sábado, 31 de julio de 2021

31 de julio

 

El día 30 de julio de 1890, se celebró en la Casa Madre del Instituto por vez primera una ceremonia de profesión perpetua en la que pronunciaron sus votos, junto a Santa Vicenta María, M. María Teresa Orti, M. María Asunción Carrera, M. María del Patrocinio Sánchez, M. María Josefa Orti, M. María de los Dolores Morayta, M. María Javiera Elgorriaga, M. Ana María Carrera, M. María Isabel Méndez y M. María Eulalia Sánchez. La ceremonia fue presidida por el P. Isidro Hidalgo de la compañía de Jesús, que nos la cuenta así en la biografía de la Madre Fundadora, escrita por él mismo:

Aunque la edificante enferma se levantaba todos los días y se ocupaba de los asuntos y recibía a Madre y novicias; y les hacía alguna vez pequeñas instrucciones en Comunidad, y tocaba el piano y cantaba canticos piadosos, y en su semblante aparecía siempre animada, alegre y aun risueña, sin embargo, no reponía en las pocas horas que estaba bien lo que perdía en el recargo, que era por desgracia diario. Así que iba perdiendo fuerzas y vida, por lo cual los Doctores anunciaban un no lejano funesto desenlace. Por esta razón el Prelado dispuso que se hiciesen las profesiones según lo pedía la Superiora General con fecha 12 de Julio, el día de San Ignacio de Loyola 31 del mismo. Autorizaba la Rvdma. Madre para que pudiera hacer los ejercicios en particular y para que pudiera Comulgar en la cama el mismo día de los votos a fin de poder asistir después al frente de todas a la solemne ceremonia de la profesión, ya desayunada, y esto atendía su debilidad y quebrantaba salud. Fue alargando poco a poco su estancia fuera de la cama y logró permanecer en pie en estado de poder trabajar algo más de cuatro horas. En ellas arregló el personal de las Casas, llamó cerca de sí a las que habían de profesar, que eran nueve, y cuando ya estaban en Madrid hablábalas  a ellas solas todo lo que permitía su salud, preparándolas y preparándose ella par un acto tan grande, y como las palabras eran de corazón a corazón es tanto el bien que las hacía, que lo expresaban Madre é Hijas derramando copiosas lágrimas, ya de gratitud al Señor por tan grande beneficio, ya al contemplar su pequeñez é indignidad, ya por otros afectos que la Madre recomendaba.

Determinó que entrasen en ejercicios el día 19, ofreciéndose muy de buena voluntad a hacer por todas y ayudarlas cuanto pudiera, y esperaba que el Padre designado para dar los ejercicios las atendiera todo lo preciso, para que salieran muy aprovechadas de aquellos días de salud; preparación digna de sus Hijas para iniciar las profesiones religiosas en la Congregación. "Por mi parte estoy decidida, dijo, a seguir en todo lo que digan los directores, y aunque mucho siento no poder andar entre las Madres, como una de tantas que soy, espero en la misericordia de Dios y protección de San Ignacio que he de poder asistir a las instrucciones y algo más. No dudo que las Madres me ayudaran, con sus oraciones, siquiera por ver en mí a una pobre enferma que apenas puedo valerme.

Es indecible el fervor con que el 19 por la noche entraron en ejercicios las Rvdmas. Madres y el que comunicaron en aquellos días a toda la Casa: porque habitando en ella cerca de doscientas entre Religiosas y Colegialas, apenas se oía no una palabra, pero ni el menor ruido en toda ella. El Padre había recomendado esto mismo, días antes en plática de Comunidad: él mismo se lo rogó a las Colegialas, y todas supieron cumplir como buenas, convirtiendo el Colegio en aquellos días en Cenáculo o Casa de oración hablando solo lo preciso y en voz baja; privándose voluntariamente de recreos y edificándose mutuamente.

Como sin duda la Madre había pedido al Señor que la de jase asistir a cuanto de los ejercicios había de sacar bien, pudo estar en más de los que se creía; y como por otra parte también la ayudaba el Padre y suplía en particular cuanto la parecía conveniente, logró la enferma por gracia especialísima del Divino Corazón hacer unos ejercicios espirituales muy completos y llenos de gracias especialísimas del Señor, por medio de la unión intima con el Corazón de Jesús. Y como algo de aquel vivir abismada en El, se traslucía en su exterior, mucho influía en las Madre su presencia, no sólo por la edificación que causaba su presencia al ver su recogimiento exterior sino por saber que estaba bien y que podían esperar de Dios la gracia de que hiciera con ellas su profesión religiosa.

