lunes, 27 de abril de 2015

27 de abril

Santa Zita

Durante muchos años, en nuestra Congregación, las colegialas festejaban el día de hoy con toda solemnidad, a su patrona. A la celebración religiosa se añadían representaciones teatrales, verbenas, juegos... La imagen de Santa Zita era familiar y sus virtudes un estímulo y un reclamo a los más genuinos valores humanos y evangélicos.
El día de la víspera de la Inmaculada, 7 de diciembre de 1898, la comunidad y colegialas de Barcelona acogieron con particular regocijo las imágenes de San Ignacio y Santa Zita que fueron bendecidas y colocadas en la capilla.
La fiesta se hacía preceder de un triduo de preparación y variaba de fecha para hacerla coincidir con el domingo más próximo, de manera que pudieran asistir el mayor número de chicas. Santa Zita tenía su propio grupo de celadoras y su propia insignia.
Una de las crónicas más completas que conocemos de las celebraciones de Santa Zita, es la de la "Fiesta del cantarito" organizada en Buenos Aires el año de 1928, y publicadas en la Revista "Anales de mi Colegio" (AnMC X/67.68):

La fiesta del cantarito

Como la santísima Virgen en Nazareth, yendo a la fuente con su humilde cantarito, veíase en Luca de Italia a la angelical Santa Zita, joven sirvienta nimbada de pureza, sacrificios y amores celestiales. ¡Cuántas veces alcanzó de Jesús con sus ruegos la conversión del agua en vino, cuando ansiando dar reacción a los entumecidos miembros de los pobres ateridos de frío, llenaba en la fuente el cántaro y trazaba sobre él una bendición brotada de su ardiente y filial confianza!...
Por eso, las colegialas de nuestra casa de Buenos Aires (donde ha habido también fuentes y anforitas), han denominado este año el día de su gloriosa Titular con el simpático nombre de la fiesta del cantarito.
Horas felices las ha hecho pasar en su querido Colegio, del cual han manado aguas purísimas, que convertidas en olas de plata han bañado sus almas para vivificarlas, haciéndolas reaccionar de las fatigas cuotidianas del trabajo.

Amaneció el 27 presagiando los triunfos del solemne triduo que ha asumida en un acto continuo los tres días de ceremonias y festejos realizados. Llena de colegialas estaba la capilla a las seis de la mañana, cuando alegres repiques de campanas anunciaron la llegada del Ilmo. señor Obispo, Titular de Attea y Auxiliar el Arzobispado de Buenos Aires, Monseñor Fortunato J. Devoto, que paternal y complacido daba los primeros salvas al gran día con el glorioso saludo de ¡PAX!
Fervientes resonaron los cánticos durante el Santo Sacrificio de la Misa, y el Banquete Celestial debió dejar, por su número y fervor, honda impresión y verdadera consuelo en el corazón de nuestro amadísimo Padre, que benévolamente puso sello a muchas de las santas promesas allí formuladas, imponiendo con solemnidad las medallas de Hijas de María a las nuevas congregantes. Dichosas llevan en su pecho el honor y gratísimo recuerdo de hacer sido puestas por su venerado Obispo bajo el amparo de tan dulce Madre. Es el lema bendito del nuevo Prelado, y como prueba de gratitud, pocos momentos después, representaban para felicitarle una escena que repetía y ensalzaba aquella simbólica frese de su escudo de Armas Episcopales: sub crucis vexilio et mariae praesidio: bajo el estandarte de la cruz y la protección de María.

