Manuel María defendió como nadie la obra de acogida y formación de las jóvenes, que a mediadios del siglo XIX, se veían obligadas a abandonar sus hogares en busca de un trabajo remunerado que aliviara las necesidades básicas de ellas y de sus familias. Entre sus escritos, contamos con una contestación hecha por Manuel María en mayo de 1860, cuando sus compañeros tomaron algunas decisiones que iban en contra de los intereses de las jóvenes más necesitadas y amenzaban con malograrla:
Después de dar gracias a la junta por su deferencia en parte hacia mi
opinión expuesta en mis comunicaciones anteriores, me creo por lo demás en el
caso de manifestar que mis convicciones son cada vez mayores respecto a la inmensa
importancia y necesaria ejecución de nuestra obra a favor de las sirvientas,
consignada en los Estatutos y aceptada en principio, que es lo que corresponde,
por parte de los Sres. propietarios de la casa en el acta de convenio para la
erección del Noviciado, suscrita por los mismos con el Excmo. Sr. Claret y con
el Sr. Tenorio. Dios permite que yo tenga que apoyarme en estos dos documentos
para sostener una fundación que principiada hace siete años sin más recursos
que la Providencia
cuenta hoy con tantos o mayores que cualquiera otra de las de su tiempo,
teniendo además en su favor no solo la más decidida voluntad de las Señoras
asociadas que se han consagrado a trabajar en ella, sino también el interés
recíproco de todas las clases de la sociedad o público de Madrid. Así pues, yo
quisiera que los Sres. que son dueños conmigo de la casa adquirida para dicho
establecimiento alentaran su buena voluntad considerando que nuestra importante
misión de caridad consiste principalmente en hallar y establecer
permanentemente los medios de relación entre dos tendencias mutuas y necesidades
recíprocas, que ofrecen grandes resultados finales, esto es, la de las
sirvientas, que buscan casas de confianza, y la de éstas, que anhelan tener
buenas criadas. Al discurrir yo sobre las dificultades que se presentan para
resolver este problema, creo compensadas providencialmente las penalidades que
éstas producen con la satisfacción que experimento cuando a la luz de la
reflexión, respecto del porvenir se me abren nuevos horizontes. Iré diciendo lo
que considere más oportuno.
Sin elevarme a disertar respecto a cuanto pueden en la mujer los
sentimientos del pudor, ni sobre las causas que muchas veces llegan a oscurecer
estos, me basta por ahora, llamar la atención acerca de que casi todas las
familias pobres y muchas que no lo son enteramente tienen que sacar para los
pueblos mayores a fin de colocarlas de sirvientas sus jóvenes hijas en la edad
más crítica por el desarrollo de las pasiones, y por los riesgos a que se ven
expuestas. Esta muchedumbre de jóvenes, casi innumerable en Madrid, fluctúa en
medio de los azares de la sociedad, porque carecen de sus madres o familias que
las vigilen y dirijan, ni aún existen ya las ideas que hacían punto de honor a
continuar los frecuentes desacomodos y demás inconsideraciones tan frecuentes
hoy en el servicio doméstico; y así, vienen a ser tantas incautas víctimas de
la disolución e instrumento principal de la perversión pública. Pero aún en
este estado, acérquese a ellas la caridad vivificadora, y serán las menos o muy
pocas las que no se levanten de su lecho de muerte. Guiados por el ejemplo de
los santos más distinguidos por su caridad con los pecadores, así nos lo
atestigua la diaria experiencia. ¡Cuánto más no podrá conseguirse de las
jóvenes no estragadas si se las protege y dirige! Mas, entretanto la
desmoralización crece hasta el punto de que, a cada hora las criadas hacen
inseguras las casas de sus amos; y para ocurrir (sic) a tanto mal, todas las
clases acomodadas desean preservativos y remedios, de modo que para
contrarrestar en su origen la corrupción de costumbres puede contarse, después
de Dios, con el grande móvil de los intereses particulares, que buscados con
acierto nos darán la cooperación mayor o menor de todas las familias que
necesiten sirvientas. Así pues, debemos comprender, que el grande medio para
llevar a cabo nuestra importante misión consiste en traer a centros
determinados estos intereses recíprocos, haciendo que nuestra obra descanse
sobre instituciones que tengan un lazo común y a donde procuremos venir,
directa o indirectamente, en el mayor número posible, las sirvientas y las amas
o Sras. de casa. Este lazo es la enseñanza, particularmente de la Doctrina cristiana; y la
institución para la generalidad de las personas es la de las escuelas dominicales
que sean convenientemente establecidas para adultos. Aquí vienen a enlazar mis
ideas no sólo con las del Sr. Tenorio, sino también con las del P. Cuevas,
fundador de las dominicales en España.
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