«La
santidad, buscada en todos los estados de vida, es la promoción más original y
más llamativa a la que pueden aspirar y acceder las mujeres»
L’Omelia del Santo Padre per le
canonizzazioni in San Pietro.[1]
Santa Vicenta
María
Vicenta María López y Vicuña está más cerca de nosotros en el tiempo. Nació en las nobles y cristianas tierras de Navarra, el día 22 de marzo de 1847, para morir en los umbrales de este siglo. Transcurrió una juventud serena, durante la cual fueron madurando en ella los frutos de una esmerada educación cristiana, en la que dejó huellas inconfundibles el ambiente familiar: la madre, un tío sacerdote, una tía religiosa. ¡Oh! Nunca ponderaremos bastante la importancia formativa del núcleo familiar; esa labor ejemplar, insustituible, de siembra y cultivo de conocimientos y virtudes. Y Dios bendice con predilección a las familias auténticamente cristianas; son ellas, por su parte, la mejor cantera de vocaciones para el servicio de la Iglesia. En España tenéis, a este respecto una tradición espléndida, gloriosa, fecunda.
Os recordamos esto ahora amadísimos
hijos, porque abrigamos la esperanza de que el Año Santo se distinga también
por un despertar de las vocaciones, por “un incremento numérico de aquellos que
sirven a la Iglesia con particular dedicación de su vida, es decir, de los
sacerdotes y religiosos” (Bula Apostolorum limina IV).
Nuestra Santa es muy joven aún, cuando
oye en sus adentros la llamada divina. No fue una decisión fácil de realizar.
Con sencillez y dulzura, con sacrificio y caridad logra verse liberada de la
perspectiva que le ofrece una vida en el mundo tranquila, acomodada,
halagadora.
En la fiesta de la Santísima Trinidad
de 1876 recibe el hábito religioso junto con dos compañeras; nace así la congregación
de las Religiosas de María Inmaculada; una familia que tiene por misión la
santificación personal de sus miembros y la ayuda a las jóvenes que trabajan
fuera de sus propios hogares.
A esas jóvenes, rodeadas de no pequeñas
dificultades y peligros, Vicenta María entrega su vida entera. Al poner en la
balanza el futuro de su vocación, podrá
decir: “¡Las chicas han vencido!” Y a ellas se dará sin reservas, para
hacerles encontrar un hogar acogedor, donde hallen una voz amiga, la palabra
alentadora y desinteresada, el calor de un corazón, donde descubran la riqueza
inmensa humano-divina de sus vidas, el secreto de los valores perennes, de la
paz interior y donde, a la vez, aprendan a promoverse integralmente, para
hacerse cada vez más dignas ante Dios y realizarse mejor como jóvenes.
¡De qué maravillosas intuiciones es
capaz quien ama de veras! ¡Qué fina pedagogía sabe aplicar quien habla ese
lenguaje sublime que se aprende en el corazón de Cristo!
Nuestra Santa tenía una experiencia
personal en este apostolado específico. Sus mismos familiares de Madrid la
habían puesto en contacto con esa clase trabajadora, tan necesitada. El deseo
de entregarse a Dios hace lo demás. Ella misma siente en su alma la exigencia
insaciable de renuncia genuina, deliberada, amorosa, que se le pide al
discípulo de Cristo “para gloria de Dios más palpable. Más pobreza. Más
mortificación de mis naturales inclinaciones. Mucho peligro de sufrir
desprecios. ¡Cuántos lo vituperarán! Continuo sacrificio. Necesidad de la
época”. Son estos precisamente los motivos que la impulsan a hacer la
fundación, según ella misma ha dejado escrito (cf. Escritos de la fundadora,
Cuaderno t. F. 80 r. O. C. 124-130).
A pesar de su muerte prematura, a los
cuarenta y tres años, no sin los sufrimientos físicos y sobre todo morales -¡la
cruz es la compañera inseparable de los Santos!-, la madre Vicuña vio aprobada
su Obra por la Santa Sede; tenía ya casas repartidas por España y estaba
ilusionada con fundar en Buenos Aires. La congregación se abría así a todos los
horizontes de la Iglesia, como lo está hoy en numerosas comunidades esparcidas
por Europa, América, África y Asia.
