Las Religiosas de
María Inmaculada en Ciudad Real (1918-2018):
“un remanso
de paz”
María
Digna Díaz RMI
He oído
muchas veces aquello de que esta es la ciudad de las dos mentiras porque ni es
ciudad ni es real… confieso que también yo lo he repetido alguna vez pero sean
ustedes clementes conmigo que, para hacerme perdonar, proclamo hoy a los cuatro
vientos que están cerca de cumplirse los seiscientos años desde que don Juan II
rey de Castilla concediera el título de ciudad,
acompañado de escudo con la leyenda de «Muy
noble y muy leal» (1420), a
la que el rey don Alfonso X el Sabio renombrara como Villa Real.
Yo
no voy a entrar en detalles de una historia de la que soy profana, porque
llegué a estas tierras desde una pequeña ínsula lejana, porque no quiero herir
con mi ignorancia, y porque la excelente pluma de H. Concepción Notario ofrece
a ustedes datos preciosos para situar en la historia las efemérides que nos
congregan hoy aquí. Disculpénme también si vuelvo a entrar despacito y de
puntillas en esta historia para sentir y saborear de nuevo la paz que muchas
Religiosas de María Inmaculada hemos vivido en esta ciudad…
Estamos,
pues, en la que es de pleno derecho, y no sólo de nombre: Ciudad Real, y a mí me sorprende muy agradablemente una curiosidad
histórica que hermana, de
alguna manera, a esta ciudad con Andújar y con Madrid: las tres dejaron por un
tiempo de pertenecer a la Corona de Castilla para convertirse en señoríos del
feudo de la Orden de Calatrava… El origen de la historia centenaria que hoy nos
ocupa, se me antoja que vuelve en cierto sentido a hermanar a estas tres ciudades,
porque una manchega ganó el corazón y la voluntad de una andujareña para traer
a Ciudad Real una obra que tiene a Madrid por cuna y por madre a quien fue
canonizada junto al manchego Juan Bautista de la Concepción.
Cuando
me invitaron a estar hoy aquí y me regalaron el privilegio de poder decir algo,
se me agolparon los sentimientos y me faltaron las palabras… Luego, con algo
más de calma, sentí que, de lo mucho que pude aprender de esta tierra y de
estas gentes, dominan en mi mente y en mi corazón su paz y su generosidad…; creo
no engañarme si afirmo que, ante necesidades apremiantes y en momentos
puntuales de la historia de la Congregación, esta casa ha ofrecido al Instituto
un remanso de paz para el apostolado,
para la formación, para el servicio de gobierno y para la atención a las
Hermanas mayores y enfermas, a lo largo de estos cien años. Sin olvidar que familias y hogares de esta ciudad fueron
auténticos remansos de paz para la comunidad cuando el conflicto de 1936
amenazó la seguridad y la vida de las hermanas Y todo ello gracias a
la generosidad de una manchega, Teresa Medrano Rosales, que ganó para su causa
a la andujareña María Teresa Orti y Muñoz.
Santa
Vicenta María, que anduvo siempre muy escasa de recursos económicos para
sostener y dar impulso a una obra apostólica de estricta beneficencia que la
Iglesia le confió, lamenta algunas veces, aunque lo hiciera en tono más bien
bromista, que las vocaciones vinieran con «prendas
y habilidades», «muy finas y de
familias respetables» pero «sin nada»,
«con muy poca cosa de pecunio» «sin más que sus buenas prendas» o «sin ninguna dote». Bien es verdad que la
Santa, en un tono mucho más serio, afirma que: «Por dinero no me apuro, estoy persuadida de que Dios nos dará siempre el
que necesitamos».
A M.
María Teresa Orti le regaló el Señor, en un año de mucha escasez económica, de
mucha preocupación por la falta de salud en un crecido número de religiosas, y
de dificultades sin cuenta, una vocación para el Instituto que iba a dar mucha
gloria a Dios por la santidad de su vida, y que traía al pie de la letra, no
solamente lo que popularmente se expresa como “un pan bajo el brazo”, sino todos los medios para poner en pie un
colegio para jóvenes sirvientas, en su ciudad natal, bajo el título y
patrocinio de María Inmaculada.
Fundación
Europa
vivía inmersa en una confrontación bélica que duraba desde julio de 1914 y no
se abriría a negociaciones de paz hasta noviembre de 1918, para firmar
finalmente un armisticio, en el Tratado de París de junio de 1919.
