martes, 6 de febrero de 2018

"Un remanso de paz"


Las Religiosas de María Inmaculada en Ciudad Real (1918-2018):

“un remanso[1] de paz”

María Digna Díaz RMI

He oído muchas veces aquello de que esta es la ciudad de las dos mentiras porque ni es ciudad ni es real… confieso que también yo lo he repetido alguna vez pero sean ustedes clementes conmigo que, para hacerme perdonar, proclamo hoy a los cuatro vientos que están cerca de cumplirse los seiscientos años desde que don Juan II rey de Castilla concediera el título de ciudad, acompañado de escudo con la leyenda de «Muy noble y muy leal» (1420), a la que el rey don Alfonso X el Sabio renombrara como Villa Real.
Yo no voy a entrar en detalles de una historia de la que soy profana, porque llegué a estas tierras desde una pequeña ínsula lejana, porque no quiero herir con mi ignorancia, y porque la excelente pluma de H. Concepción Notario ofrece a ustedes datos preciosos para situar en la historia las efemérides que nos congregan hoy aquí. Disculpénme también si vuelvo a entrar despacito y de puntillas en esta historia para sentir y saborear de nuevo la paz que muchas Religiosas de María Inmaculada hemos vivido en esta ciudad…
Estamos, pues, en la que es de pleno derecho, y no sólo de nombre: Ciudad Real, y a mí me sorprende muy agradablemente una curiosidad histórica que hermana[2], de alguna manera, a esta ciudad con Andújar y con Madrid: las tres dejaron por un tiempo de pertenecer a la Corona de Castilla para convertirse en señoríos del feudo de la Orden de Calatrava… El origen de la historia centenaria que hoy nos ocupa, se me antoja que vuelve en cierto sentido a hermanar a estas tres ciudades, porque una manchega ganó el corazón y la voluntad de una andujareña para traer a Ciudad Real una obra que tiene a Madrid por cuna y por madre a quien fue canonizada junto al manchego Juan Bautista de la Concepción.
Cuando me invitaron a estar hoy aquí y me regalaron el privilegio de poder decir algo, se me agolparon los sentimientos y me faltaron las palabras… Luego, con algo más de calma, sentí que, de lo mucho que pude aprender de esta tierra y de estas gentes, dominan en mi mente y en mi corazón su paz y su generosidad…; creo no engañarme si afirmo que, ante necesidades apremiantes y en momentos puntuales de la historia de la Congregación, esta casa ha ofrecido al Instituto un remanso de paz para el apostolado, para la formación, para el servicio de gobierno y para la atención a las Hermanas mayores y enfermas, a lo largo de estos cien años. Sin olvidar que familias y hogares de esta ciudad fueron auténticos remansos de paz para la comunidad cuando el conflicto de 1936 amenazó la seguridad y la vida de las hermanas Y todo ello gracias a la generosidad de una manchega, Teresa Medrano Rosales, que ganó para su causa a la andujareña María Teresa Orti y Muñoz.
Santa Vicenta María, que anduvo siempre muy escasa de recursos económicos para sostener y dar impulso a una obra apostólica de estricta beneficencia que la Iglesia le confió, lamenta algunas veces, aunque lo hiciera en tono más bien bromista, que las vocaciones vinieran con «prendas y habilidades», «muy finas y de familias respetables» pero «sin nada», «con muy poca cosa de pecunio» «sin más que sus buenas prendas» o «sin ninguna dote». Bien es verdad que la Santa, en un tono mucho más serio, afirma que: «Por dinero no me apuro, estoy persuadida de que Dios nos dará siempre el que necesitamos».
A M. María Teresa Orti le regaló el Señor, en un año de mucha escasez económica, de mucha preocupación por la falta de salud en un crecido número de religiosas, y de dificultades sin cuenta, una vocación para el Instituto que iba a dar mucha gloria a Dios por la santidad de su vida, y que traía al pie de la letra, no solamente lo que popularmente se expresa como “un pan bajo el brazo”, sino todos los medios para poner en pie un colegio para jóvenes sirvientas, en su ciudad natal, bajo el título y patrocinio de María Inmaculada.

