ASPECTOS DE LA DEVOCIÓN AL
SAGRADO CORAZÓN DE JESÚS
(Tomado de: H- Rossana Huamán Gutiérrez RMI, La devoción al Sagrado Corazón de Jesús en
Santa Vicenta María López y Vicuña.)
Nos refiere el
P. Hidalgo, que el tío de la Santa, D. Joaquín, inculcaba en Vicenta María
aquellos actos que a su juicio daban mayor gloria al Señor: la Consagración
y la Reparación. Así se entiende que la consagración y la reparación,
fueron dos aspectos -por otra parte típicos de la espiritualidad de la época-
que la Santa personaliza y vive intensamente.
A. La
Consagración
Consagrar
etimológicamente equivale a hacer sagrada una persona o una cosa y sagrado es
alguien o algo propio de Dios, que pertenece total y enteramente a El.
Consagrarse al
Corazón de Jesús lleva, por tanto, a una relación de total pertenencia a él, de
donación completa, en un deseo sincero de ser total y perpetuamente suyo.
Vicenta María
vive esta realidad de la consagración.
En los Ejercicios
Espirituales de 1868, muestra su convicción de pertenencia exclusiva a Dios: "...
soy propiedad suya y a El sólo pertenezco".
Dos años más
tarde lo expresa en clave de amor de correspondencia:
"¡Qué
cosa más justa, pues, Señor, sino que del todo y sin reserva lo devuelva todo a
Vos dedicándome enteramente a vuestro servicio!. Aquí me tenéis, Dios mío,
porque el amor no se corresponde sino amando y el amor no consiste en palabras
sino en obras".
La entrega de
la Santa va más allá del mero cumplimiento de las obras puesto que estas son
para ella fruto del amor. Por ello, abarca también todos sus pensamientos, sus
palabras, su ser entero:
"...
Señor mío, yo también me quiero dar toda a Vos, consagrándoos todo mi
ser".
Vicenta María
consagra al Sagrado Corazón de Jesús todo lo que ella es y todo lo que de El ha
recibido. Y entre los dones más queridos están el naciente Instituto, en
particular el noviciado y las jóvenes. Todo ello es objeto de su Consagración
en la fiesta del Corazón de Jesús de 1878.
La Congregación
atravesaba entonces por un momento delicado: Unos meses antes había fallecido
Dª María Eulalia Vicuña, sobre Vicenta María pesa toda la responsabilidad del
Instituto y de la obra apostólica que dirigía su tía.
En tales
circunstancias la Madre Fundadora se entrega al Corazón de Jesús y se
compromete a propagar su culto y su gloria. Vicenta
María, que pertenece ya al Señor por la consagración religiosa, se siente
ahora impulsada a vivir despojada de todo, oculta, escondida, abandonada por
completo y sin reserva en el dulcísimo Corazón de Jesús.
Si el amor es
intercambio de dones, no será atrevido decir que también la consagración es o
puede llegar a ser, un intercambio de corazones. Al menos, así la quiere vivir
Vicenta María, sobre todo cuando siente que es una invitación del mismo Jesús,
manifestada en un deseo que ha puesto en su corazón.
En ese deseo de
respuesta total al Corazón de Jesús, llega Vicenta María a vivir el misterio
paulino:
"No,
Jesús de mi alma, no os disputaré jamás la posesión de cuanto hoy os entrego. Solo
Vos viviréis en mí, ocupando el lugar de todo en mi alma, en mi corazón
y en mí espíritu. Pueda yo decir algún día con el Apóstol "Vivo yo más
no yo, es el Corazón de Jesús el que vive y anima en mí y que esta
transformación de mí misma en Vos sea tan completa que desde ahora no sea yo
quien os ame, sino que seáis Vos mismo el que os améis en mí."
