Nace
en Cascante (Navarra) el 22 de marzo de 1847. Al día siguiente fue bautizada en
la Iglesia parroquial de Santa María de la Asunción apadrinada por sus tíos,
doña María Dominica Vicuña y el sacerdote D. Joaquín García Rincón. Le
impusieron los nombres de Vicenta María Deogracias, como la mejor manera que
encontraron sus padres, don José María López, y doña María Nicolasa Vicuña, para
agradecer a Dios la alegría del alumbramiento y el consuelo por la muerte
prematura de su primogénita unos días antes.
Vicenta
María, hija única en el seno de una familia profundamente cristiana, crece sana
y despierta. El ambiente que la rodea va agudizando su inteligencia y capta con
facilidad el comportamiento de las personas mayores, disfruta con las fiestas y
con los regalos, goza yendo a la iglesia y contando después cuanto recuerda de
lo que ha oído en el sermón, enseñando a otras niñas de su misma edad el
Catecismo que ella aprende de su padre, o subiendo a la Basílica del Romero
para honrar a nuestra Señora.
A
los cuatro años, recibió el sacramento de la confirmación de manos de D.
Vicente Ortiz de Labastida, Obispo de Tarazona, en la misma parroquia de Santa
María de la Asunción de Cascante.
Su
padre, miembro del Colegio de Abogados de Pamplona, tuvo particular interés en
proporcionar a su hija una esmerada formación cultural y se constituyó en su
primer maestro. Su madre deseaba sobre todo que fuera una buena cristiana.
Cuando
contaba cinco años de edad, vivió la separación de sus padrinos de bautismo,
que tanto tenían que ver en el aprendizaje y práctica de sus primeras
devociones. El día 25 de noviembre de 1851 fallecía en Cascante su tío-abuelo,
el sacerdote D. Joaquín García Rincón. No había pasado un mes, cuando su tía
Dominica marchó a Madrid para ingresar en el Primer Monasterio de la Visitación.
La
profesión religiosa de su tía y madrina, fue la ocasión propicia para realizar
un viaje a Madrid en mayo de 1854 y conocer además a sus tíos maternos, D.
Manuel María Vicuña y su hermana María Eulalia casada con D. Manuel de Riega y
Rico. Entre ellos y Vicenta María se establecieron profundos lazos de afecto
que, lejos de enfriarse, se harían cada vez más estrechos.
En
Madrid permaneció hasta el mes de octubre, pero unos días antes de regresar a
Cascante se confesó por vez primera con D. Luis Marín, de los Siervos de la
Virgen Santísima de los Dolores.
Tenía
diez años cuando hizo su Primera Comunión, el 31 de mayo de 1857, Solemnidad de
Pentecostés. Unos meses más tarde, decidieron sus padres enviarla a Madrid, junto
a sus tíos maternos, don Manuel María y doña María Eulalia Vicuña, con el fin
de completar la educación cultural que sus mayores querían para ella, sin
descuidar para nada su vida de piedad y el crecimiento de su fe cristiana.
El
programa de formación, que comprendía estudios de gramática, aritmética,
geografía, historia, francés, dibujo y pintura, música y labores, lo lleva a
cabo con profesores particulares, en la misma casa de sus tíos, salvo una temporada que asistió al Colegio de
San Luis de los Franceses, en la calle de las Tres Cruces para perfeccionar el
francés. Su tía María Eulalia le elabora una distribución del tiempo, en la que
conjuga magistralmente la dedicación al estudio y a las prácticas religiosas,
con los tiempos de paseo y recreo.
En
Madrid, los hermanos Vicuña habían iniciado una obra apostólica y benéfico
asistencial para la acogida y educación de jóvenes sirvientas, que tenía como
principal objeto el de "acoger e
instruir a las jóvenes que, huérfanas o ausentes de sus familias, se dedican o
debieran dedicarse al servicio doméstico, antes de que llegaran a ser víctimas
de la disolución e instrumentos de la perversión pública del Madrid
decimonónico". (Manuel María Vicuña,
Resumen de la fundación protectora de las
jóvenes sirvientas, en el Archivo General de las Religiosas de María Inmaculada,
Roma).
Acompañando
a su tía María Eulalia en las obras de celo, entra en contacto Vicenta María con
un mundo de dolor, de pobreza y de miseria que, lejos de dejarla indiferente,
le descubren una vivencia de la dimensión apostólica de la fe cristiana, que
crece con ella como algo connatural a su manera de ser.