La
neutralidad de España en la Primera Guerra Mundial, no pudo evitar el alza
vertiginosa del coste de la vida, ni la escasez de los abastecimientos, ni las
huelgas obreras, entre otras consecuencias. Los conflictos con el protectorado
de Marruecos parecían no llegar a su fin, la aparición de las tesis anarquistas
y comunistas planteaban nuevos retos a la doctrina católica. Las epidemias de
gripe previas a la gran pandemia o gripe española de 1918, se cobraban
numerosas víctimas cada año; la «ley del candado» contra las asociaciones
religiosas, y las políticas de corte liberal y anticlerical dificultaban
seriamente la vida y la acción de la Iglesia y sus instituciones. Este conjunto
de realidades formaban parte del escenario en que el M. María Teresa Orti iba
ampliando el campo apostólico en el que la Congregación estaba llamada a
prestar su servicio a la Iglesia y a la sociedad.
Marcaba
el calendario el 4 de junio de 1917 cuando M. María Teresa Orti comunicó a sus
colaboradoras, reunidas con ella en Consejo, que «la señorita doña Teresa Medrano, huérfana, que está próxima a entrar
en el Instituto, deseaba antes de ingresar fundar en su propia casa de Ciudad
Real un Colegio nuestro dotándolo para su sostenimiento, con aprobación de su
Director espiritual, el Excmo. Sr. Obispo de Oviedo y del Exmo. Sr. Obispo
de la diócesis que está muy interesado en dicha fundación, por lo cual se había
pedido la licencia a la Santa Sede» (I LAcCon, p. 192-193).
Efectivamente,
cuando Teresa Medrano puso a disposición de la M. General su «casa que es hermosa, con jardín grande, un
corral que es más grande que una plaza de pueblo y otro patio central con
plantas y piso bajo y principal con galería de cristales, [y] también una
tiendita» con el deseo de que aquella casa se convirtiera en una Colegio de
María Inmaculada para la acogida, formación y protección de las jóvenes
sirvientas, la Madre acogió la idea, e ilusionada con la fundación, cursó
inmediatamente la solicitud a Roma porque la «ley del candado» impedía la
apertura de nuevas casas religiosas en España sin una autorización expresa de
la Santa Sede.
Esto
lo sabía bien M. María Teresa Orti desde que, en 1916, trató de realizar la
fundación en Pamplona y tropezó con el inconveniente de que el Obispo no la
autorizaba si no obtenía antes una licencia de Roma. La M. General, con la
lección aprendida, envió la solicitud para fundar en Ciudad Real al Cardenal
Antonio Vico, Protector del Instituto. La concesión no era fácil, pero el solio
pontificio lo ocupaba Benedicto XV, amigo personal de la Madre Fundadora y de su
sucesora, y protector incondicional de la Congregación; el Cardenal Vico, para
la fundación en Pamplona, sin dudarlo, se había ido «directamente a Su Santidad, sabiendo el aprecio que profesa a V.R. –escribe
a M. María Teresa- y a ese su Instituto,
y tengo el gusto de participarle que la Secretaría de Estado ha encargado ya al
Sr. Nuncio de Su Santidad de procurar el favorable despacho de la petición».
Con estos antecedentes, la Secretaría de Estado y el Nuncio Apostólico no
demorarían su respuesta a una nueva solicitud de parte del Instituto y
concedieron en 1917 otra autorización para fundar, esta vez, en Ciudad Real.
El
año de 1917 fue muy intenso para M. María Teresa Orti. Comenzó con un hecho significativo
y gratificante: los periódicos publicaron un edicto del Obispo de Madrid solicitando la entrega de los escritos de la
sierva de Dios, Vicenta María López y Vicuña; y en los meses de marzo y julio
respectivamente, se realizaron los “procesillos rogatoriales de Valencia y
Barcelona”. En otro orden de cosas, aquel año ofreció sobrados motivos de
prueba para la Madre General. El grado de madurez que había alcanzado el
Instituto, su crecimiento demográfico, su expansión, el reconocimiento y los
frutos de la obra social y apostólica por una parte; y por otra, los límites
que su precaria salud le imponían para el ejercicio de su cargo, fueron otros
tantos motivos que tuvo M. María Teresa Orti para persuadirse de que era
llegado el momento del relevo y trató de dejar vía libre a la que el Capítulo
general eligiera para gobernar el Instituto. Pero sus cuentas no cuadraron con
las de la Divina Providencia: la autoridad de la Iglesia frenó su renuncia, el
Capítulo la postuló como Superiora General y Roma la nombró para otros seis
años; Dios le regaló una ocasión privilegiada para comprender, como dirigida a
ella misma, la respuesta que había dado a san Pablo: «Mi gracia te basta, que mi fuerza se muestra perfecta en la flaqueza»
(2 Co 12,9). M.