Recordamos bien cuando fue beatificada
por nuestro venerable predecesor Pío XII en el anterior Año Santo. Y en este
Año Santo, que coincide además con el Año Internacional de la Mujer, podríamos
preguntarnos: ¿qué mensaje trae Santa Vicenta María para la Iglesia y para el
mundo de nuestro tiempo?
Al iniciar el ciclo de beatificaciones
de este Año Santos con María Eugenia Milleret decíamos que “la santidad,
buscada en todos los estados de la vida, es la promoción más original y más
llamativa a la que pueden aspirar y acceder las mujeres”.
Santa Vicenta María ha sentido,
imperioso, el reclamo de la caridad hecha servicio, algo que le está invitando
a prodigar su atención hacia la mujer, sobre todo la joven, necesidad de
cuidados religiosos, de asistencia social, de la auténtica sublimación
cristiana, en una palabra, de promoción en el sentido más completo y elevado
del término. Una tarea que, con las diversas modalidades que van presentando
los tiempos constituye también una exigencia importante del mundo actual.
El carisma de la fundadora tiene así en
nuestra época una vivencia singular. Esto mismo os exige a vosotras, religiosas
de María Inmaculada, un empeño y un compromiso: un empeño de constante y
auténtica renovación (cf. Perfectae caritatis, 2), fijando la mirada en vuestra
Santa Madre, para imitar su ejemplo de perfección evangélica (cf. Mt. 5, 48),
centrada en la caridad y alimentada con la adoración eucarística y la devoción
a la Santísima Virgen, características sobresalientes de la espiritualidad de
Vicenta María; así como su fidelidad y amor a la Iglesia; en una palabra, para
seguir sus pasos en la vida espiritual y en la vida apostólica.
Un compromiso también: el de la caridad
social que constituye la herencia principal de vuestra Fundadora. En casi cien
años de vida ¡qué bien ha sabido emplear vuestra congregación esta herencia a
favor de la promoción de las jóvenes, con residencias, escuelas profesionales,
centros sociales y misionales! Os lo decimos con gozosa complacencia a
vosotras, queridas religiosas de María Inmaculada aquí presentes y a todas las
que, no habiendo podido venir, tienen en estos momentos su mirada puesta en
esta asamblea eclesial. ¡Ánimo! ¡Siempre adelante!
Amadísimos hijos: La Iglesia rebosa hoy
de gozo. Su vitalidad perenne es fruto de la presencia divina. Se difunda el
canto de acción de gracias que la Iglesia dedica al Padre y al Hijo y al
Espíritu Santo que la guían y la embellecen constantemente, sembrando de Santos
los senderos del mundo. Sí, alegrémonos porque Dios ha hecho maravillas en las
almas de San Juan Bautista de la Concepción y de Santa Vicenta María, cuyo paso
por esta tierra atraen nuestras miradas, nuestras aspiraciones de conquistas
más sublimes, nuestros anhelos más apremiantes de transformación terrena y
trascendente. Gracias sean dadas a la Trinidad Santa desde lo más hondo de
nuestros corazones.
Nos quisiéramos que este canto de alegría
se tradujera ahora en un ferviente mensaje de felicitación a España entera. Lo
merece, porque en su secular trayectoria eclesial nos ofrece dos nuevos
testimonios de su espiritual y religiosa fecundidad, que deben servir de
constante estímulo, de compromiso perenne para las actuales y futuras
generaciones. A ejemplo de vuestros Santos, ¡manteneos siempre fieles a la
Iglesia! Todos unidos, sacerdotes, religiosos y fieles de España, continuad por
el camino de la adhesión y fidelidad al mensaje de Cristo, promoviendo con
vuestra conducta obras generosas que sirvan a la causa del bien espiritual y
del progreso social de vuestra patria. Esta es nuestra esperanza, éstos son
nuestros deseos, que en este día luminoso encomendamos de manera particular a
San Juan Bautista de la Concepción y a Santa Vicenta María López y Vicuña, para
gloria de Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo.
Homilía
completa
In Petriana Basilica habita a Beatissimo Patre iis qui sollemni
canonizationi Beati Ioannis Baptistae a Conceptione et Beatae Vincentiae Mariae
López Vicuña interfuerunt.[2]
La schiera dei
Santi si accresce. Noi tutti dobbiamo goderne per la gloria di Dio, per l'onore
del Signore nostro Gesù Cristo, per il gaudio che ne deriva alla Madre dei
Santi, la Chiesa cattolica, ed in particolare alle rispettive Famiglie Religiose
illustrate dall'opera e dalla virtù di questi loro Santi Patroni; e poi per
l'edificazione di tutto il Popolo di Dio, che sa di poter venerare in questi
suoi membri benedetti due fratelli esemplari, degni d'ammirazione e di
devozione, e che confida inoltre d'averli solidali ed efiicaci intercessori
presso l'unica fonte della nostra salvezza in virtù della comunione dei Santi,
Cristo Signore.