Terminados felizmente los santos ejercicios hicieron todas siguiendo el ejemplo de la Madre, la renuncia de todos sus bienes temporales; verificada después la exploración canónica quedaron aprobadas por representante del Prelado todas las 10; por reunir las condiciones que para hacer la profesión religiosa piden los sagrados cánones y constituciones del mismo Instituto. Llegó al fin el día señalado para la profesión y la Rvdma. Madre amaneció llena de vida y fortaleza con una animación y alegría desusada. Preparóse con tiempo más que suficiente para recibir en el lecho, según lo tenía ordenado, la Sagrada Comunión; y apenas vino a su pecho el Dios del Sagrario, sintió en su alma aquel recogimiento en la presencia de Jesús que tanto alimentaba su espíritu y expansionaba su alma en la fuente del divino amor, durante su prolongada acción de gracias; y en este estado recogida y vigorosa, después de un escaso desayuno, ya levantada oyó la señal que llamaban a la Comunidad a la solemne ceremonia.

Bajó con paso firme a la Capilla, ocupó su lugar correspondiente, presidiendo aquel coro de almas generosas que con ella había de ofrecerse en sacrificio perpetuo de holocausto a su Dios y Señor, y teniendo en su mano el formulario, en su nombre y el de aquellas sus Hijas fue respondiendo con voz dulcísima y firme a las preguntas del Ministro del Señor, el Rvdo. Padre Hidalgo, delegado por el Excmo. Señor Obispo Madrid-Alcalá Don Ciriaco Sancha para recibir aquellos primeros y últimos, votos que por ser públicos y perpetuos se llamaban impropiamente la profesión religiosa. Muchas lágrimas arrancaron de los concurrentes las respuestas de la Rvdma. Madre, y la seriedad que reviste la ceremonia, pero especialmente lloraron sus Hijas y Colegialas en estos dos actos: fue el primero cuando oyeron la firmeza y decisión con que contestó la Madre en su nombre y en el de todas al Ministro del Señor que las exhortaban a lo que mirasen bien, y vieran si tenían fuerzas no solo para sobrellevar el rigor de la vida religiosa sino también para cumplir los serios deberes para las jóvenes encomendadas por el mismo Dios a su cuidado y vigilancia. A lo cual contestó la Madre como llena de santo celo: "Muchas veces lo hemos pensado en la presencia de Jesús y contamos con su gracia para poder cumplir fielmente no sólo lo que hasta aquí hemos declarado sino también para sacrificar nuestra vida, si fuese menester, a fin de moralizar, proteger y servir a cuantas jóvenes traiga Dios a nuestros Colegios para tan útiles como santos fines". Dijo esto en un tono tan suave, firme y conmovedor que penetrando el claro y dulce eco de estas palabras, o más bien de aquella obligación tan generosa en el corazón de sus Hijas y no menos en el de las doncellas que allí estaban, prorrumpieron todas en sollozos y copioso llanto. Era la grandeza de aquel agotado corazón; era la gratitud la que obligaba a unas y otras a rendir este solemne homenaje a la que todas llamaban "nuestra Madre". El segundo acto que conmovió a todas, fue cuando después de terminada la Misa, la vieron postrada y también a las que con ella habían de hacer sus últimos votos, cubiertas todas con sus respectivos paños fúnebres, en los cuales campeaban, pintados por la misma Madre Fundadora, los emblemas de la muerte, y se aumentó el llanto al oír el doble de la campana, y los cánticos que se usan para los difuntos: lo cual, si en aquel acto tienen razón de ser porque simboliza la muerte mística al mundo y así misma por medio de la vida Religiosa, no deja por esto de ser siempre ceremonia patética y tiernamente conmovedora. Mas como sucede generalmente en las cosas del espíritu, como por esta muerte se va a la vida en Cristo Jesús, por esta razón después de tan triste ceremonia viene la corona de flores, emblema de aquella que prepara el mismo Esposo divino a todas las que perseveren fieles a su amor hasta el fin, en el Reino de los Cielos.

Terminado el acto que siempre resulta largo la Rvdma. Madre llena de contento y alegría dio y recibió el parabién de los suyos, y llenas de gratitud, la Madre por el favor, fortaleza o consuelo que había recibido del Corazón Divino y de su protector San Ignacio, y las nuevamente profesas y Comunidad por ver a su queridísima fundadora llena de vida, cual en los días de su mayor vigor y energía, dieron a Dios rendidas gracias por el mayor de los beneficios de la vida religiosa, en breve pero muy ferviente oración. La Rvdma. Madre hizo un atento y delicado cumplido a los que habían solemnizado el acto con su asistencia, y se retiró a descansar en la más dulce efusión de gratitud de su vida, según dijo poca después a su Director espiritual, que terminó con el anciano Simeón, repitiendo llena de fe y caridad "Nunc dimittis servum tuum, Domine..."