Las
estancias en Carabanchel, a donde se retiran en los meses de verano, huyendo
del calor sofocante de Madrid, no se limitan ni al verano ni al descanso. Los
hermanos Vicuña trabajan cuanto pueden, también en Carabanchel, por aliviar las
necesidades de los pobres, y por ayudar a aquellas gentes a vivir
cristianamente a través de un intenso apostolado eucarístico y mariano. Aprovechaban
las celebraciones de las fiestas de la Virgen del Carmen y del Apóstol
Santiago, de la Virgen del Rosario y los primeros domingos de cada mes para fomentar
la vida sacramental y la catequesis. Vicenta María no solo participa
intensamente de estas actividades, sino que funda ella misma, en 1864, la
‘Asociación del Rosario Viviente’ para promover la devoción y piedad marianas
sobre todo entre las jóvenes y niñas del pueblo.
Las
visitas al “Asilo de sirvientas”, el conocimiento de la vida que llevaban y los
peligros que corrían aquellas muchachas en Madrid marcaron profundamente los
ideales de Vicenta María ya en su adolescencia. El sueño de hacer ella misma
algo más por arrancar aquellas jóvenes del abandono social en que vivían es
como la semilla de la que brotará su vocación de fundadora.
A
los 17 años, resuelta a dedicar su vida a aquel apostolado y convencida de la
necesidad de fundar una congregación religiosa que garantice su continuidad,
comunica la idea a su director espiritual el P. Victorio Medrano SJ. El jesuita
aprueba la idea con la consigna de dejar
en suspenso la resolución para el porvenir.
Mientras
tanto, sus padres se forjan en torno a ella sueños e ilusiones legítimos en
vistas a su futuro, aspiran a verla casada, pero ella siguiendo la inspiración
que anida ya en lo más hondo de su corazón, manifiesta en una frase corta su
resolución de no abrazar el estado matrimonial y dice que no se casará: “Ni con un rey ni con un santo.”
El
día 4 de marzo de 1868 se retiró Vicenta María al Primer Monasterio de la Visitación de Santa
María en Madrid, para hacer unos días de Ejercicios Espirituales. Al
terminarlos le preguntó su tía Salesa acerca de la decisión que había tomado en
ellos y Vicenta María respondió: “Las
chicas han triunfado”.
Terminados
los Ejercicios, la joven Vicenta María, con el fin de dedicarse de lleno a la realización
del ideal de su vocación, intenta dar por terminado un pacto familiar
establecido entre padres y tíos, según el cual pasaba los veranos en Cascante y
el resto del año en Madrid dedicada a su formación.
Sus
padres se oponen al proyecto y la obligan a ir a Cascante en el mes de junio.
Allí permanece siete meses en los que el sufrimiento fraguó su vocación
apostólica y su santidad cristiana. Vicenta María, defiende frente a su padre
el cumplimiento de la voluntad de Dios, que la llama a garantizar la
continuidad de la obra apostólica iniciada por sus tíos a favor de las jóvenes
sirvientas. D. José María reivindica el deber de su hija para con sus padres
ancianos y su propia obligación de velar por la seguridad de Vicenta María cuya
vida puede peligrar al contacto con las sirvientas. El sufrimiento se hizo tan
intenso, que la salud de Vicenta María acabó por quebrarse y se vio atacada de
fiebres altas que no cedían con ningún medicamento hasta que el médico opinó
que, de seguir en Cascante, la ciencia no podría curarla.
Vicenta
María, durante aquel verano, como el resto de su vida, aplicó a aquella
situación dolorosa el mejor remedio que poseía: una vida de oración intensa y
una fe inquebrantable en que el Señor daría los medios y abriría el camino. La
respuesta no se hizo esperar: el día de la Solemnidad de la Inmaculada, la
ciencia médica depuso sus armas y don José María López rindió su voluntad a la
de Dios.
En
febrero de 1869, algo repuesta de su enfermedad, regresa Vicenta María a Madrid
con la ilusión de hacer vida comunitaria con algunas de las señoras colaboradoras
en el Asilo de Sirvientas, pero le esperaba otro duro golpe.
El
día 2 de marzo falleció Manuel María Vicuña, de quien ella misma afirma en
relación a la obra a favor de las jóvenes sirvientas, que era el alma de todo
lo que su hermana realizaba.
