De un via Crucis pintado por M. María de Porta Coeli Mezquita RMI |
Entre los ejercicios de piedad praticados con particular devoción por Santa Vicenta María aparece el Via Crucis. Una devoción que aprendió de sus mayores y que con ingenuidad infantil adaptó a su mundo de fantasía cuando, siendo aún muy niña, acompañaba a su tío sacerdote al templo y recorría las sillas del coro imitando en un “vía crucis” muy particular lo que veía hacer a los adultos cuando recorrían alrededor del templo las estaciones del camino de la Cruz recorrido por Nuestro Señor.
A lo largo de la historia de la
Congregación, erigir el Via Crucis en cada una de las casas que se iban
fundando, se convirtió en uno de los actos más cuidados y significativos por la
devoción que se profesaba a este ejercicio devocional y por una práctica que
tuvo desde el comienzo sello de identidad en el Instituto y figuró en el texto
de las Constituciones desde 1905 hasta 1967.
Es cierto que Santa Vicenta María no
menciona el ejercicio del Via Crucis, como sufragio por las Hermanas que
fallecían, en el texto de las Constituciones redactadas por ella misma pero con
la misma certeza podemos afirmar que lo que recogen las Constituciones
posteriores era una practica consolidada ya antes de la muerte de la Madre
Fundadora.
En agosto de 1885 falleció en Zaragoza, H.
María de las Mercedes Urteaga y Goitia, y la Madre Fundadora, que estaba en
Madrid, puso un telegrama a la comunidad de Sevilla para que a la difunta no le
faltaran los sufragios y luego, por carta insiste en que ofrezcan «todo por ella y hagan el viacrucis nueve días»[1].
En enero de 1890 falleció en la Casa
Madre, la M. María Margarita González y la Madre Fundadora escribió a las
Hermanas de Zaragoza: «acabó su carrera
felizmente, supongo le harán los sufragios de costumbre y el Via Crucis los
nueve días»[2].
La práctica de ofrecer
oraciones, comuniones y ejercicios de piedad en sufragio por los difuntos fue para
Santa Vicenta María un deber cristiano que se le hizo connatural y veló porque
sus religiosas los ofrecieran, por los miembros del Instituto, por las chicas,
por los familiares y por los bienhechores.
A la muerte de su tío,
D. Manuel de Riega, afirma que «de nuestra
parte está hacer los sufragios que nos sean posibles para sacarlo del purgatorio,
si por justos juicios de Dios, se halla en él»[3].
Al día
siguiente de la muerte de su tía, doña María Eulalia Vicuña, no encontró tiempo
para contar pormenores de lo ocurrido a las Hermanas que estaban en Jerez y
Zaragoza, pero si escribió ordenando que ofrecieran «en
sufragio de su alma por espacio de nueve días, todas sus obras, y comulguen en todos
ellos»[4].
A la
muerte de su tío Luis, encarga a su padre que cuando vea a la viuda le
comunique «el pésame de mi parte y que
por nueve días se le ha encomendado a Dios en Comunidad y también se hizo una comunión
extraordinaria en sufragio de su alma»[5].
A la muerte de su madre, su único deseo
era «que se hagan muchos sufragios para que
salga pronto del purgatorio, si está en él.»[6].
En octubre de 1885 falleció una
colegiala, Rosa Trashorras y confía en que las Hermanas «no se descuidarán en hacer sufragios por Rosita y que todo lo que hagan
en el novenario se aplique por ella»[7].
Dos años más tarde falleció otra chica y escribe a M. María Asunción Carrera
confirmándole «muy bien me parece que se le
hagan algunos sufragios y que a las chicas se les haga aplicar la comunión del domingo».[8]
En 1888 falleció su padre, D. Jose María López.
En el momento de su muerte sólo acertó a separarse de él para rezar en la
Capilla, junto a la comunidad, el piadoso ejercicio del Via Crucis, y luego, de nada se preocupó tanto como de que
no le faltaran los sufragios.
