jueves, 30 de abril de 2020

Otros tiempos… ¡otras personas!



Mientras espero y deseo, como todos, el final del aislamiento y de la pandemia Covid19, consciente de que la “normalidad” en la que viviremos seguramente va a ser muy diferente de lo que hemos conocido en las últimas décadas… mientras trato de encontrar una respuesta… mientras el Tiempo pascual me anima a compartir esperanzas y no miedos… mientras balbuceo ante el Crucifijo y el Sagrario queriendo encontrar cuál es el sendero que, como Religiosa de María Inmaculada, me conduce hoy al Gólgota, al camino de Emaús, al Cenáculo y al mundo… no puedo borrar de mi recuerdo escenas, nombres y rostros que no he conocido personalmente o sí y, me han emocionado hasta las lágrimas invitándome a una mayor fidelidad… Cuando pienso en cómo vivieron nuestras Hermanas acontecimientos como la pérdida del capital heredado de Don Manuel María (1884), la Semana Trágica de Barcelona (julio de 1909), las consecuencias de la I Guerra Mundial (1914-1918), la Semana Trágica de Buenos Aires (enero de 1919), la Revolucion Mexicana (1910-1917), la Guerra Cristera, en México (1926-1929), la Proclamación de la II Republica en España (1931), la Guerra Civil (1936-1939), la Segunda Guerra Mundial (1939-1945), el azote terrorista de el Sendero Luminoso en Perú (1980-1991)… me niego a seguir pensando que “eran otros tiempos” porque estoy convencida de que quienes superaron la contrariedad con semejante firmeza en su fe no fueron otros tiempos sino «otras personas» y resuenan en mi corazón las reflexiones de San Ignacio de Loyola: “Si ellas sí, ¿por qué yo no?.”
Me faltan fuentes, me faltan datos, me falta estudio para poder hacer una reflexión serena y documentada de lo que vivieron, sufrieron y superaron nuestras Hermanas en las situaciones mencionadas y en otras muchas que también les fueron adversas. Con lo que conozco a día de hoy me siguen sorprendiendo y admirando: la firmeza con que la Madre Fundadora defendió ante todo y ante todos el fin principal del Instituto, infundió confianza en las Hermanas y siguió recibiendo jóvenes cuando para cualquier cálculo humano era temerario tener las casas gratuitamente llenas de jóvenes pobres, sin más ingresos que el trabajo de las religiosas.
Me sobrecoge una comunidad como la de Barcelona resistiéndose a abandonar la casa mientras el fuego destruía iglesias y conventos en la ciudad y, cuando la situación se hizo insostenibe pasar por la terraza a la casa de al lado, quedándose cuatro de ellas en la casa porque se hacía imposible encontrar alojamiento para las chicas. Me admira su alegría y gratitud al Señor por el beneficio de tener pan, bacalao y algo de leche para las delicadas cuando ya no se encontraban alimentos en los mercados y las tiendas estaban cerradas. ¡Qué lejos quedaban las posibilidades de comunicación que ahora tenemos! La comunidad de Barcelona en 1909 tardó ocho días en poder enviar alguna noticia a la Madre General, porque desde el 26 de julio hasta el 2 de agosto Barcelona estuvo aislada y no había ningún medio de comunicación con Madrid.
Al comienzo de la I Guerra Mundial, la Congregación no tenía casas en los países combatientes, pero la pobreza que originó el conflicto sí se hizo sentir en la mayor parte de las casas, en las que se intensificaron rogativas pidiendo la paz para Europa. La Congregación hizo frente a la nueva situación intensificando el trabajo para mantener la obra apostólica, abriendo un nuevo noviciado en Barcelona, que se trasladó a Logroño en el mismo año de 1915; fundando casas en la Habana, Pamplona y Ciudad Real; estableciendo una enfermería para antender a las religiosas enfermas en Carabanchel…
