A cada día le basta su propio afán… y a mí me sigue gustando buscar los afanes y las alegrías que nos regalaron fechas determinadas, porque son lecciones de vida y porque lo que aconteció nos prepara para lo que vendrá…
Faldón de bautizo de Santa Vicenta María |
1847: En la historia personal de los cristianos hay un punto de
partida que suele ser una pila bautismal, así fue para Santa Vicenta María,
aquel martes 23 de marzo, cuando no se habían pasado aún veinticuatro horas desde
su nacimiento. La Parroquia de Santa María de la Asunción, en Cascante, abrió
sus puertas como signo de que, para aquella recién nacida se abrían de par en
par las puertas de la Iglesia, donde comenzaba el sendero que la llevaría a la
gloria de los altares. Su padre comunicó la noticia a sus hermanos que vivían
en Madrid, y, sin quererlo fue profeta don José María López de por dónde iba a
discurrir el camino de santidad que recorrería su hija y dejaría marcado para
muchas otras.
Cascante 23 de marzo de 1847
Mis queridos hermanos: Dios aflige y
no desampara. El 8 fue un día de llanto para esta vuestra familia, pero al
volver nuestros tristes ojos a mi querida Nicolasa experimentábamos el placer
de ver muy pronto ocupado el vacío que nos dejara la gloriosa Vicentica. Ayer
con toda felicidad a las 5¼ de la tarde nos alumbró con una robusta niña; hoy
la han sacado de pila sus tíos Joaquín y Dominica. Su nombre María Vicenta
Deogracias; la recién nacida y su madre siguen cual podemos apetecer, gracias a
Dios y a vuestra oraciones.
En el correo de ayer recibí las muy
interesantes de Eulalia y su esposo del 18; mucho agradezco sus consejos y
días.
Pongo a vuestras órdenes a mi nueva
hija que si imita las virtudes de sus tíos no le quedará nada que desear a
vuestro amante hermano
José
Mª
1864: Estrenando su diecisiete años, y precisamente en el
aniversario de su bautismo se inicia Santa Vicenta María como miembro de la Junta de Señoras asociadas para la 2ª casa
de huérfanas y sirvientas. Aquel 23 de marzo se celebró la primera reunión
de la Junta, formada por Doña María Eulalia Vicuña de Riega, las señoras de Zúñiga,
de Pon, de Licuri, de Segura, doña Emerenciana de la Riva y santa Vicenta
María López y Vicuña que asumía el servicio de secretaria.
Beata Rafaela Ybarra |
1889: La santidad no suele manifestarse como un caso aislado,
sino más bien como espigas, de las que conocemos muy bien solo algunos granos.
Santa Vicenta María trabó amistad con algunas personas que han llegado o están
de camino hacia la gloria de los altares. Entre ellas, la Beata Rafaela Ybarra
de Villalonga con quien se encontró por vez primera en Barcelona, el 23 de
marzo de 1889. A Santa Vicenta María se le iba acortando el sendero de su vida
terrena, pero su obra estaba llamada a perdurar en el tiempo. La Beata Rafaela
Ybarra habló a la Madre Fundadora en aquel encuentro del buen resultado que
estaba dando en Bilbao la aplicación del Reglamento para los colegios de
sirvientas y Santa Vicenta María señaló como prioridad inminente en su agenda la
fundación de un colegio de María Inmaculada en Bilbao.
M. María Teresa Orti y Muñoz RMI |
1925: El Señor unió con profundos lazos de amistad y de fe, a
Santa Vicenta María y a M. María Teresa Orti. Tal vez no es una pura casualidad
que M. María Teresa Orti y Muñoz falleciera en la Casa Madre del Instituto
precisamente en el aniversario del bautismo de la Madre Fundadora. Los medios
de comunicación distaban mucho de lo que conocemos actualmente, y las
comunidades se fueron enterando de la noticia por diferentes conductos, hasta
que llegó a las comunidades una carta que les dirigió M. María de Javier Roura:
Madrid 25 de Marzo de 1925
Muy amada Madre [superiora] y demás Madres y Hermanas: como imaginamos
las ansias con que esperarán detalles de la muerte de nuestra amadísima e
inolvidable Madre (Q.E.P.D.), aunque ya pueden comprender la inmensa pena en
que estamos, me encarga la R.M. Vicaria les ponga estas letritas para darles
algún detalle del día 23 que será para las que componemos la Comunidad de esta
Casa-Madre, imborrable por las grandes emociones que en él tuvimos.
