Durante muchos años, en nuestra Congregación, las colegialas festejaban el día de hoy con toda solemnidad, a su patrona. A la celebración religiosa se añadían representaciones teatrales, verbenas, juegos... La imagen de Santa Zita era familiar y sus virtudes un estímulo y un reclamo a los más genuinos valores humanos y evangélicos.
El día de la víspera de la Inmaculada, 7 de diciembre de 1898, la comunidad y colegialas de Barcelona acogieron con particular regocijo las imágenes de San Ignacio y Santa Zita que fueron bendecidas y colocadas en la capilla.
La fiesta se hacía preceder de un triduo de preparación y variaba de fecha para hacerla coincidir con el domingo más próximo, de manera que pudieran asistir el mayor número de chicas. Santa Zita tenía su propio grupo de celadoras y su propia insignia.
Una de las crónicas más completas que conocemos de las celebraciones de Santa Zita, es la de la "Fiesta del cantarito" organizada en Buenos Aires el año de 1928, y publicadas en la Revista "Anales de mi Colegio" (AnMC X/67.68):
La fiesta del cantarito
Como
la santísima Virgen en Nazareth, yendo a la fuente con su humilde cantarito,
veíase en Luca de Italia a la angelical Santa Zita, joven sirvienta nimbada de
pureza, sacrificios y amores celestiales. ¡Cuántas veces alcanzó de Jesús con
sus ruegos la conversión del agua en vino, cuando ansiando dar reacción a los
entumecidos miembros de los pobres ateridos de frío, llenaba en la fuente el
cántaro y trazaba sobre él una bendición brotada de su ardiente y filial
confianza!...
Por
eso, las colegialas de nuestra casa de Buenos Aires (donde ha habido también
fuentes y anforitas), han denominado este año el día de su gloriosa Titular con
el simpático nombre de la fiesta del
cantarito.
Horas
felices las ha hecho pasar en su querido Colegio, del cual han manado aguas
purísimas, que convertidas en olas de plata han bañado sus almas para
vivificarlas, haciéndolas reaccionar de las fatigas cuotidianas del trabajo.
Amaneció
el 27 presagiando los triunfos del solemne triduo que ha asumida en un acto
continuo los tres días de ceremonias y festejos realizados. Llena de colegialas
estaba la capilla a las seis de la mañana, cuando alegres repiques de campanas
anunciaron la llegada del Ilmo. señor Obispo, Titular de Attea y Auxiliar el
Arzobispado de Buenos Aires, Monseñor Fortunato J. Devoto, que paternal y
complacido daba los primeros salvas al gran día con el glorioso saludo de ¡PAX!
Fervientes
resonaron los cánticos durante el Santo Sacrificio de la Misa, y el Banquete
Celestial debió dejar, por su número y fervor, honda impresión y verdadera
consuelo en el corazón de nuestro amadísimo Padre, que benévolamente puso sello
a muchas de las santas promesas allí formuladas, imponiendo con solemnidad las
medallas de Hijas de María a las nuevas congregantes. Dichosas llevan en su
pecho el honor y gratísimo recuerdo de hacer sido puestas por su venerado
Obispo bajo el amparo de tan dulce Madre. Es el lema bendito del nuevo Prelado,
y como prueba de gratitud, pocos momentos después, representaban para
felicitarle una escena que repetía y ensalzaba aquella simbólica frese de su
escudo de Armas Episcopales: sub crucis
vexilio et mariae praesidio: bajo el estandarte de la cruz y la protección de
María.
Engalanado
estaba el salón de actos con artísticos cortinados azul y plata, y entre los
acordes de solemne himno recibieron las colegialas a Su ilustrísima, que entró
en él acompañado de la Reverenda Madre Superiora y Comunidad.
El
Presbítero Reverendo Padre Ángel Arvigo, Capellán del Colegio, leyó un sentido
discurso de felicitación al Sr. Obispo por el título de Pastor de que
recientemente ha sido investido, y de adhesión y respeto de la Comunidad y
colegialas, haciendo votos para que Dios le dé un día el premio reservado a tan
alto como penoso cargo y ciña se sagrada cabeza con la corona inmarcesible de
la gloria.