Fundación

Europa vivía inmersa en una confrontación bélica que duraba desde julio de 1914 y no se abriría a negociaciones de paz hasta noviembre de 1918, para firmar finalmente un armisticio, en el Tratado de París de junio de 1919.
La neutralidad de España en la Primera Guerra Mundial, no pudo evitar el alza vertiginosa del coste de la vida, ni la escasez de los abastecimientos, ni las huelgas obreras, entre otras consecuencias. Los conflictos con el protectorado de Marruecos parecían no llegar a su fin, la aparición de las tesis anarquistas y comunistas planteaban nuevos retos a la doctrina católica. Las epidemias de gripe previas a la gran pandemia o gripe española de 1918, se cobraban numerosas víctimas cada año; la «ley del candado» contra las asociaciones religiosas, y las políticas de corte liberal y anticlerical dificultaban seriamente la vida y la acción de la Iglesia y sus instituciones. Este conjunto de realidades formaban parte del escenario en que el M. María Teresa Orti iba ampliando el campo apostólico en el que la Congregación estaba llamada a prestar su servicio a la Iglesia y a la sociedad.
Marcaba el calendario el 4 de junio de 1917 cuando M. María Teresa Orti comunicó a sus colaboradoras, reunidas con ella en Consejo, que «la señorita doña Teresa Medrano, huérfana, que está próxima a entrar en el Instituto, deseaba antes de ingresar fundar en su propia casa de Ciudad Real un Colegio nuestro dotándolo para su sostenimiento, con aprobación de su Director espiritual, el Excmo. Sr. Obispo de Oviedo[3] y del Exmo. Sr. Obispo de la diócesis que está muy interesado en dicha fundación, por lo cual se había pedido la licencia a la Santa Sede» (I LAcCon, p. 192-193).
Efectivamente, cuando Teresa Medrano puso a disposición de la M. General su «casa que es hermosa, con jardín grande, un corral que es más grande que una plaza de pueblo y otro patio central con plantas y piso bajo y principal con galería de cristales, [y] también una tiendita» con el deseo de que aquella casa se convirtiera en una Colegio de María Inmaculada para la acogida, formación y protección de las jóvenes sirvientas, la Madre acogió la idea, e ilusionada con la fundación, cursó inmediatamente la solicitud a Roma porque la «ley del candado» impedía la apertura de nuevas casas religiosas en España sin una autorización expresa de la Santa Sede.
Esto lo sabía bien M. María Teresa Orti desde que, en 1916, trató de realizar la fundación en Pamplona y tropezó con el inconveniente de que el Obispo no la autorizaba si no obtenía antes una licencia de Roma. La M. General, con la lección aprendida, envió la solicitud para fundar en Ciudad Real al Cardenal Antonio Vico, Protector del Instituto. La concesión no era fácil, pero el solio pontificio lo ocupaba Benedicto XV, amigo personal de la Madre Fundadora y de su sucesora, y protector incondicional de la Congregación; el Cardenal Vico, para la fundación en Pamplona, sin dudarlo, se había ido «directamente a Su Santidad, sabiendo el aprecio que profesa a V.R. –escribe a M. María Teresa- y a ese su Instituto, y tengo el gusto de participarle que la Secretaría de Estado ha encargado ya al Sr. Nuncio de Su Santidad de procurar el favorable despacho de la petición». Con estos antecedentes, la Secretaría de Estado y el Nuncio Apostólico no demorarían su respuesta a una nueva solicitud de parte del Instituto y concedieron en 1917 otra autorización para fundar, esta vez, en Ciudad Real.
El año de 1917 fue muy intenso para M. María Teresa Orti. Comenzó con un hecho significativo y gratificante: los periódicos publicaron un edicto del Obispo de Madrid  solicitando la entrega de los escritos de la sierva de Dios, Vicenta María López y Vicuña; y en los meses de marzo y julio respectivamente, se realizaron los “procesillos rogatoriales de Valencia y Barcelona”. En otro orden de cosas, aquel año ofreció sobrados motivos de prueba para la Madre General. El grado de madurez que había alcanzado el Instituto, su crecimiento demográfico, su expansión, el reconocimiento y los frutos de la obra social y apostólica por una parte; y por otra, los límites que su precaria salud le imponían para el ejercicio de su cargo, fueron otros tantos motivos que tuvo M. María Teresa Orti para persuadirse de que era llegado el momento del relevo y trató de dejar vía libre a la que el Capítulo general eligiera para gobernar el Instituto. Pero