martes, 16 de junio de 2015

Un día como hoy... 16 de junio

  • Era el año de 1844 y la felicidad inundó el hogar de los López Vicuña, en Cascante, con el nacimiento de su primera hija: Vicenta Julia Lutgarda, gozo y alegría en aquel hogar durante algo menos de tres años, porque la niña falleció el 8 de marzo de 1847, sin llegar a conocer a su única hermana, santa Vicenta María López y Vicuña.

  • Habían pasado 24 años de aquella inmensa alegría, cuando la segunda hija del matrimonio López Vicuña, escribió desde Madrid su padre defendiendo su propia vocación, que a don José María le parecía desatinada:




Papá: Muy sensible me es disgustar a V. volviendo a tratar del asunto que a V. más desazona y a mí más interesa, pero creo mi deber hacerlo.
En la carta primera que V. escribió, después de haber recibido la mía, en la que le manifesté mi resolución, dice V. que yo aspiro a una cosa que no existe, que quiero abrazar un Instituto que está por formar, y parece que conceptúa V. que la empresa a que quiero dedicarme no es hasta ahora sino un proyecto, el cual se realizará o no; más no es así. Respecto a la idea que indiqué a V. de establecer una Corporación de Sras. para llevar la Obra adelante es V. muy dueño de juzgar tal plan irrealizable, temerario y del modo que le parezca, por ser cosa que está por hacer. Sin embargo, si yo tratara de defender la posibilidad de que esto llegue a realizarse, recurriría a la historia de la mayor parte de las fundaciones, cuyos principios admiran por no parecer conducentes a lo que luego han llegado a ser. Pero prescindamos de lo que pende del porvenir y vamos al terreno práctico y positivo; no hablemos de proyectos sino de lo que en el día se practica. Se aproximan a ciento las muchachas que tenemos bajo nuestra dirección; estas criaturas viven en una Corte, donde todo es corrupción, rodeadas de lazos por todas partes, sin tener quien las avise y desvíe de los principios que a cada paso encuentran, pues cuánto bien no resulta de acoger estas muchachas en sus desacomodos, instruirlas, entretenerlas en los días festivos y cuidar, en fin, de que vivan cristianamente! Pues todo esto se está haciendo, no es un proyecto, no es ilusión, no es cosa que no existe. Yo no puedo responder, aunque tengo posibilidades, de que esto llegue a ser religión; a mí lo que me toca es corresponder al llamamiento de Dios que consiste en ocuparme mientras viva en hacer esos oficios con las pobres sirvientas. V. dice «que no entiende tal llamamiento por tratarse de una cosa nula, porque nulo es lo que no existe». Mas con lo que llevo dicho debe V. quedar convencido de que efectivamente existe, y en el día estoy practicando todo aquello que pide mi vocación. Así, pues, yo no tengo necesidad de esperar, como V. quiere, a que se formen las Constituciones. Tengo formada la institución, que es lo que a mi me importa, y me encuentro colocada en un centro desde donde puedo perfectamente corresponder a la inspiración de Dios. Así que para seguirle me basta estar en esta casa y dedicarme con todas las facultades de cuerpo y alma, sin necesitar para ello Instituto aprobado, como V. pretende.
También añadiré que es muy de esperar venga a parar en eso porque, para dar estabilidad a las cosas, precisas son las corporaciones, a fin de que la institución no muera, aunque las individuas falten. Mas siempre vuelvo a mi tema, que lo que a mi me incumbe es dedicarme a la obra con mi persona y lo que venga después, lo veremos.
También dice V. «que venga mi hija a asistir a sus padres, cuya ocupación merece preferencia a la moralización de las sirvientas de Madrid»; no por cierto. V.V. pueden estar perfectamente asistidos sin mi, y mi ausencia puede impedir mucho bien a este número considerable de almas.
¡Ay papá!, si tomara el rumbo que V. desea, segura estoy de que no reclamaba V. mi asistencia. Es preciso también que tenga V. en cuenta que todo lo que hago aquí es concerniente a la salud espiritual, y V.V. no me necesitan sino para cuidar de su salud corporal, y ¿qué comparación tiene el alma con el cuerpo? Si me ocupara de curar las enfermedades físicas de estas muchachas aún podría V. hacer algún argumento, pero me ocupo (aunque indigna e inútil para tal oficio), en evitar pecados. Dios mío, y por evitar uno sólo ¡cuántos sacrificios podrían hacerse! En el Evangelio se lee: «Aquel que no deja a su padre y a su madre por amor a Mí, no es digno de Mí». Crea V., pues, papá, que no he de tratar estando ahí, sino de volverme cuanto antes, porque yo ya no tengo otra mira que continuar la obra que, por inspiración de Dios y aprobación de mis directores, he emprendido, lo cual tiene mayor fuerza que el afecto carnal. Como dije a V. al principio, no piense V. que no me da pena hablarle todas estas cosas, pero es preciso, y sólo puedo pedir a Dios que le dé a V. resignación, como lo hago, con todo el esfuerzo de mi alma.
Si lleva V. la cuestión al terreno del derecho, ya sé que habré de rendirme a lo que V. mande. En tal caso, por mi parte, tendré el mérito de la obediencia, y V.V. cargarán con la responsabilidad del bien, que faltando yo aquí, puede malograrse. ¡No permita Dios que cargue V. con un cargo tan terrible! Aunque no entiendo de leyes, sé que por la vigente pueden casarse las hijas contra la voluntad de sus padres, a los 20 años, con tal de que pasen tres meses después de cumplidos, y pedido el consentimiento, y tampoco ignoro que a ninguna novicia se le exije el consentimiento de su padre. No me extrañaría que me arguyera V. también de este modo: «Si te propones hacer todo lo que dices, sin ayuda de otras personas es un absurdo, y si cuentas con ellas, déjalas que lo hagan, y tú ven a cuidar a tus padres». A esto contesto que, gracias a Dios, cuento con algunas y de provecho, y mucho más aptas que yo, pero las circunstancias hacen que yo esté sirviendo de centro y, faltando, cada cosa va por su lado.
¿No se acuerda V. cuántas veces me anunciaba la disolución de la escuela dominical de ésa, sin más motivo que el ausentarnos las personas que habíamos comenzado?; pues al pie de la letra sucede aquí, y con mucha mayor razón porque no admite comparaciòn las dificultades de una cosa y otra.
Tampoco puede compararse el interés de esto con aquello, así que, cuando me vine, hubiera querido dejarlo bien cimentado, pero la pena de que se arruinara no pasaba del grado con que, en general, siente uno que se acaben las cosas buenas. ¡Pero esto es de tanta trascendencia! ¡Esta obra que hace tantos años se viene en ella trabajando, y ahora es cuando se empieza a verla nacer y que promete tanto fruto! ¡Y exponerse a que todo se desconcierte por nada más que V.V. quieren llevarme para hacerles compañía.

