lunes, 23 de marzo de 2020

Un día como hoy... 23 de marzo


A cada día le basta su propio afán… y a mí me sigue gustando buscar los afanes y las alegrías que nos regalaron fechas determinadas, porque son lecciones de vida y porque lo que aconteció nos prepara para lo que vendrá…

Faldón de bautizo de
Santa Vicenta María
1847: En la historia personal de los cristianos hay un punto de partida que suele ser una pila bautismal, así fue para Santa Vicenta María, aquel martes 23 de marzo, cuando no se habían pasado aún veinticuatro horas desde su nacimiento. La Parroquia de Santa María de la Asunción, en Cascante, abrió sus puertas como signo de que, para aquella recién nacida se abrían de par en par las puertas de la Iglesia, donde comenzaba el sendero que la llevaría a la gloria de los altares. Su padre comunicó la noticia a sus hermanos que vivían en Madrid, y, sin quererlo fue profeta don José María López de por dónde iba a discurrir el camino de santidad que recorrería su hija y dejaría marcado para muchas otras.
Cascante 23 de marzo de 1847
Mis queridos hermanos: Dios aflige y no desampara. El 8 fue un día de llanto para esta vuestra familia, pero al volver nuestros tristes ojos a mi querida Nicolasa experimentábamos el placer de ver muy pronto ocupado el vacío que nos dejara la gloriosa Vicentica. Ayer con toda felicidad a las 5¼ de la tarde nos alumbró con una robusta niña; hoy la han sacado de pila sus tíos Joaquín y Dominica. Su nombre María Vicenta Deogracias; la recién nacida y su madre siguen cual podemos apetecer, gracias a Dios y a vuestra oraciones.
En el correo de ayer recibí las muy interesantes de Eulalia y su esposo del 18; mucho agradezco sus consejos y días.
Pongo a vuestras órdenes a mi nueva hija que si imita las virtudes de sus tíos no le quedará nada que desear a vuestro amante hermano
José Mª
1864: Estrenando su diecisiete años, y precisamente en el aniversario de su bautismo se inicia Santa Vicenta María como miembro de la Junta de Señoras asociadas para la 2ª casa de huérfanas y sirvientas. Aquel 23 de marzo se celebró la primera reunión de la Junta, formada por Doña María Eulalia Vicuña de Riega, las señoras de Zúñi­ga, de Pon, de Licuri, de Segu­ra, doña Emerenciana de la Riva y santa Vicenta María López y Vicuña que asumía el servicio de secretaria.
Beata Rafaela Ybarra
1889: La santidad no suele manifestarse como un caso aislado, sino más bien como espigas, de las que conocemos muy bien solo algunos granos. Santa Vicenta María trabó amistad con algunas personas que han llegado o están de camino hacia la gloria de los altares. Entre ellas, la Beata Rafaela Ybarra de Villalonga con quien se encontró por vez primera en Barcelona, el 23 de marzo de 1889. A Santa Vicenta María se le iba acortando el sendero de su vida terrena, pero su obra estaba llamada a perdurar en el tiempo. La Beata Rafaela Ybarra habló a la Madre Fundadora en aquel encuentro del buen resultado que estaba dando en Bilbao la aplicación del Reglamento para los colegios de sirvientas y Santa Vicenta María señaló como prioridad inminente en su agenda la fundación de un colegio de María Inmaculada en Bilbao.

M. María Teresa Orti y Muñoz RMI
1925: El Señor unió con profundos lazos de amistad y de fe, a Santa Vicenta María y a M. María Teresa Orti. Tal vez no es una pura casualidad que M. María Teresa Orti y Muñoz falleciera en la Casa Madre del Instituto precisamente en el aniversario del bautismo de la Madre Fundadora. Los medios de comunicación distaban mucho de lo que conocemos actualmente, y las comunidades se fueron enterando de la noticia por diferentes conductos, hasta que llegó a las comunidades una carta que les dirigió M. María de Javier Roura:


Madrid 25 de Marzo de 1925
Muy amada Madre [superiora] y demás Madres y Hermanas: como imaginamos las ansias con que esperarán detalles de la muerte de nuestra amadísima e inolvidable Madre (Q.E.P.D.), aunque ya pueden comprender la inmensa pena en que estamos, me encarga la R.M. Vicaria les ponga estas letritas para darles algún detalle del día 23 que será para las que componemos la Comunidad de esta Casa-Madre, imborrable por las grandes emociones que en él tuvimos.
A las 11 de la mañana se le administraron los Santos Sacramentos, estando en su completo conocimientos y contestando a las preguntas del ceremonial con un fervor y tan entera, que al leerlo yo la fórmula de los votos me hizo que se la dijera despacio, y lo repitió todo esforzándose mucho porque la fatiga ya no la dejaba un momento; se le administró también la Santa Unción y se le aplicó la indulgencia plenaria.
Después de la ceremonia se quedó muy tranquila y descansando algunos ratos, sin que nadie, ni aún los médicos, sospecharan que tan pronto la teníamos que perder.
A las de las 2 ½ estando con ella Madre Vicaria y Madre María del Sagrario, advirtieron que la fatiga iba en aumento; llamaron inmediatamente a las enfermeras y a las que solíamos estar con ella y pronto pudimos convencernos de la triste realidad. Nuestra enferma seguía con su paz y serenidad no exhalando ni una sola queja como tampoco lo había hecho durante toda la enfermedad, la que ha disimulado, sufriendo en silencio y sin quejarse, dolores y molestias que sólo Dios sabía, pero de las que ya habrá recibido su premio.
Pronto corrió la voz entre la Comunidad de que nuestra amadísima Madre estaba en agonía; allí fueron acudiendo todas para ver morir a aquella santa mujer que el Señor nos dio por Madre; fueron pasando una a una para besarle la mano y Madre Vicaria le pregunto: “Madre mía ¿bendice V.R. a todas las de las Casas también?” y le contestó con una sonrisa y un gesto afirmativo; le fuimos sugiriendo jaculatorias, y al decirle que pidiese a nuestra santa Madre hiciera el milagro, dijo que no, que ella solo quería cumplir la voluntad de Dios. A Madre Vicaria que estaba firme a su lado, pero llorando amargamente, le tendió la mano y le dijo: “No llore, que este es el mejor viaje que he hecho en mi vida”.
Vino el P. Goñi de la Compañía, el Sr. Cura Párroco, el Sr. Capellán y nuestro confesor; todos le dieron la absolución y le hicieron la recomendación del alma, estando en pleno conocimiento hasta el último instante en que murió tan dulcemente que parecía que se quedaba dormida, como así permaneció sin descomponerse absolutamente nada las 24 horas que tuvimos el consuelo de verla en la capilla ante el sepulcro de nuestra Madre Fundadora. Así fueron los últimos instantes de su grande alma que en su humildad y sencillez supo ocultar, pero que el Señor ha querido manifestar en su muerte.
Que sepamos todas aprovecharnos de las grandes lecciones como nos tiene dadas y que sigamos constantes las huellas de tan santa maestra y madre.
En este momento acabamos en encontrar una carta que ha dejado escrita nuestra llorada Madre, en la que ya se ve presentía su muerte, dejando treinta firmas para que se peguen en la copia que se les mande. Mañana D.m. irán.
Ya las dejó para que ésta salga hoy. Madre Vicaria está muy bien a pesar de la grandísima pena; que pidan por ella y por todas en especial por su más pobre hermana en Jesús que las abraza estrechamente
María de Javier
H. de M.I.

El año de 1909 fue particularmene duro en el largo generalato de M. María Teresa Orti. La Madre dispuso que las religiosas del Instituto rezaran todos los días, al ofrecer el trabajo, un «Acordados» pidiendo por la paz en España, a causa de la Guerra de Melilla. La Semana Trágica de Barcelona y los acontecimientos bélicos propocionaron un gran sufrimiento al corazón de  M. María Teresa. Tal vez por eso en la Congregación se hizo imprimir una oración para que las religiosas pidieran cada día, con una misma fórmula, por la Madre General:
Dios y Señor, Pastor y guía de todos los fieles, echad una mirada de predilección sobre vuestra sierva M. María Teresa que nos habéis dado por cabeza en esta Congrega­ción. Concededla la gracia de edificar, con sus palabras y ejemplos, el rebaño que habéis puesto a su cuidado, a fin de que juntamente con él y enriquecida de innumera­bles dones y gracias pueda llegar a la vida eterna. Amén.