sus cuentas no cuadraron con las de la Divina Providencia: la autoridad de la Iglesia frenó su renuncia, el Capítulo la postuló como Superiora General y Roma la nombró para otros seis años; Dios le regaló una ocasión privilegiada para comprender, como dirigida a ella misma, la respuesta que había dado a san Pablo: «Mi gracia te basta, que mi fuerza se muestra perfecta en la flaqueza» (2 Co 12,9). M. María Teresa asumió que su propia debilidad, un elevado número de religiosas enfermas, doce fallecidas[4] y diecinueve abandonos a lo largo del año, no eran motivo que pudiera hacer tambalear aquella certeza, por más que en el mes de julio tuvo la impresión de que habían «tocado a enfermar Superioras»[5].
 M. María Teresa Orti sabía bien que, cuando entra en juego la gloria de Dios, todo pasa a un segundo plano, y no dudaba ella ni podía dudar de que en el plan de Teresa Medrano hubiera en juego mucha santidad y mucha gloria de Dios. Las jóvenes que llegaban a Ciudad Real obligadas por la necesidad de abandonar sus casas procedían de hogares sanos sobre los que se cernía una nube de incertidumbre y temor al ver alejarse de ellos a sus hijas «en la edad más crítica por el desarrollo de las pasiones, -según expresión de Manuel María Vicuña- y por los riesgos a que se veían expuestas sin nadie que las vigilara y dirigiera». La fundación en Ciudad Real se ofrecía pues, como un remanso de paz para el corazón y el espíritu de M. María Teresa Orti, para las jóvenes inmersas en una situación que les podría ser adversa, para las familias acomodadas que podrían tomar a su servicio jóvenes menos desconocidas y con mayores garantías para la salvaguarda de sus hogares, y para la conciencia de los padres de las mismas jóvenes que podrían descansar tranquilos sabiendo que para sus hijas, en Ciudad Real, se abrían las puertas de un nuevo hogar en el que además de la acogida encontrarían medios para su formación humana, cristiana, cultural y profesional.
La temperatura ambiente, de seis grados bajo cero, poco tenía que ver con el entusiasmo y el ardor que animaba el corazón y la voluntad de quienes habían recibido nuevo destino y salieron de la Casa Madre, mientras la Madre General se veía obligada a guardar cama en Madrid, para poner en Ciudad Real el broche de oro a un año particularmente complicado en el largo gobierno de M. María Teresa Orti.
Con la gracia propia de los españoles nacidos al sur de Despeñaperros, M. María Teresa, escribió a M. María de San Luis de Caso, por entonces superiora y maestra de novicias en Logroño, el día de Reyes:
Verdaderamente que apena las noticias de este cruel invierno, V.R. sabe las dificultades y penalidades de ahí, pero ¿y las de Burgos, Pamplona, Valladolid, Zaragoza y aún Barcelona que tuvieron que dejar depositada a M. Vicenta María, q.e.p.d. por no permitir el temporal terminar el entierro; y en Valencia que la casa está para verano; Málaga, que ha nevado; Oviedo incomunicadas desde no sé cuando, etc. etc. por el temporal de nieves? esas las sé y también veo las de aquí; heladas han estado tres o 4 días, fregando con nieve y yendo a la casa de las chicas, Nazaret, para la de beber. El termómetro a 5 bajo cero dentro de casa, y en mi cuarto todo cerradito y yo en cama a 3 bajo cero. En el Noviciado sin lavar hace dos semanas por estar helado el pilón de donde va el agua al lavadero. La salida de las fundadoras de Ciudad Real fue célebre; las esperaban allí el 30, pero ni coches, ni tranvías, ni nada circulaba de 10 a 11 de la mañana hora de salir de casa; se quedaron pues, y como la fiesta estaba preparada con invitaciones y demás para el 1º, salieron el 31 en el tranvía y sin equipajes; pues ni ómnibus, ni coches de punto, ni carros, salían a la calle. En fin, ya están allí y esperamos será para gloria de Dios, solo están 5; 3 Madres y 2 Hermanas, pues dos habían de salir de Toledo y fue imposible por no salir los coches para la estación[6].
El día de Año Nuevo, tal y como estaba previsto, el señor obispo, Don Francisco Javier e Irastorza, celebró la Eucaristía y dejó reservado el Santísimo en el mismo Oratorio que había en la casa y para el cual doña Teresa Rosales y Medrano y su hija Teresa Medrano, habían obtenido, en 1905, la gracia de que pudieran celebrar allí hasta dos misas diarias y que fuera válida para cumplir con el precepto dominical la que se celebrara en los días de precepto.

