sábado, 23 de enero de 2016

Un día como hoy... 23 de enero

P. Isidro Hidalgo y Soba SJ (1832-1912)
El día 23 de enero de 1912, envió M. María Teresa Orti telegramas a todas las casas del Instituto para comunicar a las religiosas que había fallecido en Madrid, esa misma madrugada, el director espiritual, el confesor, el asesor, el padre, el amigo, el que había seguido, animado, cuidado e impulsado la fundación y el desarrollo de nuestra Congregación: el P. Isidro Hidalgo y Soba. La Madre General dispone que en todas las casas se apliquen los mismos sugfragios que se ofrecen cuando fallece una religiosa del Instituto. A partir de entonces, y durante muchos años, se mantuvo la costumbre de celebrar como fiesta el día 15 de mayo, porque era el onomástico del P. Hidalgo.

Isidro Hidalgo y Soba nació en Revellinos de Campos, provincia de Zamora, el 23 de marzo de 1832, y fue bautizado el día 28 en la parroquia de Santo Tomás Apóstol. Ingresó ya sacerdote en la Compañía de Jesús el 19 de agosto de 1862.
De 1867 a 1873 enseñó Teología dogmática, Historia eclesiástica y Liturgia en el Seminario Central de Salamanca. Profesó el 2 de febrero de 1874. En julio de 1875 fue destinado a Madrid, como superior de la residencia jesuítica de Tabernillas, 2, y Capellán Mayor y Confesor de las religiosas del Primer Real Monasterio de la Visitación. A partir de este momento, el P. Hidalgo, tiene siempre su residencia habitual en Madrid.
Con la M. Javiera Guillelmí, Salesa del Primer Monasterio de Madrid, fundó el P. Hidalgo, en varias comunidades de religiosas en España, la “Triple Alianza en el Sagrado Corazón de Jesús” en la que tres religiosas se unían para tributar culto y amor al Sagrado Corazón por medio de la fiel y constante guarda de los votos santos, y no menos fiel y exacta observancia religiosa, y para desagraviarle de las ofensas con que le hieren las mismas que forman su pueblo elegido. La Asociación tuvo un particular arraigo en algunos monasterios de Carmelitas Descalzas y de Salesas, y en las congregaciones de Carmelitas de la Caridad, Esclavas del Sagrado Corazón y Hermanas del Servicio doméstico.
Apóstol infatigable del culto y devoción al Sagrado Corazón de Jesús, fue nombrado por el Cardenal Moreno, el 5 de mayo de 1883, primer “Director General de la Archicofradía Española de la Guardia de Honor del Sagrado Corazón de Jesús”, cargo que desempeñó hasta su muerte.
Al leer su nombramiento como Director de la Archicofradía de la Guardia de Honor, el P. Hidalgo se sintió impulsado a consagrarse totalmente y con voto al divino Corazón, para hacerlo reinar en España y sus dominios, mediante la nueva devoción. Con permiso de sus superiores emitió el voto el 31 de julio de 1883, y, a partir de entonces, se convirtió en infatigable apóstol y propagador de la devoción.
En el mes de julio de 1875, apenas llegado a Madrid, el P. Hidalgo, empezó a predicar y confesar en el Asilo de Sirvientas. En el mes de agosto se encargó de la dirección espiritual de las cinco señoras que para entonces convivían dentro del Establecimiento: doña María Eulalia Vicuña, viuda de Riega; Vicenta María López y Vicuña; doña Emerenciana de la Riva; doña Concepción Fernández de los Ríos, viuda; y doña Patrocinio Pazos y Zarargüeta.
A principios del mes de septiembre, con rápida intuición y asombrosa habilidad decidió que la vida de aquel grupo debía formalizarse, por lo menos en lo correspondiente a la obediencia, eligiendo entre ellas una superiora.
