Mientras espero y deseo,
como todos, el final del aislamiento y de la pandemia Covid19, consciente de
que la “normalidad” en la que viviremos seguramente va a ser muy diferente de
lo que hemos conocido en las últimas décadas… mientras trato de encontrar una
respuesta… mientras el Tiempo pascual me anima a compartir esperanzas y no
miedos… mientras balbuceo ante el Crucifijo y el Sagrario queriendo encontrar
cuál es el sendero que, como Religiosa de María Inmaculada, me conduce hoy al
Gólgota, al camino de Emaús, al Cenáculo y al mundo… no puedo borrar de mi
recuerdo escenas, nombres y rostros que no he conocido personalmente o sí y, me
han emocionado hasta las lágrimas invitándome a una mayor fidelidad… Cuando
pienso en cómo vivieron nuestras Hermanas acontecimientos como la pérdida del capital heredado de Don
Manuel María (1884), la Semana Trágica de
Barcelona (julio de 1909), las consecuencias de la I Guerra Mundial (1914-1918), la Semana Trágica de Buenos Aires (enero de 1919), la Revolucion Mexicana (1910-1917), la Guerra Cristera, en México (1926-1929),
la Proclamación de la II Republica en
España (1931), la Guerra Civil
(1936-1939), la Segunda Guerra Mundial
(1939-1945), el azote terrorista de el Sendero
Luminoso en Perú (1980-1991)… me niego a seguir pensando que “eran otros
tiempos” porque estoy convencida de que quienes superaron la contrariedad con
semejante firmeza en su fe no fueron otros tiempos sino «otras personas» y resuenan en mi corazón las reflexiones de San
Ignacio de Loyola: “Si ellas sí, ¿por qué
yo no?.”
Me faltan fuentes, me
faltan datos, me falta estudio para poder hacer una reflexión serena y
documentada de lo que vivieron, sufrieron y superaron nuestras Hermanas en las
situaciones mencionadas y en otras muchas que también les fueron adversas. Con
lo que conozco a día de hoy me siguen sorprendiendo y admirando: la firmeza con
que la Madre Fundadora defendió ante todo y ante todos el fin principal del
Instituto, infundió confianza en las Hermanas y siguió recibiendo jóvenes
cuando para cualquier cálculo humano era temerario tener las casas
gratuitamente llenas de jóvenes pobres, sin más ingresos que el trabajo de las
religiosas.
Me sobrecoge una
comunidad como la de Barcelona resistiéndose a abandonar la casa mientras el
fuego destruía iglesias y conventos en la ciudad y, cuando la situación se hizo
insostenibe pasar por la terraza a la casa de al lado, quedándose cuatro de
ellas en la casa porque se hacía imposible encontrar alojamiento para las
chicas. Me admira su alegría y gratitud al Señor por el beneficio de tener pan, bacalao y algo de leche para las delicadas
cuando ya no se encontraban alimentos en los mercados y las tiendas estaban
cerradas. ¡Qué lejos quedaban las posibilidades de comunicación que ahora
tenemos! La comunidad de Barcelona en 1909 tardó ocho días en poder enviar
alguna noticia a la Madre General, porque desde el 26 de julio hasta el 2 de
agosto Barcelona estuvo aislada y no había ningún medio de comunicación con
Madrid.
Al comienzo de la I
Guerra Mundial, la Congregación no tenía casas en los países combatientes, pero
la pobreza que originó el conflicto sí se hizo sentir en la mayor parte de las
casas, en las que se intensificaron rogativas pidiendo la paz para Europa. La
Congregación hizo frente a la nueva situación intensificando el trabajo para
mantener la obra apostólica, abriendo un nuevo noviciado en Barcelona, que se
trasladó a Logroño en el mismo año de 1915; fundando casas en la Habana,
Pamplona y Ciudad Real; estableciendo una enfermería para antender a las
religiosas enfermas en Carabanchel…
El 7 de enero de 1919, el
estallido de la Revolución conocida como la “Semana Trágica” en Buenos Aires
sorprendió en la calle a H. María Manuela que pudo refugiarse en el Colegio de
El Salvador, hasta que logró tomar un tranvía que la acercara a la casa. Las
Hermanas eran queridas por los vecinos y muchas familias amigas, de manera que
cuando los revolucionaron empezaron a quemar y profanar iglesias y conventos,
enviaron vestidos de seglar y sombreros por si la comunidad quería salir en
caso de peligro. Aconsejadas por el confesor, se repartieron entre algunas
casas de familia pero quedaron algunas para tratar de evitar el saqueo. Apenas
recuperada la normalidad, M. María del Consuelo Maciá les dijo que se marchaba
para tres semanas a Chile como Visitadora de la casa de Santiago, donde ya
había fallecido M. María de los Desamparados Molina y me admira el alivio y
contento de las Hermanas de Buenos Aires con sólo saber que aquello era
voluntad de Dios y que el viaje de M. María del Consuelo sería de verdad un
consuelo para la comunidad trasandina.