El 7 de enero de 1919, el estallido de la Revolución conocida como la “Semana Trágica” en Buenos Aires sorprendió en la calle a H. María Manuela que pudo refugiarse en el Colegio de El Salvador, hasta que logró tomar un tranvía que la acercara a la casa. Las Hermanas eran queridas por los vecinos y muchas familias amigas, de manera que cuando los revolucionaron empezaron a quemar y profanar iglesias y conventos, enviaron vestidos de seglar y sombreros por si la comunidad quería salir en caso de peligro. Aconsejadas por el confesor, se repartieron entre algunas casas de familia pero quedaron algunas para tratar de evitar el saqueo. Apenas recuperada la normalidad, M. María del Consuelo Maciá les dijo que se marchaba para tres semanas a Chile como Visitadora de la casa de Santiago, donde ya había fallecido M. María de los Desamparados Molina y me admira el alivio y contento de las Hermanas de Buenos Aires con sólo saber que aquello era voluntad de Dios y que el viaje de M. María del Consuelo sería de verdad un consuelo para la comunidad trasandina.
M. María Teresa Orti retrasó la fundación en México, hasta 1913, por causa de la Revolución y aceleró la apertura en La Habana, en 1915, porque las cosas volvieron a ponerse feas y le pareció mejor tener una casa cerca donde poder acoger a las que estaban en México (varias junioras entre ellas), sin necesidad de traerlas a Europa si llegaba el momento de tener que sacarlas del país. En los años de relativa calma llamaron a las puertas del Instituto por lo menos veinte nuevas vocaciones con un índice de perseverancia de algo más del 50%. Pero lo peor en México llegó, como una de las primeras perlas del servicio de gobierno de M. María de la Concepción Marqués, con la persecución religiosa a partir de 1926. El día 13 de febrero empezó en México capital el éxodo de las Hermanas vestidas de seglar hacia casas de familia donde fueron acogidas. El maltrecho corazón de M. María de Santa Victoria Lobera no resistió y falleció el 26 de febrero, cuando llevaba doce días acogida por una familia que desafió la persecución para que la Hermana fuera amortajada con su hábito religioso y tuviera un digno funeral y entierro. M. María del Buen Pastor Doménech, como Visitadora enviada por M. María de la Concepción Marqués, vivió con las religiosas, durante siete años, los acontecimientos dolorosos en extremo de la persecución y abandonó México en 1933 con la certeza de que Dios tendría destinadas a otras Hermanas para «convertir en gran hoguera las cenizas aún humeantes» de la fundación en México. Pero como todo amanecer va precedido de un ocaso, para la Congregación el sol se puso en México dos años más tarde, cuando agotados todos los recursos, la M. General decidió sacar de allí a las Hermanas que aún quedaban. Tendrían que pasar doce años hasta que M. María de San Luis de Caso enviara nueve Religiosas de María Inmaculada a reavivar el fuego de la primera hoguera
Mientras tanto, en España, donde la Congregación tiene el mayor número de casas y religiosas, «pintan bastos». La II República no tardó en mostrar su verdadero carnet de identidad y M. María de la Concepción Marqués puso en marcha sus mejores dotes de gobierno a partir del 13 de abril de 1931. Trató por todos los medios de poner a salvo la mayor reliquia: los restos mortales de la Madre Fundadora y el mayor patrimonio: la vida de las Hermanas. Fundaciones dentro y fuera de España, traslados de las casas de formación y establecimiento de la Curia General en el sur de Francia, intento por todos los medios de no perder el contacto con las religiosas…; lo intentó todo y consiguió mucho, pero el precio fue alto: las Hermanas se dispersaron; algunas sufrieron todos los horrores del martirio menos la muerte; varias casas se salvaron gracias a la ilimitada heroicidad de las religiosas: Almería, Toledo, Valencia, Barcelona, Madrid….
M. Maria de la Concepción murió sin conocer el final del conflicto y el reencuentro de las Hermanas con sus comunidades, pero bendijo desde el cielo el esfuerzo, a veces sobrehumano, de sus religiosas por volver a una “nueva normalidad” en la que había que hacer milagros cada día para acoger, alimentar, sanar, educar y formar para el trabajo a cientos de jovencitas que volvían a llamar a las puertas de los colegios, sin más patrimonio que sus manos para trabajar.