La schiera dei
Santi, tali ufficialmente dichiarati, si accresce; e, a Dio piacendo, ancora,
durante quest'Anno Santo, e poi negli anni successivi, si accrescerà. Non sorga
in alcuno il dubbio che questo progressivo aumento di figli eletti della Chiesa
sia frutto d'una facile inflazione devozionale. Chi conosce la complessità e il
rigore dei processi, che precedono tanto le Beatificazioni, quanto le
Canonizzazioni, sa bene quanto la Chiesa sia cauta ed esigente in ciò che
concerne le prove delle virtù di grado « eroico », o possiamo dire superlativo,
eminente, comprovato da inconfutabili testimonianze, analizzato con rigore
critico e con metodo obbiettivamente storico, anzi convalidato da due
verifiche, una negativa, quella così detta del «non culto», la quale assicura i
giudici del processo non esservi l'influsso di qualche eventuale mistificazione
popolare ; e quella positiva dei miracoli, quasi come attestato trascendente
d'un divino beneplacito all'eccezionale riconoscimento della santità, che la
Chiesa intende venerare nei singoli e singolari candidati agli onori degli
altari. La legislazione canonica è molto grave e prudente in questa materia, e
tale rimane, anche se alcune forme procedurali d'altri tempi, non poco
ritualizzate e complicate, dei processi in questione dovranno essere alquanto
semplificate, pur conservando la dovuta, essenziale e inequivocabile verifica
dei titoli eccezionali reclamati per l'esito positivo di ognuno di tali
processi.
Ma che la
schiera dei Santi si arricchisce di nuovi nomi col procedere del cammino della
Chiesa nel tempo, e che noi ne siamo i fortunati testimoni deve essere motivo
di gaudio e di speranza : la Chiesa vive; non invecchia, ma fiorisce; e mentre
le vicende della storia spesso ne turbano il pacifico svolgimento, anzi talora
ne sconvolgono e ne affliggono il suo normale cammino terreno, ella reagisce in
santità, offrendo a se stessa e al mondo il conforto e l'esempio di alcuni
imprevisti e tipici suoi figli, che con mirabili carismi di carità e d'altre
virtù evangeliche, e doni e frutti propri del Paraclito, sostengono la fede
minacciata dei popoli, e offrono al loro secolo e a quelli successivi
l'inestinguibile presenza dello Spirito vivificante in seno alla santa Chiesa
di Cristo. E questa semplice riflessione, che potrebbe svolgersi in filosofìa della
storia ed in teologia della Chiesa pellegrina e militante, deve aprire oggi
all'esultanza per le due Canonizzazioni ora felicemente celebrate; e le dia
alimento e conferma qualche breve accenno biografico, anzi agiografico dei
nuovi due eletti al titolo ufficiale di santità.
Deinde
Beatissimus Pater ita est prosecutus:
La figura de San Juan Bautista de la
Concepción, lejos de haberse desgastado con el paso de los siglos, sigue
inalterable ofreciendo la entereza y frescura de su testimonio de hijo de la
Iglesia. Nació Juan Bautista el año mil quinientos sesenta y uno, en un hogar
profundamente cristiano de Almodóvar del Campo. Allí había nacido un insigne
Maestro del espíritu, también canonizado por Nos, San Juan de Ávila. Parece
como si estas dos existencias, plasmadas en el mismo ambiente, hubiesen sido,
por designio divino, una prolongación ininterrumpida no tanto en el tiempo
cuanto en un común empeño reformador: el Maestro Ávila murió precisamente
cuando Juan Bautista iba a cumplir ocho años.
Hay otro dato significativo y curioso.
