lunes, 12 de octubre de 2020

12 de octubre: la Virgen del Pilar

 



El corazón de la Congregación vibra hoy junto al Pilar y guarda silencio, como el Ebro, para dejar que su alma agradecida vea pasar, como las aguas del río, un caudal de gracia y santidad que para esta familia brotó suave y silenciosamente un miércoles 24 de mayo de 1826, cuando dos jóvenes hermanos: Manuel María y María Eulalia Vicuña se arrodillan ante la Santísima Virgen del Pilar y allí dejaron… ¡qué sé yo! una semilla de amor filial y devoción que la Virgen regó y cuidó con mucho esmero.

Pasaron más de cuarenta años antes de que, en octubre de 1867, otra joven, sobrina de los hermanos Vicuña se arrodillara también ante la Virgen para hablarle de sus sueños y sus penas, de su fe y de su confianza, de su esperanza y de su certeza, porque le bullía ya en el alma un plan de Dios para ella y para muchas… porque su tío Manuel María, en Madrid reviviendo su primera visita al Pilar soñó con un ‘Asilo para sirvientas’ también en la ciudad de Zaragoza.

En la siguiente década empezó a cumplirse el sueño: en Madrid, el beato Ciriaco María Sancha impuso el nombre de ‘María del Pilar’ a una de las tres primeras que vistieron el hábito porque iba a ser la primera superiora de la casa en Zaragoza. En Zaragoza, mientras tanto, el entonces Obispo Auxiliar, D. Antonio María Cascajares, mueve todas las piezas del puzzle para que la primera fundación de la Congregación de Religiosas de María Inmaculada fuera de Madrid, se llevara a cabo en la Ciudad del Pilar, y tan bien lo hizo que Zaragoza será para siempre “la segunda Fundación del Instituto”, aunque la presencia de las Hermanas se interrumpiera durante seis años, de 1891 a 1897.

La Virgen del Pilar nos tardó en demostrar su predilección por el Instituto: aún no llevaban un año las Hermanas en Zaragoza cuando obtuvieron un privilegio del que no gozaba aún la casa de Madrid: tener el Santísimo reservado en el Oratorio de la casa. Zaragoza tuvo el primer Sagrario. Doña María Eulalia vivió con particular gratitud y fervor aquel acontecimiento; para aquel Sagrario regaló ella un copón de plata y a la Virgen del Pilar atribuyó, sin sombra de dudas aquella gracia especial:

A la Sma. Virgen del Pilar le debemos también este favor porque sé habrá intercedido con su Smo. Hijo, y también al glorioso Santiago que antes de recibir la grata noticia yo lo había puesto en veneración, suplicándole todos los días que nos ayude a nuestra obra, pero le pido muy particularmente por mis hermanas de Zaragoza y el santo me ha concedido más que lo que yo pedía, y esto me hace cobrar una confianza grande pues correspondiendo según podamos seguirán ayudando cada vez más[1].

Santa Vicenta María tuvo que aprender a ser Fundadora y entre sus deberes estaba el de pasar la ‘Santa Visita’ a las casas del Instituto. ¿Por dónde podía empezar mejor que por Zaragoza, al abrigo de la Virgen del Pilar?

Cinco años llevaba ya de andadura el nuevo Instituto y las reglas seguían sin elaborar porque sobre la Madre Fundadora pesaban todos los asuntos. Así las cosas se hizo obligado un alto en el camino para centrarse en la redacción de las Reglas, y fue la Virgen del Pilar quien ofreció a Santa Vicenta María el mejor ambiente para su tarea.

Regularmente, hay un ‘nombramiento’ por parte de los superiores mayores para que una religiosa pueda prestar a una casa servicios de gobierno en calidad de superiora. Del generalato de la Madre Fundadora nos ha llegado solamente un oficio redactado y firmado por ella… tal vez no sea casual que ese documento único sea el nombramiento de superiora de la casa de Zaragoza.

A los pies de la Virgen del Pilar puso la Madre Fundadora todo lo que llevaba en el corazón y ocupaba su mente, en cada una de las ocasiones que tuvo de visitar la Santa Capilla.

El 17 de abril de 1888, cuando el Instituto tenía cuatro casas abiertas y algunas solicitudes de fundación en curso, Santa Vicenta María hizo un guiño de particular predilección a la Virgen del Pilar. Desde Barcelona dirigió una carta circular a toda la Congregación fijando algunas normas «en materia de costumbres que no constan escritas, para que se observen y tengan firmeza». El cuarto punto restringe las salidas de casa a las visitas de oficio, manifiesta que «no saldrán a comercios ni diligencias de este género, y menos a ver de esprofeso las cosas notables que pueda haber en cada población, ni aún Iglesias o santuarios, esceptuando la Capilla de la Sma. Virgen del Pilar»[2].

En su última visita a la Virgen del Pilar, Santa Vicenta María, consciente de que la muerte rondaba cercana, se despidió de la Virgen y regaló a la Comunidad de Zaragoza, como en condensado testamento, lo que deseaba de sus hijas para después de su muerte. Aquellas palabras, se grabaron a fuego en el corazón de aquella comunidad y así las transmitieron a las sucesivas generaciones:

Les digo, desde el fondo de mi alma y con el amor más tierno de mi corazón, que se amen las unas a las otras como Jesucristo nos amó, y como yo las amo a todas, y con la gracia de Dios espero amarlas hasta el fin; y sepan que no me contento con que se amen unas a otras con verdadero amor, sino que deseo además que amen con el mismo amor a todas las almas redimidas con la sangre de Jesucristo, y especialmente a las Colegialas, a quienes, después de Dios y de mis Hijas, amo con el amor de la más tierna madre, y a ellas especialmente, para gloria de Dios y para ejemplo que imitarán mis amadas Hijas, he consagrado mis haberes y mi vida[3].


Cuando, años más tarde, la Congregación rompió el cerco de España y estableció una casa en Argentina, las primeras religiosas destinadas a América se llevaron consigo un puñado de arena del Ebro que guarda celosamente la comunidad de Buenos Aires.

Entre las tradiciones que la Congregación fue adoptando y transmitiendo de unas generaciones a otras, estuvo la de tener en cada una casa un manto de la Virgen del Pilar, que cubría a las Hermanas en el momento de su muerte. Un gesto de gratitud a esa delicadeza de la Virgen lo tuvo, sin duda, la comunidad de Zaragoza cuando al celebrar los 125 años de su presencia en la ciudad, regaló la Virgen del Pilar un manto azul con el escudo del Instituto.

Si tuviéramos que mencionar todas las efemérides vividas en esta fecha de la  fiesta de la Virgen del Pilar, esto sería demasiado largo, pero nos tomamos la licencia de tener una mención especial para quienes hoy, 12 de octubre de 2020, tienen el privilegio de poder agradecer al Señor 75 años de primera profesión: H. Laura Lascurain, o de comienzo de su noviciado: H. María Rosa de Sus.














[1] ACGRMI II, B 31/1; Carta de doña María Eulalia Vicuña de Riega a la Comunidad de Zaragoza.

[2] Santa Vicenta María López y Vicuña, Cartas, n. 1136, t. III,  p. 298s.

[3] Isidro HIDALGO Y SOBA, Vida de la Madre Vicenta María López y Vicuña, cap. LII § 3-4; ORTI, p. 427.

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