El P. Hidalgo ayudó y aconsejó a santa Vicenta María en el proyecto de elaboración de las Constituciones, aunque era de parecer que debía ser ella, después de oír las observaciones de personas competentes, la que había de elegir lo que le pareciera preferible para su Instituto, pues como Fundadora del mismo había de esperar del Espíritu divino especiales luces que difícilmente concedería a los demás, por estaba convencido de que se necesita especialísima asistencia del cielo para empresas de este género, y el íntimo convenci­miento de no recibir impulso para ello.
Su preocupación por el afianzamiento y la buena marcha de la Congregación le llevó a insistir en que la Madre Fundadora redactara unas reglas para el nuevo Instituto y concedió a las Hermanas el privilegio de poder comulgar cada día mientras la Madre realizaba su trabajo.
La colaboración del P. Hidalgo fue decisiva para la fundación de la nueva Congregación religiosa. Mientras la Madre Fundadora decidía, junto con el beato María Sancha el modelo de hábito, las insignias y otras cuestiones, el P. Hidalgo se ocupó de la elaboración del ceremonial.
El día 11 de junio de 1876, junto al Beato Ciriaco María Sancha, Obispo auxiliar de Toledo, a D. Manuel Velasco, secretario del Obispo y a D. José Pascual y García, capellán de la casa de sirvientas, asistió a la ceremonia de toma de hábito de la Madre Fundadora y sus dos primeras compañeras, con la que nacía la nueva congregación.
El P. Hidalgo, que animó e impulsó con particular ardor la expansión de la Congregación fuera de Madrid, dirigió un retiro a las que iban a fundar en Zaragoza, como preparación a la misión que se les encomendaba.
De la comunidad de Zaragoza se despidió santa Vicenta María, por última vez, el día 23 de abril de 1890, con unas palabras que se grabaron a fuego en sus corazones. Las hermanas las refirieron al P. Hidalgo y él las recogió para nosotras en su biografía de la Madre Fundadora:
Les digo, desde el fondo de mi alma y con el amor más tierno de mi corazón, que se amen las unas a las otras como Jesucristo nos amó, y como yo las amo a todas, y con la gracia de Dios espero amarlas hasta el fin; y sepan que no me contento con que se amen unas a otras con verdadero amor, sino que deseo además que amen con el mismo amor a todas las almas redimidas con la sangre de Jesucristo, y especialmente a las Colegialas, a quienes, después de Dios y de mis Hijas, amo con el amor de la más tierna madre, y a ellas especialmente, para gloria de Dios y para ejemplo que imitarán mis amadas Hijas, he consagrado mis haberes y mi vida.
Doña María Eulalia soñaba con una capilla cuando compraron la casa en la calle de la Bola y sufría por no tener medios. El P. Hidalgo dijo que se compondrían y la capilla se haría. Doña María Eulalia sabía que cuanto emprendía la vivacidad del P. Hidalgo llegaba a puerto. El Padre consiguió muchas limosnas de señoras y donativo de algunos sacerdotes. Y la capilla se hizo.
En la inauguración de aquella capilla celebró el P. Hidalgo sufragios por el alma de doña María Eulalia que no pudo verla terminada. Allí celebró también la última Misa para a comunidad antes del traslado a la calle de Fuencarral.
El día que la Casa Madre se instaló en Fuencarral, el P. Hidalgo recorrió todas sus dependencias para bendecirla y celebró la primera misa para las Hermanas dejando el Santísimo Sacramento en un Oratorio provisional.
Cuando santa Vicenta María propuso al P. Hidalgo ocuparse de empezar a escribir la historia de la Congregación durante su convalecencia en Burgos, él no solamente aprobó la idea sino que la mandó escribir.
El P. Hidalgo vivió con especial afecto y preocupación los últimos días de la vida terrena de Santa Vicenta María. El día 25 de diciembre de 1890 no quiso retirarse a su residencia y pasó la noche en la Casa Madre para poder asistir a la Madre Fundadora si es que llegaba el final en aquellas horas. A las cinco de la mañana del día 26 celebró para ella la Eucaristía en el oratorio y le dio la última comunión sacramental de su vida.