María Teresa asumió que su propia debilidad, un elevado número de religiosas
enfermas, doce fallecidas y
diecinueve abandonos a lo largo del año, no eran motivo que pudiera hacer
tambalear aquella certeza, por más que en el mes de julio tuvo la impresión de
que habían «tocado a enfermar Superioras».
M. María Teresa Orti sabía bien que, cuando
entra en juego la gloria de Dios, todo pasa a un segundo plano, y no dudaba ella
ni podía dudar de que en el plan de Teresa Medrano hubiera en juego mucha
santidad y mucha gloria de Dios. Las jóvenes que llegaban a Ciudad Real obligadas
por la necesidad de abandonar sus casas procedían de hogares sanos sobre los
que se cernía una nube de incertidumbre y temor al ver alejarse de ellos a sus
hijas «en la edad más crítica por el
desarrollo de las pasiones, -según expresión de Manuel María Vicuña- y por los riesgos a que se veían expuestas
sin nadie que las vigilara y dirigiera». La fundación en Ciudad Real se
ofrecía pues, como un remanso de paz
para el corazón y el espíritu de M. María Teresa Orti, para las jóvenes
inmersas en una situación que les podría ser adversa, para las familias
acomodadas que podrían tomar a su servicio jóvenes menos desconocidas y con
mayores garantías para la salvaguarda de sus hogares, y para la conciencia de
los padres de las mismas jóvenes que podrían descansar tranquilos sabiendo que para
sus hijas, en Ciudad Real, se abrían las puertas de un nuevo hogar en el que
además de la acogida encontrarían medios para su formación humana, cristiana,
cultural y profesional.
La
temperatura ambiente, de seis grados bajo cero, poco tenía que ver con el
entusiasmo y el ardor que animaba el corazón y la voluntad de quienes habían
recibido nuevo destino y salieron de la Casa Madre, mientras la Madre General se
veía obligada a guardar cama en Madrid, para poner en Ciudad Real el broche de
oro a un año particularmente complicado en el largo gobierno de M. María Teresa
Orti.
Con
la gracia propia de los españoles nacidos al sur de Despeñaperros, M. María
Teresa, escribió a M. María de San Luis de Caso, por entonces superiora y
maestra de novicias en Logroño, el día de Reyes:
Verdaderamente que apena las noticias de este cruel invierno, V.R. sabe
las dificultades y penalidades de ahí, pero ¿y las de Burgos, Pamplona,
Valladolid, Zaragoza y aún Barcelona que tuvieron que dejar depositada a M.
Vicenta María, q.e.p.d. por no permitir el temporal terminar el entierro; y en
Valencia que la casa está para verano; Málaga, que ha nevado; Oviedo
incomunicadas desde no sé cuando, etc. etc. por el temporal de nieves? esas las
sé y también veo las de aquí; heladas han estado tres o 4 días, fregando con
nieve y yendo a la casa de las chicas, Nazaret, para la de beber. El termómetro
a 5 bajo cero dentro de casa, y en mi cuarto todo cerradito y yo en cama a 3
bajo cero. En el Noviciado sin lavar hace dos semanas por estar helado el pilón
de donde va el agua al lavadero. La salida de las fundadoras de Ciudad Real fue
célebre; las esperaban allí el 30, pero ni coches, ni tranvías, ni nada
circulaba de 10 a 11 de la mañana hora de salir de casa; se quedaron pues, y
como la fiesta estaba preparada con invitaciones y demás para el 1º, salieron
el 31 en el tranvía y sin equipajes; pues ni ómnibus, ni coches de punto, ni
carros, salían a la calle. En fin, ya están allí y esperamos será para gloria
de Dios, solo están 5; 3 Madres y 2 Hermanas, pues dos habían de salir de
Toledo y fue imposible por no salir los coches para la estación.
