miércoles, 2 de marzo de 2016

Un día como hoy... 2 de marzo

Un día como hoy, el 2 de marzo de 1869, fallecía en Madrid Manuel María Vicuña y García, alma e impulso de las obras de caridad llevadas a cabo por su hermana María Eulalia y un grupo de mujeres que la secundaban y ayudaban hasta hacerse una con ella.
Manuel María defendió como nadie la obra de acogida y formación de las jóvenes, que a mediadios del siglo XIX, se veían obligadas a abandonar sus hogares en busca de un trabajo remunerado que aliviara las necesidades básicas de ellas y de sus familias. Entre sus escritos, contamos con una contestación hecha por Manuel María en mayo de 1860, cuando sus compañeros tomaron algunas decisiones que iban en contra de los intereses de las jóvenes más necesitadas y amenzaban con malograrla:

  Después de dar gracias a la junta por su deferencia en parte hacia mi opinión expuesta en mis comunicaciones anterio­res, me creo por lo demás en el caso de manifestar que mis convicciones son cada vez mayores respecto a la inmensa importancia y necesaria ejecución de nuestra obra a favor de las sirvientas, consignada en los Estatutos y aceptada en principio, que es lo que corresponde, por parte de los Sres. propietarios de la casa en el acta de convenio para la erección del Noviciado, suscrita por los mismos con el Excmo. Sr. Claret y con el Sr. Tenorio. Dios permite que yo tenga que apoyarme en estos dos documentos para sostener una fundación que principiada hace siete años sin más recursos que la Providencia cuenta hoy con tantos o mayores que cualquiera otra de las de su tiempo, teniendo además en su favor no solo la más decidida voluntad de las Señoras asociadas que se han consagrado a trabajar en ella, sino también el interés recíproco de todas las clases de la sociedad o público de Madrid. Así pues, yo quisiera que los Sres. que son dueños conmigo de la casa adquirida para dicho establecimiento alentaran su buena voluntad conside­rando que nuestra importante misión de caridad consiste principal­mente en hallar y establecer permanentemente los medios de relación entre dos tendencias mutuas y necesida­des recíprocas, que ofrecen grandes resultados finales, esto es, la de las sirvientas, que buscan casas de confian­za, y la de éstas, que anhelan tener buenas criadas. Al discurrir yo sobre las dificultades que se presentan para resolver este problema, creo compensadas providencialmente las penalidades que éstas producen con la satisfacción que experimento cuando a la luz de la reflexión, respecto del porvenir se me abren nuevos horizontes. Iré diciendo lo que considere más oportuno.
  Sin elevarme a disertar respecto a cuanto pueden en la mujer los sentimientos del pudor, ni sobre las causas que muchas veces llegan a oscurecer estos, me basta por ahora, llamar la atención acerca de que casi todas las familias pobres y muchas que no lo son enteramente tienen que sacar para los pueblos mayores a fin de colocarlas de sirvientas sus jóvenes hijas en la edad más crítica por el desarrollo de las pasiones, y por los riesgos a que se ven expuestas. Esta muchedumbre de jóvenes, casi innumerable en Madrid, fluctúa en medio de los azares de la sociedad, porque carecen de sus madres o familias que las vigilen y dirijan, ni aún existen ya las ideas que hacían punto de honor a continuar los frecuentes desacomodos y demás inconsidera­ciones tan frecuentes hoy en el servicio doméstico; y así, vienen a ser tantas incautas víctimas de la disolución e instrumento principal de la perversión pública. Pero aún en este estado, acérquese a ellas la caridad vivificadora, y serán las menos o muy pocas las que no se levanten de su lecho de muerte. Guiados por el ejemplo de los santos más distinguidos por su caridad con los pecado­res, así nos lo atestigua la diaria experiencia. ¡Cuánto más no podrá conseguirse de las jóvenes no estragadas si se las protege y dirige! Mas, entretanto la desmoralización crece hasta el punto de que, a cada hora las criadas hacen inseguras las casas de sus amos; y para ocurrir (sic) a tanto mal, todas las clases acomodadas desean preservativos y remedios, de modo que para contrarrestar en su origen la corrupción de costumbres puede contarse, después de Dios, con el grande móvil de los intereses particula­res, que buscados con acierto nos darán la cooperación mayor o menor de todas las familias que necesiten sirvientas. Así pues, debemos comprender, que el grande medio para llevar a cabo nuestra importante misión consiste en traer a centros determinados estos intereses recíprocos, haciendo que nuestra obra descanse sobre institu­ciones que tengan un lazo común y a donde procuremos venir, directa o indirectamente, en el mayor número posible, las sirvientas y las amas o Sras. de casa. Este lazo es la enseñanza, particularmente de la Doctrina cristiana; y la institu­ción para la generalidad de las personas es la de las escuelas dominica­les que sean convenientemente estableci­das para adultos. Aquí vienen a enlazar mis ideas no sólo con las del Sr. Teno­rio, sino también con las del P. Cuevas, fundador de las dominicales en España.


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