Tiene Juan Bautista quince años cuando una gran Santa reformadora, Teresa de
Jesús —a quien Nos hemos proclamado Doctora de la Iglesia— va a Almodóvar y se
hospeda en la casa del futuro Santo trinitario. Este florecimiento de Santos
con temple renovador al comienzo de una etapa postconciliar, la de Trento, ¿no
resulta aleccionadora para nuestros tiempos de resurgimiento y creciente
desarrollo eclesial? Porque es claro que un determinado período de la Iglesia
no puede caracterizarse como época de reforma auténtica y fructuosa si no
produce una constelación de Santos. Con ocasión de estas canonizaciones del Año
Jubilar ¿no es oportuno recordar el capítulo quinto de la Constitución
dogmática «Lumen gentium», que nos habla de la vocación universal a la santidad
en la Iglesia? Sí, nos parece un momento propicio para lanzar a todos nuestros
colaboradores en la evangelización, obispos, sacerdotes, diáconos, religiosos y
seglares el reto de la santidad, sabiendo bien que sin ella la renovación
quedaría comprometida y perdería el fruto primero y fundamental, tanto del
Jubileo como del Concilio[4].
No es mera coincidencia, carente de sentido, el hecho de que Juan Bautista de
la Concepción sea canonizado, casi cuatro siglos después de su muerte, en este
Año Santo y en el décimo aniversario de la clausura del Concilio Vaticano II.
Este Concilio ha puesto a la Iglesia al ritmo de la renovación. Pero ¿de qué
renovación se trata? Evidentemente no puede ser una renovación sin
discernimiento. Son los Pastores de la Iglesia los que, reunidos en Concilio,
bajo la presidencia del Sucesor de Pedro, han señalado el sentido de la
renovación que necesita nuestro tiempo. Los actuales problemas eclesiales
encontrarán solución, en la fidelidad a las enseñanzas del Concilio, siguiendo
las sabias directrices de la Jerarquía.
De una manera concreta, San Juan
Bautista de la Concepción nos enseña con su vida cuáles han de ser las
disposiciones y actitudes de los auténticos renovadores. Y particularmente en
lo que se refiere a las familias religiosas, ya que él ha pasado a la historia
como el reformador de la Orden de la Santísima Trinidad. Nuestro Santo, que
viste el hábito de la Orden a los diecinueve años, se prepara a su misión,
entregándose con generosidad al Señor, cultivando en su alma la piedad eucarística
y mariana, con un deseo grande de imitar las austeridades de los Santos
reseñadas en el «Flos Sanctorum» que lee con fruición. Se afana en el estudio
para obtener una sólida formación teológica, a base sobre todo de la Sagrada
Escritura y de los Santos Padres, que le servirán en su ministerio de predicador
incansable. Se propone ser un religioso observante que quiere abrazar la regla
primitiva, austera y pobre de la Orden y, para ello, rompe decididamente con la
«tiranía de los cumplimientos del mundo»[5].
¿No es ese el camino de los Santos?
Para realizar la reforma de su Orden,
peregrina a Roma; y su obra, tanto en España come fuera, se ve sometida a
graves pruebas. Pero no le importa: «Claro está -dice- que si yo te amo, Señor,
no tengo de querer en esta vida honra, ni gloria, sino padecer por tu amor»[6].
Cuando el Papa Clemente VIII aprueba la reforma de la Orden Trinitaria, nuestro
Santo vuelve a España para aplicar con total fidelidad las normas que le ha
dado la Santa Sede. Exige a los frailes que abrazan la vida reformada la exacta
observancia de la regla, profunda vida de oración, de penitencia y de pobreza,
siempre en un clima de alegría que no está reñida con la austeridad. Él se
muestra siempre humano y delicado en sus intervenciones; pero al mismo tiempo
firme, recto y obediente a sus superiores. Y he aquí los frutos: su obra tiene
éxito y las vocaciones se multiplican. Cuando su vida declina, vuelven las
pruebas y contradicciones; ¿cómo reaccionar? Como lo hacen los Santos. Sí, con
la caridad; así, su alma se purifica en la renovación personal y asciende a
mayor santidad. Cuando muere en Córdoba a los cincuenta y un años de edad deja
en su obra y en sus escritos una lección perenne: ¡No hay auténtica reforma
eclesial sin la renovación interior, sin obediencia, sin cruz. Sólo la santidad
produce frutos de renovación! Que el Señor siga bendiciendo a la Orden de San
Juan de Mata y de San Juan Bautista de la Concepción que tiene precisamente
como finalidad el culto a la Santísima Trinidad y el apostolado liberador entre
los cristianos que por sus circunstancias sociales especiales se encuentran en
mayor peligro de perder la fe.