El
día de Año Nuevo, tal y como estaba previsto, el señor obispo, Don Francisco
Javier e Irastorza, celebró la Eucaristía y dejó reservado el Santísimo en el
mismo Oratorio que había en la casa y para el cual doña Teresa Rosales y
Medrano y su hija Teresa Medrano, habían obtenido, en 1905, la gracia de que pudieran
celebrar allí hasta dos misas diarias y que fuera válida para cumplir con el
precepto dominical la que se celebrara en los días de precepto.
Apostolado
Para
las jóvenes que, dejando atrás la familia, el hogar, el pueblo y el ambiente
conocido en el que han crecido, se lanzan a un mundo desconocido, inseguro y
lleno de peligros, capaz de hacer anidar en sus vidas la desconfianza, la incertidumbre
y el miedo, poniendo en peligro su salud, su integridad y la paz de sus corazones,
el colegio de María Inmaculada constituye, a partir de 1918, un remanso de paz en
el que pueden vivir la certeza de no estar solas, de poder conservar o
recuperar la serenidad y la confianza propias de un hogar que les abre de par
en par sus puertas en la calle Caballeros…
Las primeras
colegialas de María Inmaculada no tardaron en empezar a hablar de «las dos Madres del cielo», refiriéndose
a la Virgen Inmaculada y a la Madre Vicenta María que, en sendos cuadros
presidían sus fiestas principales y los actos de entrega de premios a las que
reunían las condiciones requeridas de: fidelidad y constancia en el
cumplimiento de sus deberes y en su compromiso cristiano, y perseverante
puntualidad en la asistencia y participación a las actividades formativas,
lúdicas y religiosas que les ofrecía el Colegio. Fue normal durante años, ver
al señor Obispo o a un representante suyo presidiendo las fiestas de las
chicas, acompañado por otras dignidades eclesiásticas y por los padres de la Compañía
de Jesús.
Las
celebraciones de la Inmaculada, contaban con una participación masiva en la
Misa de Comunión general por la mañana; y por la tarde, en una procesión con la
imagen de la Virgen, precedida por el estandarte de las Hijas de María, que, a través
de las galerías, iba desde la capilla hasta el salón de la dominical, donde se
había preparado previamente un altar, que a las chicas les «parecía un trocito de cielo». Allí ofrecían a la Virgen, sus
versos y cánticos como testimonio de amor filial, pidiéndole, al estampar su
beso en el estandarte, no separarse jamás de su amor maternal. La respuesta de
la Madre se materializaba, por mano de las religiosas «en un riquísimo chocolate con bollos» que las chicas acompañaban
con «vivas a la Inmaculada, al Colegio y
a las Madres que, llenas de alegría, iban de un lado para otro, ya sirviendo
agua, chocolate, bollos, gozando de ver tan contentas a las chiquitas». Llegado
el momento, a las chicas les costaba
salir de este remanso de paz y
nunca lo hacían sin haber prometido a la Virgen ser fieles hijas y sin haber
dado gracias a Dios por sentirse tan amadas. Cumplidos estos requisitos,
volvían a sus ambientes de trabajo llevando con ellas el tesoro más preciado: la paz interior que se manifiesta y se
transmite a través de la mirada, la sonrisa, la palabra, el deber cumplido y
los pequeños gestos de la vida cotidiana.
Nuestro
reconocimiento y gratitud hoy por cada una de las niñas, adolescentes y jóvenes,
que a lo largo de estos cien años pasaron por esta casa y siguieron luego su
camino, dejando caer a su paso semillas de Evangelio.
Formación
De
Ciudad Real o su provincia entraron en la Congregación, antes de 1918, Loreto Giménez (1879), natural de Campo
de Criptana que tomó el nombre religioso de María
Luisa, pero salió antes de emitir la primera profesión; Dolores Añón (1911) natural de Almodóvar del Campo, que profesó con el
nombre de María de San Bernardo y
falleció en Málaga en 1944; Enriqueta
Borondo (1915) de Daimiel, que profesó como María Custodia de Jesús y falleció en Lima, Perú, en 1978; Victorina Fernández (1917) de Ciudad
Real, que entró en la Congregación cuando ya se negociaba una fundación en su
ciudad natal, vistió el hábito como María
Victoria de Jesús y profesó in articulo mortis, unos días antes de morir en
esta casa de Ciudad, el 2 de diciembre de 1920.