La
situación social y política, del todo adversa para la puesta en marcha nuevas
fundaciones religiosas, y la necesidad de dedicarse a asuntos de la
testamentaría de su tío Manuel María frenaron algo la realización de los
proyectos de la joven fundadora.
Sacando
fuerza de lo débil y haciendo de la
necesidad virtud, como ella solía decir, Vicenta María se entrega por
completo a las tareas de la obra apostólica, al mismo tiempo que elabora el
diseño de la nueva Congregación con el estudio y la oración, principales bases
en la redacción de las Constituciones y reglas.
El
día 22 de febrero de 1871, mientras daban tiempo al tiempo y esperaban un
cambio significativo en la política española, Vicenta María, su tía María
Eulalia y un pequeño grupo de señoras empezaron a hacer vida de comunidad,
usando un modelo de vestido uniforme, en un piso de la plaza de San Miguel,
número 8, en el que convivían con las jóvenes sirvientas acogidas.
A
las tareas que ya venían desarrollando de: control de asistencia de las jóvenes
al Asilo, seguimiento personal a las jóvenes internas, enseñanza del catecismo
y doctrina cristiana, comuniones generales, congregaciones marianas, visitas en
las casas donde sirven, la minuciosa organización de fiestas y reparto de
premios, la escuela dominical y las misa de Comunión general, añade Vicenta
María una de las novedades más significativas en la obra apostólica con las
sirvientas: que todas las acogidas que
entran por primera vez y las que hayan pasado por lo menos un año sin haberlos
hecho, deberán hacer unos días de Ejercicios antes de colocarse. Es acaso el
único medio de hacer que se fijen en la importancia de su salvación, el más
eficaz para arreglar sus conciencias y poner el cimiento para emprender una
vida cristiana y de tanta importancia que en ningún tiempo ha de descuidarse
esta práctica que la experiencia acredita ser tan provechosa (Reglas de las
Hermanas directoras de Ejercicios espirituales, en Santa Vicenta
María López y Vicuña, Apuntes de
Ejercicios Espirituales, Roma 1986, p. 343-346).
En
julio de 1875, el P. Isidro Hidalgo y Soba SJ se hizo cargo de la dirección
espiritual de Vicenta María y sus compañeras. En marzo de 1876, el beato
Ciriaco María Sancha y Hervás, que años atrás había entablado amistad con
Vicenta María y sus tíos, y seguía con interés el desarrollo de aquella obra
apostólica, fue designado Obispo Auxiliar de la Diócesis de Toledo con
residencia en Madrid. El Cardenal Moreno y Maisonave le nombró intendente
general de las Órdenes religiosas.
La
presencia en Madrid del Sr. Obispo Sancha y del P. Hidalgo, y la restauración
de la monarquía en la persona del Rey Alfonso XII, fueron providenciales para
el impulso definitivo de aquella obra y la fundación del nuevo Instituto.
El
11 de junio de 1876, Solemnidad de la Santísima Trinidad, D. Ciriaco María
Sancha impuso el hábito religioso a Vicenta María López y Vicuña y a otras dos
compañeras suyas, dando origen a la Congregación de Hermanas del Servicio
Doméstico (actualmente “Religiosas de
María Inmaculada”). La joven fundadora vio ensombrecida aquella jornada la
felicidad, por el silencio de D. José María López al solicitarle la bendición paterna,
y la decisión de su madre, por respeto al pensamiento de su esposo, de no
asistir a la ceremonia, a pesar de encontrarse aquellos días en Madrid.
El
día 16 de julio, fue de grande júbilo en aquel piso de la madrileña plazuela de
San Miguel con la admisión de seis jóvenes y la consiguiente inauguración del
noviciado.
Antes
de que se cumplieran los seis meses de la fundación del Instituto, santa
Vicenta María, respondiendo a la llamada del entonces canónigo del Pilar y más
tarde cardenal, D. Antonio María Cascajares, fundó en Zaragoza el segundo
colegio para sirvientas, el día 7 de diciembre de 1876. Seis meses más tarde, la
Madre Fundadora, viajó a Andalucía para abrir la tercera casa en Jerez de la
Frontera, el 2 de junio de 1877.
Las
dificultades se van sucediendo. El 30 de noviembre de 1877, la muerte de doña
María Eulalia Vicuña, hace recaer sobre ella la organización del trabajo con
las jóvenes, que hasta entonces seguía dirigiendo su tía. Lentamente van
llegando nuevas vocaciones. Escasean los medios económicos y es necesario
buscar el apoyo de bienhechores que con sus limosnas ayuden a mantener a las
jóvenes acogidas gratuitamente en la casa. Vicenta María no para. La reciben en
audiencia, la Princesa de Asturias, Doña Isabel de Borbón y sus majestades D.