Apostolado

Para las jóvenes que, dejando atrás la familia, el hogar, el pueblo y el ambiente conocido en el que han crecido, se lanzan a un mundo desconocido, inseguro y lleno de peligros, capaz de hacer anidar en sus vidas la desconfianza, la incertidumbre y el miedo, poniendo en peligro su salud, su integridad y la paz de sus corazones, el colegio de María Inmaculada constituye,  a partir de 1918, un remanso de paz en el que pueden vivir la certeza de no estar solas, de poder conservar o recuperar la serenidad y la confianza propias de un hogar que les abre de par en par sus puertas en la calle Caballeros…
Las primeras colegialas de María Inmaculada no tardaron en empezar a hablar de «las dos Madres del cielo», refiriéndose a la Virgen Inmaculada y a la Madre Vicenta María que, en sendos cuadros presidían sus fiestas principales y los actos de entrega de premios a las que reunían las condiciones requeridas de: fidelidad y constancia en el cumplimiento de sus deberes y en su compromiso cristiano, y perseverante puntualidad en la asistencia y participación a las actividades formativas, lúdicas y religiosas que les ofrecía el Colegio. Fue normal durante años, ver al señor Obispo o a un representante suyo presidiendo las fiestas de las chicas, acompañado por otras dignidades eclesiásticas y por los padres de la Compañía de Jesús.
Las celebraciones de la Inmaculada, contaban con una participación masiva en la Misa de Comunión general por la mañana; y por la tarde, en una procesión con la imagen de la Virgen, precedida por el estandarte de las Hijas de María, que, a través de las galerías, iba desde la capilla hasta el salón de la dominical, donde se había preparado previamente un altar, que a las chicas les «parecía un trocito de cielo». Allí ofrecían a la Virgen, sus versos y cánticos como testimonio de amor filial, pidiéndole, al estampar su beso en el estandarte, no separarse jamás de su amor maternal. La respuesta de la Madre se materializaba, por mano de las religiosas «en un riquísimo chocolate con bollos» que las chicas acompañaban con «vivas a la Inmaculada, al Colegio y a las Madres que, llenas de alegría, iban de un lado para otro, ya sirviendo agua, chocolate, bollos, gozando de ver tan contentas a las chiquitas». Llegado el  momento, a las chicas les costaba salir de este remanso de paz y nunca lo hacían sin haber prometido a la Virgen ser fieles hijas y sin haber dado gracias a Dios por sentirse tan amadas. Cumplidos estos requisitos, volvían a sus ambientes de trabajo llevando con ellas el tesoro más preciado: la paz interior que se manifiesta y se transmite a través de la mirada, la sonrisa, la palabra, el deber cumplido y los pequeños gestos de la vida cotidiana.
Nuestro reconocimiento y gratitud hoy por cada una de las niñas, adolescentes y jóvenes, que a lo largo de estos cien años pasaron por esta casa y siguieron luego su camino, dejando caer a su paso semillas de Evangelio.