M. María Teresa Orti
retrasó la fundación en México, hasta 1913, por causa de la Revolución y
aceleró la apertura en La Habana, en 1915, porque las cosas volvieron a ponerse
feas y le pareció mejor tener una casa cerca donde poder acoger a las que
estaban en México (varias junioras entre ellas), sin necesidad de traerlas a
Europa si llegaba el momento de tener que sacarlas del país. En los años de
relativa calma llamaron a las puertas del Instituto por lo menos veinte nuevas
vocaciones con un índice de perseverancia de algo más del 50%. Pero lo peor en
México llegó, como una de las primeras perlas del servicio de gobierno de M.
María de la Concepción Marqués, con la persecución religiosa a partir de 1926.
El día 13 de febrero empezó en México capital el éxodo de las Hermanas vestidas
de seglar hacia casas de familia donde fueron acogidas. El maltrecho corazón de
M. María de Santa Victoria Lobera no resistió y falleció el 26 de febrero,
cuando llevaba doce días acogida por una familia que desafió la persecución
para que la Hermana fuera amortajada con su hábito religioso y tuviera un digno
funeral y entierro. M. María del Buen Pastor Doménech, como Visitadora enviada
por M. María de la Concepción Marqués, vivió con las religiosas, durante siete
años, los acontecimientos dolorosos en extremo de la persecución y abandonó
México en 1933 con la certeza de que Dios tendría destinadas a otras Hermanas
para «convertir en gran hoguera las
cenizas aún humeantes» de la fundación en México. Pero como todo amanecer
va precedido de un ocaso, para la Congregación el sol se puso en México dos
años más tarde, cuando agotados todos los recursos, la M. General decidió sacar
de allí a las Hermanas que aún quedaban. Tendrían que pasar doce años hasta que
M. María de San Luis de Caso enviara nueve Religiosas de María Inmaculada a
reavivar el fuego de la primera hoguera
Mientras tanto, en
España, donde la Congregación tiene el mayor número de casas y religiosas, «pintan
bastos». La II República no tardó en mostrar su verdadero carnet de identidad y
M. María de la Concepción Marqués puso en marcha sus mejores dotes de gobierno
a partir del 13 de abril de 1931. Trató por todos los medios de poner a salvo
la mayor reliquia: los restos mortales de la Madre Fundadora y el mayor
patrimonio: la vida de las Hermanas. Fundaciones dentro y fuera de España,
traslados de las casas de formación y establecimiento de la Curia General en el
sur de Francia, intento por todos los medios de no perder el contacto con las
religiosas…; lo intentó todo y consiguió mucho, pero el precio fue alto: las
Hermanas se dispersaron; algunas sufrieron todos los horrores del martirio
menos la muerte; varias casas se salvaron gracias a la ilimitada heroicidad de
las religiosas: Almería, Toledo, Valencia, Barcelona, Madrid….
M. Maria de la Concepción
murió sin conocer el final del conflicto y el reencuentro de las Hermanas con
sus comunidades, pero bendijo desde el cielo el esfuerzo, a veces sobrehumano,
de sus religiosas por volver a una “nueva normalidad” en la que había que hacer
milagros cada día para acoger, alimentar, sanar, educar y formar para el
trabajo a cientos de jovencitas que volvían a llamar a las puertas de los
colegios, sin más patrimonio que sus manos para trabajar.