La
casa de Ciudad Real pareciera que nacía como “predestinada”, para acoger y acompañar los primeros pasos hacia la
vida consagrada de muchas religiosas de María Inmaculada. Yo no sé si pensaron
darle mayor esplendor a la inauguración, con la imposición de la toquilla a la
fundadora de la casa, como postulante, o si, por el contrario, fijaron la fecha
de inauguración para celebrar su ingreso en la Congregación. Yo lo único que sé
es lo que he dicho a ustedes hace un momento, que en junio de 1917 «la señorita doña Teresa Medrano, huérfana,
que [estaba] próxima a entrar en el
Instituto, deseaba antes de ingresar fundar en su propia casa de Ciudad Real un
Colegio nuestro». Y sabemos también que M. María Teresa Orti comunicó a las
comunidades, como el mejor regalo de la Navidad de 1917 la inminente fundación
en Ciudad Real, fijando para el día de la «Circuncisión
del Señor, la fiesta inaugural, con la particularidad de tomar en ella la
toquilla la fundadora».
Lo
cierto es que la imposición de la toquilla de postulante, primer paso hacia la
vida religiosa, se programó para el mismo día de la inauguración de la casa y
que si se cambiaron los planes, fue en atención a la familia Medrano que, al
parecer, no veían con buenos ojos todos los pormenores de la fundación, sin que
haya ningún indicio de que fueran contrarios a ella, sino más bien todo lo
contrario, don José Medrano donó la más grande de las
campanas y no era raro verle llevando el palio en las procesiones con el
Santísimo que se realizaban para las sirvientas en el Colegio de María
Inmaculada con motivo de la festividad del Corpus.
La sencilla
ceremonia de admisión de Teresa Medrano como postulante a la vida religiosa, en
la Congregación de Religiosas de María Inmaculada, en la que había sido su casa,
era solamente la primera de las muchas otras que se vivirían en Ciudad Real.
Admitida
al Instituto, Teresa Medrano viajó a Madrid para transcurrir el tiempo de su
formación a la vida religiosa bajo la dirección de M. María Gertrudis Marrugat.
El Consejo General, reunido el 12 de junio de 1918, la admitió sin reservas a
vestir el hábito religioso, pero había que solicitar una dispensa a Roma porque
Teresa Medrano había cumplido ya los 45 años. El Cardenal Vico hizo el
negociado y, sin pérdida de tiempo, envió la concesión de la gracia mediante un
telefonema que M. María del Socorro Peñalver agradeció puntualmente en nombre
de la M. General, comunicando al Cardenal que la ceremonia se verificaría en
Ciudad Real. Convertida en H. María del Prado, volvió a Ríos Rosas donde
vivió el tiempo de su noviciado, más contenta que en su propia casa,
según testimonio de D. Francisco Javier Baztán y Urniza, Obispo de Oviedo.
Yo
no sé si M. María Teresa Orti pensó alguna vez en traer el Noviciado a Ciudad
Real y no parece muy probable, puesto que había establecido ya el segundo en
Logroño. Sí sé que destinó a esta casa a algunas Novicias. De hecho la primera
hermana fallecida aquí, H. María Victoria de Jesús Fernández Rodero, emitió sus
votos “in articulo mortis” unos días antes de su muerte, ocurrida el 2 de
diciembre de 1920, como ya hemos dicho, a los treinta años de edad.
Antes
de fundar en Ciudad Real, cuando la casa de Ríos Rosas ya era pequeña para
acoger a todas las novicias admitidas en el Instituto, M. María Teresa Orti miró
hacia el norte y puso los ojos primero en Barcelona y luego en Logroño. La
catalana M. María de la Concepción Marqués movió las casas de formación hacia
las fronteras: Bilbao, Errazu, Salamanca… y más allá de los límites de España,
a Braga (Portugal) y París (Francia), porque el temporal político imponía mucha
cautela. La aragonesa M. María de San Luis de Caso, pensó en la conveniencia de
que cada Provincia del Instituto tuviera su propio noviciado y, puesto que la
de Jesús lo tenía en Madrid y la de María en Logroño, miró hacia Cascante y
concibió el proyecto de establecer allí el de la provincia de San Ignacio.