Contestó
Su Ilustrísima con frases llenas de elocuencia y santa humildad, refiriendo el
nombre de pastor de esta Diócesis
a nuestro Excelentísimo y Reverendísimo Sr. Arzobispo, Monseñor Fray José María
Bottaro, y presentándose como sumisa oveja de su rebaño. Agradecí las
felicitaciones y exhortó a las colegialas a seguir los ejemplos de su Excelsa
Patrona Santa Zita. Se esforzó por inculcarles de un modo especial dos muy
resplandecientes en ella; la pureza y el amor al trabajo.
De
la primera habló con celestial delicadeza y ferviente entusiasmo, exponiéndoles
cómo es el mejor ornato de una joven cristiana, y con santa energía infundíales
valor para defender su pureza “con amor fiero”. “Válgame la frase” –añadió,
como si quisiera enardecerlas en el amor de esa virtud y ceñirles un arma
poderosa.
Esta
quiso significarles en el amor al trabajo, demostrándoles, con ejemplos claros
y palpables, que la ociosidad conduce a la degradación. Exhortoles a dar
gracias a Dios por haberlas traído al Colegio, que es para ellas como un oasis
en medio del desierto; y terminó animándolas a perseverar, y agradeciéndoles su
asistencia y el homenaje que le hacían.
Las
colegialas aplaudieron con entusiasmo, e inmediatamente se presentó en escena
un lucido batallón de Cruzados Marianos.
Sobre túnicas blancas y clámides azules, ostentaban brillantísima Cruz. Cascos
con blancas cimeras, escudos y lanzas plateadas, completaban su traje guerrero,
llevando el Capitán un pendón celeste con el nombre de María, cuya asta remataba en una Cruz.
Alegre
coro marcial felicitó a nuestro venerable a Ilustrísimo Sr. Obispo, y la que
capitaneaba los bravos los bravos adalides entrelazó con el canto la siguiente
poesía:
Felicidades
mil os deseamos,
¡Oh Padre muy amado! en este día,
Mientras que en traje de milicia estamos
Ante Vos radiantes de alegría.
Con emoción gratísima hemos visto
Vuestro Escudo bendito y vuestras Armas,
y aclamando por Rey todas a Cristo,
Ardientes tras de Vos hoy no lanzamos
A la grande conquista de las almas.
Mientras vuestro Estandarte enarbolamos
Y a la Cruz le cantamos un
¡HOSANNA!...
No seremos, a fe, la turba alada
que lucha en guerra vil contra quimeras,
y recorre la tierra desolada,
dando al viento sus níveas cimeras;
que seremos… ¡los bravos adalides
que proclamen las glorias de María,
con el lauro guerrero de sus lides
y las almas que gane a porfía!...
Bajo la dulce protección que Vos
al poner vuestro Escudo, nos ponéis,
por la Virgen iremos… hasta Dios,
y cual escuadrón suyo nos veréis.
Nos veréis… ¡cual Cruzados aguerridos
que al combate sedientos acudieron,
y a otra Jersalén entran unidos,
como aquellos valientes que allá fueron!
Llevaremos sus clámides y lanzas;
llevaremos escudos como ellos;
llevaremos Bandera ¡y bienandanzas,
de la Cruz en los fúlgidos destellos!...
De María seremos escabel;
y esta oferta la haremos verdadera,
y esta oferta la haremos verdadera,
jurando no apartamos más de él,
con un beso… ¡estampado en la Bandera!...
Un ósculo en la Bandera, fue el sello de las
promesas de adhesión a la Iglesia de Cristo y a María, y a los toques de
clarines ejecutaron un bonito desfile, que terminó con la aparición de nuestra
Madre Inmaculada. En hermoso cuadro vivo se mostraba coronada de estrellas y
rodeada de ángeles que sostenían el Escudo de Armas Episcopales del Señor
Obispo.
