domingo, 4 de junio de 2023

Solemnidad de la Santísima Trinidad

 

 

Capilla del Instituto de las Religiosas de María Inmaculada

En muchas de nuestras capillas podemos descubrir referencias al misterio de la Santísima Trinidad, pero tal vez, en ninguna es tan explícito como en la de "Villa Santa María". La Solemnidad de la Santísima Trinidad ha marcado hitos importantes en la historia de la Obra apostólica confiada al Instituto y en la Congregación desde su mismo nacimiento.
En la solemnidad de la Santísima Trinidad:
* el 7 de junio de 1868 fue inaugurado el primer Oratorio en el Asilo de Sirvientas, en Madrid, calle Cañizares 16. A partir de entonces, en esta solemnidad se celebraba 'Misa de comunión general' para las chicas (el 26 de mayo de 1872 comulgaron162).
* el 11 de junio de 1876, a las 4 y media de la tarde, el beato Ciriaco María Sancha y Hervás impuso el hábito religioso a Santa Vicenta María y sus dos primeras compañeras.
* el 22 de mayo de 1921, el Santo Padre, Benedicto XV recibió en audiencia a M. María Teresa Orti, el primer encuentro de la Congregación con el Vicario de Cristo.
* el 25 de mayo de 1975, San Pablo VI, proclamó la santidad de la Madre Fundadora.
La Solemnidad de la Santísima Trinidad marcó la renovación canónica de los votos a las primeras generaciones de Hermanas y quedó señalada como un día para la renovación devocional de los votos para todos los miembros del Instituto.
Desde 1966, la capilla de "Villa Santa María" en vía Cassia, ha sido testigo de la renovación de votos de muchos miembros del Instituto, escenario de la profesión perpetua de casi seiscentas Religiosas de María Inmaculada, de la apertura y clausura de ocho capítulos generales, de un Te Deum en acción de gracias por la elección de seis de nuestras superioras generales; ante su altar, dieciocho de nuestras Hermanas sellaron su fidelidad al Señor y dieron el paso definitivo del tiempo a la eternidad donde su vida es ya alabanza, gloria y honor a la Santísima Trinidad.


Tanto las vidrieras, de Romeo Guarnieri, como el mosaico de Hajnal nos ofrecen, de forma magistral, un claro mensaje de fe cristiana: el triunfo de la gracia santificante sobre el pecado y sobre la muerte. En las vidrieras, los colores más claros emanados de la mano creadora del Padre, del aliento de vida nueva del Espíritu Santo y de la pureza de María permiten el paso de una luz clara y diáfana que resulta más opaca en la zona de las vidrieras que se mantienen al margen de ese influjo de gracia. Así entendemos bien por qué es negro el mármol que sirve de marco al Sagrario de plata, para llamar nuestra atención sobre la presencia de Cristo en las especies eucarísticas contenidas en el Sagrario.

 


En nuestro mosaico, de las figuras centrales de la escena: la Santísima Virgen y Santa Vicenta María, emana una luz capaz de vencer a las tinieblas circundantes.



 

Las vidrieras

 


Desde la entrada a la capilla destacan las vidrieras del presbiterio que flanquean el Crucifijo, completando una singular representación de la Santísima Trinidad, misterio al que se vinculan momentos especialmente significativos en la realización de la labor apostólica encomendada a la Congregación.

No es casualidad que la orientación de la capilla sea la elegida por la Iglesia desde la antigüedad para ubicar el Sagrario y el altar mayor en la pared este del edificio con el fin de que los fieles miren hacia el punto donde amanece para adorar y alabar a Dios, el sol naciente que viene de lo alto.



En el muro norte a la derecha del presbiterio, dos vidrieras nos remontan a María Inmaculada (azucena), reina del universo (corona) que, asumida y glorificada, reina junto al Hijo a la diestra de Dios el Padre y como tal es invocada y venerada.






En el muro sur de la capilla, otra vidriera muestra el carácter y la identidad de la congregación religiosa. Por encima de la compleja realidad del mundo representada por colores más cálidos, si no oscuros, se encuentra la Virgen María, representada aquí por los símbolos del anagrama dominado por la corona de la reina y la corona de doce estrellas en un campo de luz capaz de iluminar toda la realidad subyacente, que en este caso se produce a partir de un canal de luz que desciende a lo más bajo y se identifica con el emblema de nuestro Instituto, no como algo diferente sino como prolongación de la misma y única misión de salvación que le ha sido encomendada a la Iglesia.


En el muro oeste o entrada a la capilla, otras dos vidrieras flanquean la puerta principal. De estas, aunque no tienen un simbolismo particular y sus colores son más suaves porque su propósito principal es dejar pasar la luz al interior de la capilla, no podemos pasar por alto sus matices y diseños sencillos como para invitar a los fieles, creyentes o no, a atravesar la puerta que les introducirá en un ambiente de serenidad, paz y silencio propicio a la meditación personal, a la alabanza y adoración de Dios presente en el Santísimo Sacramento y representado en el magnífico Crucifijo que preside la Capilla.

