El día primero de agosto de 1890 escribía santa
Vicenta María a Anita (M. María de la Concepción) Marqués:
Insignias de la profesión perpetua |
«[…] lo que quiero es cumplir lo que ofrecí al
Señor, que es sufrir lo que me envíe
porque es lo que me cuesta, y el único camino para llegar a lo que nuestra
vocación pide y lo que nos está predicando la cruz, el anillo y el Crucifijo,
con que quedamos ayer adornadas, y, no menos, el paño negro con la calavera,
debajo del cual nos metieron mientras nos cantaron parte del oficio de
difuntos; ¡entonces sí que lloraba la gente…! […] Muy hueca me quedé ayer con
lo que recalcaron en los tres sermones
que en el Instituto reina el espíritu de la Compañía, y cómo San Ignacio
le proteje y cómo Dios ha querido que en su día y en ningún otro quedara consumada
su fundación».
Santa Vicenta María había apuntado las solemnidades
de la Asunción o de la Inmaculada Concepción como posibles fechas para emitir
sus votos perpetuos. Los asuntos se fueron sucediendo sin tregua al par que su
enfermedad avanzaba como evidente anuncio de la cercanía del final de su vida.
En abril de 1890 seguía ilusionada con hacer el mes de Ejercicios de mitad de
junio a mitad de julio por más que nada le parecían tan bueno en aquel momento
para hacer los votos como la solemnidad de la Santísima Trinidad.
Beato Ciriaco María Sancha |
Llegó a Madrid procedente de Barcelona el 24 de
abril y el beato Ciriaco María Sancha, Obispo de Madrid, dispuso que hiciera
solamente quince días de Ejercicios por lo acabada que la veía en sus fuerzas.
Y no se equivocaba, la Madre sufrió una recaída que pasaron los meses de mayo y junio sin que fuera
posible pensar en otra cosa que en ayudarla a recobrar algo de fuerzas. Al fin,
el mismo Obispo y el P. Hidalgo decidieron que hiciera doce días de Ejercicios
y los votos el día de San Ignacio.
Negocios urgentes y ajenos a su
voluntad impidieron al beato
Ciriaco María Sancha presidir personalmente
aquella ceremonia, y ofreció a la Madre delegar para ello en el P. Hidalgo.
P. Isidro Hidalgo y Soba SJ |
El día 31
de julio de 1890, a las cinco y media de la mañana, puesto que su estado de
debilidad no le permitía permanecer en ayunas, ante Jesús Sacramentado,
pronunció Santa Vicenta María su fórmula de profesión y recibió la Comunión.
Después de una prolongada acción de gracias, se vistió, anota M. María Teresa
Orti, llena de vida y alegría, para
asistir a la solemne ceremonia.
Retablo del altar ante el cual se celebró la ceremonia |
La Madre
Vicenta María con el formulario en las manos, fue respondiendo en nombre
propio y en el de sus Hijas, a las preguntas que le hacía el celebrante, para
testificar al mundo, representado por una concurrencia tan numerosa cuanto lo
permitía el local, la sinceridad y fervor de sus deseos.
Llegado el
momento de la Comunión, la Madre Fundadora, para cumplir con el formulario ante
la asamblea, repitió su oblación leyendo la primera la fórmula de profesión. A
continuación cada una de sus compañeras repetía la fórmula y, al final de la
misma, recibía el Eucaristía. Terminada la Misa, el P. Hidalgo revestido con
capa pluvial como convenía al acto, bendijo e impuso a cada una las insignias
de la profesión, que ellas recibían de su mano,
escuchando atentas las amonestaciones
con que las exhortaba a grabar en su corazón la imagen de Cristo crucificado
que les iban entregando. Aparecían entonces con la cruz al pecho como prenda de
eterna salvación, como recuerdo imperecedero de su consagración a Jesús y signo
de fidelidad a Cristo, representado en el sacrosanto anillo nupcial.
Santa Vicenta María |
Para
concluir la ceremonia, las neo-profesas, postradas en tierra fueron cubiertas
por un paño negro, y entre las lágrimas de los asistentes, se cantó parte del oficio
de difuntos,
terminado el cual, se levantaron todas y el coro entonó “Veni, Sponsa Christi, accipe coronan quam tibi Dominus praeparavit in
aeternum”. Entonces M. María Teresa ciñó la frente de la Madre Fundadora
con una corona de rosas blancas. La Madre, a su vez, repitió el gesto sobre
cada una de sus compañeras.
Ahora sí
que puede descansar Vicenta María, según palabras del P. Hidalgo, en la más dulce efusión de gratitud por toda
su vida, y terminar, como el anciano Simeón, repitiendo llena de fe y caridad
“Nunc dimittis servum tuum, Domine”.
[2] El acta de la ceremonia enumera todas las
señoras: Dª Dolores Suit, Vda. de Moreno, apadrinando a la Madre Vicenta María;
la Excma. Sra. Dª Cándida Jover de Suárez Inclán, en representación de Dª
Dolores Urries, a M. María Teresa Orti; Dª Pilar Lugo Viña, en representación
de Dª Juana Concha de Solari a M. María Eulalia Sánchez; la Srta. Dª Remedios
Serra, en representación de Dª María Moutas de Martí a M. María de la Asunción
Carrera; Dª Josefa Jiménez de González Hernández a M. María del Patrocinio
Sánchez y Terrones; la Srta. Dª María Josefa Alcalá y Orti a M. María Josefa
Orti; Dª Rafaela Morayta Vda. de Canalejas a M. María de los Dolores Morayta;
la Srta. Dª Consuelo Romero a M. María Javiera Elgorriaga; Dª Isabel a M. Ana
María Carrera; y la Excma. Sra. Condesa de Mirasol en representación de S.A.R.
la Infanta Dª Isabel de Borbón a M. María Isabel Méndez.
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