martes, 14 de mayo de 2024

14 de mayo de 1924

 


Hace hoy cien años… El Santo Padre Pío XI, recibía en audiencia a la comunidad de Religiosas de María Inmaculada en Roma.

Para entonces formaban la comunidad veinte religiosas[1], de tres nacionalidades: España, Argentina y México. Tres de ellas tuvieron que renunciar al privilegio de encontrar personalmente al Vicario de Cristo, porque no era el caso de dejar la casa sola. El silencio guarda celosamente los nombres de las que ofrecieron el sacrificio porque no revelan sus nombres ni M. María Javier Roura en la carta que dirigió a la Madre General y su Consejo, ni M. Margarita María en las crónicas de la comunidad.

Lo que tal vez no sabían ninguna de ellas es que otro 14 de mayo, cuarenta y cuatro años antes, Manuel María Vicuña defendía y reivindicaba, ante sus copropietarios de la casa de San Francisco, la importancia y la necesidad de la Fundación de la obra en favor de las sirvientas «no sólo para la moralización de las clases pobres, sino también de las acomodadas»

El mismo día de la audiencia escribió M. María Javier a Madrid[2] contando pormenores de lo vivido

Supongo en poder de Vuestras Reverencias el telegrama que pusimos al salir de la audiencia de Su Santidad y que no esperarían; pues en mi última me olvidé decirles, que cuando menos lo pensábamos, se nos presentó antes de ayer, el Padre Daniel[3] con la esquela de la audiencia para el día siguiente, y además con el encargo expreso del señor Cardenal de que fuésemos todas o el mayor número posible.

Pronto se dispuso todo, y a las diez de la mañana del próximo día, dejando en casa a tres monjitas como guardianas de ella y de nuestro precioso grupito de chicas (con harto dolor mío y no menos de las que no podían ver a Su Santidad) salíamos las diez y siete restantes repartidas en tres grupos, para reunirnos en la Puerta de Bronce. De allí nos encaminamos a las habitaciones de nuestro venerado y amadísimo Pontífice. ¡Ya pueden Vuestras Reverencias imaginarse a sus diez y siete hijitas por aquellos salones hasta llegar a la antecámara en donde nos hicieron sentar! ¡era de ver el cuadro que presentábamos con caras tan serias e impresionadas! Son actos de tanta emoción que ni aún se sabe lo que se siente.

Llegó por fin el momento más solemne; a las once y media, resonó en nuestros oídos y más en nuestros corazones, haciéndoles latir fuertemente, el timbre de S.S. Uno de los Monseñores allí presentes, nos hizo arrodillar en dos filas, y en aquel instante apareció Su Santidad, acompañado de nuestro buenísimo Cardenal Protector[4]. ¡Qué instantes aquellos! ¡no son para descritos! Nuestro Santísimo Padre pasó dando a besar el anillo a todas sin permitir que le besáramos el pie. Si hubiesen oído vuestras reverencias la exhortación que nos hizo, ¡cuánto se hubiesen emocionado! ¡qué unción en sus palabras paternales! Hablaba despacio y casi todas le entendimos. Comenzó diciendo que daba las gracias al Instituto por haber cumplido su deseo, que bendice y alaba al Señor por nuestra obra, y le pide que sigamos adelante haciendo aún mayor fruto, que el Señor se complace en ella, y que ya que es obra verdaderamente providencial, espera que su crecimiento y extensión sea cada vez mayor para grande gloria de Dios, bien de las almas y premio de nuestra virtud. Nos preguntó si hablamos italiano, y también si Vuestra Reverencia está en España. El señor Cardenal, como un padre satisfecho de sus hijas, contestaba a todo.

De nuevo nos dio Su Santidad la bendición, y al retirarse volvimos a besar el anillo.

El señor Cardenal nos dijo que fuésemos con su Eminencia, y como corderitos tras su pastor volvimos a pasar tan hermosos salones. Los soldados, al paso de Su Eminencia, presentaban armas, las que sostenían bajas hasta que pasó la última monjita. ¡Con qué complacencia nos miraría desde el Cielo nuestra angelical Madre, y cuánto se gozaría de ver honrada su humilde obra, engrandecida por las palabras del Vicario de Jesucristo, ella que, al recibir el Decreto Laudatorio en Mayo de 1888, exclamó llena de emoción: «Ya no queda duda de que Dios quiere que la Congregación exista y puede esperarse todo bien de ella, si no es que por nuestras culpas lo desmerezcamos». Y no menos gozarían los iniciadores de la obra don Manuel María Vicuña, y su hermana doña María Eulalia, viendo su granito de mostaza, la obra que ellos llamaban «de su corazón», alabada y bendecida y aun trasplantada a la Ciudad Eterna por el mismo Sumo Pontífice. ¡Cómo glorifica el Señor a los humildes!