El tiempo no se detiene… ni el devenir de los acontecimientos… pero siempre hay algo que es común a todas las épocas: un trenzado de alegría y dolor que nos invita a la oración de gratitud y de intercesión. Y si hoy recuerdo esa oración que hemos dejado caer en el olvido, es porque la Cuaresma de 2020 seguramente va a ser recordada en la Historia de la Congregación como uno de los momentos más difíciles a los que tuvo que enfrentarse la M. General. Pero también se contará que no le faltó ni el cariño ni la oración de las que el Señor le regaló por hijas, ni tampoco la intercesión de las que Dios quiso llamar a su gloria en estas circunstancias tan particulares.

sábado, 21 de marzo de 2020

Santa Vicenta María - El via Crucis y los sufragios

De un via Crucis pintado por
M. María de Porta Coeli Mezquita RMI

 Entre los ejercicios de piedad praticados con particular devoción por Santa Vicenta María aparece el Via Crucis. Una devoción que aprendió de sus mayores y que con ingenuidad infantil adaptó a su mundo de fantasía cuando, siendo aún muy niña, acompañaba a su tío sacerdote al templo y recorría las sillas del coro imitando en un “vía crucis” muy particular lo que veía hacer a los adultos cuando recorrían alrededor del templo las estaciones del camino de la Cruz recorrido por Nuestro Señor.
A lo largo de la historia de la Congregación, erigir el Via Crucis en cada una de las casas que se iban fundando, se convirtió en uno de los actos más cuidados y significativos por la devoción que se profesaba a este ejercicio devocional y por una práctica que tuvo desde el comienzo sello de identidad en el Instituto y figuró en el texto de las Constituciones desde 1905 hasta 1967.
Es cierto que Santa Vicenta María no menciona el ejercicio del Via Crucis, como sufragio por las Hermanas que fallecían, en el texto de las Constituciones redactadas por ella misma pero con la misma certeza podemos afirmar que lo que recogen las Constituciones posteriores era una practica consolidada ya antes de la muerte de la Madre Fundadora.
En agosto de 1885 falleció en Zaragoza, H. María de las Mercedes Urteaga y Goitia, y la Madre Fundadora, que estaba en Madrid, puso un telegrama a la comunidad de Sevilla para que a la difunta no le faltaran los sufragios y luego, por carta insiste en que ofrezcan «todo por ella y hagan el viacrucis nueve días»[1].
En enero de 1890 falleció en la Casa Madre, la M. María Margarita González y la Madre Fundadora escribió a las Hermanas de Zaragoza: «acabó su carrera felizmente, supongo le harán los sufragios de costumbre y el Via Crucis los nueve días»[2].
La práctica de ofrecer oraciones, comuniones y ejercicios de piedad en sufragio por los difuntos fue para Santa Vicenta María un deber cristiano que se le hizo connatural y veló porque sus religiosas los ofrecieran, por los miembros del Instituto, por las chicas, por los familiares y por los bienhechores.
A la muerte de su tío, D. Manuel de Riega, afirma que «de nuestra parte está hacer los sufragios que nos sean posibles para sacarlo del purgatorio, si por justos juicios de Dios, se halla en él»[3].
Al día siguiente de la muerte de su tía, doña María Eulalia Vicuña, no encontró tiempo para contar pormenores de lo ocurrido a las Hermanas que estaban en Jerez y Zaragoza, pero si escribió ordenando que ofrecieran «en sufragio de su alma por espacio de nueve días, todas sus obras, y comulguen en todos ellos»[4].
A la muerte de su tío Luis, encarga a su padre que cuando vea a la viuda le comunique «el pésame de mi parte y que por nueve días se le ha encomendado a Dios en Comunidad y también se hizo una comunión extraordinaria en sufragio de su alma»[5].
A la muerte de su madre, su único deseo era «que se hagan muchos sufragios para que salga pronto del purgatorio, si está en él.»[6].

