privilegio del que no gozaba aún la casa de Madrid: tener el Santísimo reservado en el Oratorio de la casa. Zaragoza tuvo el primer Sagrario. Doña María Eulalia vivió con particular gratitud y fervor aquel acontecimiento; para aquel Sagrario regaló ella un copón de plata y a la Virgen del Pilar atribuyó, sin sombra de dudas aquella gracia especial:

A la Sma. Virgen del Pilar le debemos también este favor porque sé habrá intercedido con su Smo. Hijo, y también al glorioso Santiago que antes de recibir la grata noticia yo lo había puesto en veneración, suplicándole todos los días que nos ayude a nuestra obra, pero le pido muy particularmente por mis hermanas de Zaragoza y el santo me ha concedido más que lo que yo pedía, y esto me hace cobrar una confianza grande pues correspondiendo según podamos seguirán ayudando cada vez más[1].

Santa Vicenta María tuvo que aprender a ser Fundadora y entre sus deberes estaba el de pasar la ‘Santa Visita’ a las casas del Instituto. ¿Por dónde podía empezar mejor que por Zaragoza, al abrigo de la Virgen del Pilar?

Cinco años llevaba ya de andadura el nuevo Instituto y las reglas seguían sin elaborar porque sobre la Madre Fundadora pesaban todos los asuntos. Así las cosas se hizo obligado un alto en el camino para centrarse en la redacción de las Reglas, y fue la Virgen del Pilar quien ofreció a Santa Vicenta María el mejor ambiente para su tarea.

Regularmente, hay un ‘nombramiento’ por parte de los superiores mayores para que una religiosa pueda prestar a una casa servicios de gobierno en calidad de superiora. Del generalato de la Madre Fundadora nos ha llegado solamente un oficio redactado y firmado por ella… tal vez no sea casual que ese documento único sea el nombramiento de superiora de la casa de Zaragoza.

A los pies de la Virgen del Pilar puso la Madre Fundadora todo lo que llevaba en el corazón y ocupaba su mente, en cada una de las ocasiones que tuvo de visitar la Santa Capilla.

El 17 de abril de 1888, cuando el Instituto tenía cuatro casas abiertas y algunas solicitudes de fundación en curso, Santa Vicenta María hizo un guiño de particular predilección a la Virgen del Pilar. Desde Barcelona dirigió una carta circular a toda la Congregación fijando algunas normas «en materia de costumbres que no constan escritas, para que se observen y tengan firmeza». El cuarto punto restringe las salidas de casa a las visitas de oficio, manifiesta que «no saldrán a comercios ni diligencias de este género, y menos a ver de esprofeso las cosas notables que pueda haber en cada población, ni aún Iglesias o santuarios, esceptuando la Capilla de la Sma. Virgen del Pilar»[2].

En su última visita a la Virgen del Pilar, Santa Vicenta María, consciente de que la muerte rondaba cercana, se despidió de la Virgen y regaló a la Comunidad de Zaragoza, como en condensado testamento, lo que deseaba de sus hijas para después de su muerte. Aquellas palabras, se grabaron a fuego en el corazón de aquella comunidad y así las transmitieron a las sucesivas generaciones:

Les digo, desde el fondo de mi alma y con el amor más tierno de mi corazón, que se amen las unas a las otras como Jesucristo nos amó, y como yo las amo a todas, y con la gracia de Dios espero amarlas hasta el fin; y sepan que no me contento con que se amen unas a otras con verdadero amor, sino que deseo además que amen con el mismo amor a todas las almas redimidas con la sangre de Jesucristo, y especialmente a las Colegialas, a quienes, después de Dios y de mis Hijas, amo con el amor de la más tierna madre, y a ellas especialmente, para gloria de Dios y para ejemplo que imitarán mis amadas Hijas, he consagrado mis haberes y mi vida[3].


Cuando, años más tarde, la Congregación rompió el cerco de España y estableció una casa en Argentina, las primeras religiosas destinadas a América se llevaron consigo un puñado de arena del Ebro que guarda celosamente la comunidad de Buenos Aires.

Entre las tradiciones que la Congregación fue adoptando y transmitiendo de unas generaciones a otras, estuvo la de tener en cada una casa un manto de la Virgen del Pilar, que cubría a las Hermanas en el momento de su muerte. Un gesto de gratitud a esa delicadeza de la Virgen lo tuvo, sin duda, la comunidad de Zaragoza cuando al celebrar los 125 años de su presencia en la ciudad, regaló la Virgen del Pilar un manto azul con el escudo del Instituto.

Si tuviéramos que mencionar todas las efemérides vividas en esta fecha de la  fiesta de la Virgen del Pilar, esto sería demasiado largo, pero nos tomamos la licencia de tener una mención especial para quienes hoy, 12 de octubre de 2020, tienen el privilegio de poder agradecer al Señor 75 años de primera profesión: H. Laura Lascurain, o de comienzo de su noviciado: H. María Rosa de Sus.














[1] ACGRMI II, B 31/1; Carta de doña María Eulalia Vicuña de Riega a la Comunidad de Zaragoza.

[2] Santa Vicenta María López y Vicuña, Cartas, n. 1136, t. III,  p. 298s.

[3] Isidro HIDALGO Y SOBA, Vida de la Madre Vicenta María López y Vicuña, cap. LII § 3-4; ORTI, p. 427.