Fuera ya de los salones, el señor Cardenal nos dijo que había hablado a Su Santidad del rescripto para el Manifiesto, y que ya tenemos concedido lo que pedimos.

 

 



[1] En mayo de 1924 formaban la comunidad: M. Margarita María Lozano, M. María de San Luis de Caso, M. María Javier Roura, M. María Elvira Arias Rey, M. María del Divino Corazón Esparza, M. María Susana Cárdenas, M. Victoria de la Cruz Martín, H. María Trinidad López, M. María de Lestonac Doncel, H. María Vicenta Bienvenida Hurtado, M. María del Buen Consejo Sainz Ezquerra, H. María Clemencia Ferrer, M. Paz de María Diego Fernández, H. María Veneranda Camarero, H. María Inmaculada Beltrán, H. María Dominica Sáenz, H. María de San José Jiménez, H. María del Niño Dios Meneses, H. María del Sagrado Corazón Azpeitia Expósito Odriozola.

[2] La carta se publicó en la Revista Anales de Mi Colegio, (AnMC VI/21 (1.07.1924) 20-21.

[3] P. Daniel Delgado, postulador general de la Orden de los Agustinos Recoletos.

[4] S.E.R Antonio, Cardenal Vico, Protector del Instituto (1913-1929).

sábado, 4 de mayo de 2024

1924 - 4 de mayo

 

 



Hace 100 años... el 4 de mayo de 1924, segundo domingo de Pascua, la recién fundada casa de Religiosas de María Inmaculada en Roma, vía Palestro[1], echó campanas al vuelo para celebrar con el mayor esplendor posible la inauguración de la primera capilla que establecía en Instituto en Europa, fuera de España.

Al día siguiente, M. María Francisca de Javier Roura escribió a la Madre General y su Consejo[2] dando noticias de lo vivido en la nueva casa:

 

5 de Mayo de 1924

Mis amadísimas Reverendas Madres: Como sé cuánto nos han ayudado todas con sus oraciones para el buen éxito de esta tan suspirada fundación de Roma, es muy justo que les hagamos participar hoy de nuestra alegría, al ver coronados, en parte, los esfuerzos de todas; ya me conocen y saben que no me gusta ponderar las cosas, pero cuanto les diga de la hermosa fiesta de ayer me quedaré corta.

Quiero lo primero decirles cómo es nuestra preciosa capilla. Como eran dos salones y se ha tenido que tirar un muro, han hecho un arco que ha quedado muy bien; encima de él hay pintados tres frescos, imitando mosaicos; el de en medio, representa el Corazón Eucarístico de Jesús, y los de lados, dos ángeles en actitud de orar. Pasando este arco empieza el presbiterio; en él se ha puesto la mesa de altar que había en el oratorio que, como habrán visto en la fotografía, es una verdadera joya, todo tallado en nogal; se han hecho el Sagrario y el Manifestador algo parecidos. Después del altar, imagínense a la encantadora imagen de la Santísima Virgen que de esa casa trajimos, colocada como lo saben hacer los italianos.


Como este salón de acceso al jardín por una gran puerta de cristales, ésta se tabicó, haciéndole como una media naranja, y allí, en alto, tocando casi el techo, se hizo el camarín donde está la Virgen. Lo han pintado tan bonito que a todos encanta. En la parte más baja se ve el firmamento en tonos claros, y después, ya casi junto a la cara de la Virgen, hay de ochenta a cien cabezas de ángeles, pero tan bien hechas, que de lejos parecen enteramente de relieve. Como aquí no hay apenas imágenes de escultura, a todos llama notablemente la atención, y los obreros que trabajan en la obra han pedido traer a sus familias, las que se quedan enamoradas de la Madona como ellos dices. Un Monseñor que vino a visitarnos, al entrar en la capilla, exclamó admirado: «O belleza».

Al lado derecho del presbiterio está nuestra tribuna, donde se ha puesto el armonium y aún hay sitio para cincuenta personas.

Una vez que ya tienen idea del local, voy a empezar con la fiesta y preparativos. Dejo a su consideración los trajines del sábado; había en la capilla carpinteros, herreros, electricistas, pintores, etc., a todo esto, la Madre M. Divino Corazón ensayando con las cantoras; las Hermanas limpiando y arreglando; parecía esta casa, el fin del mundo, y como en tales ocasiones no suelen faltar notas célebres, a las cinco de la tarde, cuando todas estaban más engolfadas en nuestro cometido, se nos presentó la princesa B. (la que visitó esa Casa), quien haciéndose cargo de todo se marchó ofreciendo volver. Seguimos nuestros preparativos, que duraron hasta la una de la madrugada, hora en que pudimos ir a descansar.