  • No fue fácil convencer a don José María López que el proyecto de su hija respondía al plan de Dios, pero díez años más tarde, el 16 de junio de 1878, Solemnidad de la Santísima Trinidad, santa Vicenta María López y Vicuña pronunciaba su primeros votos públicos en la flamente congregación religiosa fundada por ella misma dos años antes.


M. María de la Concepción Marqués (1858-1939)

M. María de San Luis de Caso (1877-1848)
  • El 16 de junio de 1939, se reunía en Salamanca, el X Capítulo General de la Congregación. Fue el único celebrado fuera de la residencia oficial del Gobierno General y allí fue elegida M. María de San Luis de Caso para suceder al frente del Instituto a M. María de la Concepción Marqués y Puig, fallecida en San Sebastián el 19 de enero de aquel mismo año de 1939. 

viernes, 12 de junio de 2015

Sagrado Corazón de Jesús


En 1913, M. María Teresa Orti redactó unas notas para meditación de la Prefecta general de las chicas externas... entre otras cosas les dijo: 
"Confiase más en Dios cuanto más se desconfía de si propia, y trabájase con más éxito en las almas cuando el amor hacia ellas nace más directamente del amor que tenemos más a Cristo. Señor sé que de mí nada soy, que nada puedo, más si Vos encendéis mi corazón en vuestro amor ¿de qué no seré capaz? ¿qué podra amedrarlo? Señor mío y Dios mío, no otra cosa quiero sino amaros, pero ¿a dónde andaré por ese amor sino al mismo horno Divino, a ese vuestro Santísimo y amantísimo Corazón".
Sagrado Corazón por santa Vicenta María

jueves, 11 de junio de 2015

139 años...