En octubre de 1885 falleció una colegiala, Rosa Trashorras y confía en que las Hermanas «no se descuidarán en hacer sufragios por Rosita y que todo lo que hagan en el novenario se aplique por ella»[7]. Dos años más tarde falleció otra chica y escribe a M. María Asunción Carrera confirmándole «muy bien me parece que se le hagan algunos sufragios y que a las chicas se les haga aplicar la comunión del domingo».[8]
En 1888 falleció su padre, D. Jose María López. En el momento de su muerte sólo acertó a separarse de él para rezar en la Capilla, junto a la comunidad, el piadoso ejercicio del Via Crucis,  y luego, de nada se preocupó tanto como de que no le faltaran los sufragios.
Unos meses más tarde, falleció también el padre de las tres Hermanas Carrera y, apenas conocida la noticia escribió a M. María Asunción: «esta tarde haremos el viacrucis en sufragio de su alma, mañana comulgaremos y por los nueve días se le encomendará en Comunidad. No tardaremos en seguirle, y lo que importa es que aprovechemos el tiempo para dar buena cuenta de él».[9]
A la muerte de uno de los grandes bienhechores del Instituto, el Sr. Marqués de Urquijo, lamenta su pérdida y aunque cree que no necesita los sufragios, tampoco los escatima: «¡Qué tesoro habrá encontrado en el Cielo! Por lo mismo no creo tenga mucha necesidad de sufragios, pero, sin embargo, ya hemos empezado a encomendarle a Dios, y escribo por este correo a todas nuestras casas para que le ofrezcan un novenario de misas y Comuniones, y en la capilla de Madrid, que ha sido favorecida tantos años con sus cuidados, dos de estos días se celebrará Vigilia y misa por el eterno descanso de su alma».[10]
Bastaría un rápido repaso por las crónicas de las comunidades o las cartas que han llegado hasta nosotras para comprender que el texto que va a aparecer en las Constituciones a partir de 1905 no es más que la expresión escrita de lo que observaban fielmente las Hermanas:
Luego que muera una Religiosa, se participará por medio de cartas a toda la Congregación para que se ofrezcan por su descan­so los sufragios siguientes:
Cada Religiosa ofrecerá por la finada durante un novenario, todas las ora­ciones y obras buenas del día, añadiendo a éstas el Via Crucis.
La Superiora de la Casa en que hubiese ocurrido el fallecimiento, hará cele­brar tres Misas, y además en cada Casa del Instituto se dirá una.
Cada mes aplicarán todas las Comunidades de la Congregación una Co­munión, una Misa y una parte de Rosario por las difuntas.[11]
No figuró en los textos legistativos, pero se gravó a fuego en la tradición del Instituto, la costumbre de hacer el piadoso ejercicio del Via Crucis apenas conocida la noticia de la muerte de uno de los miembros del Instituto, de tal manera que muchas Hermanas lo incorporaron a sus prácticas personales de piedad como ejercicio diario.
A nivel comunitario el Via Crucis, como otras práctica,s ha caído en desuso y se reserva para los viernes de Cuaresma. Cuando el Señor nos regala una Cuaresma tan singular como la que nos toca vivir este año, cuando por doquier se nos pide intensificar oraciones, cuando llegan a nuestra casa, y a otras, notificaciones de la muerte de nuestras Hermanas y no podemos ofrecerles el sufragio de una Misa, porque no sabemos cuando volveremos a preparar el altar para celebrar juntas la Eucaristía, no puedo evitar el rememorar estas prácticas que sin duda estuvieron tan arraigadas en la piedad de las que ahora despedimos en silencio. Y me resuenan en el corazón las palabras de Jesús: «Todo escriba que se ha hecho discípulo del Reino de los Cielos es semejante al dueño de una casa que saca de sus arcas lo nuevo y lo viejo.» (Mt, 13, 52) Y me gustaría que ellas transformaran en mí, un tal vez torpe sentimiento de gratitud por sus vidas, en algo del fervor y la devoción que ellas vivieron para depositar en el Corazón de Jesús un sencillo ejercicio de devoción a modo de sufragio que quizás ellas no necesiten, pero yo sí.

María Digna Díaz RMI
Roma, 21 de marzo de 2020.



[1] Carta a la Comunidad Sevilla. Madrid, 22.08.1885, CarSVM n. 837.1, t. III, p. 445.
[2] Carta a M. María del Patrocinio Sánchez en  Zaragoza. Barcelona, 12.01.1890, CarSVM n. 1481.3, T. IV, p. 231
[3] Carta a su padre, Cascante. Madrid, últimos de marzo de 1867. CarSVM 106.2, t. I, p. 87.
[4] Carta a M. María Teresa Orti, Jerez. Madrid, 1.12.1877, CarSVM 439, t. I, p. 472; cf. Carta a la Comunidad de Zaragoza, primeros de diciembre de 1877. CarSVM 446, t. I, p. 479s.
[5] Carta a su padre, Cascante. Madrid, 14.03.1882. CarSVM 633.1, t. II, p. 201.
[6] Cartas a las Hermanas de Madrid. Cascante, 24.11.1883. CarSVM 740.2, t. II, p. 332.
[7] Carta a M. María Asunción Carrera, Madrid. Zaragoza, 20.10.1885. CarSVM 851.3, CarSVM II, 852.
[8] Carta a M. María Asunción Carrera, Madrid. Zaragoza, 30.09.1887. CarSVM 994.2, t. III, p. 145.
[9] Carta a M. María Asunción Carrera, Sevilla. Barcelona, 3.12.1888. CarSVM 1259.1, t. III, p. 432.
[10] Carta a una persona no identificada. Barcelona, primeros de mayo de 1889. CarSVM 1357, IV, p. 90.
[11] Constituciones 1905, nn. 124-127. Cfr. también 1918, 1922 y 1953.