Llegó por fin el día cuatro tan suspirado; hicimos nuestra oración, y a las ocho menos minutos entraba el señor Cardenal, esperándole en el dintel de la puerta, cuatro alumnos del Colegio Español, el señor Capellán, Madre Superiora conmigo y las dos Asistentes. Acto seguido entró en la capilla y después de orar un breve rato se hizo la bendición; a continuación la misa, con cánticos que no resultaron mal; como todos los techos son abovedados tiene muy buenas condiciones acústicas; no éramos más que cuatro cantoras y parecía un coro nutridísimo.

El momento de la Sagrada Comunión fue conmovedor, la Capilla estaba llena, pero lo que llamó la atención del señor Cardenal y de todos, fue el grupo de nuestras colegialas. Eran veinticinco y estaban todas con velitos como los que se usan en España, pues aquí todas comulgan con sombrero; estaban tan modestitas y recogidas, que nos dijo el señor Cardenal que las habíamos cristianizados y que ya tenían cierto sello español.

Terminada la Misa, se cantó el Veni Creator, para pedir la asistencia del Espíritu Santo; y después de la acción de gracias, el Cardenal Mr. Vico se despidió, dispuesto a volver por la tarde.

Estaba anunciada la función para las cinco; a las cuatro empezaron a llegar invitados. No pueden hacerse idea de cómo estaba la capilla. Representaciones de casi todas las Congregaciones, especialmente españolas; todos los Misioneros del Corazón de María; ocho Padres de la Compañía de Jesús, entre ellos el Reverendo Padre Mostaza, Arregui, Basterra, Páramos, etc.; veinte Trinitarios, Franciscanos, Capuchinos, Dominicos; y Religiosas Adoratrices, Siervas de María, de la Esperanza, Hospitalarias, Jesús María, de la Presentación, Catequistas y dos o tres más que no recuerdo; diez o doces Monseñores del Vicariato; todas las señoras de la Junta de la Protección de la joven y toda la colonia española con la Condesa de la Viñaza[3], que es la esposa del Embajador cerca del Rey; en fin, me haría interminable si nombrase a todos. Como les digo, la capilla estaba hasta el jardín y la tribuna también atestada.

A las cinco se rezó el Santo Rosario, a continuación el sermón en italiano por Mr. Fabery, que habló de la acción social que desarrolla el Instituto, entrelazándolo con las virtudes de nuestra angelical Madre; terminado éste se expuso el Santísimo, cantamos un Motete y la Letanía y enseguida tuvo lugar la solemnísima Reserva. El señor Cardenal y se revistió en el oratorio con un rico terno de lama de oro que, para este acto, nos dejaron bondadosamente los Padres de la Compañía. Se organizó la marcha a la capilla. Iban delante, con roquete y vela, unos treinta alumnos del Colegio Español y, por último, el señor Cardenal de pontifical, con su larga cola de damasco, la que llevaba un estudiante con su traje blanco, propio de esta ceremonia. La entrada en la capilla dicen que resultó magnífica.

El señor Cardenal entonó el «Te Deum», alternando con los Padres; resultaba conmovedor; después de las preces se cantó el «Tamtun ergo», luego la Bendición y al momento de cerrar el Sagrario entonaron con fervor el Himno del Congreso al que con gran entusiasmo se unieron los españoles; fue un momento emocionante que nos hizo derramar lágrimas. A la salida, ya en el jardín, todos venían a felicitarnos complacidos. Gracias a Dios no tuvimos nada que lamentar, más que la falta de Vuestra Reverencia, Madre mía, como así lo dijo el señor Cardenal.

No quiero retrasar ésta, que me encomienden a Dios, a M. Superiora que he recibido su carta y Vuestras Reverencias saben las ama muy de corazón su hija que en el de Jesús las abraza,

María de Javier, Hija de M. I.

 

 



[1] El día 22 de diciembre de 1923, habían llegado a Roma las primeras religiosas destinadas a la fundación, las MM. María Margarita Lozano, María Elvira Arias, María Susana Cárdenas y Paz de María Diego, y las HH. María Inmaculada Beltrán, María Dominica Saez y María del Prado Cambronero. El día 1 de enero de 1924 tuvieron la primera Misa celebrada en el oratorio de la casa por el Rector de Colegio Español, D. Carmelo Blay. El día 14 de marzo de 1924  llegaron a Roma otras ocho religiosas: MM. María del Divino Corazón Esparza, Victoria de la Cruz Martín, María de Lestonac Doncel, María del Buen Consejo Sainz Ezqyuerra y las HH. María Veneranda Camarero, María de San José Jiménez, María del Niño Dios Meneses y María del Sagrado Corazón Azpeitia.

[2] La carta salió publicada en la revista «Anales de mi Colegio», AnMC VI/21 (1.07.1924) 17-19. 

[3] Concha Roca-Tallada y Castellano, casa con Cipriano Muñoz y Manzano, II Conde de la Viñaza. Cf. https://es.wikipedia.org/wiki/Cipriano_Mu%C3%B1oz_y_Manzano consultada el 4 de mayo de 2024.