Alfonso XII de Borbón y Doña María de las Mercedes de Orleans, que envían luego
sus donativos a la casa.
El
domingo de la Santísima Trinidad, 16 de junio de 1878, el P. Victorio Medrano
SJ, recibió los primeros votos públicos que emitían, en la nueva congregación
religiosa, la Madre Vicenta María López y Vicuña y una de sus primeras
compañeras.
En
los primeros Ejercicios espirituales que hizo Santa Vicenta María después de
haber vestido el hábito, anotó en sus apuntes: Si he de ser la Esposa
de Cristo Crucificado, he de conformarme con El. La configuración con el
Crucificado se manifestó en su vida de diferentes maneras. La más continua fue
la enfermedad. Acababa de cumplir los treinta y dos años de edad, cuando, en
una fría mañana de finales del mes de marzo de 1879 apareció, con un vómito de
sangre, el primer síntoma evidente de la tuberculosis. La enfermedad se hace, a
partir de ese momento, compañera inseparable de camino en la vida de la Madre
Fundadora. A pesar de todo, desde la íntima persuasión de que la obra es de Dios y en Él hemos de poner
nuestra confianza, continuó infatigable sin ahorrar esfuerzos ni
sacrificios, en sus tareas de formación de las religiosas y expansión de la
Congregación.
A
la muerte de su madre, doña María Nicolasa Vicuña, ocurrida el 24 de noviembre
de 1883, santa Vicenta María traslada a su padre a la casa de Madrid donde
vivirá, en un apartamento independiente al interno del Colegio hasta su muerte,
el 5 de agosto de 1888.
La
cuarta casa la abre en Sevilla el 14 de marzo de 1885 a instancias del jesuita,
P. Celestino Suárez en el convento de San Benito cedido por el Sr. Arzobispo,
D. Ceferino González y García Tuñón. El don de gentes, su carácter abierto y
una gracia particular que poseía para llegar al corazón de las personas pudo
hacer el milagro de que las gentes de Sevilla contribuyeran con sus limosnas, a
hacer realidad la apertura del Colegio para jóvenes sirvientas, en un momento
de particular estrechez económica, debido a las malas cosechas y a la epidemia
del cólera registrada en España aquel mismo año.
Los
jesuitas la animaron a ir a Barcelona, donde se registraba un gran número de
jóvenes que llegaban desde los pueblos de Cataluña y de otras regiones de
España en busca de una colocación. La sierva de Dios, doña Dorotea de Chopitea
y Villota (1816-1891), encontró en la nueva Congregación, la respuesta a su
inquietud por tender una mano al gran número de jóvenes que, en Barcelona,
vivían expuestas a los peligros de la inmoralidad y de la explotación laboral.
Alentada por los jesuitas, desplegó doña Dorotea el celo y la generosidad, que siempre
la caracterizaron, para hacer posible que la Madre Vicenta María llevara a cabo
la fundación de un Colegio para Jóvenes Sirvientas, el 10 de febrero de 1888, en
la calle Condal. Dos años más tarde, el 19 de abril de 1890, la generosidad de
doña Dorotea y el infatigable celo de la Madre Vicenta María hicieron posible
la compra de un terreno en la calle del Consejo de Ciento, donde se construyó un
colegio de nueva planta que ninguna de las dos llegó a conocer.
En
Barcelona, vivió santa Vicenta María, según sus propias palabras, el más fausto acontecimiento desde que la
Congregación existe, con motivo de la concesión del Decreto de Alabanza por
parte de la Santa Sede, el 18 de abril de 1888. En aquellos mismos días,
recibió la visita de la beata Rafaela Ybarra, que le pedía la fundación de un
colegio para sirvientas en Bilbao.
Las
solicitudes de nuevas casas en Bilbao, Valencia, Vitoria o Buenos Aires
tuvieron que esperar algunos años porque a la Madre Fundadora le faltaban,
además de la salud, religiosas para enviar y medios económicos para seguir
extendiendo el Instituto. Desde Barcelona, donde la retuvieron los trámites
para la compra de un terreno para edificar la casa, siguió en todos sus
detalles, la última de sus fundaciones, realizada en Burgos el 7 de diciembre
de 1889.