El
desarrollo urbanístico de Madrid no garantizaba el recogimiento y las
condiciones propias para la formación de las novicias en la calle de Ríos Rosas
y M. María de San Luis se planteó comprar una casa o terreno para edificarla en
un lugar más apropiado. Para la realización de ese plan le concedió
autorización la Santa Sede en 1943, pero la sorprendió la muerte antes de poder
realizar su proyecto.
Como
sucesora suya en el gobierno de la Congregación fue elegida la manchega M.
María de la Redención Navas que, al igual que todas sus predecesoras en el
gobierno del Instituto, también había sido maestra de novicias, y había
compartido con M. María del Prado Medrano, además de su origen manchego, la
formación en el noviciado.
Los
ocho años que pasó M. María de la Redención, como Maestra de novicias en Ríos
Rosas, le sirvieron para saber de primera mano lo que se necesitaba para
garantizar la formación espiritual y religiosa en los años previos a la
consagración y entendió que no necesitaba embarcarse en el proyecto concebido
por M. María de San Luis, porque que Ciudad Real, su iglesia diocesana y la
casa donada por Teresa Medrano con sus patios, sus galerías, su particular
gruta de Lourdes y su espléndida capilla le estaban ofreciendo el mejor remanso de paz para madurar y discernir
vocaciones.
El
12 de octubre de 1952, fiesta de nuestra Señora del Pilar y día de la
Hispanidad, inauguraba su nueva sede en Ciudad Real, el que en la Congregación
seguía llamándose “Noviciado de Jesús”. Ciudad Real y Madrid han sido las únicas sedes en las que
el Noviciado de Jesús tuvo el privilegio de ser la única casa de formación para
las Religiosas de María Inmaculada, y no fue gratuita o casual la fecha para su
establecimiento en Ciudad Real. Porque el Señor así lo quiso y porque la
iglesia y el clero diocesano nos regalaron las mejores garantías de una óptima formación, bajo la mirada y la
protección de María Inmaculada, la casa de las Religiosas de María Inmaculada
en Ciudad Real anota entre sus gestas la de haber tenido el privilegio en toda
la historia del Instituto de acoger entre sus muros candidatas a la vida
religiosa llegadas desde India, Italia, Francia, Portugal, México, Brasil y
Perú.
Decirles
a ustedes cuántas han sido, en números reales, las novicias que han pasado por
el “Noviciado de Jesús” en los años que ha tenido su sede en esta casa,
requeriría un trabajo de investigación que supera los límites de esta celebración,
pero es cierto que Ciudad Real tuvo el privilegio de acoger el único noviciado
que en la historia del Instituto nunca cerró sus puertas. Nació tímidamente el
16 de julio de 1876 con seis vocaciones de las que cuajaron solamente dos. El
noviciado creció con los años y al ritmo del desarrollo del Instituto, pero
nunca fue tan numeroso como en los años en que estuvo en Ciudad Real.
Permítanme
hoy, en nombre de todas las que tuvimos por cuna de nuestra consagración
religiosa esta casa, darles las gracias: a los Obispos y al clero de Ciudad
Real, de quienes aprendimos a ser y sentirnos iglesia diocesana, gracias a los
que con su doctrina y sus ministerios alimentaron nuestra formación y nuestra
vida espiritual; gracias a las gentes de esta ciudad que con envidiable
sencillez nos hicieron sentir tan ciudadanas de esta tierra como ellos, y nos
ayudaron a reforzar nuestra identidad mariana, porque como relata magistralmente
H. Concepción Notario, no se puede ser ciudarrealeño sin ser mariano; y aunque tal vez me falte el aire, permitánme agradecer
especialmente a Abenójar, Alcázar de San Juan, Alcolea de Calatrava, Alhambra,
Almadén, Almadenejos, Almagro, Almedina, Almodóvar del Campo, Arenas de San
Juan, Argamasilla de Calatrava, Brazatortas, Cabezarados, Calzada de Calatrava,
Campo de Criptana, Carrión de Calatrava, Carrizosa, Ciudad Real, Consuegra,
Corral de Calatrava, Daimiel, Fernán Caballero, Fontanarejo de los Montes, Fuencaliente,
Fuente del Fresno, Granátula de Calatrava, Hinojosa de Calatrava, Infantes, La
Poblachuela, La Solana, Los Pozuelos de Calatrava, Malagón, Manzanares,
Membrilla, Miguelturra, Minas de Horcajo, Moral de Calatrava, Navalpino de los
Montes, Porzuna, Puertollano, Retuerta del Bullaque, Santa Cruz de Mudela,
Torre de Juan Abad, Torrenueva, Valdepeñas, Valenzuela de Calatrava, Valverde,
Villahermosa, Villamayor de Calatrava, Villanueva de la Fuente, Villanueva de
los Infantes, Villarubia de los Ojos y Viso del Marquez el
habernos regalado, entre todos ellos, más de ciento treinta vocaciones
religiosas para la Congregación.