Formación

De Ciudad Real o su provincia entraron en la Congregación, antes de 1918, Loreto Giménez (1879), natural de Campo de Criptana que tomó el nombre religioso de María Luisa, pero salió antes de emitir la primera profesión; Dolores Añón (1911) natural de  Almodóvar del Campo, que profesó con el nombre de María de San Bernardo y falleció en Málaga en 1944; Enriqueta Borondo (1915) de Daimiel, que profesó como María Custodia de Jesús y falleció en Lima, Perú, en 1978; Victorina Fernández (1917) de Ciudad Real, que entró en la Congregación cuando ya se negociaba una fundación en su ciudad natal, vistió el hábito como María Victoria de Jesús y profesó in articulo mortis, unos días antes de morir en esta casa de Ciudad, el 2 de diciembre de 1920.
La casa de Ciudad Real pareciera que nacía como “predestinada”, para acoger y acompañar los primeros pasos hacia la vida consagrada de muchas religiosas de María Inmaculada. Yo no sé si pensaron darle mayor esplendor a la inauguración, con la imposición de la toquilla a la fundadora de la casa, como postulante, o si, por el contrario, fijaron la fecha de inauguración para celebrar su ingreso en la Congregación. Yo lo único que sé es lo que he dicho a ustedes hace un momento, que en junio de 1917 «la señorita doña Teresa Medrano, huérfana, que [estaba] próxima a entrar en el Instituto, deseaba antes de ingresar fundar en su propia casa de Ciudad Real un Colegio nuestro». Y sabemos también que M. María Teresa Orti comunicó a las comunidades, como el mejor regalo de la Navidad de 1917 la inminente fundación en Ciudad Real, fijando para el día de la «Circuncisión del Señor, la fiesta inaugural, con la particularidad de tomar en ella la toquilla la fundadora».
Lo cierto es que la imposición de la toquilla de postulante, primer paso hacia la vida religiosa, se programó para el mismo día de la inauguración de la casa y que si se cambiaron los planes, fue en atención a la familia Medrano que, al parecer, no veían con buenos ojos todos los pormenores de la fundación, sin que haya ningún indicio de que fueran contrarios a ella, sino más bien todo lo contrario, don José Medrano donó la más grande de las campanas y no era raro verle llevando el palio en las procesiones con el Santísimo que se realizaban para las sirvientas en el Colegio de María Inmaculada con motivo de la festividad del Corpus.
La sencilla ceremonia de admisión de Teresa Medrano como postulante a la vida religiosa, en la Congregación de Religiosas de María Inmaculada, en la que había sido su casa, era solamente la primera de las muchas otras que se vivirían en Ciudad Real.
Admitida al Instituto, Teresa Medrano viajó a Madrid para transcurrir el tiempo de su formación a la vida religiosa bajo la dirección de M. María Gertrudis Marrugat. El Consejo General, reunido el 12 de junio de 1918, la admitió sin reservas a vestir el hábito religioso, pero había que solicitar una dispensa a Roma porque Teresa Medrano había cumplido ya los 45 años. El Cardenal Vico hizo el negociado y, sin pérdida de tiempo, envió la concesión de la gracia mediante un telefonema que M. María del Socorro Peñalver agradeció puntualmente en nombre de la M. General, comunicando al Cardenal que la ceremonia se verificaría en Ciudad Real. Convertida en H. María del Prado, volvió a Ríos Rosas donde vivió  el tiempo de su noviciado, más contenta que en su propia casa, según testimonio de D. Francisco Javier Baztán y Urniza, Obispo de Oviedo.
