
No fueron fáciles los comienzos, ni lo fue el desarrollo... No llamó el
Señor, ni a ellas ni a las que vendríamos detrás, a una empresa fácil. Santa Vicenta María no
duda en decir a las Hermanas que ¿a qué
otra cosa hemos venido aquí sino a sufrir? y en eso debemos tener nuestro gusto.
Cuando M. María Teresa recibió la noticia de la aprobación pontificia del
Instituto, nueve años después de la muerte de la Madre Fundadora, escribió una
carta, tal vez más con el corazón que con la pluma y nos dice, entre otras
cosas:
«… de nuestro Instituto y trabajo
espera [el Papa] prosperidad para la Religión y el Estado. ¡Quién hubiera
podido creer, si el Vicario de Jesucristo no lo dijera, que a tanto puede
llegar la influencia de nuestro Instituto! No defraudemos nosotras estas
esperanzas, antes, ponderando cuánto enaltecen a nuestro Instituto, aumentemos
nuestro amor y aprecio hacia él, considerémonos dichosas de pertenecer al
mismo, y empleemos cuanto somos, poseemos y podemos para llevarlo adelante en
el servicio de Dios nuestro Señor y de su Santísima Madre, María Inmaculada. No
olvidemos que mucho se pedirá a quien mucho se le dio y que para llegar a poner
en práctica cuanto la misma Iglesia santa espera de nuestro trabajo, alta tiene
que ser nuestra perfección, pues para ello se necesitan corazones generosos
siempre dispuestos al sacrificio y a trabajar allí donde sea preciso el
trabajo. […] ¡Ojalá sepamos ser siempre dignas hijas de nuestra Fundadora y
dignas de su Instituto!».

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