Este apostolado caracteriza también en
cierto sentido la obra de la nueva Santa.
Vicenta María López y Vicuña está más
cerca de nosotros en el tiempo. Nació en las nobles y cristianas tierras de
Navarra, el día veinticuatro de marzo de mil ochocientos cuarenta y siete, para
morir ya en los umbrales de este siglo. Transcurrió una juventud serena,
durante la cual fueron madurando en ella los frutos de una esmerada educación
cristiana, en la que dejó huellas inconfundibles el ambiente familiar: la
madre, un tío sacerdote, una tía religiosa. ¡Oh! Nunca ponderaremos bastante la
importancia formativa del núcleo familiar; esa labor ejemplar, insustituible,
de siembra y cultivo de conocimientos y virtudes. Y Dios bendice con
predilección a las familias auténticamente cristianas; son ellas, por su parte,
la mejor cantera de Vocaciones para el servicio de la Iglesia. En España
tenéis, a este respecto, una tradición espléndida, gloriosa, fecunda.
Os recordamos esto ahora, amadísimos
hijos, porque abrigamos la esperanza de que el Año Santo se distinga también
por un despertar de las vocaciones, por «un incremento numérico de aquellos que
sirven a la Iglesia con particular dedicación de su vida, es decir, de los
sacerdotes y religiosos»[7].
Nuestra Santa es muy joven aún, cuando
oye en sus adentros la llamada divina. No fue una decisión fácil de realizar.
Con sencillez y dulzura, con sacrificio y caridad logra verse liberada de la
perspectiva que le ofrece una vida en el mundo tranquila, acomodada,
halagadora.
En la fiesta de la Santísima Trinidad
de mil ochocientos setenta y seis recibe el hábito religioso junto con dos
compañeras; nace así la Congregación de las Religiosas de María Inmaculada; una
familia que tiene por misión la santificación personal de sus miembros y la
ayuda a las jóvenes que trabajan fuera de sus propios hogares.
A esas jóvenes, rodeadas con frecuencia
de no pequeñas dificultades y peligros, Vicenta María entrega su vida entera.
Al poner en la balanza el futuro de su vocación, podrá decir: «¡Las chicas han
vencido!». Y a ellas se dará sin reservas, para hacerles encontrar un hogar
acogedor, donde hallen una voz amiga, la palabra alentadora y desinteresada, el
calor de un corazón, donde descubran la riqueza inmensa humano-divina de sus
vidas, el secreto de los valores perennes, de la paz interior y donde, a la
vez, aprendan a promoverse integralmente, para hacerse cada vez más dignas ante
Dios y realizarse mejor como jóvenes.
¡De qué maravillosas intuiciones es
capaz quien ama de veras! ¡Qué fina pedagogía sabe aplicar quien habla ese
lenguaje sublime que se aprende en el corazón de Cristo!
Nuestra Santa tenía ya una experiencia
personal en este apostolado específico. Sus mismos familiares de Madrid la
habían puesto en contacto con esa clase trabajadora, tan necesitada. El deseo
de entregarse a Dios hace lo demás. Ella misma siente en su alma la exigencia
insaciable de renuncia genuina, deliberada, amorosa, que se le pide al
discípulo de Cristo «para gloria de Dios más palpable. Más pobreza. Más
mortificación de mis naturales inclinaciones. Mucho peligro de sufrir
desprecios. ¡Cuántos la vituperarán! Continuo esfuerzo, continuo sacrificio.
Necesidad de la época». Son estos precisamente los motivos que la impulsan a
hacer la fundación, según ella misma ha dejado escrito[8].
A pesar de su muerte prematura, a los cuarenta
y tres años, no sin sufrimientos físicos y sobre todo morales - ¡la Cruz es la
compañera inseparable de los santos! - la Madre Vicuña vio aprobada su obra por
la Santa Sede; tenía ya casas repartidas por España y estaba ilusionada con
fundar en Buenos Aires. La Congregación se «abría así a todos los horizontes de
la Iglesia, como lo está hoy con numerosas comunidades esparcidas por Europa,
América, África y Asia.
Recordamos bien cuando fue beatificada
por nuestro venerable Predecesor Pío XII en el anterior Año Santo. Y en este
Año Santo, que coincide además con el Año Internacional de la Mujer, podríamos
preguntarnos: ¿qué mensaje trae Santa Vicenta María para la Iglesia y para el
mundo de nuestro tiempo?
