Cuando me pidieron
que preparara el tema no supe qué responder, cuando quise prepararlo no supe por
dónde empezar, a medida que fui leyendo no supe por dónde seguir, luego no supe
cómo terminar y, sinceramente hoy… no sé qué decir. Idealizar la vivencia de la fraternidad
a lo largo de la historia del Instituto me parece un error y pienso que no podemos
caer en la ingenuidad de creer que cualquiera tiempo pasado fue mejor, porque
cualquiera pasado fue sencillamente anterior y estuvo, como cualquier momento,
también el nuestro, sujeto a connotaciones históricas, geográficas y ambientales
que influyen en los comportamientos humanos cuando no los deciden y condicionan.
Antes de entrar
en el tema quiero confesar que tengo alergia congénita a los tópicos, al
desgaste que hacemos a veces de palabras y expresiones con una riqueza de
significado que nos desborda. Quizás tenía que habérmelo hecho mirar antes de
alcanzar la tercera edad; ahora ya, lo ofrezco al Señor y pongo mi confianza en
la oración y la caridad de quienes tienen que sufrirme y que me quede el
consuelo de daros una ocasión más de vivir la caridad fraterna. ¡Perdonadme por
ello!
Desde hace algún tiempo el término «fraternidad» ha sentado plaza en
nuestro lenguaje y me da miedo pensar que podamos correr el peligro de hablar,
escribir y reflexionar… hasta llegar a olvidarnos de su verdadero significado,
me da miedo que el “año de la fraternidad” se quede simplemente en uno más.
De
las definiciones que me ofrece el Diccionario de la Real Academia de la Lengua
Española, para el término fraternidad me llama la atención la primera acepción:
1. f. Amistad o afecto entre hermanos o entre quienes se tratan como tales.
El
diccionario admite esa relación sin que haya vínculos de sangre; no dice que la
fraternidad es la relación de quienes ‘se saben’, ‘reconocen’ o ‘profesan’
hermanos sino entre quienes se “tratan” como tales.
Y cuando busco el
significado del término «hermandad» que la RAE me ofrece como segunda acepción
de «fraternidad» me encuentro con que eso significa en primer lugar:
1. f.
Relación de parentesco que hay entre hermanos.
Y en segundo lugar
2. f. Amistad
íntima, unión de voluntades.
En cada una de nosotras, a la llamada del Señor a
vivir en comunidad nuestra consagración, le siguió un acto de la voluntad que
traduce en la respuesta dada al sentirnos llamadas y renovada cada día.
La fraternidad -independientemente del
número de veces que aparezca el término como tal en los escritos que
conservamos- no sólo está presente en el núcleo mismo del carisma, sino que creo
poder afirmar que es la razón de ser del carisma desde su primer origen: el
acercamiento de las clases sociales que se pretende con la promoción del
servicio doméstico nace del mandato de la caridad.
“Amaos los unos a los otros
como Yo os he amado […] en esto conocerán todos que sois discípulos míos” (cf.
Jn 13, 34.45)
“No os llamo ya siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su
amo; a vosotros os he llamado amigos […] no me habéis elegido vosotros a mí,
sino que yo os he elegido a vosotros y os he destinado para que vayáis y deis
fruto, y que vuestro fruto permanezca” (cf. Jn 15, 15-16)
“[…] vosotros sois
todos hermanos. Ni llaméis a nadie ‘Padre vuestro en la tierra’, porque uno solo
es vuestro Padre: el del cielo” (Mt 23,8-9)
Manuel María y María Eulalia Vicuña
se sintieron urgidos por este mandato del Señor, no a la lucha social entendida
como enfrentamiento de clases, pero sí a hacer de las ‘sirvientas’ mujeres
libres con la libertad de los hijos de Dios, ni por debajo ni por encima de
ninguna otra clase social, y Santa Vicenta María pone los medios para que las
chicas, recuperada su dignidad y su libertad, puedan reconocerse llamadas a la
santidad en Jesucristo.
El primer medio para lograr el objetivo es el ‘ejemplo’,
el testimonio de vida, algo que Santa Vicenta María aprendió y comprendió en la
contemplación de los misterios y la vida de Cristo:
Toda la vida del Señor fue
un continuo ejemplo de humillaciones y vida escondida […] (Ap.EjSVM 1876, 1, 2ª)
Deseo, Señor mío, imitaros […] en procurar ganar a todos para Vos, con buen
ejemplo y los demás medios que están a mi alcance. (ApEjSVM 1971, 6º, 2ª)
M.