Su
Ilustrísima, visiblemente complacido, se descubrió respetuosamente. El
escuadrón dobló la rodilla y rindió armas, el Capitán abatió la Bandera, y
mientras los acordes de una marcha resonaban alegremente, saludaron a su Reina
Celestial y descendieron del escenario, llegando hasta la presidencia para
ofrecer a Su Ilustrísima el ramillete espiritual que en significativo pergamino
pendía de la Cruz de la abanderada.
El
Ilustrísimo Señor Obispo las recibió de pie, y tomando entre sus manos la
bandera, la besó.
Espontáneos
y prolongados aplausos respondieron a este grande honor; y entre las palabras
de gratitud de Padre e hijas, se retiró Su Ilustrísima, dando antes de salir su
Bendición.
Los
tres días del Triduo, por la tarde, predicó el Reverendo Padre Juan Pérez,
Agustino, exponiendo con unción las virtudes de Santa Zita.
Pasó
el 28 entre los preparativos del 29, y llegó el domingo con todas sus alegrías.
Llenaron la mañana hermosas Misas de Comunión y los turnos de Adoración al
Santísimo; y cuando después de la función de Capilla de la tarde, procedimos a
organizar La Romería a la Fuente de Santa
Zita, no hallábase sitio adonde poder colocar tantas colegialas como
acudieron a celebrar los últimos festejos dedicados por su día a su amante
Titular. Fantástico aspecto ofrecía el escenario; figuraba una fuente, y los
reflectores de luces de colores le daban un tinte verdaderamente encantador.
Junto a ella, la imagen de Santa Zita parecía convidar a beber los raudales de
sus gracias.
La
Reverenda Madre Superiora ocupaba la presidencia acompañada de la Comunidad y
de algunas señoritas «Ángeles Tutelares». Solemnemente entró la Corte de Honor
de Santa Zita, precedida de su hermosa Bandera, y dirigiéndose al escenario,
realizó el tan esperado acto de la imposición a su Santa Zita, precedida de su
hermosa Bandera, y dirigiéndose al escenario, realizó el tan esperado acto de
la imposición a su Santa Patrona de un simbólico manto de su ejemplar modestia.
Depositaron a sus pies un álbum con las firmas de todas las que le ofrecían
imitarla en tan delicada virtud.
En la primera fila, tercera desde la izquierda, aparece Rosario Iglesias, hermana de la Sierva de Dios, María Stella Iglesia |
Esta
Corte de Honor de Santa Zita se forma de entre las mismas Hijas de María,
eligiendo aquellas que habiéndose educado en el colegio, desde pequeñitas, han
pasado luego a servir, conservándose adictas a él. Sus obligaciones son las del
Reglamento de Hijas de María, y su fin principal extender, a más de la devoción
a su Inmaculada Madre, la de su Excelsa Patrona, e imitar sus virtudes. Llevan
como insignia la Medalla de la Congregación y una banda amarilla que ostentan
en las principales festividades. Tienen una hermosa Bandera oro y plata con la
imagen de la Santa.
Fueron,
finalmente, obsequiadas por las señoritas, que les sirvieron por sí mismas en
los entreactos de algunas lindas piececitas interpretadas por un gracioso grupo
de pequeñas, y la orquesta, formada por algunas alumnas de la Academia
nocturna, amenizó la fiesta.
Ardua
fue la tarea que tuvimos para hacer desfilar todas las colegialas hasta la
significativa fuente, provistas de cantaritos que con memorable inscripción se
les regaló como recuerdo.
Allí
estaba brotando un agua refrescante, cuyo símbolo lo dijeron en alegre canto:
Corre cual torrente
La virtud de Zita,
Venid a la fuente
Con la cantarita.
Y… mientras ellas iban y
venían bulliciosas, pensábamos nosotros: ¡Oh! ¡si de verdad se trocase el
líquido en torrente de rubíes que adornase sus almas de las celestiales
virtudes!...
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