Unos meses más tarde, falleció también el
padre de las tres Hermanas Carrera y, apenas conocida la noticia escribió a M. María
Asunción: «esta tarde haremos el viacrucis
en sufragio de su alma, mañana comulgaremos y por los nueve días se le encomendará
en Comunidad. No tardaremos en seguirle, y lo que importa es que aprovechemos el
tiempo para dar buena cuenta de él».[9]
A la muerte de uno de los grandes
bienhechores del Instituto, el Sr. Marqués de Urquijo, lamenta su pérdida y
aunque cree que no necesita los sufragios, tampoco los escatima: «¡Qué tesoro habrá encontrado en el Cielo! Por
lo mismo no creo tenga mucha necesidad de sufragios, pero, sin embargo, ya hemos
empezado a encomendarle a Dios, y escribo por este correo a todas nuestras casas
para que le ofrezcan un novenario de misas y Comuniones, y en la capilla de Madrid,
que ha sido favorecida tantos años con sus cuidados, dos de estos días se celebrará
Vigilia y misa por el eterno descanso de su alma».[10]
Bastaría un rápido
repaso por las crónicas de las comunidades o las cartas que han llegado hasta
nosotras para comprender que el texto que va a aparecer en las Constituciones a
partir de 1905 no es más que la expresión escrita de lo que observaban
fielmente las Hermanas:
Luego
que muera una Religiosa, se participará por medio de cartas a toda la Congregación
para que se ofrezcan por su descanso los sufragios siguientes:
Cada
Religiosa ofrecerá por la finada durante un novenario, todas las oraciones y obras
buenas del día, añadiendo a éstas el Via Crucis.
La
Superiora de la Casa en que hubiese ocurrido el fallecimiento, hará celebrar tres
Misas, y además en cada Casa del Instituto se dirá una.
Cada
mes aplicarán todas las Comunidades de la Congregación una Comunión, una Misa y
una parte de Rosario por las difuntas.[11]
No figuró en los textos
legistativos, pero se gravó a fuego en la tradición del Instituto, la costumbre
de hacer el piadoso ejercicio del Via Crucis apenas conocida la noticia de la
muerte de uno de los miembros del Instituto, de tal manera que muchas Hermanas
lo incorporaron a sus prácticas personales de piedad como ejercicio diario.
A nivel comunitario el
Via Crucis, como otras práctica,s ha caído en desuso y se reserva para los
viernes de Cuaresma. Cuando el Señor nos regala una Cuaresma tan singular como
la que nos toca vivir este año, cuando por doquier se nos pide intensificar
oraciones, cuando llegan a nuestra casa, y a otras, notificaciones de la muerte
de nuestras Hermanas y no podemos ofrecerles el sufragio de una Misa, porque no
sabemos cuando volveremos a preparar el altar para celebrar juntas la
Eucaristía, no puedo evitar el rememorar estas prácticas que sin duda estuvieron
tan arraigadas en la piedad de las que ahora despedimos en silencio. Y me
resuenan en el corazón las palabras de Jesús: «Todo escriba que se ha hecho
discípulo del Reino de los Cielos es semejante al dueño de una casa que saca de
sus arcas lo nuevo y lo viejo.»
(Mt, 13, 52) Y me gustaría que ellas
transformaran en mí, un tal vez torpe sentimiento de gratitud por sus vidas, en
algo del fervor y la devoción que ellas vivieron para depositar en el Corazón
de Jesús un sencillo ejercicio de devoción a modo de sufragio que quizás ellas no
necesiten, pero yo sí.
María
Digna Díaz RMI
Roma,
21 de marzo de 2020.
[2] Carta a M. María del Patrocinio Sánchez en Zaragoza. Barcelona, 12.01.1890, CarSVM n.
1481.3, T. IV, p. 231
[4] Carta a M. María Teresa Orti, Jerez. Madrid, 1.12.1877, CarSVM
439, t. I, p. 472; cf. Carta a la Comunidad de Zaragoza, primeros de diciembre de
1877. CarSVM 446, t. I, p. 479s.
[9] Carta a M. María Asunción Carrera, Sevilla. Barcelona, 3.12.1888.
CarSVM 1259.1, t. III, p. 432.
[10] Carta a una persona no identificada. Barcelona, primeros de mayo de 1889.
CarSVM 1357, IV, p. 90.
Gracias querida. Esto nos hace cercanas y unidas en este difícil momento. Un abrazo grande y las estamos encomendando mucho.
ResponderEliminarGracias Ma Digna... cuanta riqueza en nuestra historia Congregacional...
ResponderEliminarGracias de nuevo por tu trabajo Ma Digna y la oportunidad de acercarnos al corazón de la Santa!!!