María Teresa Orti, que representa la línea de continuidad sin fisuras con la
Madre Fundadora en el estilo de vida y desarrollo de la misión de la
Congregación, prácticamente define a la Superiora General del Instituto como una
“imitadora” de la Madre Fundadora y desde su primera carta circular pide
oraciones a las Hermanas, para la que más adelante sea designada como sucesora
de Santa Vicenta María:
pidan de continuo a Ntro. Señor que prevenga con su
gracia a la que más tarde haya de ser elegida, a fin de que, al ocupar el lugar
de nuestra santa y amadísima Madre, sea para honrarla con su imitación y ser,
con su ejemplo, el modelo de las demás, como aquella lo fue, llevando adelante
esta obra tan amada suya, por la cual dio hasta el último aliento de su vida.
(CarMTO, A todo el Instituto. Madrid, 26.07.1891)
A las superioras les pide «que
vayan adelante con el ejemplo» (Ib.) y a todas las religiosas les recordaba que
«nuestra santa inolvidable y queridísima Madre, se consideró más y más obligada
a ser tan del todo y de solo Dios que en la práctica de todas las virtudes dejó
ejemplo de lo que deben ser las que forman el Instituto de María Inmaculada para
el servicio doméstico. Han de ser como ella, conocedoras hasta donde alcancen
sus talentos de la excelencia y aprecio que merece el Instituto; han de procurar
honrarle con sus prácticas y sólidas virtudes; de sacrificarse por él y por sus
queridas Colegialas acordándose que si por este doble amor y aprecio consumió y
abrevió la vida nuestra santa Madre Fundadora, no será mucho la consumamos por
lo mismo nosotras sus hijas, pues esto y más vale el honor y buen nombre de la
Congregación; las alabanzas del Pontífice; el ejemplo de nuestra Madre querida;
la santificación de las almas» (CarMTO, A todo el Instituto. Madrid, 26.07.1896)
En 1911, al entregar al Instituto las Reglas impresas, M. María Teresa se
muestra satisfecha de la vida de las Hermanas y las anima a no bajar la guardia
«pues el buen ejemplo estimula, -y añade- puedo decirles con verdad que de las
casi quinientas de que hoy, por la misericordia de Dios, se compone el
Instituto, quizás no pudiera señalarse una docena que no trabaje “con todo
empeño en el Señor” por guardar la santa observancia» (CarMTO a la Comunidad de
Oviedo. Madrid, diciembre de 1911).
Cuando se empezaron a percibir cambios
reales y significativos en el perfil social de la mujer, algunas Hermanas
empezaron a temer que nuestra misión perdiera su razón de ser; entonces M. María
Teresa indica que el camino es el ejemplo de vida que estamos llamadas a
ofrecer:
Decimos que son pocas las [chicas] que se quieren dedicar a servir y
que las que se prestan a ello son exigentes, independientes... y me preguntarán:
¿Si no vienen, cerramos los Colegios? ¿Si vienen y son levantiscas podemos
colocarlas? ¿Cómo las recomendaremos?
