domingo, 26 de marzo de 2017

25 de marzo - Esperábamos este día

Beato José Álvarez Benavides y de la Torre

Casa de las Religiosas de María Inmaculada en Almería
No cabe duda de que en el Colegio de María Inmaculada en Almería dejó una profunda huella el beato José Álvarez Benavides. Presente y cercano a las religiosas y a las jóvenes desde la misma fundación. Pendiente de las necesidades espirituales y materiales. El Sr. Álvarez Benavides sintonizó perfectamente con aquella casa y su apostolado.
A los tres días de llegar las primeras Religiosas de María Inmaculada a Almería, el 25 de mayo de 1908, recibieron del obispado un oficio por el que se nombraba a D. José Álvarez Benavides confesor de la comunidad, cuando era Canónigo Secretario de Cámara y Gobierno del Obispado. A partir de entonces no sólo confesaba a la comunidad sino también a las jóvenes; predicaba en las novenas; presidía o participaba en celebraciones, procesiones o reparto de premios a las chicas.
Podemos dar por cierto que D. José A. Benavides no se ausentaba de Almería sin haber pasado antes a despedirse de la comunidad y lo mismo hacía a su regreso.
El 17 de octubre de 1911, en regocijo fue grande para la comunidad con la llegada a Almería de la imagen de la Inmaculada, donativo de un fervoroso sacerdote amante de la Santísima Virgen y protector de sus Hijas, religiosas y acogidas, una talla de la Inmaculada de tamaño más que natural que lució en la inauguración de la capilla en la calle de la Infanta.
En 1912 acompañó al Sr. Obispo, D. Vicente Casanova, a Roma y a Tierra Santa. A su regreso, el 16 de junio se acercó hasta la calle de San Juan, y se entretuvo contando a las religiosas cosas de su viaje y distribuyéndoles  un rosario de Jerusalén, una cruz que llaman del perdón y unas medallitas de Roma. Al año siguiente, interrumpió su descanso en el campo y regresó a Almería el 24 de junio para celebrar una Misa y despedir a la superiora de la casa, M. María de la Trinidad Callén y Corzán y a M. María Cecilia Flores Laborié que se iban destinadas a la nueva fundación en México.
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Su condición de confesor de la comunidad, la confianza que las religiosas llegaron a tener con él y su extrema bondad fueron elementos suficientes para hacerle conocedor de las estrecheces económicas de la casa y de algunos usos y costumbres de las religiosas que dieron pie a detalles y anécdotas entrañables y generosas por parte del beato José Álvarez Benavides para con la casa. Entregar una limosna para obsequiar a las chicas el día de San José se convirtió pronto en una costumbre.
La precariedad económica ha sido una característica en la Congregación. El año de 1915 no debió ser buen año y el Sr. Benavides, que lo sabía, colaboró para remediarlo en cuanto pudo. La cría de animales fue un alivio  y complemento de la economía doméstica como algo normal en la Congregación. El 11 de enero de 1916 celebraron las Hermanas de Almería la matanza de tres cerdos: dos de ellos, de 8 y 9 arrobas fueron regalo del Sr. Benavides.
En el mes de julio de ese mismo año de 1916 se enteró de que era costumbre en el Instituto que la Superiora diera a cada Hermana 10 céntimos para el día de San Ignacio. Dijo que era muy poco y les dio lo que nunca hubieran soñado: una peseta a cada una. En más de una ocasión se prestó con sencillez y gozo a participar de las bromas que preparaba la comunidad el día 28 de diciembre.
El beato José Álvarez Benavides impuso la toquilla de postulante para la congregación a algunas candidatas; presidió ceremonias de primera profesión y de votos perpetuos; y acompañó los últimos momentos de las que el Señor fue llamando.
El segundo domingo de mayo de 1935, la casa se vistió de fiesta: el beato José Álvarez Benavides celebró la Misa en un nuevo altar y ante un nuevo retablo adornado con azucenas naturales y muchas luces.
El 13 de setiembre de 1936, mientras un grupo de Religiosas de María Inmaculada de la comunidad de Almería sufrían prisión por el solo hecho de ser religiosas, uno de sus mayores bienhechores, D. José Álvarez Benavides, Deán de la Catedral, era fusilado en el Pozo de Cantavieja, por el solo hecho de ser sacerdote. Porque lo era y porque su amor era más grande que el odio de sus verdugos, D. José Álvarez Benavides murió perdonando, siguió velando por sus pobres desde la otra rivera y hoy, 25 de marzo de 2017, nos alegramos porque la Iglesia, reconociéndolo públicamente como mártir de su fe inquebrantable en Jesucristo, lo ha proclamado beato.