Y me siguen interrogando
la valentía y la constancia de las Hermanas durante el conflicto armado, y su
capacidad de trabajo, sacrificio y entrega en los largos años de la dura postguerra
cuando en suma pobreza sacaron a flote de nuevo las casas con un floreciente
apostolado; cuando la enfermedad y el exceso de trabajo mermaban su salud y sus
fuerzas pero ellas seguían sonriendo, rezando y trabajando porque la mies
siempre es mucha y los obreros siempre son pocos.
A M. María de San Luis de
Caso no le bastó el desolador panorama de la postguerra para sus años de
gobierno; la II Guerra Mundial puso en jaque sobre todo las casas de Francia,
Inglaterra e Italia… cuántos sobresaltos, cuánta escasez y cuánto trabajo
sacrificado selló la década de los años ’40 en toda la Congregación, hasta que
pudo coronar su servicio de Gobierno viendo cumplido uno de sus mayores
anhelos: abrazar a las Hermanas que estaban en América, aunque no llegara a
verlas a todas y el viaje se cobrara como precio su propia vida.
Cuando parecia que todo
iba más o menos bien, las Hermanas de Perú vivieron muy de cerca la amenaza
terrorista de Sendero Luminoso que
tanta muerte y tanto horror sembró en aquel pais.
Y cuando nos parecía que
podíamos navegar a velas desplegadas sin grandísimos problemas, cuando la
escasez de personal se iba cubriendo con el trabajo de los seglares, casi como
una nueva promesa de la continuidad del carisma… de pronto, fue como si
regresáramos a una época del pasado, de repente se han hecho más creíbles las
plagas de Egipto y la leyenda de que la Isla Tiberina se formó con el trigo que
hubo que arrojar al río para acabar con una terrible epidemia que diezmaba sin piedad
la poblacion; de pronto no sabemos cómo será la “nueva normalidad”...
Tal vez por eso hoy me
cuesta definir mis sentimientos ante el recuerdo y la heroica santidad de
religiosas como: María del Buen Pastor Doménech, María del Niño Jesus Fontela,
María de Santa Victoria Lobera, María de los Desposorios Landa, María del
Romero Zabaleta, María Teresa Romero Yagüe, María Alicia Ruiz Pascual, María
del Consuelo Maciá, María Bernarda de Hoyos Rojo, María Manuela Roca, María de
los Reyes Barrasa, María de San Alfonso Alemany, Amadora Pascual, María
Miguelina Ferrer, María del Santo Cristo Gutiérrez, María Paz Berroa, María Tarsicia
Górriz, María de San Juan Bertoli… y tantas otras, cuyo único gran secreto para
«convertir en gran hoguera las cenizas
aún humeantes» fue la fe, la certeza de que «la obra es de Dios y en Él solo hemos de poner nuestra confianza»
(CarSVM n. 329.5) y las dificultades, motivo de consuelo porque ponen a
nuestras cosas el sello de ser de Dios
(Cf. CarSVM n. 1510.2).
Cuando todo esto haya
pasado, y sintamos que ha llegado el momento de tomar el testigo, quiero creer
que el trabajo, el sufrimiento, la entrega, el celo apostólico, la alegría, la
confianza, la esperanza y el ciego abandono de nuestras hermanas en aras del
cumplimiento de la voluntad de Dios no ha sido en vano; quiero creer que la
vida de caridad que ha ido acrecentando el caudal de santidad en el Instituto a
lo largo de su historia será tan sólida como la quiso la Madre Fundadora,
quiero creer que el amor de Cristo rebosando por la llaga de su Costado herido y
hecho alimento en la Eucaristía orientará nuestro ser y nuestro hacer hasta
que, unidas a las que nos precedieron, a las que nos seguirán y a las almas que
se nos han encomendado, rebosando en dulce
beatitud rindamos el mejor don de eterna gratitud.
Roma, 25 de abril de 2020
San Marcos Evangelista y
San Herminio de Lobbes
María Digna de JESÚS Díaz RMI
Hermoso relato Ma Digna!!! Gracias!!!
ResponderEliminarMaria Digna,muy interesante,sin palabras.!!Dios te bendiga hoy y siempre.Gracias.
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