Vendrán menos, pero vendrán, no todas
sirven para mecanógrafas. Modo de sostenerlas…, modo de no espantarlas..., la
caridad cristiana, el celo de la gloria de Dios, el amor a las almas redimidas
con la sangre preciosa de Cristo, nos sugerirán ideas y medios para atraerlas al
Colegio y conservarlas. Por el Señor no faltarán gracias, por nosotras... Si
somos buenas, si procuramos dar buen ejemplo, si las llevamos por el camino
trillado de las Reglas, (las que para ellas atañen) tampoco faltarán. Que
encuentren en el Colegio bienestar, interés por todas las cosas, instrucción la
que quiera aprovecharla, ¡cariño! […]. No es cariño de amiga lo que hace bien a
sus almas, cariño que dé confianza para todo, […]. El cariño que han de
encontrarse es: en las Superioras y Prefectas muestras de interés por todas sus
cosas, que las encaminen y aconsejen y que vean en ellas, más que una madre
natural, una santa religiosa. El cariño con las Madres y Hermanas con quienes
trabajan es no ver nunca en ellas un mal modo ni la más mínima acción
desedificante, que las enseñen paciente e ingeniosamente, sin mostrarles malos
modos, aunque tuviesen que advertirlas. […]. Este es el cariño santo, haciendo
todo eso con verdadero espíritu de Dios. Un mal modo, una palabra dura dicha por
las religiosas cuánto daña a un alma sencilla que creyó ver en ellas, santas de
los altares que han tomado vida... En un colegio en que todas las religiosas se
esmeran de esta manera, no viendo en las chicas otra cosa que almas a las que
están obligadas, cada cual, según su cargo, a llevarlas al cielo, no les
faltarán colegialas. (CarMTO, A todo el Instituto. Madrid, 15 de agosto de 1922)
Siendo esto así, la primera exigencia apostólica de una Religiosa de María
Inmaculada tiene su fundamento en la fraternidad vivida, testimoniada y
contagiada; porque nadie da lo que no tiene y nadie tiene lo que no vive. La
fraternidad, el espíritu de fraternidad, la caridad fraterna.
Santa Vicenta María
lo refleja con meridiana claridad en las Reglas que van a marcar la vida de la
Congregación:
Siendo esta virtud [de la caridad fraterna] tan
esencial para la vida religiosa procurarán […] vivir tan unánimes que vengan a
ser un solo corazón y una sola alma para cumplir aquel dulcísimo precepto del
Divino maestro en el sermón de la cena: “amaos los unos a los otros como yo os
amé” y con este modelo de caridad a la vista no solamente se unirán entre sí
sino que movidas por las llamas de amor con que se abrasa por ellas el corazón
de Jesucristo, vendrán a ser en cierta manera un solo corazón con el de su
Celestial Esposo. (AGRMI, 8; Xeroc. 4,21)
La vida y el apostolado de las
Religiosas de María Inmaculada -con sus límites y sus sombras, pero también con
sus virtudes y logros- se desarrolla dentro del marco que señalan sus
Constituciones y Reglas.
Y si hemos venido a la Congregación -volviendo a la
definición del diccionario-, a crear fraternidad como una relación de
parentesco, en unión de voluntades, nada tiene de extraño que las Reglas afirmen
que
Conviene ante todo que se amen mutuamente con aquella verdad e interés que
corresponde a los que son parte o miembros de un mismo cuerpo y a las que, como
dice S. Agustín, se han reunido para morar unánimes y no tener sino un alma y un
corazón en Dios. (Reglas Generales, 409 [297]).
Y puesto que el vínculo no es de sangre, pero sí de voluntades,
las Reglas no imponen ni exigen, sino que presentan el camino a seguir no sólo
con total claridad, sino incluso descendiendo a detalles muy concretos de la
vida cotidiana para ayudar a elevar la vida comunitaria y el trabajo ordinario a
los más altos niveles de la santidad cristiana, de tal manera que el cimiento no
puede ser otro que el de la caridad cristiana. En este punto las Reglas, más que
un código de normas, son como la expresión de los más íntimos deseos que
animaban el corazón de la Madre Fundadora cuando redactó las dos primeras cartas
circulares de todas bien conocidas.
Para fomentar este mutuo amor y caridad
fraterna, han de tener grande aprecio unas de otras considerando todo lo bueno
que ven en sus Hermanas y suponiendo siempre que hay en ellas mucha más virtud
de lo que por de fuera se conoce.
En el trato de unas con otras han de ser muy
sencillas, dulces y afables sin faltar a la gravedad que pide la vida que
profesan y ninguna porfíe pero si en algo hay diversos pareceres y se juzga que
se debe manifestar tráiganse razones con modestia y caridad con deseo de que se
entienda la verdad y no de llevar la suya adelante.
Todas hablarán siempre bien
de todas sus Hermanas y mostrarán hacer mucha estima […]
Mucho es de desear que
ninguna dé ocasión a sus hermanas ni en obras ni en palabras del menor disgusto
del mundo, pero también es de desear que estén dispuestas a sobrellevar con
dulzura los defectos propios de todos los hijos de Adán […] (Cf. AGRMI, 8; Xeroc. 4,52ss.)