Capilla de Santa Vicenta María en la Casa Madre (detalle)
Era el domingo de la Santísima Trinidad, 11 de junio de 1876, hace 139 años... un pequeño oratorio en la madrileña plaza de San Miguel y tres aspirantes a religiosas... el beato Ciriaco María Sancha y Hervás impuso el hábito religioso a santa Vicenta María López y Vicuña y a otras dos compañeras... aquella ceremonia marcó el inicio de una nueva Congregación al servicio del Evangelio de Jesucristo en la Iglesia Católica... 
El 11 de junio y la Solemnidad de la Santísima Trinidad, marcan toda la historia posterior de esta pequeña grey que hoy agradece al Señor 139 años de servicio a la Iglesia.
A lo largo de estos años, y coincidiendo con la fecha de fundación entraron en la Congregación: veinticinco nuevas postulantes; veinte vistieron el hábito en la misma fecha; veintidós hicieron los primeros votos; ochenta y nueve hemos tenido el gozo de emitir la profesión perpetua, y a tres ha llamado el Señor de la Viña en esta misma fecha: desde Lima (Sánchez Pinillos) a H. María Teodora Pascual en 1995; desde Valladolid a H. María Maravillas de Jesús Gayarre en 1996; y desde Pamplona a H. María Rosa Palop en 2001.
Nada ocurre por azar, en la ceremonia de fundación del Instituto hubo ante el altar tres novicias y sólamente la Madre Fundadora perseveró hasta el final. Hoy, 11 de junio de 2015, se cumplen cien años de la profesión perpetua de tres religiosas de María Inmaculada que sí llegaron al final de su carrera "apoyadas en la fidelidad de Dios que las llamó cada día y les regaló la capacidad de responder a ese llamamiento". Eran las primeras que emitían sus votos perpetuos un 11 de junio: En Almería profesaron, H. María Irene (Consuelo) Vilches y M. María de Santa Engracia Bonilla; y en Sevilla M. María de la Santa Fe Valera. H. María Irene Vilches falleció en Sevilla el 30 de junio de 1979, a los 91 años de edad y 71 de vida religiosa. M. María de Santa Engracia Bonilla fue destinada a América y falleció en Rio de Janeiro el 9 de septiembre de 1971 a los 81 años de edad y 64 de vida religiosa. M. María de la Santa Fe, también cruzó el Atlántico y falleció en La Habana el 14 de agosto de 1952, a los 73 años de edad y 44 de vida religiosa.
Hace hoy treinta y nueve años, cuando la Congregación celebraba el primer centenario de su historia, nuestra Superiora General, M. Daría Fernández y otras veinticuatro compañeras hacía su oblación perpetua en la Casa Madre del Instituto, junto al sepulcro de Santa Vicenta María.
Gurpo de Hermanas que profesaron el 11 de junio 1976 con M. María de la Cruz Gil, superiora general




















Nuestra acción de gracias hoy al Señor por tanto bien recibido y por la siembra de santidad que Él ha querido ir haciendo a lo largo de estos 139 años de historia.

jueves, 4 de junio de 2015

Como grano maduro...

Se fue... A solos diez días de los 50 años de su profesión perpetua... emitida en la Solemnidad de la Santísima Trinidad, el 13 de junio de 1965. Una Capilla improvisada en el espacio destinado a Sala Capitular en el nuevo domicilio del Gobierno General del Instituto, fue el escenario que acogió su oblación definitiva...
Definitiva fue su entrega el día que entró en el Noviciado de Ciudad Real a sus 16 años recién estrenados. Yo no sé cuándo ni como fue el primer encuentro con Jesucristo, no sé cuándo fijó Él sus ojos en los de aquella niña, que impresionada por la santidad de una monja menudita que había en la comunidad de Almería, le decía a su madre: "Cuando yo sea mayor, quiero ser como H. Stella".
Era una niña, de la que Jesús se enamoró y con todo el candor de un alma pura ella le dijo que sí... que sería suya y de nadie más... y Él le sonrió mientras grababa a fuego en su corazón la firme voluntad de aceptar y cumplir hasta el último aliento la voluntad del Padre en su vida. Se llamaba Carmen y le cambiaron el nombre por el de "María Teresita del Monte Carmelo"... y como a la santa de Lisieux, un ansia misionera la abrasó en deseos de mayor entrega... y la obediencia le enseñó el norte de África en la ciudad de Melilla... y la hizo regresar a la península, pero el imán de las misiones había agarrado con fuerza en su corazón... y fue a África... y cruzó el Atlántico para guiar los destinos de la Provincia Andina y de la América Septentrional... Y su mirada y su sonrisa no dejaban resquicio a la duda: en ella había algo que sabía a anticipo de cielo... Y nos regaló experiencias que hoy no acertamos a verbalizar, porque son muchas, porque son profundas, porque tal vez no acertamos, en su momento a captar el alcance del mensaje que transmitían sus palabras, su mirada y su sonrisa...
Se fue... el día 3, mientras su Congregación ofrecía oraciones por las misiones, el día en que la Iglesia universal celebra la memoria de S. Carlos Lwanga y compañeros mártires de Uganda... ¿Se fue? Creo que no... creo que sencillamente, como todo lo que hacía, aceptó su último destino para pasar de la Casa Madre a la comunidad del cielo... en la que hace el número 2060. No tendrá ya más destinos, pero asume todos los oficios... Intercede por ti y por mi... Nos regalará su sonrisa y nos ofrecerá su mano... Nos animará cuando las piedras dificulten nuestro camino... Nos enseñará a suavizar la sed cuando el paisaje sea más árido... Nos revelará el auténtico gozo de la unión con Cristo y la entrega incondicional a la misión cada vez que sintamos cómo el Buen Pastor nos lleva sobre sus hombros... Nos ayudará a descubrir el eterno y misericordioso amor del Padre cuando la soledad nos envuelva... Nos mostrará cómo se ama al Instituto y se siguen las huellas de la Madre Fundadora cada vez que pensemos que esta navecilla va a la deriva... H. María Teresa López Góngora ha alcanzado la meta y como grano maduro, su cuerpo vuelve a la tierra en la Solemnidad del Corpus Christi, tal vez para recordarnos que "si el grano no cae en tierra y muere queda infecundo"... Que tu fidelidad y la mía sean el mejor gesto de gratitud al fruto abundante y generoso de la vida cristiana y religiosa de H. María Teresa.