Tras la muerte de Santa Vicenta María, el Padre cobró, si cabe, mayor interés por las Hermanas, por la obra apostólica y por todo lo que tenía que ver con la Congregación dentro y fuera de Madrid.
Él, que había redactado la Memoria del Instituto para el I Congreso Católico, celebrado en Madrid en 1889, decidió hacer el mejor regalo a la Congregación escribiendo la Vida de a Madre Fundadora dedicada a todas sus hijas. A su muerte, los jesuitas entregaron el libro a M. María Teresa Orti y el P. Jaime Pons SJ se encargó de fundirlo con el que había escrito M. María Teresa para sacar a la luz, en Barcelona el año de 1918, la segunda edición de que nosotras conocemos como escrito por sus contemporáneas.
El P. Hidalgo fue, sin duda, el primer promotor de la Causa de Beatificación y Canonización de Santa Vicenta María. Dos días del año, el 26 de diciembre y el 5 de abril, fue fiel a una cita junto al sepulcro de la Madre Fundadora en la capilla de la Casa Madre reclamando en aquellas fechas flores frescas junto al sepulcro de la que, desde el cielo, seguía dando vida e impulso a la Congregación por ella fundada y por él tan mimada.
Santa Vicenta María no pudo enviar algunas Hermanas a América y el P. Hidalgo murió sin ver realizado aquel sueño que él compartía, sin duda como nadie.
El P. Hidalgo falleció en Madrid, el día 23 de enero de 1912, en la residencia de la calle de Santa Isabel, donde compartía comunidad con San José María Rubio.
El P. José María Torrero, en la necrología que escribió a la muerte del Padre, relatando sus últimos momentos, le denomina “propagador de la devoción al Sagrado Corazón de Jesús”, a quien había consagrado su larga vida. Indudablemente ese aspecto de su espiritualidad, identifica como ningún otro la figura de un hombre sin gloria humana, impulsor de fundaciones y obras apostólicas, director espiritual de figuras relevantes, entre las que se cuentan: Santa Rafaela Porras, Santa Vicenta María López, el Beato Ciriaco María Sancha, y la Venerable Paula Delpuig.
El mismo P. Torrero, en una visita a la comunidad de Córdoba les relató la muerte del P. Hidalgo y la cronista de la comunidad conservó en el Tumbo sus palabras:
Principió diciendo el P. Torrero, que a muchos había sorprendido la muerte repentina del P. Hidalgo; pero que a él, por tener los aposentos inmediatos, y con ello ocasión de observarle más de cerca, la venía presintiendo. Dormían ambos Padres en el segundo piso, tabique por medio, y habiendo de subir desde la Iglesia, 52 escalones hasta llegar a aquel, el P. Torrero se apercibió de la fatiga que le producía al Padre aquella subida, y temeroso de que a mitad de la escalera le ocurriese algún accidente, se quedaba por la noche para ir muy despacio detrás de él. Decía éste Padre que el Padre Hidalgo por su edad (dos meses le faltaba para cumplir los 80 años) no tenía obligación de bajar a la Iglesia con la Comunidad antes de acostarse; que él hizo notar al R. P. Prepósito cuánto se fatigaba, quien le contestó, que conociendo el fervor y observancia del Padre, había de hacerle sufrir más privarse de este acto que el subir la escalera y no se decidía a prohibírselo.