Las Reglas, que
señalan el camino a las Religiosas de María Inmaculada, tienen como telón de
fondo -y no podía ser de otra manera- el campo apostólico que la Iglesia confía
al Instituto. No siempre fue fácil traducir en apostolado la experiencia
espiritual y la vivencia comunitaria, tal vez por eso las Reglas señalan siempre
-casi como si de una brújula se tratara- “el Norte único”: la voluntad de Dios y
su mayor gloria:
Se esmerarán muy particularmente en que resplandezca tanto el
espíritu de fraternidad y caridad que debe unirlas para que así las personas de
casa como las de fuera queden siempre edificadas alabando a Dios Nuestro Señor
que es todo caridad y quiere que mutuamente nos amemos con el amor que la
caridad ordenada requiere dejándonos de ellos repetidos y sublimes ejemplos.
(Reglas comunes 33 [126]).
M. María Teresa Orti, expuso con meridiana claridad
en muy pocas palabras el alcance de la “fraternidad” con motivo de la aprobación
pontificia del Instituto:
Sirva la aprobación de nuestro Instituto para que
resplandezca en nuestras Comunidades el espíritu de caridad acendrada, amando
vivamente a Dios, amándonos mutuamente con aquella caridad fraterna que forme de
todos nuestros espíritus una sola alma y corazón, y amando a nuestras acogidas
con un amor puro, nacido del mismo amor de Dios. (CarMTO, circular, .03.1899).
La segunda carta circular de Santa Vicenta María Al Instituto, especialmente en
sus párrafos segundo y tercero vale por un tratado de “caridad y unión
fraterna”; afirma la Madre Fundadora, siguiendo la doctrina del P. Rodríguez,
que «una de las señales de que ama Dios mucho una Congregación, y de un modo
especial, es concederle una gran unión y hermandad de unos con otros» y su
convicción de que «necesitamos que el Señor nos mire con un amor especial y para
merecerle es preciso que tengamos un grande empeño en que llegue a reinar una
perfecta caridad entre nosotras, si nos esforzamos a ello el Señor con su gracia
hará que aquella se consolide y podrá consolidarse y prosperar la Congregación».
Casi cincuenta años más tarde, M. María Teresa Orti podía despedirse de los
miembros del Instituto llamándoles la atención particularmente en
un punto de
grandísimo interés para el Instituto, y es que hasta el presente, por la
infinita misericordia de Dios, se ha conservado en él una paz y unión
inalterable entre las que hemos constituido el Consejo General, y de parte del
local yo no tengo motivo más que para dar gracias a Dios por la docilidad,
sumisión y respeto de todas las Superioras. ¡Qué inmenso beneficio es este para
un Instituto religioso! Ténganlo en cuenta Hermanas mías, y cada cual por su
parte esfuércese para que así continúe siempre, siempre, siempre. Yo con toda el
alma pido a Dios Ntro. Señor, a nuestra amantísima Patrona, a nuestros
protectores San José y San Ignacio sin olvidar a nuestra edificantísima,
humildísima y observantísima Fundadora, que se conserve este espíritu que ella
nos legó de unión de caridad. (CarMTO, a todas las religiosas del Instituto.
María, 26.02.1925)
Sin esa vivencia de la caridad fraterna, creo sería
impensable el testimonio de religiosas y colegialas en situaciones de extrema
adversidad como las que se vivieron, durante el gobierno de M. María de la
Concepción Marqués, en México y en España.
Que la vivencia de la fraternidad y
el testimonio ha sido, en la vivencia comunitaria y en el campo apostólico, un
camino con tropiezos es evidente y queda de manifiesto en las mismas
recomendaciones de las Madres Generales.
M. María de San Luis de Caso afirma que
“la verdadera caridad sabe sufrir y callar; soporta, disimula y olvida porque
ama mucho y en Dios” e invita a las Hermanas a ser “almas de vida interior para
que la heredad que el Señor nos ha dado a cultivar produzca frutos de santidad.
No nos contentemos con poco -escribe-, pues para el auténtico celo no existen
fronteras ni nacionalidades”. Frente a la debilidad de quienes puedan ser
propensas a la murmuración, a la suspicacia o a la imprudencia, la Madre
recuerda que: «La caridad es la sal de las comunidades: ella es la única que
puede conservar las personas que viven en continuo e íntimo trato en paz y unión
fraterna, entre la diversidad de caracteres y educación.»
