El día 30 de julio de 1890, se celebró en la Casa Madre del
Instituto por vez primera una ceremonia de profesión perpetua en la que
pronunciaron sus votos, junto a Santa Vicenta María, M. María Teresa Orti, M. María
Asunción Carrera, M. María del Patrocinio Sánchez, M. María Josefa Orti, M. María
de los Dolores Morayta, M. María Javiera Elgorriaga, M. Ana María Carrera, M. María
Isabel Méndez y M. María Eulalia Sánchez. La ceremonia fue presidida por el P.
Isidro Hidalgo de la compañía de Jesús, que nos la cuenta así en la biografía
de la Madre Fundadora, escrita por él mismo:
Aunque la
edificante enferma se levantaba todos los días y se ocupaba de los asuntos y
recibía a Madre y novicias; y les hacía alguna vez pequeñas instrucciones en
Comunidad, y tocaba el piano y cantaba canticos piadosos, y en su semblante
aparecía siempre animada, alegre y aun risueña, sin embargo, no reponía en las
pocas horas que estaba bien lo que perdía en el recargo, que era por desgracia
diario. Así que iba perdiendo fuerzas y vida, por lo cual los Doctores
anunciaban un no lejano funesto desenlace. Por esta razón el Prelado dispuso
que se hiciesen las profesiones según lo pedía la Superiora General con fecha
12 de Julio, el día de San Ignacio de Loyola 31 del mismo. Autorizaba la Rvdma.
Madre para que pudiera hacer los ejercicios en particular y para que pudiera
Comulgar en la cama el mismo día de los votos a fin de poder asistir después al
frente de todas a la solemne ceremonia de la profesión, ya desayunada, y esto
atendía su debilidad y quebrantaba salud. Fue alargando poco a poco su estancia
fuera de la cama y logró permanecer en pie en estado de poder trabajar algo más
de cuatro horas. En ellas arregló el personal de las Casas, llamó cerca de sí a
las que habían de profesar, que eran nueve, y cuando ya estaban en Madrid
hablábalas a ellas solas todo lo que
permitía su salud, preparándolas y preparándose ella par un acto tan grande, y
como las palabras eran de corazón a corazón es tanto el bien que las hacía, que
lo expresaban Madre é Hijas derramando copiosas lágrimas, ya de gratitud al
Señor por tan grande beneficio, ya al contemplar su pequeñez é indignidad, ya
por otros afectos que la Madre recomendaba.
Determinó
que entrasen en ejercicios el día 19, ofreciéndose muy de buena voluntad a
hacer por todas y ayudarlas cuanto pudiera, y esperaba que el Padre designado
para dar los ejercicios las atendiera todo lo preciso, para que salieran muy
aprovechadas de aquellos días de salud; preparación digna de sus Hijas para
iniciar las profesiones religiosas en la Congregación. "Por mi parte estoy
decidida, dijo, a seguir en todo lo que digan los directores, y aunque mucho
siento no poder andar entre las Madres, como una de tantas que soy, espero en
la misericordia de Dios y protección de San Ignacio que he de poder asistir a
las instrucciones y algo más. No dudo que las Madres me ayudaran, con sus
oraciones, siquiera por ver en mí a una pobre enferma que apenas puedo valerme.
Es
indecible el fervor con que el 19 por la noche entraron en ejercicios las
Rvdmas. Madres y el que comunicaron en aquellos días a toda la Casa: porque
habitando en ella cerca de doscientas entre Religiosas y Colegialas, apenas se
oía no una palabra, pero ni el menor ruido en toda ella. El Padre había
recomendado esto mismo, días antes en plática de Comunidad: él mismo se lo rogó
a las Colegialas, y todas supieron cumplir como buenas, convirtiendo el Colegio
en aquellos días en Cenáculo o Casa de oración hablando solo lo preciso y en
voz baja; privándose voluntariamente de recreos y edificándose mutuamente.
Como sin duda
la Madre había pedido al Señor que la de jase asistir a cuanto de los
ejercicios había de sacar bien, pudo estar en más de los que se creía; y como
por otra parte también la ayudaba el Padre y suplía en particular cuanto la
parecía conveniente, logró la enferma por gracia especialísima del Divino
Corazón hacer unos ejercicios espirituales muy completos y llenos de gracias
especialísimas del Señor, por medio de la unión intima con el Corazón de Jesús.
Y como algo de aquel vivir abismada en El, se traslucía en su exterior, mucho
influía en las Madre su presencia, no sólo por la edificación que causaba su
presencia al ver su recogimiento exterior sino por saber que estaba bien y que
podían esperar de Dios la gracia de que hiciera con ellas su profesión
religiosa.