 


El mosaico: Santa Vicenta María López y Vicuña

Sobre una superficie de 16 m2 representa Hajnal en este mosaico una síntesis magistral de la historia de la salvación a través de cinco personajes. Cuatro de ellos iluminan el tenebroso y oscuro mundo del mal. Dos ángeles: uno, el arcángel San Gabriel, para anunciarnos la Buena Nueva y el otro para exhortarnos a dar gloria a Dios. En el centro dominando toda la escena aparece la Santísima Virgen que conduce, guía y protege a Santa Vicenta y ambas, aplastan bajo sus pies al quinto personaje de la escena: la serpiente, como personificación de Satanás. Toda la representación aparece a nuestros ojos como un dibujo realizado sobre un fondo negro que se ilumina en torno a las figuras centrales, casi como queriendo traer a nuestra memoria aquellas palabras del libro del Génesis al comienzo del relato de la creación: “La tierra era casos y confusión y oscuridad por encima del abismo y el Espíritu de Dios aleteaba sobre las aguas” (Gén 1,2).

 

La vida y el carisma de Santa Vicenta María en la historia de la salvación

 

“Dijo Dios: “Haya luz”… y apartó Dios la luz de la oscuridad.” (Gen. 1, 3)

En el primer día de la creación, según el relato del Génesis, Dios creó la luz, pero no "eliminó" la oscuridad, solamente la apartó de la luz. El bien y el mal, como la luz y la oscuridad, son dos realidades que se excluyen, y que nosotros reconocemos por referencia uno del otro. La salud es más fácilmente reconocible cuando se hace presente la enfermedad. La luz adquiere mayor valor en medio de la oscuridad. De manera semejante la gracia santificante cobra su mayor significado cuando reconocemos la presencia y la amenaza del pecado en nosotros mismos, en nuestro entorno y en el mundo.

La religión es algo connatural al ser humano. Cuando una persona reconoce su propio límite surge en ella la certeza de la existencia de un “ser” superior: desconocido, ignorado, rechazado o aceptado. Pero “alguien” que está ahí y que es infinitamente mayor y más poderoso que la propia indigencia. Ese reconocimiento provoca que la necesidad de orar se convierta en el más fuerte imperativo del ser humano.

El reconocimiento de la propia esclavitud y de la propia oscuridad nos abre a la esperanza de la luz y de la libertad.

Los seres humanos caminamos a oscuras cuando lo único que buscamos es la realización de nuestros vanos proyectos, cuando nuestra mirada se dirige únicamente hacia nosotros mismos y nuestros limitados intereses…

Pero cuando alzamos la mirada descubrimos que la luz es más poderosa que nuestra oscuridad; que el gozo de la renuncia es infinitamente mayor que nuestra avidez por una falsa libertad; que la presencia de los otros y sobre todo de Dios en nuestra vida es manantial de alegría y de una riqueza interior que necesitamos compartir… la apertura del alma a Dios provoca la necesidad de poner y ponerse al servicio de los más desfavorecidos.

En el Madrid decimonónico Santa Vicenta María conoció un mundo de caos, oscuridad y confusión; un mundo destrozado por el pecado de los hombres y su lejanía de Dios. Un mundo de esclavitud, humillación y sometimiento para un elevadísimo número de mujeres jóvenes, adolescentes y niñas que perseguían el sueño de una vida digna.

La adolescente y joven Vicenta María, se dejó inundar por la gracia y supo contemplar esa realidad desde la luz que brillaba en su propio corazón. Una luz que no nacía de ella, pero vivía y brillaba en ella y le permitía ver la realidad sin deformaciones

Su fe y la conciencia de haber sido salvada por Jesucristo le permitió a Santa Vicenta María entender que las pequeñas luces del bienestar, de la posición social, del consumismo… son luces que, al fin y al cabo, hablan de crepúsculo más que de aurora. El ser humano, si vive de espaldas a Dios está abocado a la oscuridad, al placer pasajero, a la felicidad efímera, a experiencias que conducen más a la muerte que a la vida y nos hacen renunciar a lo que es más propio del ser humano: su ser criatura y su filiación divina (nadie se engendra ni se nace a sí mismo)

La persona alejada de Dios, centrada sobre sí misma y sobre sus propios intereses, acaba siendo un ser para la destrucción, porque el pecado no construye, sino que destruye; y el egoísmo, el individualismo, el narcisismo, el orgullo, la vanidad, el ansia de poder, tener y placer nos alejan, cuando no nos enfrentan a Dios y eso tiene un solo nombre: pecado.

Santa Vicenta María, que vivió anclada en un don de la gracia que la mantuvo apartada del pecado, diluyó su voluntad en la voluntad de Dios, y por eso su vida no se perdió en el anonimato de un mundo en tinieblas.