Yo no sé si M. María Teresa Orti pensó alguna vez en traer el Noviciado a Ciudad Real y no parece muy probable, puesto que había establecido ya el segundo en Logroño. Sí sé que destinó a esta casa a algunas Novicias. De hecho la primera hermana fallecida aquí, H. María Victoria de Jesús Fernández Rodero, emitió sus votos “in articulo mortis” unos días antes de su muerte, ocurrida el 2 de diciembre de 1920, como ya hemos dicho, a los treinta años de edad.
Antes de fundar en Ciudad Real, cuando la casa de Ríos Rosas ya era pequeña para acoger a todas las novicias admitidas en el Instituto, M. María Teresa Orti miró hacia el norte y puso los ojos primero en Barcelona y luego en Logroño. La catalana M. María de la Concepción Marqués movió las casas de formación hacia las fronteras: Bilbao, Errazu, Salamanca… y más allá de los límites de España, a Braga (Portugal) y París (Francia), porque el temporal político imponía mucha cautela. La aragonesa M. María de San Luis de Caso, pensó en la conveniencia de que cada Provincia del Instituto tuviera su propio noviciado y, puesto que la de Jesús lo tenía en Madrid y la de María en Logroño, miró hacia Cascante y concibió el proyecto de establecer allí el de la provincia de San Ignacio.
El desarrollo urbanístico de Madrid no garantizaba el recogimiento y las condiciones propias para la formación de las novicias en la calle de Ríos Rosas y M. María de San Luis se planteó comprar una casa o terreno para edificarla en un lugar más apropiado. Para la realización de ese plan le concedió autorización la Santa Sede en 1943, pero la sorprendió la muerte antes de poder realizar su proyecto[7].
Como sucesora suya en el gobierno de la Congregación fue elegida la manchega M. María de la Redención Navas que, al igual que todas sus predecesoras en el gobierno del Instituto, también había sido maestra de novicias, y había compartido con M. María del Prado Medrano, además de su origen manchego, la formación en el noviciado.
Los ocho años que pasó M. María de la Redención, como Maestra de novicias en Ríos Rosas, le sirvieron para saber de primera mano lo que se necesitaba para garantizar la formación espiritual y religiosa en los años previos a la consagración y entendió que no necesitaba embarcarse en el proyecto concebido por M. María de San Luis, porque que Ciudad Real, su iglesia diocesana y la casa donada por Teresa Medrano con sus patios, sus galerías, su particular gruta de Lourdes y su espléndida capilla le estaban ofreciendo el mejor remanso de paz para madurar y discernir vocaciones.