Terminados
felizmente los santos ejercicios hicieron todas siguiendo el ejemplo de la
Madre, la renuncia de todos sus bienes temporales; verificada después la
exploración canónica quedaron aprobadas por representante del Prelado todas las
10; por reunir las condiciones que para hacer la profesión religiosa piden los
sagrados cánones y constituciones del mismo Instituto. Llegó al fin el día
señalado para la profesión y la Rvdma. Madre amaneció llena de vida y fortaleza
con una animación y alegría desusada. Preparóse con tiempo más que suficiente
para recibir en el lecho, según lo tenía ordenado, la Sagrada Comunión; y
apenas vino a su pecho el Dios del Sagrario, sintió en su alma aquel recogimiento
en la presencia de Jesús que tanto alimentaba su espíritu y expansionaba su
alma en la fuente del divino amor, durante su prolongada acción de gracias; y en
este estado recogida y vigorosa, después de un escaso desayuno, ya levantada
oyó la señal que llamaban a la Comunidad a la solemne ceremonia.
Bajó con
paso firme a la Capilla, ocupó su lugar correspondiente, presidiendo aquel coro
de almas generosas que con ella había de ofrecerse en sacrificio perpetuo de
holocausto a su Dios y Señor, y teniendo en su mano el formulario, en su nombre
y el de aquellas sus Hijas fue respondiendo con voz dulcísima y firme a las
preguntas del Ministro del Señor, el Rvdo. Padre Hidalgo, delegado por el
Excmo. Señor Obispo Madrid-Alcalá Don Ciriaco Sancha para recibir aquellos
primeros y últimos, votos que por ser públicos y perpetuos se llamaban
impropiamente la profesión religiosa. Muchas lágrimas arrancaron de los
concurrentes las respuestas de la Rvdma. Madre, y la seriedad que reviste la
ceremonia, pero especialmente lloraron sus Hijas y Colegialas en estos dos
actos: fue el primero cuando oyeron la firmeza y decisión con que contestó la
Madre en su nombre y en el de todas al Ministro del Señor que las exhortaban a
lo que mirasen bien, y vieran si tenían fuerzas no solo para sobrellevar el
rigor de la vida religiosa sino también para cumplir los serios deberes para
las jóvenes encomendadas por el mismo Dios a su cuidado y vigilancia. A lo cual
contestó la Madre como llena de santo celo: "Muchas veces lo hemos pensado
en la presencia de Jesús y contamos con su gracia para poder cumplir fielmente
no sólo lo que hasta aquí hemos declarado sino también para sacrificar nuestra
vida, si fuese menester, a fin de moralizar, proteger y servir a cuantas
jóvenes traiga Dios a nuestros Colegios para tan útiles como santos
fines". Dijo esto en un tono tan suave, firme y conmovedor que penetrando
el claro y dulce eco de estas palabras, o más bien de aquella obligación tan
generosa en el corazón de sus Hijas y no menos en el de las doncellas que allí
estaban, prorrumpieron todas en sollozos y copioso llanto. Era la grandeza de
aquel agotado corazón; era la gratitud la que obligaba a unas y otras a rendir
este solemne homenaje a la que todas llamaban "nuestra Madre". El
segundo acto que conmovió a todas, fue cuando después de terminada la Misa, la
vieron postrada y también a las que con ella habían de hacer sus últimos votos,
cubiertas todas con sus respectivos paños fúnebres, en los cuales campeaban,
pintados por la misma Madre Fundadora, los emblemas de la muerte, y se aumentó
el llanto al oír el doble de la campana, y los cánticos que se usan para los
difuntos: lo cual, si en aquel acto tienen razón de ser porque simboliza la
muerte mística al mundo y así misma por medio de la vida Religiosa, no deja por
esto de ser siempre ceremonia patética y tiernamente conmovedora. Mas como
sucede generalmente en las cosas del espíritu, como por esta muerte se va a la
vida en Cristo Jesús, por esta razón después de tan triste ceremonia viene la
corona de flores, emblema de aquella que prepara el mismo Esposo divino a todas
las que perseveren fieles a su amor hasta el fin, en el Reino de los Cielos.
Terminado
el acto que siempre resulta largo la Rvdma. Madre llena de contento y alegría dio
y recibió el parabién de los suyos, y llenas de gratitud, la Madre por el
favor, fortaleza o consuelo que había recibido del Corazón Divino y de su
protector San Ignacio, y las nuevamente profesas y Comunidad por ver a su
queridísima fundadora llena de vida, cual en los días de su mayor vigor y
energía, dieron a Dios rendidas gracias por el mayor de los beneficios de la
vida religiosa, en breve pero muy ferviente oración. La Rvdma. Madre hizo un atento
y delicado cumplido a los que habían solemnizado el acto con su asistencia, y
se retiró a descansar en la más dulce efusión de gratitud de su vida, según
dijo poca después a su Director espiritual, que terminó con el anciano Simeón,
repitiendo llena de fe y caridad "Nunc dimittis servum tuum,
Domine..."