A
Santa Vicenta María no le faltaron nunca ni el ánimo, ni las ganas de seguir
trabajando por ganar para Cristo las jóvenes, que en número siempre creciente,
iban llegando a sus casas, pero la tuberculosis seguía ganando terreno y
deteriorando seriamente su salud. De
poco sirvieron los viajes al Balneario terapéutico de Panticosa en el alto
Aragón, o la estancia en Molar para tomar las aguas medicinales de la Fuente
del Toro.
De
acuerdo con el Obispo Auxiliar, el beato Ciriaco María Sancha, y el director
espiritual, P. Isidro Hidalgo SJ, convocó en septiembre de 1889 el primer
capítulo general que celebraron en Madrid los días 30 de septiembre y 1 de
octubre. La primera sesión regaló a la Madre Fundadora una experiencia
particular, por la solemnidad del acto y por el consuelo de ver reunidas en la
Casa Madre a las superioras de las cuatro casas abiertas más una delegada por
cada una de ellas, bajo la presidencia del beato Ciriaco María Sancha,
acompañado del confesor de la comunidad, D. Mateo de la Prida y del secretario
del Obispado, D. Donato Giménez. La
Congregación se seguía manteniendo numéricamente reducida, pero el primer
Capítulo General pudo contar con una lista de 20 religiosas elegibles para los
cargos de gobierno, aunque ninguna de ellas hubiera emitido aún los votos
perpetuos.
A
los nueve meses de haber celebrado el Capítulo General, el 31 de julio de 1890,
la Madre Vicenta María pronunció la fórmula de su profesión perpetua a las
cinco y media de la mañana, postrada en cama porque el estado de debilidad a
que la había reducido su enfermedad no le consentía levantarse sin tomar
alimento y, según el ceremonial, los votos debían pronunciarse ante Jesús
Sacramentado inmediatamente antes de recibir la Comunión. Dos horas más tarde
participó en la capilla de la primera celebración de este tipo que se tenía en
la Congregación para recibir la profesión de nueve compañeras suyas.
En
un intento por ganar algún terreno a la enfermedad, los médicos recomiendan una
estancia en Burgos después de la profesión perpetua y la Madre pasa un mes en
la capital burgalesa y regresa a Madrid sin haber experimentado ningún síntoma
de mejoría.
En
sus apuntes de Ejercicios de 1868, había escrito “si vivimos bien, la muerte será el principio de la vida”. La
última etapa de su vida es de un dolor intenso y continuado, pero también de
una serenidad y alegría que encuentran todo su sentido en el sometimiento a la
voluntad de Dios, según expresiones que ella misma repitió a menudo: “¿Lo queréis Vos, Dios mío? Pues yo también
lo quiero” y “Lo que Vos queráis,
Señor, lo que Vos queráis, no quiero anteponer mi querer al vuestro”.
El
13 de diciembre, recibió la visita del beato Ciriaco María Sancha, que salió visiblemente
emocionado de la habitación de la enferma y confesó al P. Isidro Hidalgo SJ,
que se encontraba en la casa en ese momento: "Padre mío, no saben bien las religiosas lo que pierden; en esa
cabeza cabe medio mundo para gobernarle y otro medio para santificarle; ha derramado
Dios en ella a manos llenas los tesoros de su sabiduría y su gracia."
Con
la misma confianza en su Señor y con una exquisita caridad para con sus
Hermanas se preparó a morir. A las solicitudes de que pidiera la gracia de la
salud, confesó haber pedido al Niño Jesús que si quiere que viva para trabajar por su gloria, me conceda la vida y
dos horas diarias para ello, las demás horas del día que me deje sufrir los
dolores de la enfermedad. Lo que sí pidió al Señor fue que le conservara la
vida hasta pasada aquella fiesta, diciendo que: "Sería para mi Comunidad muy triste tenerme de cuerpo presente el
día de Navidad". Y el Señor se lo concedió. Eran las dos menos cuarto
de la tarde del día 26 de diciembre de 1890 cuando, después de haber bendecido
por primera vez a sus Religiosas, tomó en sus manos el Crucifijo y una estampa
de la Virgen y, mientras una sonrisa se dibujaba en su rostro, entregó su
espíritu al Creador.
La
Madre Vicenta María salió de este mundo dejando tras de sí una estela de paz,
de conformidad con la voluntad de Dios, y de deseos de crecer en la perfección
cristiana que arraigó en el corazón de sus religiosas, de las jóvenes y de
cuantas personas tuvieron algún trato con ella.