Al iniciar el ciclo de beatificaciones
de este Año Santo con María Eugenia Milleret decíamos que «la santidad, buscada
en todos los estados de vida, es la promoción más original y más llamativa a la
que pueden aspirar y acceder las mujeres».
Santa Vicenta María ha sentido,
imperioso, el reclamo de la caridad hecha servicio, algo que le está invitando
a prodigar su atención hacia la mujer, sobre todo la joven, necesitada de
cuidados religiosos, de asistencia social, de la auténtica sublimación
cristiana, en una palabra, de promoción en el sentido más completo y elevado
del término. Una tarea que, con las diversas modalidades que van presentando
los tiempos, constituye también una exigencia importante del mundo actual.
El carisma de la Fundadora tiene así en
nuestra época una vivencia singular. Esto mismo os exige a vosotras, religiosas
de María Inmaculada, un empeño y un compromiso: un empeño de constante y
auténtica renovación[9],
7 fijando la mirada en vuestra santa Madre, para imitar su ejemplo de
perfección evangélica, 8 centrada en la caridad y alimentada con la adoración
eucaristica y la devoción a la Santísima Virgen, características sobresalientes
de la espiritualidad de Vicenta María ; así como su fidelidad y amor a la
Iglesia ; en una palabra, para seguir sus pasos en la vida espiritual y en la
vida apostólica.
Un compromiso también: el de la caridad
social que constituye la herencia principal de vuestra Fundadora. En casi cien
años de vida, i qué bien ha sabido emplear vuestra Congregación esta herencia
en favor de la promoción de las jóvenes, con residencias, escuelas
profesionales, centros sociales y misionales. Os lo decimos con gozosa
complacencia a vosotras, queridas religiosas de María Inmaculada aquí presentes
y a todas las que, no habiendo podido venir, tienen en estos momentos su mirada
puesta en esta asamblea eclesial. ¡Animo! ¡Siempre adelante!
Amadísimos hijos: La Iglesia rebosa hoy
de gozo. Su vitalidad perenne es fruto de la presencia divina. Se difunda el
canto de acción de gracias que la Iglesia dedica al Padre y al Hijo y al
Espíritu Santo que la guían y la embellecen constantemente, sembrando de Santos
los senderos del mundo. Sí, alegrémonos porque Dios ha hecho maravillas en las
almas de San Juan Bautista de la Concepción y de Santa Vicenta María, cuyo paso
por esta tierra atraen nuestras miradas, nuestras aspiraciones de conquistas
más sublimes, nuestros anhelos más apremiantes de transformación terrena y
trascendente. Gracias sean dadas a la Trinidad Santa desde lo más hondo de
nuestros corazones.
Nos
quisiéramos que este canto de alegría se tradujera ahora en un ferviente
mensaje de felicitación a España entera. Lo merece, porque en su secular
trayectoria eclesial nos ofrece dos nuevos testimonios de su espiritual y religiosa
fecundidad, que deben servir de constante estímulo, de compromiso perenne para
las actuales y futuras generaciones. A ejemplo de vuestros Santos, manteneos
siempre fieles a la Iglesia! Todos unidos, sacerdotes, religiosos y fieles de
España, continuad por el camino de la adhesión y fidelidad al mensaje de
Cristo, promoviendo con vuestra conducta obras generosas que sirvan a la causa
del bien espiritual y del progreso social de vuestra Patria. Esta es nuestra
esperanza, estos son nuestros deseos, que en este día luminoso encomendamos de
manera particular a San Juan Bautista de la Concepción y a Santa Vicenta María
López y Vicuña, para gloria de Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo.
[1] Osservatore Romano, 26-27 Maggio
1975, p. 2
[2] Die 25 mensis maii a. 1975. Acta Apostolicae Sedis LXVII (30 Iunii 1975) 6, pp. 368-375
[3] Lc. 10, 20.
[4] Cfr. también Decr. de past. Episcop. munere in Ecclesia Christus Dominus, n.
15
[5] Obras VIII, 29.
[6] Obras VIII, 128.
[7] Bula Apostolorum limina, IV.
[8] Cfr. Escritos de la Fundadora, Cuaderno t. f. 80 r. O.c. 124-130.
[9] Cfr. Decr. de accomm. renov. vitae religiosae Perfectae
caritatis, n. 2.