Ayer, hoy, mañana… cada día quiero tener un sentimiento de gratitud para cada ser que cree, cuida y acompaña a la mujer por el simple hecho de serlo…
Doy
gracias a Dios, en primer lugar y sobre todas las cosas, por haber coronado su
Obra con la creación de la mujer para que el hombre pudiera ser “imagen suya”,
imagen del Dios amor que existe por y para…
Doy
gracias a Dios, porque cuando Eva, en su debilidad, se dejó seducir y sedujo al
que Dios le había dado por compañero… Dios no la abandonó a su suerte… en el
Corazón de Dios había un proyecto que restableciera definitivamente su alianza
de amor con los hombres y llevara a la mujer a la más alta cima de la dignidad:
ser Madre del mismo Dios Encarnado…
Doy
gracias a Dios, porque en los prolegómenos de mi familia religiosa, “alguien”
combatió la mentalidad de su época, sin manifestaciones callejeras, sin
cabeceras de periódicos, sin redes sociales, sin algarabía…
Manuel
María Vicuña es de los que entendieron dónde reside la dignidad de la mujer,
también cuando la pobreza, la miseria y la ignorancia propias se alían con el
egoísmo, la avaricia, el ansia de placer, el abuso de poder y una desmesurada
preocupación por la imagen social de quienes se creen superiores, para dar como
resultado el oscuro universo de la explotación moral y económica de aquellas a
las que por incautas o ingenuas consideran, todo lo más, objetos de su placer.
«El hombre mira la apariencia pero Dios
mira el corazón»
(1 Sam 16,7), yo no sé cuántas veces leyó Manuel María Vicuña ese texto, pero
si sé que el contenido lo llevaba grabado a fuego en el corazón… Manuel María Vicuña
no miró la apariencia de las
sirvientas tal y como las veían sus contemporáneos… Manuel María Vicuña miró al
corazón de cada una de aquellas mujeres y entendió que valía la pena… que el
pecado del paraíso no llevó la humanidad a la ruina… que Eva era madre de los
vivientes y figura de la Madre de los salvados a quien el Ángel saludó con el “Ave”
para que entendiéramos que las cosas, a veces, van a revés de como nosotros las
vemos.
Manuel María
Vicuña miró desde dentro, como mira Dios, y a partir de ahí… nada ni nadie pudo
deternele en su proyecto de devolver la libertad y la dignidad a un colectivo
humano que sus contemporáneos consideraban ‘seres inferiores’.
Las
sirvientas encontraron en el siglo XIX el mejor aliado para salir de la
ignorancia y el anonimato, para recuperar su libertad y abrirse paso en una
sociedad que le era hostil, para saber que cuando Dios creó a la “mujer”
pensaba también en cada una de ellas y las llamaba a una vida de santidad.
No debe ser casual, si cuando algunos intentaban ahogar el Asilo para sirvientas, fundado en Madrid el 8 de diciembre de 1853, Manuel María Vicuña supo encontrar una nueva posibilidad, precisamente el día 8 de marzo; como tampoco creo que sea casual que eso ocurriera en sábado, el día que los católicos dedicamos particularmente a recordar y a honrar a la Santísima Virgen… Corría el año de 1862, y... Manuel María Vicuña junto a su hermana María Eulalia, pusieron en marcha la 2ª casa de huérfanas y sirvientas, en unas habitaciones del ex-convento de S. Francisco, que tomaron en arriendo con fondos de familia, para evitar que la decisión de sus compañeros dieran al traste con el proyecto de acogida de las sirvientas en razón de su edad, o imposibilidad de acreditar su idoneidad.
Unos días más tarde,
doña María Eulalia lo comunica con satisfacción a su cuñado, don José María
López:
Nosotros tenemos que dar muchas
gracias a Dios porque nos deja en medio de nuestros malecillos andar en las
obras de caridad como si fuésemos unos muchachos.
El día de S. Juan de Dios hemos
dado principio a la 2ª casa para sirvientas bajo los mejores auspicios y con
muchos elementos. Yo me encuentro fuerte y valiente para esta nueva fundación
porque veo que para esto tengo más salud que para cosas materiales y de ninguna
ganancia para el alma.
Muy bueno hermana. Excelente tu artículo.
ResponderEliminar¡GRACIAS!
EliminarUtile e prezioso "promemoria", grazie!
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