Engalanado estaba el salón de actos con artísticos cortinados azul y plata, y entre los acordes de solemne himno recibieron las colegialas a Su ilustrísima, que entró en él acompañado de la Reverenda Madre Superiora y Comunidad.
El Presbítero Reverendo Padre Ángel Arvigo, Capellán del Colegio, leyó un sentido discurso de felicitación al Sr. Obispo por el título de Pastor de que recientemente ha sido investido, y de adhesión y respeto de la Comunidad y colegialas, haciendo votos para que Dios le dé un día el premio reservado a tan alto como penoso cargo y ciña se sagrada cabeza con la corona inmarcesible de la gloria.
Contestó Su Ilustrísima con frases llenas de elocuencia y santa humildad, refiriendo el nombre de pastor de esta Diócesis a nuestro Excelentísimo y Reverendísimo Sr. Arzobispo, Monseñor Fray José María Bottaro, y presentándose como sumisa oveja de su rebaño. Agradecí las felicitaciones y exhortó a las colegialas a seguir los ejemplos de su Excelsa Patrona Santa Zita. Se esforzó por inculcarles de un modo especial dos muy resplandecientes en ella; la pureza y el amor al trabajo.
De la primera habló con celestial delicadeza y ferviente entusiasmo, exponiéndoles cómo es el mejor ornato de una joven cristiana, y con santa energía infundíales valor para defender su pureza “con amor fiero”. “Válgame la frase” –añadió, como si quisiera enardecerlas en el amor de esa virtud y ceñirles un arma poderosa.
Esta quiso significarles en el amor al trabajo, demostrándoles, con ejemplos claros y palpables, que la ociosidad conduce a la degradación. Exhortoles a dar gracias a Dios por haberlas traído al Colegio, que es para ellas como un oasis en medio del desierto; y terminó animándolas a perseverar, y agradeciéndoles su asistencia y el homenaje que le hacían.
Las colegialas aplaudieron con entusiasmo, e inmediatamente se presentó en escena un lucido batallón de Cruzados Marianos. Sobre túnicas blancas y clámides azules, ostentaban brillantísima Cruz. Cascos con blancas cimeras, escudos y lanzas plateadas, completaban su traje guerrero, llevando el Capitán un pendón celeste con el nombre de María, cuya asta remataba en una Cruz.
Alegre coro marcial felicitó a nuestro venerable a Ilustrísimo Sr. Obispo, y la que capitaneaba los bravos los bravos adalides entrelazó con el canto la siguiente poesía:
      Felicidades mil os deseamos,
¡Oh Padre muy amado! en este día,
Mientras que en traje de milicia estamos
Ante Vos radiantes de alegría.
Con emoción gratísima hemos visto
Vuestro Escudo bendito y vuestras Armas,
y aclamando por Rey todas a Cristo,
Ardientes tras de Vos hoy no lanzamos
A la grande conquista de las almas.
Mientras vuestro Estandarte enarbolamos
Y a la Cruz le cantamos un
¡HOSANNA!...
No seremos, a fe, la turba alada
que lucha en guerra vil contra quimeras,
y recorre la tierra desolada,
dando al viento sus níveas cimeras;
que seremos… ¡los bravos adalides
que proclamen las glorias de María,
con el lauro guerrero de sus lides
y las almas que gane a porfía!...
Bajo la dulce protección que Vos
al poner vuestro Escudo, nos ponéis,
por la Virgen iremos… hasta Dios,
y cual escuadrón suyo nos veréis.
Nos veréis… ¡cual Cruzados aguerridos
que al combate sedientos acudieron,
y a otra Jersalén entran unidos,
como aquellos valientes que allá fueron!
Llevaremos sus clámides y lanzas;
llevaremos escudos como ellos;
llevaremos Bandera ¡y bienandanzas,
de la Cruz en los fúlgidos destellos!...
De María seremos escabel;
y esta oferta la haremos verdadera,
y esta oferta la haremos verdadera,
jurando no apartamos más de él,
                                                      con un beso… ¡estampado en la Bandera!...
Un ósculo en la Bandera, fue el sello de las promesas de adhesión a la Iglesia de Cristo y a María, y a los toques de clarines ejecutaron un bonito desfile, que terminó con la aparición de nuestra Madre Inmaculada. En hermoso cuadro vivo se mostraba coronada de estrellas y rodeada de ángeles que sostenían el Escudo de Armas Episcopales del Señor Obispo.
Su Ilustrísima, visiblemente complacido, se descubrió respetuosamente. El escuadrón dobló la rodilla y rindió armas, el Capitán abatió la Bandera, y mientras los acordes de una marcha resonaban alegremente, saludaron a su Reina Celestial y descendieron del escenario, llegando hasta la presidencia para ofrecer a Su Ilustrísima el ramillete espiritual que en significativo pergamino pendía de la Cruz de la abanderada.
El Ilustrísimo Señor Obispo las recibió de pie, y tomando entre sus manos la bandera, la besó.
Espontáneos y prolongados aplausos respondieron a este grande honor; y entre las palabras de gratitud de Padre e hijas, se retiró Su Ilustrísima, dando antes de salir su Bendición.

