Protector de la Congregación es san José, en quien buscamos ejemplo de vida y gracias de intercesión.
Las nuevas formas suelen mandar las precedentes al baúl de los recuerdos.
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Capilla de la Casa Curia. Roma |
A
San José le tributaron nuestras precedesoras con devociones que algunas
ya ni hemos conocido. En el mes de marzo se le dedicaba una novena con
la siguiente oración final para cada día:
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Iglesia de la Casa Madre. Madrid |
¡Oh
custodio y Padre de Vírgenes, San José, a cuya fiel custodia fueron
encomendadas la misma inocencia de Cristo Jesús y la Virgen de las
vírgenes, María; por estas dos queridísimas prendas, Jesús y María, te
ruego y te suplico me alcances que, preservado yo de toda impureza,
sirva siempre castísimamente con alma limpia, corazón puro y cuerpo
casto a Jesús y María! Amén
Jesús, José y María
Os doy el corazón y el alma mía.
Jesús José y María.
Asistidme en mi última agonía.
Jesús, José y María
Recibid cuando yo muera el alma mía.
En
cualquier ocasión del año se ofrecían los siete domingos a San José y
durante el mes de octubre, después del rezao del Rosario se le dedicaba
esta oración al Santo Patriarca:
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Casa natal de Santa Vicenta María |
A Vos, bienaventurado San José,
acudimos en nuestra tribulación y después de implorar el auxilio de
vuestra Santísima Esposa, solicitamos también confiadamente vuestro
patrocinio. Por aquella caridad que con la Inmaculada Virgen María Madre
de Dios, os tuvo unido, y por el paterno amor con que abrazasteis al
Niño Jesús, humildemente os suplicamos que volváis benigno los ojos a la
herencia que con su sangre nos adquirió Jesucristo, y con vuestro poder
y auxilio socorráis nuestras necesidades. Proteged, oh providentísimo
custodio de la divina Familia, a la escogida descendencia de Jesucristo;
apartad de nosotros toda mancha de error y de corrupción; asistidnos
propicio desde el cielo, fortísimo libertador nuestro, en esta lucha con
el poder de las tinieblas; y como en otro tiempo librásteis al Niño
Jesús del inminente peligro de la vida, así ahora defended a la Iglesia
santa de Dios de las asechanzas de sus enemigos y de toda adversidad, y a
cada uno de nosotros protegednos con perpetuo patrocinio para que, a
ejemplo vuestro y sostenidos por vuestro auxilio, podamos santamente
vivir, piadosamente morir, y alcanzar en los cielos la eterna
bienaventuranza.
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