El día que precedió a la muerte de nuestro amado Padre, no se le notó nada extraordinario; estuvo en el recreo tan animado como siempre, pero cierto que, como día el Padre Torrero, tenía un gran catarro y mucha tos. Este Padre como de costumbre, le siguió por la noche y decía que a mitad de la escalera le sintió un ruido extraño en el pecho que le puso en cuidado y más porque e Padre subía muy despacio, pero que el terminar de subir, apresuró el paso aún más que de costumbre y esto le tranquilizó. Al llegar a la puerta de su aposento, se paró y volviéndose a él, le hizo seña de que apagase la luz. El P. Hidalgo estaba encargado de esa operación y por amor a la pobreza, decía el P. Torrero, y por cumplir con su deber se quedó en la puerta hasta verla apagada y que al pasar por delante de él le hizo una inclinación como dándole las gracias. Luego sintió, a esa de las once, que se acostaba el Padre y ya él se durmió tranquilo. El P. Hidalgo se levantaba diariamente de tres a tres y media de la madrugada ocupando aquel tiempo en hacer su oración y en prepararse para celebrar, bajando a decir la santa Misa a las cinco cuando la comunidad se levantaba.
Aquella última noche se sintió mal a las dos, con una gran fatiga, no obstante, creyó se le pasaría y por su gran caridad no quiso molestar al P. Torrero y pasó solo, como tantas otras veces así lo había hecho, en sus enfermedades y achaques, aquella hora, preludio de su agonía.
A las tres como de costumbre de vistió, pero al terminar de vestirse se sintió tan mal, que hubo de llamar con tres golpes, según tenían convenido, en el tabique que le separaba del P. Torrero. Este Padre creyó le llamaban por ser la hora de costumbre; pero al oír a los pocos momentos otros golpes más fuerte y apresurados, pensó “algo le ocurre al Padre” y contestó con voz fuerte “ya voy”.
A los pocos segundos estaba en el aposento vecino encontrando al paciente vestido y echado sobre la cama con una grande fatiga: “¿Qué le ocurre, Padre mío?” – “Estoy muy mal, creo que es la agonía” – “No se apure, esto se pasará” Le contestó: “No, no me apuro, estoy muy conforme con la voluntad de Dios: llame V. al P. Ropero y vuelva pronto”. (El P. Ropero es médico).
Salió el Padre a oscuras por no saber dónde estaban las llaves de la luz, llegó al aposento del Padre Ropero, volviendo apresuradamente al lado del enfermo, el cual habíase quitado la sotana y estaba echado. Al verle de nuevo le dijo: “Ahora, Padre mío, confiéseme”. El P. Torrero para acercar más su oído al Padre sin que éste tuviera que moverse se puso de rodillas al lado de la cama y así escuchó su confesión general que duró unos ocho minutos, en la que, dice el padre, se veía una conciencia pura y limpia. Terminada la confesión, el confesor le dijo: “Padre, vamos a hacer ahora un acto de perfecta contrición” y entonces cruzando aquel sus manos sobre el pecho, levantando sus ojos al cielo y encendido su semblante dijo: “Dios mío, os amo y me pesa de todo corazón de haberos ofendido, de haberos ofendido, me arrepiento de todas mis culpas”. Le di la absolución, decía el P. Torrero, y entre los dos cumplimos la penitencia que consistía en repetir: Jesús, María. El Padre preguntó: “¿Ésta es la penitencia?” y al contestar que sí, añadió: “Y José también ¿verdad?”. – “Ahora Padre, siguió diciendo el enfermo, hábleme del Corazón de Jesús, a Él he consagrado mi vida entera, a Él consagro también esta hora”.
Al Padre Torrero le llamó la atención que el enfermo dirigía su vista hacia la Iglesia. En todo esto transcurrieron unos diez minutos y entre tanto llegó el P. Ropero el cual dispuso darle unos maniluvios de mostaza. Salió el P. Torrero a procurárselo, cogió agua caliente de una estufa allí próxima y fue a llamar al enfermero para que le diese la mostaza. Al volver vio al P. Ropero en el tránsito dando palmadas y gritando: “La Unión”. Vuelve el Padre a procurarla, pero como tampoco sabía dónde se guardaba, acudió al P. Prepósito el que en breve se presentó con ella en el aposento del moribundo. Estaba el Padre con los ojos cerrados como dormido, pero se conocía que la vida se acababa por momentos, y de tal modo temía el Rdo. P. Prepósito que diese en aquel instante el postrer suspiro, que le ungió en la frente, según suele hacerse, en previsión de que no diese tiempo a ungir todos los sentidos.
