miércoles, 26 de junio de 2013

MES DE JUNIO - Sagrado Corazón de Jesús - Del 26 al 30



Reparación de las inobservancias de las reglas


Día 26º  Propósito de dedicarse con todo empeño a conocer nuestras Reglas y Costumbres. Ofertas frecuentes al S.C. de ser singulares en todo lo común

Día 27º  Ofrecer la Comuni6n en desagravio de las inobservarcias propias y de todos los religiosos. Actos sobre  lo mismo y mortificarse cuanto sea necesario para más perfecta observancia

Día 28º  Grande exactitud hasta en las cosas más pequeñas. Actos e unión de nuestras intenciones con las del Sagrado Corazón.

Día 29º  Ofrecerse a padecer humillaciones y vencer cuantos respetos humanos se opongan a la observancia. Repetir entre día y con alguna consideración 'Cristo se hizo obediente hasta la muerte y muerte de Cruz". (Cf. Flp 2,8)

Día 30º  Ofrecerse en la Comuni6n a padecer toda clase de trabajos en espíritu de penitencia por nuestros pecados y los de todo el mundo. Actos de amor generoso y pedir con insistencia al Coraz6n Sacratisimo la salvaci6n de todas nuestras chicas.





ASPECTOS DE LA DEVOCIÓN AL SAGRADO CORAZÓN DE JESÚS
(Tomado de: H- Rossana Huamán Gutiérrez RMI, La devoción al Sagrado Corazón de Jesús en Santa Vicenta María López y Vicuña.)
 
                  Nos refiere el P. Hidalgo, que el tío de la Santa, D. Joaquín, inculcaba en Vicenta María aquellos actos que a su juicio daban mayor gloria al Señor: la Consagración y la Reparación. Así se entiende que la consagración y la reparación, fueron dos aspectos -por otra parte típicos de la espiritualidad de la época- que la Santa personaliza y vive intensamente.

                  A. La Consagración
                  Consagrar etimológicamente equivale a hacer sagrada una persona o una cosa y sagrado es alguien o algo propio de Dios, que pertenece total y enteramente a El.
                  Consagrarse al Corazón de Jesús lleva, por tanto, a una relación de total pertenencia a él, de donación completa, en un deseo sincero de ser total y perpetua­mente suyo.
                  Vicenta María vive esta realidad de la consagración.
                  En los Ejerci­cios Espirituales de 1868, muestra su convic­ción de pertenencia exclusiva a Dios: "... soy propiedad suya y a El sólo pertenezco".
                  Dos años más tarde lo expresa en clave de amor de correspondencia:

                                    "¡Qué cosa más justa, pues, Señor, sino que del todo y sin reserva lo devuelva todo a Vos dedi­cándome enteramente a vuestro servicio!. Aquí me tenéis, Dios mío, porque el amor no se correspon­de sino amando y el amor no consiste en palabras sino en obras".
                  La entrega de la Santa va más allá del mero cumplimiento de las obras puesto que estas son para ella fruto del amor. Por ello, abarca también todos sus pensamientos, sus palabras, su ser entero:

                                    "... Señor mío, yo también me quiero dar toda a Vos, consagrán­doos todo mi ser".
                  Vicenta María consagra al Sagrado Corazón de Jesús todo lo que ella es y todo lo que de El ha recibido. Y entre los dones más queridos están el naciente Instituto, en particular el noviciado y las jóvenes. Todo ello es objeto de su Consagración en la fiesta del Corazón de Jesús de 1878.
                  La Congregación atravesaba entonces por un momento delicado: Unos meses antes había fallecido Dª María Eulalia Vicuña, sobre Vicenta María pesa toda la responsabi­lidad del Instituto y de la obra apostólica que dirigía su tía.
                  En tales circunstancias la Madre Fundadora se entrega al Corazón de Jesús y se compromete a propagar su culto y su gloria.           Vicenta María, que pertenece ya al Señor por la consagra­ción religiosa, se siente ahora impulsada a vivir despojada de todo, oculta, escondida, abandonada por completo y sin reserva en el dulcísimo Corazón de Jesús.
                  Si el amor es intercambio de dones, no será atrevido decir que también la consagración es o puede llegar a ser, un intercambio de corazones. Al menos, así la quiere vivir Vicenta María, sobre todo cuando siente que es una invitación del mismo Jesús, manifestada en un deseo que ha puesto en su corazón.
                  En ese deseo de respuesta total al Corazón de Jesús, llega Vicenta María a vivir el misterio paulino:

                                    "No, Jesús de mi alma, no os disputaré jamás la posesión de cuanto hoy os entrego. Solo Vos viviréis en mí, ocupando el lugar de todo en mi alma, en mi corazón y en mí espíritu. Pueda yo decir algún día con el Apóstol "Vivo yo más no yo, es el Corazón de Jesús el que vive y anima en mí y que esta transformación de mí misma en Vos sea tan completa que desde ahora no sea yo quien os ame, sino que seáis Vos mismo el que os améis en mí."
                  Vicenta María ve el Corazón de Jesús tal como se repre­senta en la devoción. Su atención principal recae sobre la corona de espinas: para ella éstas. Para Dios los consuelos que ella, Vicenta María, pueda tener:

                                    "Ahora Jesús mío quiero hacer un cambio anima­da del deseo que me habéis inspirado. Que siempre Corazón amantísimo que sintáis alguna espina de esas que tanto os hieren las arran­quéis de vues­tro dulcísimo Corazón y la cla­véis en el mío; y cuantas veces veáis llegar algún consuelo en mi corazón os ruego lo apartéis para colocarlo en Vos. De este modo serán míos vuestros dolores y vuestros mis consuelos."
                  Ese corazón nuevo, contemplado por la Santa, el de las espinas de Cristo, hace que sea ella la que pueda dar gloria al Padre como Cristo con sus sufrimientos en la cruz:

                                    "Así seréis Vos el que deis gloria a vuestro Padre y os glorifi­caréis. Así seréis Vos el que cumpláis lo que me mandáis. Solo así curaré vuestras llagas, arrancando vuestras espinas. Sólo así daré gloria a quien sea dada toda la gloria en el cielo y en la tierra por los siglos de los siglos. Amén."

                  B. La Reparación
                  En la revelación de la "gran promesa" hecha a Santa Margarita María, el Señor hace referencia a la ingratitud de los hombres:

                                    "He ahí este corazón, que ha amado tanto a los hombres, que nada ha perdonado hasta agotarse y consumirse para demostrarles su amor, y en reco­nocimiento no recibo de la mayor parte si no ingratitud... Pero lo que me es aún mucho más sensible es que son corazones que me están consa­grados los que así me tratan".
                  Vicenta María, no se siente ajena de esa queja. También ella descubre y reconoce su infidelidad, su frialdad, su ingratitud ante el amor que ha experimentado:

                                    "¡Ay, qué mal tan grande es el pecado! ¡Con que facilidad he cometido yo no uno si no acaso muchos gra­ves!".
                  Por eso la Santa quiere ahondar en la malicia de su pecado, con la esperanza de que brote un dolor profundo del mismo y expresa su "Deseo  de conocer la malicia del pecado y de sentir los que he cometi­do".
                  Y a pesar de palpar su indignidad, se siente en ella serena, contemplando la generosidad del Corazón de Cristo que quiere ganarlo para sí:

                                    "Con una gota de Sangre hubiera podido redimirme y la derramó toda sólo por ganar mi volun­tad."
                  Esta incalculable generosidad de Cristo, arranca del corazón de Vicenta María deseos de imitar a Cristo en sus sufrimientos con más mortificación, mayor pobreza y humillación. Este es el medio de reparar su falta de respuesta al amor que ha recibido:

                                    "Conocimiento de la vida mortificada que pide el considerar a mi Redentor en la Cruz, llaga­do de pies a cabeza. Propósitos de aprovechar las ocasiones que haya de mortificación y suplir la vida tan regalada que llevo, hacien­do cuanto pueda por el bien espiritual del prójimo".
                  Vicenta María no sueña con grandes mortificaciones exteriores. Se contenta con ofrecer todo lo que ella es: sus inclinaciones, sus propios gustos, ajenos a los gustos del Señor, y todo lo que le ayude a vivir unida a El: su recogimiento. En una palabra, la verdadera mortificación que la hace ofrecer su propio cuerpo (Rom 12,1-2):

                                    "...¿qué sacrifi­cios os ofreceré yo?, el de mis inclinaciones naturales, el de todo lo que me pueda causar algún placer que no sea de vuestro gusto, el de hacer cuanto sea preciso para llevar una vida de recogimien­to".
                  Pero con los sacrificios no quiere sólo reparar sus faltas de amor. Piensa también en las debilidades y faltas de amor de los demás, especialmente de las jóvenes que el Señor le ha confiado deseando que tengan la misma experiencia del amor de Cristo que ella tiene, amor que es redentor:

                                    "Conformidad con padecer y ánimo de procurar que se aprovechen de la Redención las personas con que yo pueda hacer algo."



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