Sin culpa ni mérito
por mi parte me considero privilegiada porque el Señor quiso servirse del
testimonio de la caridad de la comunidad de la Casa Madre y del testimonio de
fraternidad de las colegialas para traerme a donde Él me quería. Haberme podido
acercar -como el mayor de los regalos- al testimonio de muchas de las Hermanas
que nos han precedido, a las crónicas de las comunidades, a los documentos que
han señalado el camino de la vida en el Instituto a lo largo de su historia, me
ha llevado a la convicción de que hay tres puntales imprescindibles sobre los
que se han apoyado siempre nuestras relaciones fraternas como Religiosas de
María Inmaculada, y nuestra misión apostólica, que no son originalidad y mucho
menos exclusividad del Instituto, pero tienen para nosotras una importancia muy
particular: la fe trinitaria, la identidad mariana y la Eucaristía.
* La fe
trinitaria porque no es posible hablar de fraternidad sin el nexo común de la
«paternidad» y las que hemos sido llamadas a convivir con personas de muy
diferente edad, procedencia, condición, con las que, en algunos casos más allá
de la fe, no teníamos nada en común, de pronto nos convertimos en
“hermanas”
porque somos y nos reconocemos hijas de un Padre común, participantes de la
filiación divina en el Hijo único y Primogénito y capaces de amar y sentirnos
amadas en esa relación por la gracia del Espíritu Santo que infunde su amor en
nuestros corazones.
“madres” porque nuestra fe trinitaria crea y consolida
particulares lazos de fraternidad no solamente dentro nuestras comunidades y
entre las distintas casas que componen la Congregación, sino también con las
jóvenes que el Señor confía a nuestros cuidados a las que reconocemos como hijas
suyas,
* Es impensable un hogar sin referencia materna, sería inconcebible la
Congregación sin la figura de María, sería inexplicable nuestra identidad,
nuestra vida en común y nuestra proyección apostólica sin la presencia constante
de la Virgen en su misterio de Inmaculada Concepción y en las más variadas
advocaciones desde las que ha animado y anima nuestro ser y nuestra misión como
Religiosas de María Inmaculada.
* La Eucaristía, porque la vida que no se nutre
muere… y el principal e indispensable alimento de la caridad fraterna es la
Eucaristía.
Con una comunión empezó todo… y no podía ser de otra manera. El día
que doña María Eulalia Vicuña decidió abrir la puerta de una casa y de su vida a
la acogida de las jóvenes, comenzó su jornada con una comunión eucarística.
Desde aquel día la Eucaristía es el núcleo alrededor del cual giran la vida y el
quehacer del Asilo de sirvientas. A las jóvenes se las recibe en la casa para
librarlas de un sinfín de peligros, se les brinda capacitación para el trabajo y
formación cultural; pero por encima de eso y con mayor empeño se les prepara
para los sacramentos; cual otros “Juan Bautista” les señalamos al Cordero de
Dios, para que vayan en pos de Él, para que aprendan dónde vive, para que se
alimentan de su Palabra y de su Cuerpo; para que ellas, a su vez, como hicieron
los primeros discípulos o la Samaritana, también puedan decir a sus compañeras:
“hemos encontrado al Señor”.
¡Cuántas comuniones sacramentales, cuántas horas de
adoración, cuántos actos de desagravio a Jesús Sacramentado (por ejemplo, en los
triduos de carnaval) cuánto derroche de devoción en torno a la Solemnidad del
Corpus Christi y otras, cuántas amistades mantenidas en la distancia a través de
las ‘citas en el Sagrario’ siguiendo una costumbre iniciada por Santa Vicenta
María!
En los comienzos del Instituto las fundaciones se contaron por “nuevos
Sagrarios”. Actualmente dudo mucho que alguien sepa decirnos con exactitud en
cuántos Sagrarios el Señor nos espera para que le hablemos de nuestras
comunidades y de nuestras obras apostólicas, para decirnos que
Nos amemos como
Él nos ama
No nos llama siervos sino amigos
Nos ha elegido para que vayamos y
demos fruto
Y que, en Él
Somos todos hermanos.
María Digna Díaz Pérez, RMI