Inmaculada Concepción. Iglesia de San Andrés. Madrid. |
Nos cuenta el P. Isidro Hidalgo en la biografía de la Madre Fundadora, que "Era el 8 de Diciembre de 1853 y cuando la luz de la aurora empezaba á
oscurecer la de los faroles de la iluminación pública, todavía encendidos,
penetraba [María Eulalia Vicuña] en el templo de San Andrés de esta Corte y se colocaba reverentemente
ante la imagen de la Virgen Inmaculada para saludarla con la ternura de fiel y
amante hija, la iniciadora no de una sino de más obras de caridad que habían de
dar mucha gloria a la Reina de los cielos, en
el misterio de aquel día, á quien consagraba ella sus primeros pasos,
para ofrecerle después sus numerosas conquistas. Allí permaneció algún tiempo
orando con recogimiento y suplicando confiada la gracia que tan hondamente
había penetrado su caritativo corazón; allí, como buena española, ansiaba un
medio perenne con que a lo menos durante los días de su vida pudiera dar la
gloria posible al misterio de la Concepción Inmaculada. Allí pedía luces y
gracias para perpetuar esta obra que fuera digna de su Madre y Señora, y
correspondiente a los deseos de su alma: allí recibió fervorosa y devota el pan
de los fuertes; allí oyó una y otra vez el santo sacrificio de la Misa, y de
allí salió recogida toda en el amor de su Dios y de su Madre Inmaculada en
busca del asilo en que debían recogerse las primeras jóvenes que extraviadas
del camino de su salvación quisieran volver a Dios por medio de una conversión
sincera, a las cuales consagraba ella desde entonces sus bienes, sus trabajos y
afanes y hasta su misma vida, porque sentía en el alma la ruina de aquellas
desgraciadas; por que las tenía muy en su corazón; porque las amaba muy de
veras.
Salió, pues, llena de Dios, llevaba penetrado su bondadoso corazón de
estos sentimientos de caridad para con sus favorecidas futuras, y yendo
conducida como de la mano de su Santísima Madre ¡Cómo no había de encontrar
llanos los caminos y vencidas las dificultades todas! Sin darse apenas cuenta
de lo que entonces hacía, cómo repetía ella muchas veces después con la
sencillez y humildad que tanto la ennoblecía; sin parar al parecer en aquello
que buscaba, halló la cuna donde debían criarse para Dios las primicias de
aquellas almas que sin ella hubieran caminado ciegas a su perdición eterna. En
la calle del Luciente se hallaba, cuando oyó en su interior una voz que le
decía: "Esa habitación que ves desocupada, es la destinada para el ensayo
de tu santa empresa y en su pequeñez representa los anchurosos edificios que
bien pronto se levantarán en España, donde vivirán para Dios muchas jóvenes
convertidas de corazón a El".