La
certeza de la santidad de la Madre Fundadora, no dejaba ningún lugar a dudas
entre sus hijas, que conservaron celosamente cuanto le había pertenecido,
incluidos los objetos y ropas usados en su última enfermedad, sin reparar del
peligro de algún posible contagio que nunca se verificó.
Desearon
darle sepultura en su propia casa, pero lo trámites, debido al carácter
contagioso de su enfermedad se alargaron demasiado y tuvo que ser conducida al
cementerio. Dos años más tarde regresó a su Casa Madre en la calle de
Fuencarral, en cuya iglesia descansan sus restos mortales.
Introducida
la causa para su beatificación y canonización en Madrid el 19 de febrero de 1915,
fue proclamada beata por el Papa Pío XII, cuarenta y cinco años más tarde, el
19 de febrero de 1950.
El
año de 1975, fue declarado Año
internacional de la mujer, por la Asamblea General de las Naciones
Unidas, y Año Santo para la Iglesia Católica por el Papa Pablo VI. Santa Vicenta María, que se había gastado y
desgastado por dar solidez y continuidad a una obra que busca, por encima de
todo, el reconocimiento de la dignidad de la mujer, fue canonizada en Roma, en la Solemnidad de la
Santísima Trinidad, el 25 de mayo de 1975. El Papa Pablo VI proclamó ante el
mundo su santidad de vida y fijó su fiesta litúrgica el día 25 de mayo.
Santa
Vicenta María López y Vicuña, llamada por el Señor a fundar en la Iglesia un nuevo
instituto, que diera continuidad a la obra iniciada por sus tíos, sintetizó en
unas pocas líneas la razón de ser de la misma y su proyección de futuro: Hay que reconocer en la creación de esta
Congregación, una obra de la Divina Providencia que, a medida de las
necesidades de los tiempos envía remedios oportunos, así mismo todas las
personas que la componen reconocerán en su llamamiento a ella una especialísima
gracia de la bondad y misericordia del Señor; solo resta, pues, secundar los
designios de la Providencia en la parte que corresponde a su cooperación no
menos que a la singular gracia de su vocación; de todas y cada una depende el
que Dios sea glorificado en esta pequeña grey y que se salven muchas almas, o
bien que la obra de Dios perezca por culpa suya. Velen, pues, por su conservación
y aumento aunque para ellos fuera necesario no solamente morir sino morir
crucificadas con su Celestial Esposo. (Santa
Vicenta María López y Vicuña, Constituciones de las Hermanas del
Servicio Doméstico, Madrid 1882. Cf. María Herminia de Jesús, Rodríguez de Armas, Santa Vicenta María redacta las Constituciones de las Religiosas de María
Inmaculada, Roma 1979, p. 233).
Aquella
pequeña grey, creció y se expandió con los años, hasta hacerse presente en veintiún
países de cuatro continentes, donde ejercita su apostolado con las jóvenes más necesitadas, especialmente con las que, por
carencia de medios económicos trabajan como empleadas de hogar, o en otras
actividades o se preparan para ocupar un puesto de trabajo en la sociedad.
(Constituciones de las Religiosas de
María Inmaculada, Roma 1987, p. 40).
El
día 7 de diciembre de 1988, el Papa Juan Pablo II, proclamó a Santa Vicenta
María, Patrona de las “trabajadoras del hogar” del Perú.
Texto: María Digna Díaz, RMI
Ilustraciones: M. María de Porta Coeli Mezquita RMI
Buenos días me dirijo a ustedes porque estaría interesado en trabajar sobre su fundadora un aspecto que me parece crucial
ResponderEliminarla opción de María Vicenta por la clase obrera y su educación
y poder tener acceso a las fuentes primarias
sin otro particular
reciban un cordial saludo
Buenas noches, mi nombre es Dolores Maya, soy MOLAVIM de México, estoy haciendo una investigación acerca de las jóvenes empleadas de hogar, Busco un libro sobre la historia de la congregación en México ¿Ustedes me pueden ayudar, orientar en donde buscar y conseguir ese material?
ResponderEliminarGracias
Por favor, deja un contacto aquí mismo o en la dirección de correo histrmi@gmail.com. GRACIAS
EliminarGracias
EliminarMi correo eléctronico es: dmayagiron@gmail.com