A las 11 de la mañana se le administraron los Santos Sacramentos,
estando en su completo conocimientos y contestando a las preguntas del
ceremonial con un fervor y tan entera, que al leerlo yo la fórmula de los votos
me hizo que se la dijera despacio, y lo repitió todo esforzándose mucho porque
la fatiga ya no la dejaba un momento; se le administró también la Santa Unción
y se le aplicó la indulgencia plenaria.
Después de la ceremonia se quedó muy tranquila y descansando algunos
ratos, sin que nadie, ni aún los médicos, sospecharan que tan pronto la
teníamos que perder.
A las de las 2 ½ estando con ella Madre Vicaria y Madre María del
Sagrario, advirtieron que la fatiga iba en aumento; llamaron inmediatamente a
las enfermeras y a las que solíamos estar con ella y pronto pudimos convencernos
de la triste realidad. Nuestra enferma seguía con su paz y serenidad no
exhalando ni una sola queja como tampoco lo había hecho durante toda la
enfermedad, la que ha disimulado, sufriendo en silencio y sin quejarse, dolores
y molestias que sólo Dios sabía, pero de las que ya habrá recibido su premio.
Pronto corrió la voz entre la Comunidad de que nuestra amadísima Madre
estaba en agonía; allí fueron acudiendo todas para ver morir a aquella santa
mujer que el Señor nos dio por Madre; fueron pasando una a una para besarle la
mano y Madre Vicaria le pregunto: “Madre mía ¿bendice V.R. a todas las de las
Casas también?” y le contestó con una sonrisa y un gesto afirmativo; le fuimos
sugiriendo jaculatorias, y al decirle que pidiese a nuestra santa Madre hiciera
el milagro, dijo que no, que ella solo quería cumplir la voluntad de Dios. A
Madre Vicaria que estaba firme a su lado, pero llorando amargamente, le tendió
la mano y le dijo: “No llore, que este es el mejor viaje que he hecho en mi
vida”.
Vino el P. Goñi de la Compañía, el Sr. Cura Párroco, el Sr. Capellán y
nuestro confesor; todos le dieron la absolución y le hicieron la recomendación
del alma, estando en pleno conocimiento hasta el último instante en que murió
tan dulcemente que parecía que se quedaba dormida, como así permaneció sin
descomponerse absolutamente nada las 24 horas que tuvimos el consuelo de verla
en la capilla ante el sepulcro de nuestra Madre Fundadora. Así fueron los
últimos instantes de su grande alma que en su humildad y sencillez supo
ocultar, pero que el Señor ha querido manifestar en su muerte.
Que sepamos todas aprovecharnos de las grandes lecciones como nos tiene
dadas y que sigamos constantes las huellas de tan santa maestra y madre.
En este momento acabamos en encontrar una carta que ha dejado escrita
nuestra llorada Madre, en la que ya se ve presentía su muerte, dejando treinta
firmas para que se peguen en la copia que se les mande. Mañana D.m. irán.
Ya las dejó para que ésta salga hoy. Madre Vicaria está muy bien a
pesar de la grandísima pena; que pidan por ella y por todas en especial por su
más pobre hermana en Jesús que las abraza estrechamente
María de Javier
H. de M.I.
El año de
1909 fue particularmene duro en el largo generalato de M. María Teresa Orti. La
Madre dispuso que las religiosas del Instituto rezaran todos los días, al
ofrecer el trabajo, un «Acordados»
pidiendo por la paz en España, a causa de la Guerra de Melilla. La Semana
Trágica de Barcelona y los acontecimientos bélicos propocionaron un gran
sufrimiento al corazón de M. María Teresa.
Tal vez por eso en la Congregación se hizo imprimir una oración para que las
religiosas pidieran cada día, con una misma fórmula, por la Madre General:
Dios y Señor, Pastor
y guía de todos los fieles, echad una mirada de predilección sobre vuestra sierva
M. María Teresa que nos habéis dado por cabeza en esta Congregación. Concededla
la gracia de edificar, con sus palabras y ejemplos, el rebaño que habéis puesto
a su cuidado, a fin de que juntamente con él y enriquecida de innumerables dones
y gracias pueda llegar a la vida eterna. Amén.
El tiempo
no se detiene… ni el devenir de los acontecimientos… pero siempre hay algo que
es común a todas las épocas: un trenzado de alegría y dolor que nos invita a la
oración de gratitud y de intercesión. Y si hoy recuerdo esa oración que hemos
dejado caer en el olvido, es porque la Cuaresma de 2020 seguramente va a ser
recordada en la Historia de la Congregación como uno de los momentos más
difíciles a los que tuvo que enfrentarse la M. General. Pero también se contará
que no le faltó ni el cariño ni la oración de las que el Señor le regaló por
hijas, ni tampoco la intercesión de las que Dios quiso llamar a su gloria en
estas circunstancias tan particulares.