El 12 de octubre de 1952, fiesta de nuestra Señora del Pilar y día de la Hispanidad, inauguraba su nueva sede en Ciudad Real, el que en la Congregación seguía llamándose “Noviciado de Jesús”. Ciudad Real  y Madrid han sido las únicas sedes en las que el Noviciado de Jesús tuvo el privilegio de ser la única casa de formación para las Religiosas de María Inmaculada, y no fue gratuita o casual la fecha para su establecimiento en Ciudad Real. Porque el Señor así lo quiso y porque la iglesia y el clero diocesano nos regalaron las mejores garantías de una  óptima formación, bajo la mirada y la protección de María Inmaculada, la casa de las Religiosas de María Inmaculada en Ciudad Real anota entre sus gestas la de haber tenido el privilegio en toda la historia del Instituto de acoger entre sus muros candidatas a la vida religiosa llegadas desde India, Italia, Francia, Portugal, México, Brasil y Perú.
Decirles a ustedes cuántas han sido, en números reales, las novicias que han pasado por el “Noviciado de Jesús” en los años que ha tenido su sede en esta casa, requeriría un trabajo de investigación que supera los límites de esta celebración, pero es cierto que Ciudad Real tuvo el privilegio de acoger el único noviciado que en la historia del Instituto nunca cerró sus puertas. Nació tímidamente el 16 de julio de 1876 con seis vocaciones de las que cuajaron solamente dos. El noviciado creció con los años y al ritmo del desarrollo del Instituto, pero nunca fue tan numeroso como en los años en que estuvo en Ciudad Real.
Permítanme hoy, en nombre de todas las que tuvimos por cuna de nuestra consagración religiosa esta casa, darles las gracias: a los Obispos y al clero de Ciudad Real, de quienes aprendimos a ser y sentirnos iglesia diocesana, gracias a los que con su doctrina y sus ministerios alimentaron nuestra formación y nuestra vida espiritual; gracias a las gentes de esta ciudad que con envidiable sencillez nos hicieron sentir tan ciudadanas de esta tierra como ellos, y nos ayudaron a reforzar nuestra identidad mariana, porque como relata magistralmente H. Concepción Notario, no se puede ser ciudarrealeño sin ser mariano; y aunque tal vez me falte el aire, permitánme agradecer especialmente a Abenójar, Alcázar de San Juan, Alcolea de Calatrava, Alhambra, Almadén, Almadenejos, Almagro, Almedina, Almodóvar del Campo, Arenas de San Juan, Argamasilla de Calatrava, Brazatortas, Cabezarados, Calzada de Calatrava, Campo de Criptana, Carrión de Calatrava, Carrizosa, Ciudad Real, Consuegra, Corral de Calatrava, Daimiel, Fernán Caballero, Fontanarejo de los Montes, Fuencaliente, Fuente del Fresno, Granátula de Calatrava, Hinojosa de Calatrava, Infantes, La Poblachuela, La Solana, Los Pozuelos de Calatrava, Malagón, Manzanares, Membrilla, Miguelturra, Minas de Horcajo, Moral de Calatrava, Navalpino de los Montes, Porzuna, Puertollano, Retuerta del Bullaque, Santa Cruz de Mudela, Torre de Juan Abad, Torrenueva, Valdepeñas, Valenzuela de Calatrava, Valverde, Villahermosa, Villamayor de Calatrava, Villanueva de la Fuente, Villanueva de los Infantes, Villarubia de los Ojos y Viso del Marquez el habernos regalado, entre todos ellos, más de ciento treinta vocaciones religiosas para la Congregación.