Desde su reconocimiento de mujer salvada y liberada en Jesucristo, no crea distancias de egoísmo, temor o recelo con el mundo en el que vive… no ignora el dolor, el sufrimiento, la pobreza, la humillación de muchas personas, particularmente de jóvenes, coetáneas suyas sin más culpa que la de haber nacido pobres, por eso

Su vida actualiza la realización de la profecía de Isaías.

“El pueblo que andaba en tinieblas vio una luz grande.

Una luz brilló sobre los que vivían en tierra de sombras.”


El nacimiento de Santa Vicenta María ocurre en vísperas de la Encarnación (22 de marzo) y su muerte al día siguiente de la Navidad (26 de diciembre). Ese es el significado de los ángeles de la Anunciación y de la Natividad con rasgos típicamente hajnalianos.  El saludo del arcángel Gabriel: “Ave Maria, gratia plena” en este caso parece dirigido no solamente a la Virgen María sino también a Santa Vicenta María, casi como un anuncio de la misión que el cielo le confía. 

El ángel de la Natividad exhortando a la alabanza en el anuncio a los pastores “Gloria in excelsis Deo” es una invitación a la alegría por el favor que Dios concede a los que Él ama.


Jesús nació en Belén… Lo supieron María, José y un grupito de pastores…

Vicenta María en Cascante… Lo supieron sus familiares y vecinos más cercanos…

La mayor parte de los años que Jesús vivió en esta tierra los denominamos ‘vida oculta’ porque no fue un niño prodigio, ni un adolescente tuitero, ni un joven youtubero… Más allá de sus parientes cercanos y sus vecinos nadie supo de la existencia de quien era el Hijo de Dios.

La hagiografía se encarga de engrandecer vidas que generalmente han transcurrido en la más sencilla cotidianeidad, en un círculo de familiares y conocidos que no va más allá del estrecho ambiente en el que se mueve y así fue la vida de Santa Vicenta María.

La grandeza de la vida de Santa Vicenta María fue su fe inquebrantable, la solidez de su esperanza, la generosidad inconmensurable con que vivió, enseño y practicó el mandato del amor, la entrega sin reservas de toda su vida a la misión que el Señor le confió y que hoy reconocemos como una prolongación de la Encarnación, como una gestación de Jesús hasta hacerlo nacer en las vidas de quienes lo ignoraban o le volvían la espalda. Pero una misión tan alta es inconcebible con las solas fuerzas o capacidades personales. Una realidad que Hajnal pone de manifiesto a nuestros ojos en las dos figuras centrales del mosaico. La Santísima Virgen y Santa Vicenta María forman casi una unidad sin que se oculte aquello que las distingue.


La Virgen, detrás de Santa Vicenta María no desaparece, pero le cede el protagonismo de la escena; guía y conduce a la Santa con la suavidad de quien no abandona, tampoco fuerza ni condiciona la respuesta a la llamada de Dios y la opción de dar cumplimiento a la misión recibida. Santa Vicenta María se sabe y se siente protegida y acompañada pero solamente cuando tome su propia decisión, cuando al anuncio del ángel pronuncia su propio FIAT a la voluntad de Dios entonces sí, podrá pisar también ella, junto a la Virgen, la cabeza de la serpiente para poner de manifiesto el triunfo de la gracia sobre el pecado, de la Vida en Cristo sobre la muerte.


El fruto fecundo de la vida terrena de Santa Vicenta María se traduce en un nuevo alumbramiento de Jesús que nace en los corazones e ilumina la vida de cada una de las jóvenes que el Señor ha confiado a sus cuidados y le sigue confiando en las personas de sus hijas.

La vida terrena de Santa Vicenta María no necesitó ser más larga: cuando Jesús ya ha nacido y ella ha abierto una senda reconocible para llegar hasta Él en cada uno de los Sagrarios de las casas del Instituto, puede dar por concluida su misión y morir gozosa. Mientras los ángeles invitan al canto de alabanza por el nacimiento del Hijo de Dios, Santa Vicenta María se despide de sus hijas, recomendándoles que no se supriman las fiestas para las chicas.

El autor remata el mosaico en sus laterales con una cita de San Agustín que define la identidad de Santa Vicenta María:

“Unas veces blanda y otras severa; para nadie enemiga; madre para todos” San Agustín.

Y una sentencia de la Santa en la que pone de manifiesto que ningún amor puede haber por encima del amor de Dios, que genera un incondicional ‘amor de madre’ hacia todos aquellas que le han sido confiadas:

 

“Deseo que améis a las jóvenes a quienes, después de Dios, he mamado con el amor de la más tierna madre” Santa Vicenta María

 

A.M.D.G. et M.I.

 María Digna Díaz Pérez RMI

Roma, 4 de junio de 2023

Solemnidad de la Santísimas Trinidad

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