jueves, 6 de junio de 2013

MES DE JUNIO - Sagrado Corazón de Jesús - Del 6 al 10


El Sagrado Corazón preside la escalera en la Casa Madre

Reparación de las blasfemias


Día 6º Guardar el silencio con especial cuidado y actos de alabanza al Sacratísimo Corazón.

Día 7º No decir palabra alguna que pueda molestar a nadie y actos de reparación por todos los pecados que se cometen con la lengua.

Día 8º No decir nada que pueda redundar en alabanza propia. Actos de adoración al Corazón Sacratísimo.

Día 9º Mortificación de la lengua no haciendo preguntas para satisfacer la curiosidad, etc. Actos de unión con el Corazón Sacratísimo.

Día 10º Ejercitarse en la dulzura y paciencia. Frecuentes peticiones al S.C. por la conversión de los pecadores.
 


EL CORAZÓN DE JESÚS Y VICENTA MARÍA
(Tomado de: H- Rossana Huamán Gutiérrez RMI, La devoción al Sagrado Corazón de Jesús en Santa Vicenta María López y Vicuña.)
       La devoción al Sagrado Corazón de Jesús es uno de los rasgos más marcados de la espiritualidad de Vicenta María. La vivencia de esta devoción de la Santa se abre y cierra en dos momentos: el primero se expresa en un dibujo de tres corazones que regala a su tía María Eulalia por su santo en 1867. El segundo se resume en una frase de su últimos Ejercicios en 1889: el Corazón de Cristo es el "com­pendio de los Ejercicios".
                  A. El símbolo
                  El 10 de Diciembre de 1867, Vicenta María, felicita por su santo a su tía María Eulalia regalándole el dibujo de que antes se habla: aparecen en él tres corazones: el Corazón de Cristo, el Inmaculado Corazón de María y el corazón de su propia tía.
                  El dibujo es una clara expresión de la vivencia personal de la Santa. El resto de su vida no será más que un continuo introducir la devoción al Corazón de Jesús, hasta los niveles más profundos de su existencia.
                  En su dibujo, recalca Vicenta María los signos propios de la devoción: la llaga, abierta y sangrante; la cruz en medio de una llama de fuego que arde en la parte alta del Corazón, ceñido de espinas.
                  El Corazón de María, lo envuelve, como es costumbre, una corona de rosas y una espada lo traspasa. En vez de una cruz, surgen del fuego tres azucenas.
                  Debajo de los sagrados corazones, y a distancia equidis­tante queda el corazón de su tía María Eulalia. Aparece taladrado por seis clavos. El número corresponde según Vicenta María a seis sufrimientos que punzan amargamente a Dª María Eulalia. La sobrina los anota cuidadosamente: "Recuer­do de los difuntos. Asilo de Sirvientas. Extraviadas del mismo. Ausencia de la sobrina. S. Juan de Dios. Sufrimientos domésti­cos."
                  Vicenta María deja traslucir también las propias actitu­des internas ante los corazones dolientes de Jesús y María. Al pie del dibujo da su respuesta personal. No es otra que la confianza y abandono completo que expresa con estas palabras:

                                    "Convino que Jesús y María padeciesen para entrar en la gloria, y el siervo no ha de ser más que su Señor; pero ¿quién se desalienta, si exclama con S. Pablo: Todo lo puedo en Aquel que me conforta y, más habiendo oído de la boca del mismo Dios: Vuestras tristezas se convertirán en gozo?"
                  La llaga, la cruz, la llama y la corona de espinas
                  Como ya hemos visto, Vicenta María representa el Corazón de Cristo con los cuatro elementos significativos de la devoción: la llaga, la cruz, la llama y la corona de espinas. Son los símbolos con que se manifestó el Divino Corazón a Santa Margarita María:

                                    "Este divino corazón me fue presentado en un trono de llamas, más brillante que el sol y transpa­rente como cristal con la llaga adora­ble y rodeado con una corona de espinas que signifi­caba las punzadas que le hacían nues­tros pecados, y una cruz encima significaba que desde los primeros instantes de su Encar­nación, es decir, desde que este Sagrado Corazón fue formado, la cruz fue plantada en El, y fue colmado, desde los primeros instan­tes de todas las amarguras que le debían causar las humillacio­nes, pobreza, dolor y desprecio que la sagrada humanidad debía sufrir durante todo el curso de su vida y en su sagrada pasión".
                  Sobre estos símbolos vuelve, Vicenta María una y otra vez en los momentos de mayor intimidad con el Señor.
                  Así por ejemplo, en los Ejercicios de 1868, al contemplar la Pasión, escribe:
                                    "Viendo a Jesús azotado, despedazado, coronado de espinas, crucificado, ¿quién querrá regalos y gustos? Vos ultrajado por los sacerdotes, solda­dos y toda clase de gentes, con todo género de ignomi­nias, ¡y pretenderé yo estimación! ¿Ha de ser el siervo más que su Señor? Preciso es estar dispuesto a sufrir desprecios en vista de los de Jesús; ...
                                    Jesús clavado en una cruz, todo hecho una llaga por mí: ¿y yo no me sacrificaré en corresponden­cia justísima? Renuncie a todos mis gustos y abráceme con la cruz?"
                  Al año siguiente se detiene a contemplar en particular al Señor coronado de espinas.
                                    "Vos, Señor, despedazado con los azotes, traspa­sada vuestra cabeza con las espinas: ¿y por quién? Por mis pecados. ¿Y no será esto bastante para comprender su gravedad y obligarme a sacri­ficarme con Vos, siendo yo el culpable?".
                  La corona de espinas no vuelve a mencionarla en sus notas espirituales.
                  En Vicenta María la devoción al Sagrado Corazón de Jesús y amor a Cristo crucificado, son realidades inseparables. De hecho, la Cruz de Cristo es el amor llevado al extremo.
                  La contemplación de Jesús azotado, coronado de espinas, crucifi­cado es la revelación del amor sumo de Jesús hacia ella: "¡Con cuanto amor ha padecido mi Señor su Pasión y muerte por mí!".
                  El Cristo despreciado de la Pasión, llagado por su amor de pies a cabeza, provoca en ella un decidido seguimiento en sacrificio, y desprecio, porque quiere ser discípula de ese Jesús, y no de otro. Desde su experiencia de amor de Jesús brota la exigencia de conformar su vida con la de Cristo:
                                    "Jesús tan despreciado, tan desvalido por el abando­no hasta de sus discípulos... ¿Cómo haré para imitar­le en sus desprecios?...Si he de ser la Esposa de Cristo crucificado, he de conformar­me con El".
                  La contemplación del Crucificado va modelando, poco a poco, el corazón de Vicenta María. En sus notas de Ejercicios de 1882 escribe: "Yo os contem­plo, Señor, crucificado y veo lo que sufrís y las lecciones que me dais".
                  En las meditaciones de la Pasión, Vicenta María contempla las mismas virtudes del Jesús de Nazaret: su infinito amor al Padre y a los hombres, la mansedumbre, la obediencia.
                  Y la huella en su espíritu cala más hondo, y es más perfecta su imitación de Cristo pobre, humilde, obediente, casto. En una explica­ción a sus religiosas, expresa así Vicenta María el ideal de la perfección:
                                    "El deseo de una buena religiosa debe ser..., modelar en su corazón el Corazón de Jesús o sea, la imitación de Cristo, que guste de ser pobre con Cristo pobre, humilde con Cristo humilde, obediente con Cristo obedien­te, casta con Cristo el más puro y más casto de todos los hom­bres...".
                  Vicenta María no lo anota explícitamente en sus apuntes de Ejercicios, pero sus ojos se clavan en el costado abierto de Jesús, en las contemplaciones del calvario. Allí se esconde toda la ciencia del amor de Cristo y por tanto, la experiencia misma de los Ejercicios, como veremos a continuación.
 



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