Vicenta María
ve el Corazón de Jesús tal como se representa en la devoción. Su atención
principal recae sobre la corona de espinas: para ella éstas. Para Dios los
consuelos que ella, Vicenta María, pueda tener:
"Ahora
Jesús mío quiero hacer un cambio animada del deseo que me habéis inspirado.
Que siempre Corazón amantísimo que sintáis alguna espina de esas que tanto os
hieren las arranquéis de vuestro dulcísimo Corazón y la clavéis en el mío; y
cuantas veces veáis llegar algún consuelo en mi corazón os ruego lo apartéis
para colocarlo en Vos. De este modo serán míos vuestros dolores y vuestros mis
consuelos."
Ese corazón
nuevo, contemplado por la Santa, el de las espinas de Cristo, hace que sea ella
la que pueda dar gloria al Padre como Cristo con sus sufrimientos en la cruz:
"Así
seréis Vos el que deis gloria a vuestro Padre y os glorificaréis. Así seréis
Vos el que cumpláis lo que me mandáis. Solo así curaré vuestras llagas,
arrancando vuestras espinas. Sólo así daré gloria a quien sea dada toda la
gloria en el cielo y en la tierra por los siglos de los siglos. Amén."
B. La
Reparación
En la
revelación de la "gran promesa" hecha a Santa Margarita María, el
Señor hace referencia a la ingratitud de los hombres:
"He
ahí este corazón, que ha amado tanto a los hombres, que nada ha perdonado hasta
agotarse y consumirse para demostrarles su amor, y en reconocimiento no recibo
de la mayor parte si no ingratitud... Pero lo que me es aún mucho más sensible
es que son corazones que me están consagrados los que así me tratan".
Vicenta María,
no se siente ajena de esa queja. También ella descubre y reconoce su
infidelidad, su frialdad, su ingratitud ante el amor que ha experimentado:
"¡Ay,
qué mal tan grande es el pecado! ¡Con que facilidad he cometido yo no uno si no
acaso muchos graves!".
Por eso la
Santa quiere ahondar en la malicia de su pecado, con la esperanza de que brote
un dolor profundo del mismo y expresa su "Deseo de conocer la malicia del pecado y de sentir
los que he cometido".
Y a pesar de
palpar su indignidad, se siente en ella serena, contemplando la generosidad del
Corazón de Cristo que quiere ganarlo para sí:
"Con
una gota de Sangre hubiera podido redimirme y la derramó toda sólo por ganar mi
voluntad."
Esta
incalculable generosidad de Cristo, arranca del corazón de Vicenta María deseos
de imitar a Cristo en sus sufrimientos con más mortificación, mayor pobreza y
humillación. Este es el medio de reparar su falta de respuesta al amor que ha
recibido:
"Conocimiento
de la vida mortificada que pide el considerar a mi Redentor en la Cruz, llagado
de pies a cabeza. Propósitos de aprovechar las ocasiones que haya de
mortificación y suplir la vida tan regalada que llevo, haciendo cuanto pueda
por el bien espiritual del prójimo".
Vicenta María
no sueña con grandes mortificaciones exteriores. Se contenta con ofrecer todo
lo que ella es: sus inclinaciones, sus propios gustos, ajenos a los gustos del
Señor, y todo lo que le ayude a vivir unida a El: su recogimiento. En una
palabra, la verdadera mortificación que la hace ofrecer su propio cuerpo (Rom
12,1-2):
"...¿qué
sacrificios os ofreceré yo?, el de mis inclinaciones naturales, el de todo lo
que me pueda causar algún placer que no sea de vuestro gusto, el de hacer
cuanto sea preciso para llevar una vida de recogimiento".
Pero con los
sacrificios no quiere sólo reparar sus faltas de amor. Piensa también en las
debilidades y faltas de amor de los demás, especialmente de las jóvenes que el
Señor le ha confiado deseando que tengan la misma experiencia del amor de
Cristo que ella tiene, amor que es redentor:
"Conformidad
con padecer y ánimo de procurar que se aprovechen de la Redención las personas
con que yo pueda hacer algo."