Doña María Eulalia Vicuña |
Hace 150 años… los acontecimientos vividos en el piso segundo de la plazuela de San Miguel de Madrid, el 7-8 de septiembre de 1875, eso que yo he dado en llamar el Capítulo “0” de la Congregación fueron como un silencioso pero decisivo pistoletazo de salida al nacimiento de un Instituto religioso, el nuestro, cuya historia va quedando particularmente señalada por los años jubilares.
Aquel 1875, en el mes de
julio, apenas llegado a Madrid, el P. Hidalgo Hidalgo y Soba, SJ, empezó a predicar
y confesar en el Asilo de Sirvientas. En el mes de agosto se encargó de la
dirección espiritual de las cinco señoras que para entonces convivían dentro
del Establecimiento para la cogida, formación y protección de jóvenes
sirvientas: doña María Eulalia Vicuña, viuda de Riega; Vicenta María López y
Vicuña; doña Emerenciana de la Riva; doña Concepción Fernández de los Ríos,
viuda; y doña Patrocinio Pazos y Zarargüeta.
El P. Hidalgo, entendió que el
terreno había sido abundantemente abonado y el momento era ya bueno para la
sementera.P. Isidro Hidalgo y Soba, SJ.
A principios del mes de
septiembre, con rápida intuición y asombrosa habilidad decidió que la vida de
aquel grupo debía formalizarse, por lo menos en lo correspondiente a la
obediencia, eligiendo entre ellas una superiora. Del contenido del borrador
del acta de la sesión puede colegirse fácilmente la perplejidad y las dudas de
aquellas buenas señoras, ante la tal vez inesperada decisión del Padre. De las
que formaban el grupo, sólo doña María Eulalia y Vicenta María venían observando
las ‘reglitas provisionales’ desde 1871. Doña Emerenciana de la Riva se había
unido al nuevo régimen de vida en 1872, y hacía apenas un año que convivían con
ellas doña Concepción Fernández de los Ríos y doña Patrocinio Pazos. Las reglitas,
sujetaban la disponibilidad de sus personas en cuanto al tiempo, a los actos de
comunidad y a la ocupación con las acogidas, pero dejaban libre la disposición
de los bienes económicos. A partir de ahora la Casa se ofrecía a proveer a
las Sras. de alimento, médico y medicinas, y aún vestido. Podemos presumir
que, cuatro de ellas, tendrían medios personales de subsistencia, pero no hay
que hacerse ilusiones: doña María Eulalia Vicuña había puesto todos sus bienes
al servicio de aquella obra; Vicenta María, por su parte, a sus 28 años, contaba
solo con las futuras herencias. Doña Emerenciana no debía contar con un gran
capital, ya en 1867 cuando Vicenta María se ilusiona pensando en ella “para
tercera Hermanita” reconoce que es muy a propósito pero vendrá sin dote. De
doña Concepción Fernández de los Ríos, que ahora cuenta 40 años y lleva
dieciséis de viuda, lo mismo que de Patrocinio Pazos, soltera y de 31 años de
edad no tenemos apenas noticia.
Sean cuales fueren las dudas
o las preocupaciones frente a la propuesta del P. Hidalgo, lo cierto es que
ellas se sometieron y el martes 7 de septiembre, bajo la presidencia del P.
Isidro Hidalgo y en el nombre de Dios uno y trino, de Jesucristo S[eño]r
nuestro, y de su Santísima Madre, la Virgen Inmaculada, se reunieron para
elegir de entre ellas una superiora.
Llevado de su sentido
práctico, del temor de que allí se perdiera tiempo o del conocimiento del
sentir del grupo, el mismo P. Hidalgo propuso a doña María Eulalia Vicuña, como
la que él consideraba más a propósito haciendo que se le reconociese como
Superiora general del Instituto. Al día siguiente, 8 de septiembre, fiesta de
la Natividad de Nuestra Señora, doña María Eulalia en virtud de las
facultades que las Constituciones le conceden y considerando de mucha utilidad
nombrar superiora, que se encargase desde luego del régimen de la Casa
nombró superiora de la Casa de Madrid a su sobrina, Vicenta María López.
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Santa Vicenta María López y Vicuña |
Este “ensayo” le valió a Santa Vicenta María poder ser ‘superiora local’ antes de que el Beato Ciriaco María Sancha y Hervás la designara, nueve meses más tarde, Superiora General del nuevo Instituto en la misma y única casa de madrileña plaza de San Miguel.
Aquella humilde sementera,
nos permite celebrar un particular año Jubilar 2025, umbral del 150 aniversario
de la fundación de nuestra Congregación.