domingo, 10 de diciembre de 2017

Un día como hoy.... santa Eulalia de Mérida


Había nacido, María Eulalia Vicuña, el 10 de diciembre de 1805... en 1890 hubiera cumplido 85 años, pero... en la Casa Madre aquel día la atención, el cariño, la oración, la esperanza... se daban cita alrededor de una cama... la pluma de la periodista Isabel Cheix, gran amiga de la enferma nos permita saber cómo fue aquella jornada...

Habitación en la que falleció santa Vicenta María, convertida en oratorio.

"Hoy día 10 de Diciembre de 1890 se ha administrado el Sacramento de la Extremaunción a la R.M. Madre Vicenta María López y Vicuña fundadora de la Congregación de Religiosas de María Inmaculada.
Ilustración de M. María de Porta Coeli Mezquita
Si esta solemne ceremonia reviste en todos los casos un carácter de triste gravedad por el ser último sacramento que la Iglesia confiere a sus hijos para alentarlos y fortificarlos en las postreras batallas, pocas veces con más razón que hoy, aflige profundamente los corazones de cuantos se interesan por la humildísima paciente enferma, pues si el sentimiento de la pérdida ha de estar en relación con el valor del objeto que se pierde, séanos permitido afirmar, que por grande que sea la pena difícilmente alcanzará al mérito de un tesoro que es en verdad irreparable.
Todavía sin embargo, anima el alma este cuerpo débil por los sufrimientos, pero lleno de la fortaleza que da Dios; todavía a pesar de los tristes pronósticos de la ciencia, esperan sus hijas y cuantos de veras la aman, un milagro de la Providencia convencidos que donde acaba la sabiduría humana empieza sin límites la misericordia divina; por eso al verla en la mañana de hoy, tranquila, risueña, con pleno conocimiento de su situación y tan conforme a la voluntad de Dios no sabemos qué admirar más en ella, si las relevantes virtudes que la adornan o el total desprendimiento de todo lo de la tierra, con que se ofrece a cumplir la voluntad del Señor.
P. Isidro Hidalgo y Soba sj
Poco después de las seis de la mañana llegó el R.P. Isidro Hidalgo, Director de la Congregación que desde ayer tarde y en vista de los ardientes deseos de la enferma por recibir el último consuelo de la Religión, había anunciado se le administraría en las primeras horas de hoy: enseguida de llegar dijo Misa en el Oratorio, llevando en la Comunión de ella el pan de vida a la R. Madre y dándolo después a las Religiosas, que sólo por la fortaleza que El comunica pueden hallar resignación para el costoso sacrificio que el Señor les exige; terminados que fueron los augustos misterios el P. Hidalgo dirigió a la Comunidad y a las Colegialas una fervorosa plática en que, con la sabiduría y sencillez que le distingue, demostró cuan distintas son las disposiciones que para recibir el Sacramento de la Extremaunción tienen las personas que profesan vida religiosa a las del mundo, pues a las primeras consuela y a las segundas espanta: encareció los maravillosos efectos de gracias espirituales, que se reciben con el considerarlo como última dádiva del amor que nos profesa el Sagrado Corazón de Jesús y aceptándolo no como cercano presagio de la muerte, sino como medicina para el cuerpo y mucho más para el alma y terminó presentando por modelo, la paz y alegría interior en que la R. Madre iba a recibirle a fin de que todas las que escuchaban, cuando se considerasen en verdadero peligro de muerte le pidiesen para evitar que, el falso celo de unos o el amor mal entendido de las familias, les privasen de este poderoso auxilio en la hora postrera, consintiendo sólo que le apliquen cuando el paciente, ni ve, ni oye, ni comprende las gracias de que le privan.
Colcha que cubría la cama de la enferma
Poco antes de concluir el P. Hidalgo, había llegado el Sr. D. José Pascual Capellán de la Comunidad y apenas terminada la plática revestido de sobrepelliz se dispuso a acompañar al P. Hidalgo en la aplicación del Sacramento, presenciando, así Colegialas como cuantas nos hallábamos en el oratorio, una escena verdaderamente conmovedora.
En el frente de una vasta cámara, severa y sencillamente decorada, estaba el lecho de la R. Madre sirviéndole de fondo una colgadura de seda roja: sentada en él, cubierta con un velo y animado el rostro en que parecían brillar los colores de la salud y era sólo el reflejo de amor a Dios que la inflama, se hallaba la santa enfermita; a su derecha la Madre Superiora y la Madre Consiliaria, y en los dos lados de la habitación arrodilladas y con velas encendidas las Religiosas, Novicias, Postulantes y Coadjutoras.
A la puerta del Oratorio se agolpaban algunas amigas y las jóvenes Colegialas tan sinceramente conmovidas todas, que es difícil puedan olvidar nunca lo que hoy se ha presenciado. ¡Sublime lección de cristiana fortaleza!, ¿quién puede fielmente describirte? No con el terror que da la certeza del próximo fin, sino con la dulce tranquilidad del que espera dormirse a la vida, para despertar en el gozo del Señor, ha recibido la R. Madre las solemnes y misteriosas ceremonias de la Extremaunción: su rostro de niña, embellecido por el fervor, encantaba a cuantos tenían la dicha de contemplarla; verdaderamente si la pena, como antes decíamos, ha de estar en relación al valor del objeto que se pierde, esta es una pena sin peso, ni medida.
Muchas lágrimas han corrido, pero no atropelladas como las del dolor que ni espera, ni cree, sino deslizándose sin sentir por las mejillas, como hijas suaves de la resignación cristiana; así el pesar de los corazones, grande pero mucho, no ha turbado ni un momento la dulce paz de la venerable y querida enferma.
Habitación en la que falleció santa Vicenta María, convertida en oratorio
A pesar de todo mientras hay un hálito de vida, la esperanza reaparece en las almas y cuesta mucho desprenderla de ella. ¿No invocamos al mismo cuyo inmenso poder curó al Paralítico, sanó a los leprosos y resucitó a la hija de Jairo? ¿Por qué no ha de escuchar las súplicas que se le dirigen por esta criatura tan joven todavía y tan llena de encendidos deseos por la gloria de su Padre celestial?"

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