Con el ruido natural que estas cosas producen, varios Padres se apercibieron de que algo anormal ocurría y levantándose acudieron al cuarto de nuestro Padre Hidalgo, el que momentos después entregaba su alma en manos de su Criador, sin el menor estremecimiento, antes al contrario, con grandísima paz y suavidad.
Mientras el P. Ropero estuvo solo con el enfermo, cuenta que le dijo: “a ver, hijo, (había sido confesado suyo antes de ser religioso) si me das algo para que me reanime para decir la santa Misa, o único que sentiría es no poderla celebrar”. También le dijo las palabras siguientes que el P. Ropero tuvo la buena idea de apuntarlas para conservarlas íntegras: “Me entrego al Corazón de Jesús, a quien toda mi vida he amado con todo mi corazón”. Y también anotó el P. Ropero estas otras: “No he sido gran pecado, pero siento mucho, como Hijo de la Compañía, no haber trabajado tanto como debiera un Hijo de San Ignacio y pero eso pido perdón a mis Superiora: pídalo por mi a todos”.
Al terminar el P. Torrero su relación, añadió que había podido observar que el P. Hidalgo, bajo sencillas apariencias, había practicado la virtud en grado heroico, sobresaliendo en la exacta observancia, que buenas pruebas dio de ella en sus últimos momentos, pues teniendo aprobada su costumbre de comenzar a las tres y media su hora de oración, no dejó de levantarse a su hora de modo que ni hubo que amortajarle.
Su caridad, decía el P. Torrero, era perfecta, y prueba de ello dio también en sus últimos momentos, no queriendo molestar a su hermano hasta que sintiose enteramente morir. A este propósito dijo un Hermano, que desde que había descansado al padre de ciertas ocupaciones y tenía menos visitas y trabajos apostólicos, se empelaba mucho en ayudar a los Hermanos en el refectorio y otros oficios manuales y que un día le cogió cierto Hermano cuando iba escaleras arriba cargado con un talego de pan.
El P. Torrero añadió que el fervor del P. Hidalgo no tenía límites, y que Dios N.S. quiso premiárselo concediéndole en aquellos últimos momentos una contrición perfectísima demostrada exteriormente; y por último dijo que a los que mueren en gracia, el Señor les concede la vista clara de aquellas personas y obras en que se han ocupado e interesado durante su vida y que por esto no sólo no se pierde su protección sino que se obtiene de ellos otra mucho mayor, más perfecta y eficaz que la que prodigaron aquí, porque entonces solo podían ver lo exterior y de lo interior, poco e imperfectamente, y desde el cielo lo ve co n claridad sin temor de equivocarse.

Nuestra acción de gracias al Señor por todos y cada uno de sus desvelos, durante su vida para con la Madre Fundadora, las primeras Hermanas, las chicas, las casas y todo lo que tuviera que ver con la Congregación. Después de su muerte, por su bendición y su intercesión, tantas veces ignorada, sobre las que el Señor ha llamado para seguir remando en esta pequeña barquilla que Él mismo conduce a puerto.

1 comentario:

  1. Gracias,Señor,porque tenemos un gran santo en el cielo gozando de la presencia del Creador. P. Hidalgo desde el cielo sigue intercediendo por la Congregación a la que tu ayudaste a que se consolidase nuestra obra en favor de nuestra jóvenes mas necesitadas.

    ResponderEliminar

Agradezco sinceramente los comentarios. Si tienes alguna consulta para hacer acerca de cualquier tema relacionado con la historia del Instituto y esperas respuesta, por favor, deja un contacto en el mismo comentario o en la dirección de correo histrmi@gmail.com. GRACIAS