Gobierno
También
para el servicio de gobierno del Instituto ofreció la casa de Ciudad Real un remanso de paz y tranquilidad envidiable.
La Casa Provincial siguió al Noviciado desde Ríos Rosas a Salamanca. En 1941,
por razones de tipo práctico y mayor facilidad de comunicación entre las casas
de la Provincia, localizadas casi todas en Andalucía, Enriqueta María Contreras
trasladó la sede de su gobierno a Sevilla. Una vez establecido el Noviciado en
Ciudad Real, María Natividad de Jesús García Gozalvez, de quien se decía que le
gustaba mucho pasar la Navidad con las novicias, trasladó la sede del Gobierno
provincial de Sevilla a Ciudad Real en 1955, y desde esta casa gobernaron también
María Mercedes Jiménez Casquet y María Engracia Marin Serrano. En 1979, fue
María Sagrario Guerrero Merino quien, por los mismos motivos que pesaron en
1941, llevó de nuevo la casa provincial a Andalucía y la estableció en Córdoba.
Enfermería
Cuando
se cumplen cien años de una casa que ha sido cuna de vocaciones para tantas
religiosas de María Inmaculada, nace en el corazón un profundo sentimiento de
gratitud que invade el alma y obliga a entrar de puntillas y a pie descalzo en
un edificio cuyos espacios han sido remodelados y se ha convertido en nido de
la santidad del Instituto… Ciudad Real es una casa privilegiada: desde 1952
hasta 1980 fue un semillero cargado de promesas; por sus patios y pasillos
bullían la ilusión y el entusiasmo de los primeros tramos del camino, en su
capilla fueron tomando forma propósitos de santidad y generosa entrega… era un
estallido de vida que daba un especial encanto a esta casa y si me lo permiten, también a la ciudad. La
siembra fue generosa y de aquella sementera (como del resto de los noviciados),
se recogieron doradas espigas, que
fueron dejando caer parte de sus granos en el molino de la vida, donde fueron
triturados para ser harina y pan… otros
han vuelto aquí para convertir esta casa en sementera de santidad como el mejor
sello de calidad y el más valioso testimonio de que esta aventura vale la pena…
No
sé si es el lugar o el momento, pero permítanme rendir hoy un homenaje de
gratitud a las Hermanas mayores que he conocido desde que tuve mi primer
contacto con el Instituto y permítanme hacerlo con un guiño particular a las de
esta casa centenaria de Ciudad Real, donde tuve el privilegio de dar mis
primeros pasos en la vida religiosa. No puedo silenciar aquí los nombres de
Vicenta María Rodríguez de Arce, María Jesús Villalba, Miguelina Ferrer, Paula
Bachiller, Teresa María Vallés, María del Dulce Nombre Iglesias, María del
Prado Valencia, María Isabel Lacarte, María de Borja Permisán… las hermanas
mayores y enfermas de mis años de noviciado… La Congregación, que confió a las
jóvenes y a la Iglesia que peregrina en Ciudad Real, las primicias de
centenares de vocaciones religiosas, ahora les regala el sello de la
perseverancia en la entrega a Dios en las personas de estas hermanas, que se
presentan cada día ante el Señor con sus manos gastadas y sus corazones llenos
de nombres, y se preparan para el único examen al que serán sometidas: el del
amor, sabiendo que no les va a pedir nada porque sabe bien el Señor que «todo
lo han dejado en la arada en tiempos de sementera… allí sembraron ardores… y
allí vuelve Dios los ojos…, porque allí dejaron sus flores de consuelos y de
amores».
Ciudad Real, 3 de febrero de 2018