Gobierno

También para el servicio de gobierno del Instituto ofreció la casa de Ciudad Real un remanso de paz y tranquilidad envidiable. La Casa Provincial siguió al Noviciado desde Ríos Rosas a Salamanca. En 1941, por razones de tipo práctico y mayor facilidad de comunicación entre las casas de la Provincia, localizadas casi todas en Andalucía, Enriqueta María Contreras trasladó la sede de su gobierno a Sevilla. Una vez establecido el Noviciado en Ciudad Real, María Natividad de Jesús García Gozalvez, de quien se decía que le gustaba mucho pasar la Navidad con las novicias, trasladó la sede del Gobierno provincial de Sevilla a Ciudad Real en 1955, y desde esta casa gobernaron también María Mercedes Jiménez Casquet y María Engracia Marin Serrano. En 1979, fue María Sagrario Guerrero Merino quien, por los mismos motivos que pesaron en 1941, llevó de nuevo la casa provincial a Andalucía y la estableció en Córdoba.

Enfermería

Cuando se cumplen cien años de una casa que ha sido cuna de vocaciones para tantas religiosas de María Inmaculada, nace en el corazón un profundo sentimiento de gratitud que invade el alma y obliga a entrar de puntillas y a pie descalzo en un edificio cuyos espacios han sido remodelados y se ha convertido en nido de la santidad del Instituto… Ciudad Real es una casa privilegiada: desde 1952 hasta 1980 fue un semillero cargado de promesas; por sus patios y pasillos bullían la ilusión y el entusiasmo de los primeros tramos del camino, en su capilla fueron tomando forma propósitos de santidad y generosa entrega… era un estallido de vida que daba un especial encanto a esta casa y si me lo permiten, también a la ciudad. La siembra fue generosa y de aquella sementera (como del resto de los noviciados),  se recogieron doradas espigas, que fueron dejando caer parte de sus granos en el molino de la vida, donde fueron triturados para ser harina y pan…  otros han vuelto aquí para convertir esta casa en sementera de santidad como el mejor sello de calidad y el más valioso testimonio de que esta aventura vale la pena…
No sé si es el lugar o el momento, pero permítanme rendir hoy un homenaje de gratitud a las Hermanas mayores que he conocido desde que tuve mi primer contacto con el Instituto y permítanme hacerlo con un guiño particular a las de esta casa centenaria de Ciudad Real, donde tuve el privilegio de dar mis primeros pasos en la vida religiosa. No puedo silenciar aquí los nombres de Vicenta María Rodríguez de Arce, María Jesús Villalba, Miguelina Ferrer, Paula Bachiller, Teresa María Vallés, María del Dulce Nombre Iglesias, María del Prado Valencia, María Isabel Lacarte, María de Borja Permisán… las hermanas mayores y enfermas de mis años de noviciado… La Congregación, que confió a las jóvenes y a la Iglesia que peregrina en Ciudad Real, las primicias de centenares de vocaciones religiosas, ahora les regala el sello de la perseverancia en la entrega a Dios en las personas de estas hermanas, que se presentan cada día ante el Señor con sus manos gastadas y sus corazones llenos de nombres, y se preparan para el único examen al que serán sometidas: el del amor, sabiendo que no les va a pedir nada porque sabe bien el Señor que «todo lo han dejado en la arada en tiempos de sementera… allí sembraron ardores… y allí vuelve Dios los ojos…, porque allí dejaron sus flores de consuelos y de amores».
Ciudad Real, 3 de febrero de 2018


[1] RAE: Lugar o situación en que se disfruta de algoUn remanso DE paz.
[2] Ciudad Real se encuentra hermanada con las localidades de: College Station (Estados Unidos); San Cristóbal de las Casas (México); Târgovişte (Rumanía) y Arafo (España), en las islas Canarias.
[3] Francisco Javier Baztán y Urniza, Provisor, Vicario General y Gobernador Eclesiástico del Priorato de las Órdenes Militares en Ciudad Real, hasta ser preconizado para la diócesis de Oviedo. En Ciudad Real fue también Director de “Las Doctrinas”, para instruir y moralizar la clase obrera; de las Escuelas Dominicales y de las Conferencias de San Vicente de Paul. (Cf. Javier IBARRA, Biografías de los ilustres navarros del siblo XIX y parte del XX, t. IV, Pamplona 1953, p. 49)
[4] M. María Asunción Carrera (+Barcelona 1.02.1917) – M. Vicenta María Romero, superiora en Barcelona (+19.12.1917)
[5] En julio de 1917, estaban enfermas, las superioras de: Barcelona, M. Vicenta María Romero y Yagüe (que ya no pudo asistir al Capítulo General); Zaragoza, M. Jesús María Elosua; Málaga, M. Patrocinio de María Inmaculada Agrela; Córdoba, M. María del Sacramento Gómez
[6] CarMTO a MSL en Logroño. Madrid, 6.01.1917, AGRMI-Roma 3-21-5/35.
[7] Cf. Consejo del 18.02.1943. II AcCon, p. 210.

3 comentarios:

  1. Me ha encantado. Gracias por tu dedicación

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  2. GRACIAS a las que de mil maneras haceis posibles estas cosas.

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  3. Hola Maria Digna,mil gracias por acercanos a la historia hermosa de nuestra casa de Ciudad Real.Yo,personalmente guardo en mi corazón tantos recuerdos del Noviciado que me acogió como madre,para seguir mi formación como novicia.Doy gracias a Dios por tantas hermanas que tuve la dicha de conocerlas tanto las hermanas mayores que hoy están gozando de la presencia del Señor.!Gracias!

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