Y me siguen interrogando la valentía y la constancia de las Hermanas durante el conflicto armado, y su capacidad de trabajo, sacrificio y entrega en los largos años de la dura postguerra cuando en suma pobreza sacaron a flote de nuevo las casas con un floreciente apostolado; cuando la enfermedad y el exceso de trabajo mermaban su salud y sus fuerzas pero ellas seguían sonriendo, rezando y trabajando porque la mies siempre es mucha y los obreros siempre son pocos.
A M. María de San Luis de Caso no le bastó el desolador panorama de la postguerra para sus años de gobierno; la II Guerra Mundial puso en jaque sobre todo las casas de Francia, Inglaterra e Italia… cuántos sobresaltos, cuánta escasez y cuánto trabajo sacrificado selló la década de los años ’40 en toda la Congregación, hasta que pudo coronar su servicio de Gobierno viendo cumplido uno de sus mayores anhelos: abrazar a las Hermanas que estaban en América, aunque no llegara a verlas a todas y el viaje se cobrara como precio su propia vida.
Cuando parecia que todo iba más o menos bien, las Hermanas de Perú vivieron muy de cerca la amenaza terrorista de Sendero Luminoso que tanta muerte y tanto horror sembró en aquel pais.
Y cuando nos parecía que podíamos navegar a velas desplegadas sin grandísimos problemas, cuando la escasez de personal se iba cubriendo con el trabajo de los seglares, casi como una nueva promesa de la continuidad del carisma… de pronto, fue como si regresáramos a una época del pasado, de repente se han hecho más creíbles las plagas de Egipto y la leyenda de que la Isla Tiberina se formó con el trigo que hubo que arrojar al río para acabar con una terrible epidemia que diezmaba sin piedad la poblacion; de pronto no sabemos cómo será la “nueva normalidad”...
Tal vez por eso hoy me cuesta definir mis sentimientos ante el recuerdo y la heroica santidad de religiosas como: María del Buen Pastor Doménech, María del Niño Jesus Fontela, María de Santa Victoria Lobera, María de los Desposorios Landa, María del Romero Zabaleta, María Teresa Romero Yagüe, María Alicia Ruiz Pascual, María del Consuelo Maciá, María Bernarda de Hoyos Rojo, María Manuela Roca, María de los Reyes Barrasa, María de San Alfonso Alemany, Amadora Pascual, María Miguelina Ferrer, María del Santo Cristo Gutiérrez, María Paz Berroa, María Tarsicia Górriz, María de San Juan Bertoli… y tantas otras, cuyo único gran secreto para «convertir en gran hoguera las cenizas aún humeantes» fue la fe, la certeza de que «la obra es de Dios y en Él solo hemos de poner nuestra confianza» (CarSVM n. 329.5) y las dificultades, motivo de consuelo porque ponen a nuestras cosas el sello de ser de Dios (Cf. CarSVM n. 1510.2).
Cuando todo esto haya pasado, y sintamos que ha llegado el momento de tomar el testigo, quiero creer que el trabajo, el sufrimiento, la entrega, el celo apostólico, la alegría, la confianza, la esperanza y el ciego abandono de nuestras hermanas en aras del cumplimiento de la voluntad de Dios no ha sido en vano; quiero creer que la vida de caridad que ha ido acrecentando el caudal de santidad en el Instituto a lo largo de su historia será tan sólida como la quiso la Madre Fundadora, quiero creer que el amor de Cristo rebosando por la llaga de su Costado herido y hecho alimento en la Eucaristía orientará nuestro ser y nuestro hacer hasta que, unidas a las que nos precedieron, a las que nos seguirán y a las almas que se nos han encomendado, rebosando en dulce beatitud rindamos el mejor don de eterna gratitud.

Roma, 25 de abril de 2020
San Marcos Evangelista y San Herminio de Lobbes

María Digna de JESÚS Díaz RMI

2 comentarios:

  1. Hermoso relato Ma Digna!!! Gracias!!!

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  2. Maria Digna,muy interesante,sin palabras.!!Dios te bendiga hoy y siempre.Gracias.

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