Los tres días del Triduo, por la tarde, predicó el Reverendo Padre Juan Pérez, Agustino, exponiendo con unción las virtudes de Santa Zita.
Pasó el 28 entre los preparativos del 29, y llegó el domingo con todas sus alegrías. Llenaron la mañana hermosas Misas de Comunión y los turnos de Adoración al Santísimo; y cuando después de la función de Capilla de la tarde, procedimos a organizar La Romería a la Fuente de Santa Zita, no hallábase sitio adonde poder colocar tantas colegialas como acudieron a celebrar los últimos festejos dedicados por su día a su amante Titular. Fantástico aspecto ofrecía el escenario; figuraba una fuente, y los reflectores de luces de colores le daban un tinte verdaderamente encantador. Junto a ella, la imagen de Santa Zita parecía convidar a beber los raudales de sus gracias.
La Reverenda Madre Superiora ocupaba la presidencia acompañada de la Comunidad y de algunas señoritas «Ángeles Tutelares». Solemnemente entró la Corte de Honor de Santa Zita, precedida de su hermosa Bandera, y dirigiéndose al escenario, realizó el tan esperado acto de la imposición a su Santa Zita, precedida de su hermosa Bandera, y dirigiéndose al escenario, realizó el tan esperado acto de la imposición a su Santa Patrona de un simbólico manto de su ejemplar modestia. Depositaron a sus pies un álbum con las firmas de todas las que le ofrecían imitarla en tan delicada virtud.
En la primera fila, tercera desde la izquierda, aparece Rosario Iglesias, hermana de la Sierva de Dios, María Stella Iglesia

Esta Corte de Honor de Santa Zita se forma de entre las mismas Hijas de María, eligiendo aquellas que habiéndose educado en el colegio, desde pequeñitas, han pasado luego a servir, conservándose adictas a él. Sus obligaciones son las del Reglamento de Hijas de María, y su fin principal extender, a más de la devoción a su Inmaculada Madre, la de su Excelsa Patrona, e imitar sus virtudes. Llevan como insignia la Medalla de la Congregación y una banda amarilla que ostentan en las principales festividades. Tienen una hermosa Bandera oro y plata con la imagen de la Santa.
Fueron, finalmente, obsequiadas por las señoritas, que les sirvieron por sí mismas en los entreactos de algunas lindas piececitas interpretadas por un gracioso grupo de pequeñas, y la orquesta, formada por algunas alumnas de la Academia nocturna, amenizó la fiesta.
Ardua fue la tarea que tuvimos para hacer desfilar todas las colegialas hasta la significativa fuente, provistas de cantaritos que con memorable inscripción se les regaló como recuerdo.
Allí estaba brotando un agua refrescante, cuyo símbolo lo dijeron en alegre canto:
Corre cual torrente
La virtud de Zita,
Venid a la fuente
Con la cantarita.
          Y… mientras ellas iban y venían bulliciosas, pensábamos nosotros: ¡Oh! ¡si de verdad se trocase el líquido en torrente de rubíes que adornase sus almas de las celestiales virtudes!...

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